«La agonía del régimen» es el título de un reciente artículo de Dolors Comas d’Argemir [DCA], catedrática de antropología social de la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona, pública) y presidenta de la Fundació Nous Horitzons, publicado en la edición de Cataluña de El País [1]. Nous Horitzons, como se recuerda, fue la revista teórica del […]
«La agonía del régimen» es el título de un reciente artículo de Dolors Comas d’Argemir [DCA], catedrática de antropología social de la Universidad Rovira i Virgili (Tarragona, pública) y presidenta de la Fundació Nous Horitzons, publicado en la edición de Cataluña de El País [1]. Nous Horitzons, como se recuerda, fue la revista teórica del PSUC fundada a principios de los años sesenta del pasado siglo. Escrita exclusivamente en catalán como señal de compromiso y resistencia frente a la barbarie político-cultural fascista, estuvo dirigida entre otros por Francesc Vicens, Manuel Sacristán y Joaquim Sempere.
La tesis o una de las tesis centrales del texto de DCA: «se puede ser independentista sin ser nacionalista y ese es el caso de algunos sectores, especialmente de izquierda». Queda claro, qué significa ser independentista en Catalunya en estos momentos y acaso no tanto no ser nacionalista. Pero podemos entendernos, aunque los contornos de la noción no estén siempre bien definidos como suele ocurrir desde luego con muchos conceptos de las ciencias sociales. Nicholas Georgescu-Roegen escribió páginas imborrables al respecto.
Las movilizaciones en Cataluña en favor de la independencia, señala la autora, son la punta del iceberg del profundo deterioro de las instituciones políticas que se construyeron durante la transición-transacción (el añadido es mío). En su opinión, es la tesis tradicional de muchos sectores del PSUC y del PCE, «sirvieron en su momento para construir una democracia representativa y sirvieron también para hacer políticas que sin duda mejoraron la vida de la gente». Dejando aparte lo de democracia realmente representativa (la ley electoral, entre mil cosas más, lo impedía), no está del todo claro que la transición sirviera para hacer políticas que mejorasen la vida de la gente, de la ciudadanía menos favorecida.
Pero ya no es así, prosigue DCA. Las cosas no transitan por ese sendero. Sus razones: el descrédito de la Monarquía, los casos de corrupción (incluida, supongo, la más que extendida en Cataluña y no sólo en estos últimos años) «se han desvelado son tan corrosivos que atacan a la credibilidad de las instituciones». Por si fuera poco, «la frivolidad con que hoy se modifican elementos sustanciales del pacto del 78 a golpe de decreto-ley es pasmosa». Los que se enrocan en la Constitución para negar la posibilidad de que haya una consulta en Cataluña, sostiene DCA, están llevando a cabo al mismo tiempo un verdadero proceso desconstituyente: «destruyendo empleo, expulsando a la gente de sus casas, degradando las relaciones laborales, privatizando la sanidad, rescatando bancos, rebajando las pensiones». Están destrozando el Estado social y amenazando, además, la salud del Estado de derecho. Es imposible para un ciudadano o ciudadana de izquierdas no estar de acuerdo con estas palabras de la presidenta de la fundació Nous Horitzons, recordando que en el desmantelamiento del Estado social al que alude DCA las políticas del gobierno catalán nacionalista de CiU están situadas en lugar destacado. Cataluña, por ejemplo, es la comunidad-nación de Sefarad con mayor número de desahucios: el 23%.
A ello hay que sumar, además, el agotamiento del Estado de las autonomías. Al malestar que sienten todos los españoles ante la crisis económica, moral y democrática, apunta DCA incluyendo supongo también a todos los/as ciudadanos de Sefarad, «se suma el malestar de un pueblo que ve frenadas sus aspiraciones de autogobierno desde unas posiciones inmovilistas y también hostiles por parte de las estructuras del Estado y que el Gobierno del PP agudiza». El modelo se configuró de forma piramidal y, añade, «el Estado, en su actividad legislativa y de gobierno, ha ido laminando competencias de Cataluña. Ha sido incapaz, además, de asumir su carácter plurinacional y plurilingüístico.» No sé si Estado es la noción más adecuada, seguramente sí, pero no es esencial para el comentario. De acuerdo: el Estado laminó competencias de Cataluña y seguramente también de otras comunidades-nacionalidades-naciones del Reino borbónico.
