Desde la revolución islámica de 1979, Irán ha desempeñado un papel destacado en los conflictos regionales, un papel que ha fundamentado en gran parte en las relaciones con los grupos chiíes, especialmente en Siria y Líbano, pero también en Irak desde la caída de Saddam Hussein y la invasión americana de 2003, así como con […]
Desde la revolución islámica de 1979, Irán ha desempeñado un papel destacado en los conflictos regionales, un papel que ha fundamentado en gran parte en las relaciones con los grupos chiíes, especialmente en Siria y Líbano, pero también en Irak desde la caída de Saddam Hussein y la invasión americana de 2003, así como con las minorías chiíes de otros países del Golfo Pérsico.
Pero esta ansia de influencia se ha vuelto contra el régimen por dos razones: el enorme recelo de los países sunníes del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza, y la confrontación frontal con el estado judío, un choque que se inició con la misma caída del Shah, estrecho aliado de Israel, que continuó durante la cruel guerra contra Irak y que se agudizó desde que Irán puso en marcha su programa nuclear.
El programa nuclear ha servido de pretexto a Israel para condicionar durante muchos años la política exterior de Estados Unidos y Europa occidental, como ya lo hizo durante la guerra Irán-Irak. Una vez más, Occidente no ha tenido más remedio que sumarse a las demandas de Tel Aviv poniendo en evidencia la enorme dependencia de las sucesivas administraciones de Washington del lobby judío.
En lo tocante a Oriente Próximo, Washington carece de una política propia que redunde en su propio beneficio y en el beneficio de sus aliados occidentales. Es Israel quien una y otra vez dicta con precisión los pasos que Washington debe dar, siempre en la misma dirección, algo que en Oriente Próximo se ha traducido en un desbarajuste general y trágico que prácticamente afecta a todos los países de la región.
La enemistad con Irán resulta beneficiosa para Israel por muy diversos motivos, entre los cuales figura apartar la atención de la opinión pública de la persistente ocupación de los territorios palestinos y la consiguiente expansión colonial por todas partes, una expansión que se acrecienta día a día mientras los occidentales miran deliberadamente hacia otro lado, a menudo hacia Irán.
Pero Israel también combate de esta manera las aspiraciones de dominio regional de Irán, el único país de Oriente Próximo que puede hacer sombra a Israel, si no en toda la región sí al menos en los países donde Teherán tiene más influencia por razones religiosas.
Aparejado a esta noción está el hecho inexcusable de que el enfrentamiento con Irán ha permitido a Israel un acercamiento a los países sunníes, enemigos viscerales de los chiíes, de manera que el estado judío y Arabia Saudí y sus restantes aliados están ahora en el mismo barco en lo tocante a toda la cuestión chií, tanto en Irak, como en Siria, Líbano o Bahrein, así como en sus múltiples derivaciones.
No puede extrañar por tanto que en los medios de comunicación hebreos, árabes y occidentales se haya subrayado que el conflicto del programa nuclear iraní ha permitido al estado judío un acercamiento a los países sunníes del Golfo Pérsico. Esta es una consecuencia natural que el primer ministro Binyamin Netanyahu reconoció públicamente ayer y que está aprovechando para incrementar la presión sobre Estados Unidos y Occidente.
Tenemos pues que un conflicto como el sirio está siendo utilizado por saudíes e israelíes para desgastar Teherán sin atender a la tragedia humanitaria que conlleva, a los más de 100.000 muertos en dos años y medio, y a los millones de refugiados y desplazados que han tenido que dejar sus casas y sobreviven en una situación muy precaria a la que por el momento no se ve ningún fin.
El reciente cambio de presidente en Teherán ha suscitado ciertas esperanzas en Occidente. Las duras sanciones que debe soportar el régimen islámico, o más exactamente los iraníes corrientes, no han doblegado la política de sus líderes, al menos por ahora. El acercamiento entre iraníes y occidentales tiene que ser recíproco y progresivo pero parece que esto no será posible mientras las administraciones americanas dependan de una manera tan desmesurada y decisiva del lobby judío.
En estas circunstancias, las consecuencias de las negociaciones de Ginebra en lo tocante el futuro de la región son todavía inciertas, pues no resulta razonable pensar que en el caso de Siria, por ejemplo, Teherán vaya a abandonar a su suerte al presidente Bashar al Asad, puesto que eso destrozaría toda la política exterior que los iraníes han apuntalado desde 1979.
Las negociaciones de Ginebra se han interrumpido durante diez días y se reanudarán el 20 de noviembre. El secretario de Estado estadounidense, John Kerry, viaja de nuevo a la región para «tranquilizar» a los países árabes sunníes acerca de las negociaciones, tal y como le ha pedido Israel. Netanyahu y los sunníes están en el mismo barco y todo indica que las potencias occidentales no firmarán con Irán nada que antes no tenga el visto bueno de Israel y sus nuevos aliados.
Fuente original: http://www.publico.es/internacional/481224/iran-y-la-tragica-geopolitica-en-oriente-proximo