Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Silla de inmovilización utilizada en Guantánamo para la alimentación forzada
La orden ejecutiva prometiendo cerrar Guantánamo en un año, firmada por el recién inaugurado Presidente Barack Obama en su segundo día en el poder, es letra muerta. No obstante, durante los dos últimos meses el Presidente se ha comprometido de nuevo con esa promesa del 2009, incluyendo el nombramiento de un enviado especial para que se ponga al frente de los esfuerzos encaminados a superar el punto muerto actual, en gran medida consecuencia de la política interna. Está muy claro que uno de los desencadenantes de esta renovada atención a Guantánamo es la huelga de hambre masiva iniciada por los prisioneros en febrero.
En estos momentos, la población prisionera de Guantánamo es de 166 detenidos, de los cuales ha sido ya autorizada la puesta en libertad de 86. Casi cuatro docenas más han sido incluidos en la situación de detención indefinida porque el gobierno afirma que son demasiado peligrosos para dejarles libres pero que no puede juzgarles por falta de pruebas dignas de un tribunal. Las identidades de esos detenidos indefinidos era un secreto estrechamente guardado hasta el 17 de junio, fecha en que se publicó la lista en respuesta a una petición hecha al amparo del Acta de Libertad de Información (FOIA, por sus siglas en inglés) presentada por el The Miami Herald con la ayuda de estudiantes de la Facultad de Derecho de Yale. De los 48 nombres de esa lista, elaborada por un grupo de trabajo que en enero de 2010 integraba a diversas instituciones, dos de los presos han muerto ya.
En el mismo día en que se aceptaba la petición del Herald, se concedió asimismo la petición FOIA de The New York Times para conocer la lista de todos los prisioneros de Guantánamo. Según esta lista, hay 34 presos que deben ser juzgados, incluidos seis cuyos casos están actualmente en la fase de peticiones previas al juicio. Es casi seguro que esta cifra disminuya en base a una sentencia judicial federal de 2012, que estipulaba que «proporcionar material de apoyo para terrorismo» y «conspiración» no son crímenes de guerra y por tanto no pueden ser enjuiciados por una comisión militar. Esas acusaciones podrían juzgarse en un tribunal federal pero, debido al hecho de que el Congreso aprobó leyes que prohíben el traslado y enjuiciamiento de los detenidos de Guantánamo a EEUU, la probable alternativa es que la cifra de prisioneros incluidos en la categoría de detención indefinida aumente.
Salir vivo o muerto
Más de las dos terceras partes de los prisioneros de Guantánamo –al parecer, 104– están en huelga de hambre y 45 están siendo alimentados a la fuerza. Hay cuatro que están hospitalizados por motivos relacionados con la alimentación forzosa o la huelga de hambre. La actual huelga de hambre masiva presenta muchos parecidos y comparte causas comunes con la huelga masiva de 2006. Algunos prisioneros llevan años en huelga de hambre.
La huelga de hambre es un método clásico utilizado por los presos para protestar por las condiciones de su detención. En «Formations of Violence», el estudio de Allen Feldman sobre los presos del Ejército Republicano de Irlanda (IRA) bajo vigilancia británica, se explica la política de auto-inanición deliberada: «No es sólo una cuestión de lo que la historia hace con el cuerpo, sino de lo que los sujetos hacen con lo que la historia le ha hecho al cuerpo». La posibilidad de ejercer el limitado poder que tienen los prisioneros que protestan -el poder de negarse a comer- es, en palabras de Feldman, una forma de «contrainstrumentación» de sus propios cuerpos.
Como escribió un prisionero yemení en huelga de hambre en una nota publicada por su abogado David Remes:
«Un ser humano debe poder defenderse a sí mismo, pero si se viera totalmente imposibilitado para hacerlo, tiene derecho a tomar la difícil y sencilla decisión, porque no tiene otra opción. Al hacerlo así, consigue vencer la injusticia y la humillación, recuperando su dignidad como ser humano.»
Alrededor de una docena de los dieciocho clientes de Remes están en huelga de hambre, y a cuatro se les está alimentando por la fuerza. Remes proporcionó la siguiente narración acerca de los hechos que llevaron a la huelga masiva:
«Cuando el Presidente Obama llegó al poder en 2009, envió al Almirante Patrick M. Walsh a Gitmo para determinar si la prisión cumplía los estándares del Artículo Común 3 [de los Convenios de Ginebra]. Como era de esperar, Walsh informó que sí, que el campo cumplía con el Artículo Común 3, pero ¡que podía mejorarse! Por tanto, las condiciones del campo progresaron notablemente, el único aspecto meritorio de la política respecto a GITMO del Presidente Obama. El Grupo Conjunto de Detención (JDG, por sus siglas en inglés), integrante del Grupo de Trabajo Conjunto de Guantánamo (JTF, por sus siglas en inglés), gobernó de forma suave y mantuvo la paz -una Era de Buenos Sentimientos- hasta el verano de 2012.
En junio de 2012, el mando del JDG pasó al Coronel John V. Bogdan, en otro tiempo comandante de una brigada de la policía militar que actuó en la zona oriental de Bagdad. A diferencia de sus predecesores de la era Obama, Bogdan trajo una actitud de tipo duro respecto a las operaciones de detención, gobernando el campo con puño de hierro. Su enfoque, marcado por las exhibiciones de poder por el poder, ha convertido el campo en una pesadilla.
En septiembre, sin que mediara provocación, hizo que sus hombres asaltaran el Campo 6 [donde los detenidos «obedientes» vivían en comunidad]. Durante el otoño, las condiciones de vida en el campo se deterioraron: por ejemplo, las temperaturas en las celdas bajaron a 16,6º C. En enero [2013], un guardia de una torre en la zona de recreo disparó contra un grupo de detenidos, hiriendo a uno[i], y a primeros de febrero, estalló la huelga de hambre masiva.
Bogdan encendió la mecha cuando él o uno de sus oficiales responsables del campo (OIC, por sus siglas en inglés) hizo que los guardias efectuaran un registro intensivo de las celdas de los hombres del Campo 6, donde se encontraban alrededor de 130 de los 166 detenidos. Los guardias confiscaron de forma arbitraria objetos personales, incluyendo fotografías y cartas de la familia, documentos legales y mantas extra. (Fueron civiles quienes confiscaron los documentos). Bogdan o sus OIC también intentaron registran los Coranes de los hombres, utilizando intérpretes para que hicieran el trabajo sucio[ii].
Esa desafortunada decisión desencadenó la huelga de hambre. Lo que molestó a los presos no fue cómo registraron los Coranes sino el hecho de que tuvieran que registrarlos. El JDG había dejado de registrar los Coranes en 2006. Según nuestros clientes, el JDG ha admitido que no tenía ningún motivo concreto para volver a registrarlos. Sin embargo, Bogdan decidió volver a las normas de 2006 que aceptaban el registro de Coranes, una exhibición provocativa de poder.
Los hombres se ofrecieron a entregar sus Coranes al ejército de forma permanente para evitar los registros. Entregar los Coranes era la solución habitual ante las amenazas de registros de los días de la administración Bush, cuando los hombres temían que les registraran los Coranes cuando se reunían con sus abogados. (Poner a los hombres ante esa disyuntiva era uno de los desincentivos más astutos frente a esas reuniones). Sin embargo, Bogdan no estaba de acuerdo ni con acabar con los registros ni con llevarse los Coranes.
Bogdan no quiere siquiera discutir las quejas de los hombres hasta que pongan fin a la huelga de hambre. Antes muerto que ceder un ápice. Mientras tanto, está utilizando tácticas brutales para romper la huelga. Muchos de los hombres ven ahora la huelga como un medio para protestar contra el mismo hecho de seguir detenidos. Esos hombres, incluidos muchos de mis clientes, dicen que están decididos a salir de Guantánamo de una forma u otra: vivos o en un ataúd.»
De los 130 detenidos que vivían condiciones comunitarias en el Campo 6, más de 100 fueron trasladados a celdas de aislamiento durante el asalto llevado a cabo antes del amanecer del día 13 de abril. Según el manual revisado de Procedimientos Operativos Estándar obtenido del Mando del Sur de EEUU (SOUTHCOM, por sus siglas en inglés) y publicado por Al Jazeera, «en caso de una huelga de hambre masiva, es vital aislar a los detenidos para impedir que puedan apoyarse solidariamente». Pero, según Remes, que habló por teléfono con uno de sus clientes el 14 de junio, «la huelga de hambre sigue fortaleciéndose».
Alimentación forzada
La cifra de prisioneros alimentados a la fuerza va aumentando según se recrudece la huelga. La American Medical Association, el Comité Internacional de la Cruz Roja y el Alto Comisionado de la Oficina de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos han denunciado, por ilegal y carente de ética, esa práctica de alimentación forzosa en Guantánamo.
La alimentación forzosa es una flagrante violación de la voluntad de los prisioneros que han decidido rechazar el alimento. Si el que la lleva a cabo es un doctor, esa práctica viola la Declaración de Tokio de 1975 y la Declaración de Malta de 1991 de la Asociación Médica Mundial (WMA, por sus siglas en inglés). Luke Mitchell, antiguo editor del Harper’s Magazine, que ha escrito exhaustivamente sobre los temas relativos a la alimentación forzosa, proporcionó el siguiente relato:
«Los británicos no obligaron al prisionero del IRA, Bobby Sands, a comer y por eso murió como un mártir, que es una de las razones por las que EEUU está tan decidido ahora a alimentar por la fuerza a los prisioneros. Sobre esta cuestión entrevisté con cierto detalle a William Winkenweder en 2006 [durante la anterior huelga de hambre masiva en GITMO], cuando era doctor-jefe en el Pentágono. Winkenweder, citando la declaración de la WMA de 1991, sugirió que era correcto alimentar a la fuerza, que sólo era asunto de cada médico si quería o no participar en esa acción. Pero eso no es así. En realidad, la WMA había declarado que en caso de que un doctor «no pudiera aceptar la decisión del paciente de rechazar esa ayuda», es decir, alimentarse a la fuerza, «el paciente podría ser atendido por otro médico». Es decir, que cualquier paciente consciente tiene el derecho absoluto a rechazar la «ayuda» cuando esa ayuda viene en forma de alimentación forzosa. Le leí este párrafo a Winkenwender y dijo: «Ah, eso es nuevo para mí».
¿Qué tiene que ver todo esto con Sands? Le pregunté a Winkenwerder sobre Sands y me dijo que no había «estudiado» ese caso. Pero tan sólo pocas semanas después, un funcionario del Pentágono no identificado dijo al Toronto Star que la muerte por inanición era inaceptable. «Lo peor que podría ocurrir es tener a alguien que de cero se convierte en héroe», dijo. «No queremos un Bobby Sands».
¿Por qué Winkenweder se mostraba tan ingenuo? La legalidad de la alimentación a la fuerza [bajo las leyes estadounidenses] es vaga. Las directrices del Buró Federal de Prisiones la permite, pero algunos casos específicos la prohíben[iii]. Los jueces pueden ir en cualquier dirección. Aunque hay numerosas pruebas que sugieren que se está utilizando como forma de tortura. Y la tortura es ilegal, por supuesto, y por tanto el Pentágono se esfuerza en convencer a la gente (y a los tribunales) de que alimentar a la fuerza es un procedimiento médico ético. Pero eso requiere una considerable destreza retórica, porque la WMA no es en absoluto ambigua: la alimentación forzada no es ética.»
La destreza retórica incluye los eufemismos; la práctica de la alimentación forzada se denomina oficialmente «alimentación enteral» o «alimentación por sonda naso-gástrica». Los prisioneros que rechazan con determinación absoluta ser alimentados pueden ser atados con correas en «sillas de inmovilización», que llegaron a las instalaciones durante la huelga de 2006 y por su diseño parecen sillas eléctricas. Hay algunos que desean hacer la huelga pero se enfrentan a la perspectiva de una extracción violenta de la celda, al «consentimiento» de la silla y a tener la sonda insertada en la nariz bombeando el Ensure a sus estómagos. Según el portavoz Durand, «el desmayo supone consentimiento para una alimentación naso-gástrica».
Al parecer, el Presidente Obama no recibió el memorándum acerca de la preferencia oficial por los eufemismos. El 23 de mayo, pronunció un importante discurso sobre la seguridad nacional (el segundo en todo su mandato), en el que habló de la huelga de hambre en Guantánamo como crisis y como fracaso político: «Miren la situación actual donde estamos alimentando por la fuerza a los detenidos que hacen huelga de hambre. ¿Es eso lo que somos? ¿Es eso lo que nuestros Padres Fundadores previeron? ¿Son esos los EEUU que queremos dejar a nuestros hijos?».
En una conferencia de prensa celebrada el 4 de junio, el general de marina John F. Kelly, el comandante del SOUTHCOM, se mostró en desacuerdo con la afirmación del Presidente. «Precisamente ahora no estamos alimentando a la fuerza en Gitmo». Lo que ocurre es que el ejército está «alimentando enteralmente» a los que hacen huelga de hambre. Se le preguntó al portavoz de Seguridad Nacional de la Casa Blanca si Obama se había retractado de sus afirmaciones sobre la alimentación forzada. «Los comentarios del Presidente se mantienen», contestó.
Los periodistas son los ojos del mundo
En marzo, un mes después de iniciada la huelga, Carol Rosenberg, del The Miami Herald’s, informaba de una visita efectuada al Campo 6 durante la cual ella y otros periodistas vieron cómo los prisioneros rechazaban la comida. Un portavoz del Pentágono, el capitán de marina Robert Durand, respondió a las preguntas de los medios afirmando que los prisioneros habían «planeado específicamente» la huelga de hambre para «atraer la atención de los medios».
Rosenberg informaba del conjunto de respuestas ofrecidas a los periodistas acerca de por qué el personal militar y médico de la prisión no iba a permitir que los prisioneros se negaran a comer:
· No es humano. El lema del equipo de 1.700 efectivos del centro de detención es «Seguro, Humano, Legal, Transparente». Y la respuesta de un capitán del ejército llamado John, el oficial encargado del campo comunal 6 de Guantánamo, fue que el ejército no podía permitir que los prisioneros se dejaran morir porque «eso sería inhumano. Pueden decidir no comer pero no vamos a dejarles morir de hambre».
· «Lo primero, es no causar daño», es el lema de los profesionales médicos, y dejar a un cautivo morir de hambre entra en contradicción con la medicina militar estadounidense. Un teniente coronel de la marina que llevaba una placa de identificación con el nombre de Leonato lo expuso de esta forma: «Estamos obligados a proteger la vida. Como enfermero, me comprometí a no llevar un rifle sino a mantener viva a la gente, a prestarle cuidados médicos. Estoy aquí para ofrecer atención terapéutica como profesional de la salud mental».
· Es antiestadounidense. «Permitir que un detenido se haga daño a sí mismo no sólo es contrario a nuestras responsabilidades bajo las leyes de la guerra, sino que es un anatema para nuestros valores como estadounidenses», dice el teniente coronel del ejército Todd Breasseale, el portavoz del Pentágono responsable de las detenciones y las cuestiones legales. «Permitir que un detenido que protesta pacíficamente se dañe mientras decide quedarse sentado muriéndose de hambre hasta el punto de poner en peligro su vida, no es sólo una violación del código seguido por los pueblos civilizados de todas partes, sino que es el peor tipo de justicia del vencedor: repugnante y totalmente inaceptable».
· Está mal visto. «Nuestro trabajo es cuidar de ellos, alimentarles y satisfacer sus necesidades», dice Zak, el asesor cultural para asuntos árabo-estadounidenses del almirante encargado del centro de detención, que, como casi todos los que trabajan allí concede entrevistas a condición de que no se publique su nombre. «De lo contrario, dirán que les matamos o les dejamos morir».
· Es la política. Esa fue la respuesta proporcionada por el portavoz Durand…
Actualmente, a los periodistas que informan sobre Guantánamo ya no les llevan a visitar la prisión, excepto el abandonado Campo Rayos-X. Según Adam Hudson, de Truthout, la explicación ofrecida por el portavoz del JTF es que las comisiones militares y la prisión son cuestiones diferentes y los periodistas están ahí para informar sobre las primeras. John Knefel, de Rolling Stones, informa que los periodistas que quieran visitar la prisión deben programar una expedición por separado a la isla y, según el portavoz del Pentágono: «Tenemos visitas reservadas hasta mediados de otoño y posiblemente más allá».
La matemática y la química de romper la huelga
El manual del Procedimiento Operativo Estándar, que entró en vigor el 5 de marzo, detalla el «algoritmo general» para valorar a los huelguistas de hambre. Jason Leopold, de Al Jazeera, escribe:
«Se considera que un prisionero está en huelga de hambre, según las directrices, si comunica «directa o indirectamente (por ejemplo, negarse repetidamente a comer) su intención de emprender una huelga de hambre o ayuna como forma de protesta o para llamar la atención, o si evita nueve comidas consecutivas y el peso de su cuerpo cae por debajo del 85% del peso anterior o peso ideal, calculado normalmente utilizando el índice de masa corporal según la altura del preso.»
El manual describe también «el protocolo clínico del sistema de la silla de sujeción» para el personal que administra la alimentación forzada. El personal médico, que sirve en Guantánamo a las órdenes del Comandante John Smith, no tiene autonomía profesional según el manual.
Con el prisionero seleccionado para la alimentación forzada se siguen los siguientes procedimientos: primero, se le ofrece una última oportunidad para que coma voluntariamente antes de someterle a la silla de inmovilización. Si no consiente en comer, el «proveedor de servicios médicos firma la orden de inmovilización». Después, un guardia le coloca los grilletes al preso y le pone una máscara sobre la boca para impedir que escupa y muerda. A continuación, se le inserta un tubo por la nariz. Los médicos utilizan un estetoscopio y una dosis de prueba con agua para comprobar que el tubo ha descendido hasta el estómago. Cuando el tubo se ha asegurado con cinta adhesiva, «empieza a suministrarse la nutrición enteral y el agua que se ha ordenado, y el flujo se va ajustando según la situación y tolerancia del detenido». La alimentación se completa en veinte o treinta minutos pero puede llevar hasta dos horas. Una vez completada la «infusión nutriente», se le coloca en una «celda seca» con un observador durante unos sesenta minutos por si hay «alguna señal de vómito o de inducirse el vómito». Si vomita, puede empezar de nuevo a aplicársele todo el proceso.
Si este proceso coercitivo para controlar el hambre no fuera suficientemente terrible, el manual contiene otra revelación, la autorización de un controvertido medicamento que «mejora la digestión» y que puede causar graves desórdenes neurológicos permanentes. Leopold informa en Al Jazeera:
«La metoclopramida, conocida comúnmente por su marca Reglan, se supone que aligera el proceso digestivo y elimina la necesidad de vomitar durante la alimentación forzada. Sin embargo, los estudios médicos realizados sobre el medicamento han determinado que Reglan va también un unido a una alta tasa de discinesia tardía, un desorden potencialmente irreversible y desfigurador caracterizado por movimientos involuntarios del rostro, lengua o extremidades.
Los estudios realizados por Food and Drug Administration (FDA) en febrero de 2009 obligaron a Reglan a poner una etiqueta negra en la caja -la advertencia más fuerte de la agencia- que informara a los pacientes acerca de los peligros asociados con el uso crónico del medicamento. Según la propia guía de medicamentos de la FDA, los efectos secundarios incluyen depresión, sentimientos depresivos y, en casos extremos, pensamientos suicidas y suicidio.»
La falta de consentimiento para la alimentación forzosa, así como la administración no voluntaria de Reglan y otras drogas es una mala praxis médica. Que algunos de los prisioneros se vean obligados a ingerir lo que inconscientemente se les dé, tiene potenciales efectos secundarios perjudiciales e implica experimentación con seres humanos, teniendo en cuenta sobre todo las severas advertencias de la FDA.
El 30 de mayo, catorce prisioneros escribieron una carta abierta al equipo médico de Guantánamo protestando por ese tratamiento y solicitando poder acceder a doctores independientes. «Querido doctor», escribieron:
«Es posible que pueda mantenerme con vida durante largo tiempo con un estado de debilitamiento permanente. Pero al estar haciendo tantos de nosotros huelga de hambre, están inmersos en un experimento humano a una escala sin precedentes… Si continúa en el ejército o vuelve a la práctica civil, tendrá que vivir el resto de su vida con lo que está haciendo y con lo que no está haciendo aquí en Guantánamo.»
La carta de los prisioneros iba adjunta a una carta abierta al Presidente Obama de docenas de doctores y otros profesionales de la sanidad. Instaban a que se permitiera el acceso de médicos independientes a los prisioneros en huelga de hambre y a sus historiales médicos.
Más allá de los muros
En cualquier contexto, hay ciertos elementos comunes en la decisión voluntaria de los presos de iniciar una huelga de hambre para protestar por algunos aspectos de su detención. Han decidido, ya sea individual o colectivamente, utilizar el único recurso de que disponen -sus cuerpos- para emprender su lucha. Esa opción, ese poder, ese medio para dejarse morir de hambre contradice y se enfrenta al poder de sus vigilantes.
Sin embargo, el contexto es importante -y difiere- en gran medida en cómo los prisioneros en huelga conectan o apelan al electorado más allá de los muros de la prisión. Por ejemplo, los prisioneros del IRA estaban ya constituidos, cuando fueron encarcelados por los británicos, como parte de una fuerza política colectiva que compartía una historia. La queja principal de los prisioneros del IRA era la negativa de sus guardianes a tratarles como prisioneros de guerra.
La huelga de hambre de 1981 en la que Sands y otros nueve prisioneros del IRA se dejaron morir de hambre fue la culminación de años de huelgas. Primero fue la «huelga de la manta», por la cual se negaron a vestir los uniformes de la prisión para los delincuentes comunes y optaron en cambio por ir desnudos o llevar una manta. Después fue la «huelga sucia» en la cual protestaron contra la violencia y los abusos a que eran sometidos por los guardias cuando «tenían que vaciar los cubos que usaban como letrinas». Respondieron negándose a salir de las celdas para ducharse y mancharon las paredes de excrementos y, en el caso de las presas, de sangre menstrual.
Los prisioneros del IRA en huelga estaban conectados con el electorado nacionalista de Irlanda del Norte, así como con sus simpatizantes más allá de las costas de Irlanda. Sus sacrificios y sufrimiento tuvieron un efecto galvanizador sobre su electorado y eran considerados como una dimensión de una causa común más amplia.
Los presos de Guantánamo no comparten casi ninguno de esos aspectos. Proceden de muchos países, aunque todos son musulmanes. Lo que comparten unos con otros no es una causa común sino una experiencia común de detención prolongada sin juicio y tratos degradantes y de una dureza abusiva. No están encarcelados en sus patrias sino en una isla lejana e inaccesible. Se les mantiene aislados de sus familias y muchos de los gobiernos de sus patrias se muestran indiferentes o algo peor ante el trato que reciben. Los únicos aliados con los que realmente pueden contar son sus abogados, que soportan grandes dificultades en sus actuaciones a causa de los secretos de sumario y las autoritarias medidas de seguridad. Uno sólo cuenta con la lectura de los relatos en primera persona recogidos en The Guantanamo Lawyers, editado por Jonathan Hafetz y Mark P. Denbeaux, para apreciar las frágiles y tensas que pueden ser las relaciones entre abogados y clientes en esa prisión.
No hay un electorado nacional o «natural» políticamente predispuesto a cuidar del bienestar de los prisioneros de Guantánamo, a menos que uno valore como electorado a los abogados y activistas de los derechos humanos y algunos periodistas progresistas. En estas circunstancias, hay una clase especial de desafío político en llamar la atención ante el sacrificio de una huelga de hambre masiva y las agonías causadas por los guardianes que están intentando romperla. Las organizaciones de médicos están manifestándose cada vez más, especialmente en respuesta a la alimentación forzada.
Para que la huelga de hambre pueda repercutir más allá de los muros de la prisión de forma que beneficie a los prisioneros y se puedan abordar sus quejas, es necesario un electorado que considere la política de Guantánamo y el destino de sus prisioneros como una causa suya. Ese electorado, con la fuerza y determinación política suficientes para ejercer presiones sobre los responsables de la situación de Guantánamo ha empezado a surgir ya. La huelga de hambre proporciona una urgencia nueva a la causa de cerrar la prisión. Esto se resume perfectamente en el título de una organización de activistas con sede en EEUU: «El mundo no puede esperar«.
Lisa Hajjar es profesora de Sociología en la Universidad de California, Santa Bárbara. Sus investigaciones se centran en cuestiones de leyes y legalidad, guerra y conflicto, derechos humanos y tortura. Ha escrito Courting Conflict: The Israeli Military Court System in the West Bank and Gaza (University of California Press, 2005) y Torture: A Sociology of Violence and Human Rights (Routledge, 2012). Además de ser coeditora en Jadaliyya, colabora con los comités editoriales de Middle East Report y Journal of Palestine Studies. En la actualidad, trabaja en un libro sobre la abogacía en lucha contra la tortura en EEUU.
[i] Carol Rosenberg elaboró el siguiente relato sobre el incidente: «La ironía es que la instalación se construyó con puertas de control remoto para aliviar a los guardias de tener que escoltar a los cautivos al campo de recreo. Menor contacto crea menores fricciones, fue la explicación. Por tanto, cada parte se quedaba con los suyos. Pero entonces un detenido escaló una valla para llamar la atención de un guardia en una torre y el guardia le apuntó con su rifle. El cautivo descendió de inmediato, pero otros presos vieron al guardia con el rifle y se pusieron a tirarle piedras. Una munición de caucho rebotó hiriendo a un anciano talibán en la garganta, según los relatos tanto de los militares como del fiscal, pero la herida no fue lo suficientemente grave como para requerir hospitalización».
[ii] Esto refiere una norma del Procedimiento Operativo Estándar de 2006, que prohíbe que miembros uniformados del ejército toquen los Coranes. Se supone que sólo pueden tocar los Coranes los lingüistas civiles que acompañan a los soldados en los registros.