Ante esta situación, señala DCA, Cataluña, no el gobierno catalán o determinadas fuerzas políticas catalanes, sino Cataluña (término que cuesta ver usar en este contexto a alguien que ha destacado no ser nacionalista) optó por profundizar en el autogobierno. La iniciativa no funcionó. Con la sentencia del Tribunal Constitucional, no se refiere DCA a la última, «esta vía se cerró, así, de repente, arbitrariamente, sin valorar sus graves consecuencias». Y pregunta, señalando al tiempo la respuesta: «¿quién levantó la voz en España ante esta agresión, que no era solo contra el pueblo catalán y su Parlamento, sino también contra las propias Cortes españolas?». Es más que probable que DAC piense y crea que nadie pero su creencia está más que falsada. Como se recuerda, fueron numerosas las voces en el ámbito de la izquierda transformadora no catalana las que señalaron la improcedencia e incorreción de la sentencia y el disparate político que representaba todo lo sucedido. Los huracanes se aproximaban.
Se abría de este modo, comenta DAC, «una brecha en el ya deteriorado edificio español hacia una creciente expansión del independentismo», que la autora parece describir como algo natural, olvidándose o no citando las numerosas fuerzas que han alentado la vía con todos sus poderes y medios que no son pocos. El catalanismo, en su opinión, «viene de lejos y actualmente tiene una base cívica más que étnica». El lema «es catalán quien vive y trabaja (o intenta hacerlo) en Cataluña» ha funcionado durante muchos años. No es seguro que funcione ahora para algunos sectores nacionalistas (no hablo obviamente de DCA). En su opinión, se ha conseguido construir en Cataluña una sola comunidad que integra (con inconmensurables diferencias sociales habría que haber añadido) a personas con orígenes e identidades diversas. Unidad y diversidad, remata DCA más que generosamente, forman parte del modelo social existente (creo entender en Catalunya), modelo, en el que, por supuesto, otros rasgos pueden ser señalados en sentido mucho menos armónico. No es el momento y tampoco es esencial para lo discutido.
DCA recuerda que la percepción de una parte de los españoles respecto a Cataluña no es esta. Interesadamente se ha difundido la idea de que existe un conflicto lingüístico permanente. Sin duda, tiene razón, a lo que habría que añadir la imagen más que interesada que en Cataluña se difunde sobre el resto de Sefarad. Ejemplo: el denominado «congreso científico» recientemente celebrado con el título «España contra Cataluña (1714-2014)».
Algunos, prosigue, piensan que se trata de un nacionalismo étnico excluyente, pero en su opinión, la opinión de alguien que dice ser no nacionalista, hoy (vale la pena no olvidar este «hoy»), «predomina un nacionalismo cívico, el basado en valores e instituciones comunes y en que cualquier persona forma parte de la nación con independencia de sus orígenes.» Un nacionalismo cívico que jamás o prácticamente jamás, por ejemplo, se expresa en una de las lenguas mayoritarias en su nación a la que no considera propia ni siquiera vehicular en la enseñanza. Tampoco es esencial aunque algunas aristas etnicistas asomen con frecuencia.
Curiosamente, comenta, «quien hizo gala de un prodigioso etnicismo fue Susana Díaz en su reciente visita a Cataluña». ¿Cómo? «Apelando a los sentimientos de los catalanes nacidos en Andalucía, reclamó: «Que no nos obliguen a escoger nuestra identidad. ¿Si Cataluña se separa, qué les diremos a los catalanes cuyos padres vinieron de fuera: ¿que son hijos de extranjeros?». La presidenta de la Junta, afirma DCA, «no parece ser consciente de que las identidades pueden ser múltiples, cosa que en Cataluña sabemos muy bien porque esto forma parte de nuestra cotidianeidad».
No me toca a mi participar en esta discusión, pero vale la pena retener el nudo de las identidades múltiples y la aseveración, más que generosa y fácilmente falsable, de que en Cataluña se conoce bien esa pluriidentidad sobre todo si incluimos en esa referencia a todos los ciudadanos/as catalanes. Es más que obvio que ese sentimiento de diversidad y multiplicidad está ampliamente alejado de la cosmovisión de muchos sectores nacionalistas independentistas (que no es, ya se ha señalado, la ubicación de DRA). Llisa y llanamente, concluye, el PSC ha importado el lerrouxismo. No entro en la acusación que, en mi opinión, está totalmente infundada si se piensa sobre todo en la totalidad de ese partido sobre cuyas políticas el que suscribe no tiene simpatía alguna.
Cuando se trata el «problema catalán» suele ponerse en primer plano los agravios económicos. Pero no es el caso señala DCA. Hay algo más detrás. ¿Qué? Lo siguiente: «la sentencia del Tribunal Constitucional, las constantes incomprensiones y las provocaciones del Gobierno del PP hacen que la mayor parte del pueblo catalán se sienta herido en su dignidad, pisoteado y humillado. Y ha dicho basta». ¿Y no ocurre lo mismo con el pueblo aragonés, con el vasco, con el gallego, con el madrileño, con el andaluz? ¿No sienten que se ha pisoteado su dignidad? ¿No demostró la gran movilización del 22M la realidad y dimensiones de esa indignidad del gobierno y fuerzas afines? ¿No alimenta por otra parte el gobierno de CiU los nudos básicos de esa agresión antiobrera y antipopular? ¿No hay unión entre pueblos y ciudadanos indignados y maltratados y no hay unión en lo esencial de fuerzas representativas de las clases dominantes hispánicas? La situación, en opinión de DCA, «no es fácil de arreglar, porque atañe a dimensiones muy profundas: es una cuestión de reconocimiento y de dignidad.» ¿Quién puede discrepar de ello? ¿Vale para todos?
Según DCA, se equivocan quienes piensan que el pujante independentismo catalán es una mera expresión de la burguesía o está instrumentalizado por ella. Que sea tan solo una expresión de la burguesía catalana es una cosa, que no está obviamente instrumentalizado por ella es otra. Quiero remarcar, prosigue, «algo que no suele tenerse en cuenta: se puede ser independentista y no ser nacionalista y es el caso de algunos sectores de la sociedad catalana, especialmente de izquierdas. Es insatisfacción, es hartazgo, es haber sobrepasado el límite de lo que se puede soportar». De acuerdo. ¿No es exactamente eso lo que piensan, sienten, creen muchos otros ciudadanos de Sefarad? Insisto: ¿no es el 22M una prueba nítida de ello?
Se trata comenta la profesora de la Rovira i Virgili de «aspirar a un país más democrático, en el que las luchas sociales no sean interferidas por las luchas de banderas, conscientes de que esta es una baza que juega CiU para ocultar sus vergüenzas» (la última afirmación no es mía pero es más que necesario destacarla y no olvidarla). Es una respuesta al hipernacionalismo español, cada vez más agresivo, señala, «que es una verdadera fábrica de independentistas». Pero hablar del hipernacionalismo español, no es equivalente a hablar al hipernacionalismo de todos los españoles o del pueblo español. Tampoco es necesario olvidar el hipernacionalismo no siempre afable de sectores del nacionalismo catalán (que no estoy igualando desde luego).
La cuestión es: admitido básicamente lo anterior, aceptando el hartazgo, el maltrato, la humillación a la que se nos quiere someter, las políticas de destrucción de lo público, el uniformismo del gobierno (copiado a veces, como alumno aventajado, por el gobierno catalán), etc, admitido todo lo anterior: ¿por qué una fuerza de izquierdas tiene que abonar el independentismo en Cataluña, en Euskadi, en Galicia o en Andalucía? ¿Por qué un ciudadano/a de izquierdas no nacionalista que se siente hermanado a otros sectores sociales del resto de Sefarad tiene que ser independentista? ¿Por qué no unimos fuerzas y vínculos, respetando diversidades, como siempre ha defendido la izquierda transformadora internacionalista? ¿Por qué debemos alentar rupturas de demos que abonan separaciones y distancias entre gentes con situaciones y finalidades esencialmente similares? ¿Debemos o no debemos transitar la senda del 22M? ¿Nos sentimos o nos sentimos próximos a Diego Cañamero, a Gamonal, a las marchas verdes de Madrid, al ejemplo de Manuel Cañada, a los trabajadores de Panrico, de la limpieza de Madrid, a los movimientos por la dignidad del conjunto de Sefarad? ¿Son o no son la sal de nuestra tierra?
PS: Hablando de sentencias del Tribunal Constitucional y de temáticas independentistas, tal vez valga la pena recoger algunas afirmaciones muy recientes del profesor Gerardo Pisarello en «Una sentencia innecesaria y ambigua» [2]. Los énfasis son míos.
1. «En el punto más contundente de su decisión, el TC declara inconstitucional y nulo el apartado en el que se dice que «el pueblo de Cataluña tiene la carácter de sujeto político y soberano». En su opinión, esta afirmación supone reconocer a este último el «poder de quebrar […] la indisoluble unidad de la Nación española». La sentencia renuncia, de entrada, a ensayar una concepción actualizada de la soberanía, que permita dar cabida a nociones como la de soberanía compartida. Es más, insiste en que lo que le inquieta de manera especial es que la fórmula esté redactada en presente. Que se diga el pueblo de Catalunya «tiene». Como si se tratara, no de una eventualidad futura, sino un hecho actual, ya efectivo. Esta afirmación parece zanjar la cuestión. Con todo, suscita algún interrogante: si el problema es la redacción en tiempo presente, ¿bastaría con que se dijera que el pueblo de Catalunya «aspira a convertirse en un sujeto soberano» para que la afirmación resulte constitucional?»
2. «El TC […] prefiere separar de modo categórico el derecho de autodeterminación del derecho a decidir. Para ello, se adentra en un camino más ambiguo y opta por un fallo interpretativo. Reconoce la constitucionalidad del derecho a decidir siempre que se ejerza dentro de los cauces legales. Esto exigiría la observancia de un trámite insoslayable: la reforma de la Constitución. