Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Si, como se ha afirmado, el régimen sirio ha utilizado armas químicas, sería ciertamente un problema serio, por constituir una violación del Protocolo de Ginebra de 1925, uno de los tratados de desarme más importantes del mundo, que prohibió el uso de armas químicas.
En 1993, la comunidad internacional se reunió para ratificar la Convención de Armas Químicas, un tratado internacional vinculante que también prohibió el desarrollo, producción, adquisición, almacenamiento, retención y transferencia o uso de armas químicas. Siria es uno de solo ocho países de los 193 del mundo que no forman parte de la convención.
Sin embargo, la política de EE.UU. respecto a las armas químicas ha sido tan inconsecuente y politizada que EE.UU. no está en condiciones de asumir el liderazgo como reacción a cualquier uso de semejantes armas por Siria.
La controversia por el arsenal de armas químicas de Siria no es nueva. El gobierno de Bush y el Congreso, en la Ley de Rendición de Cuentas de Siria de 2003, plantearon el tema de los arsenales de armas químicas de Siria, específicamente de la negativa de Siria a ratificar la Convención de Armas Químicas (CWC). El hecho de que Siria no terminara su programa de armas químicas fue considerado como suficiente motivo por una gran mayoría bipartidista del Congreso para imponer estrictas sanciones contra ese país. Siria rechazó esos llamados al desarme unilateral sobre la base de que no era el único país de la región que no ha firmado la CWC, ni fue el primer país en la región en el desarrollo de armas químicas, ni tenía el mayor arsenal de armas químicas de la región.
Por cierto, ni Israel ni Egipto, los dos mayores receptores de ayuda militar de EE.UU. del mundo, son parte de la convención. Tampoco han llamado el Congreso ni ningún gobierno de cualquiera de los dos partidos a Israel o Egipto para que desarme sus arsenales de armas químicas y mucho menos los han amenazado con sanciones por no hacerlo. Según la política de EE.UU., por lo tanto, parece legítimo que sus aliados Israel y Egipto se nieguen a ratificar esa importante convención de control de armas. Había que escoger a Siria para castigarla por su negativa.
El primer país de Oriente Medio que obtuvo y utilizó armas químicas fue Egipto, que usó fosgeno y gas mostaza a mediados de los años sesenta en su intervención en la guerra civil de Yemen. No hay ninguna señal de que Egipto haya destruido alguno de sus agentes o armas químicas. El régimen de Mubarak, respaldado por EE.UU., continuó su programa de investigación y desarrollo de armas químicas hasta que fue depuesto por el levantamiento popular hace dos años y se cree que el programa ha continuado posteriormente.
Existe la creencia generalizada de que Israel ha producido y almacenado una amplia gama de armas químicas y que está involucrado en la continua investigación y desarrollo de más armamento químico. (También se cree que Israel mantiene un sofisticado programa de armas biológicas, que muchos creen que incluye ántrax y agentes más avanzados, así como otras toxinas y un considerable arsenal de armas nucleares con sofisticados sistemas de lanzamiento). Durante más de 45 años, los sirios han presenciado que los sucesivos gobiernos de EE.UU. proveen cantidades masivas de armas a un país vecino, con una capacidad militar vastamente superior, que ha invadido, ocupado y colonizado la provincia Golán de Siria en el sudoeste. En 2007, EE.UU. presionó con éxito a Israel para que rechazara una propuestas de paz en la que el gobierno sirio ofrecía el reconocimiento de Israel y aceptaba garantías estrictas de seguridad a cambio de una retirada total israelí de territorio sirio ocupado.
La posición de EE.UU. de que Siria debe renunciar unilateralmente a sus armas químicas y misiles mientras permite que un vecino poderoso y hostil mantenga y expanda su considerable arsenal de armas nucleares, químicas y biológicas, es simplemente irrazonable. No se puede esperar que ningún país, sea autocrático o democrático, acepte condiciones semejantes.
Esto forma parte de un antiguo criterio de hostilidad de EE.UU. frente a los esfuerzos internacionales de eliminar las armas químicas mediante un régimen de desarme universal. En su lugar, Washington utiliza la supuesta amenaza de armas químicas como excusa para atacar a países específicos cuyos gobiernos se consideran hostiles a los intereses políticos y económicos estadounidenses.
Uno de los instrumentos más efectivos del control internacional de armas en los últimos años ha sido la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW), que controla la Convención de Armas Químicas mediante la inspección de laboratorios, fábricas y arsenales y supervisa la destrucción de armas químicas. El director general más exitoso de la organización, elegido por primera vez en 1997, fue el diplomático brasileño Jose Bustani, elogiado por el periódico Guardian como un «trabajólico» que ha «hecho más en los últimos cinco años por la paz mundial que cualquier otro». Bajo su fuerte liderazgo, el número de firmantes del tratado subió de 87 a 145 naciones, la tasa de crecimiento más rápida de cualquier organización internacional en las últimas décadas. Y durante el mismo período sus inspectores supervisaron la destrucción de dos millones de armas químicas y de dos tercios de las instalaciones de armas químicas del mundo. Bustani fue reelegido por unanimidad en mayo de 2000 para un período de cinco años y fue felicitado por el Secretario de Estado Colin Powell por su trabajo «muy impresionante».
Sin embargo, en 2002, EE.UU. comenzó a plantear objeciones a la insistencia de Bustani en que la OPCW inspeccionara instalaciones de armas químicas de EE.UU. con el mismo vigor que en el caso de otros firmantes. De un modo más crítico, EE.UU. estaba preocupado por los esfuerzos de Bustani de lograr que Irak firmara la convención y abriera sus instalaciones a inspecciones por sorpresa como se hace con otros firmantes. Si Irak lo hubiera hecho y la OPCW no hubiese encontrado pruebas de las armas químicas que según Washington poseía el régimen de Sadam Hussein, habría debilitado severamente las afirmaciones de EE.UU. de que Irak estaba desarrollando armas químicas. Los esfuerzos de EE.UU. para destituir a Bustani mediante un retiro por parte del gobierno brasileño fracasaron, así como una moción de censura patrocinada por EE.UU. en marzo en las Naciones Unidas. En abril de ese año EE.UU. comenzó a aplicar una presión enorme sobre algunos países más débiles de la ONU para apoyar su campaña contra Bustani y amenazó con retener la contribución financiera de EE.UU. a la OPCW, que constituía más de un 20% de todo su presupuesto. Calculando que más valía perder a un dirigente que arriesgar la viabilidad de toda la organización, la mayoría de las naciones, reunidas en una sesión especial sin precedentes convocada por EE.UU., votó la remoción de Bustani.
El caso de Irak
El primer país que supuestamente utilizó armas químicas en Medio Oriente fue Gran Bretaña en 1920, en sus esfuerzos para reprimir la rebelión de una tribu iraquí cuando las fuerzas británicas se apoderaron del país después del colapso del Imperio Otomano. Según Winston Churchill, que entonces ocupaba el puesto de Secretario de Estado para Guerra y Aire de Gran Bretaña, «no comprendo esta mojigatería sobre el uso de gas. Estoy muy a favor de usar gas tóxico contra las tribus incivilizadas».
El régimen iraquí de Sadam Hussein utilizó armas químicas en la Guerra entre Irán e Irak en los años ochenta a una escala mucho mayor de lo que cualquier país se había atrevido a hacer desde que las armas se prohibieron hace casi 90 años. Los iraquíes causaron cerca de 100.000 víctimas entre los soldados iraníes utilizando agentes químicos prohibidos, 20.000 muertos y decenas de miles de heridos graves.
Sin embargo no pudo hacerlo solo. A pesar del continuo apoyo iraquí a Abu Nidal y otros grupos terroristas en los años ochenta, el gobierno de Reagan sacó a Irak de la lista de Estados patrocinadores de terrorismo del Departamento de Estado a fin de suministrar al régimen tiodiglicol, un componente clave en la producción de gas mostaza y de otros precursores químicos para su programa de armas. Walter Lang, un alto oficial en la Agencia de Inteligencia de la Defensa (DIA) de EE.UU., señaló que «el uso de gas en el campo de batalla por parte de los iraquíes no fue un tema de profunda preocupación estratégica» para el presidente Reagan y otros funcionarios de la administración ya que «estaban desesperados por asegurarse de que Irak no perdiera». Lang señaló que la DIA creía que el uso del químico por parte de Irak era «inevitable en la lucha por la supervivencia de ese país». De hecho, se envió personal de la DIA a Bagdad durante la guerra para suministrar al régimen de Sadam Hussein datos satelitales estadounidenses de la ubicación de las tropas iraníes con pleno conocimiento de que los iraquíes utilizaban armas químicas contra ellas.
Incluso la utilización del régimen iraquí de armas químicas contra los civiles no se consideraba particularmente problemático. La masacre de marzo de 1988 en la ciudad de Halabja, en el norte de Irak, donde las fuerzas de Sadam asesinaron hasta 5.000 civiles kurdos con armas químicas, fue minimizada por el gobierno de Reagan y algunos funcionarios incluso afirmaron falsamente que el verdadero responsable había sido realmente Irán. EE.UU. siguió enviando ayuda a Irak incluso después de la confirmación de que el régimen usaba gas tóxico.
Cuando un informe del comité de Relaciones Exteriores del Senado sacó a la luz en 1988 la política de exterminación generalizada de Sadam en el Kurdistán iraquí, el senador Cliborne Pell introdujo la Ley de Prevención de Genocidio para presionar al régimen iraquí, pero el gobierno de Bush actuó exitosamente para rechazar la medida. Esto tuvo lugar a pesar de la evidencia presentada en informes de la ONU en 1986 y 1987, antes de la tragedia de Halabja, que documentaban la utilización por parte de Irak de armas químicas contra los civiles kurdos, afirmaciones que fueron confirmadas por investigaciones de la CIA y personal de la embajada de EE.UU. que visitaron a los refugiados kurdos iraquíes en Turquía. Sin embargo, no solo EE.UU. no se preocupó particularmente por el uso de armas químicas por parte de Irak, sino que además el gobierno de Reagan siguió apoyando el esfuerzo de adquisición de materiales necesarios para su desarrollo por el gobierno iraquí.
En vista de la culpabilidad de EE.UU. de la muerte de decenas de miles de personas por armas químicas iraquíes hace menos de 25 años, los recientes llamados de EE.UU. de ir a la guerra contra Siria como reacción ante el supuesto uso de armas químicas en la muerte algunas docenas de personas llevan incluso a muchos de los oponentes más duros al dictador sirio Bachar el Asad a cuestionar las motivaciones de EE.UU.
Sin embargo no es el único motivo por el cual la credibilidad de EE.UU. en el tema de las armas químicas es cuestionable.
Después de negar y encubrir el uso de armas químicas por parte de Irak a finales de los años ochenta, el gobierno de EE.UU. -primero bajo el Presidente Bill Clinton y luego bajo el Presidente George W. Bush- comenzó a insistir en que el supuesto arsenal de armas químicas de Irak constituía una terrible amenaza, a pesar de que el país había destruido completamente su arsenal en 1993 y había desmantelado completamente su programa de armas químicas.
El Vicepresidente Joe Biden, el Secretario de Estado John Kerry y el Secretario de Defensa Chuck Hagel -cuando sirvieron en el Senado de EE.UU. en 2002- votaron a favor de autorizar la invasión de Irak por EE.UU., insistiendo en que Irak todavía poseía un arsenal de armas químicas tan amplio que constituía una seria amenaza para la seguridad nacional de EE.UU., a pesar de que Irak había eliminado todas esas armas casi una década antes. Como resultado, es razonable cuestionar la exactitud de cualquier afirmación que se pueda hacer actualmente respecto al supuesto uso de armas químicas por parte de Siria.
También hay que señalar que muchos de los actuales propugnadores más categóricos del Congreso a favor de la intervención militar de EE.UU. en Siria como reacción al supuesto uso de armas químicas por el régimen de Damasco estuvieron entre los apoyos más estridentes, en 2002-2003 de la invasión de Irak. El representante Eliot Engel, a quien los demócratas han elegido para que sea su miembro de más alto rango en el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara, fue miembro de la minoría derechista de demócratas de la Cámara que votó la autorización de la invasión de Irak sobre la base de que el país poseía armas de destrucción masiva. Cuando no se encontraron esas armas, Engel apareció con la extraña afirmación de que «no me sorprendería que esas armas de destrucción masiva que no pudimos encontrar en Irak acabasen llegando a Siria».
Engel es el principal patrocinador de la Ley Libre Siria de 2013 (H.R. 1327) que autorizaría a EE.UU. a suministrar armas a los rebeldes sirios.
Resoluciones de las Naciones Unidas
A diferencia del Irak de Sadam Hussein, no existe ninguna resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que exija específicamente que Siria desarme unilateralmente sus armas químicas o desmantele su programa de armas químicas. Se cree que Siria desarrolló su programa solo después de que Israel desarrollase sus programas químico, biológico y nuclear, todos los cuales todavía existen actualmente y todavía son considerados una amenaza por los sirios.
Sin embargo, la Resolución 687 del Consejo de Seguridad de la ONU, aprobada a finales de la Guerra del Golfo de 1991, que exigía la destrucción del arsenal de armas químicas de Irak, también pedía a los Estados miembros «que trabajaran por el establecimiento en Medio Oriente de una zona libre de ese tipo de armas».
Siria se ha sumado prácticamente a todos los demás Estados árabes en el llamado a favor una «zona libre de armas de destrucción masiva» en todo Medio Oriente. En diciembre de 2003 Siria presentó una resolución al Consejo de Seguridad de la ONU reiterando esa cláusula de 12 años antes, pero la resolución fue diferida como resultado de la amenaza de un veto de EE.UU. Como escribí en la época, refiriéndome a la Ley de Rendición de Cuentas de Siria: «Al imponer sanciones estrictas a Siria por no haberse desarmado unilateralmente, el gobierno y el Congreso han rechazado totalmente el concepto de una zona libre de armas de destrucción masiva o de cualquier tipo de régimen regional de control de armas. En su lugar, el gobierno de EE.UU. asevera que posee la autoridad de decidir qué país puede tener qué tipo de sistema de armas imponiendo una especie de apartheid de las armas de destrucción masiva, que es más probable que aliente, en lugar de desalentar, la proliferación de esas peligrosas armas».
Se puede afirmar, por lo tanto, que si EE.UU. hubiera propuesto una política que encarara la proliferación de armas no convencionales mediante un desarme a escala regional en lugar de tratar de culpar a Siria, el régimen sirio hubiera renunciado a sus armas químicas hace algunos años, junto con Israel y Egipto, y no se estaría hablando de la supuesta utilización de esos pertrechos que ahora impulsa a EE.UU. a aumentar su participación en la guerra civil de ese país.
Stephen Zunes es columnista y analista sénior de Foreign Policy In Focus y profesor de política y de la cátedra de Estudios de Medio Oriente en la Universidad de San Francisco. Es autor, junto con Jacob Mundy, de Western Sahara: War, Nationalism, and Conflict Irresolution (Syracuse University Press, 2010).
Fuente: http://www.fpif.org/articles/the_us_and_chemical_weapons_no_leg_to_stand_on
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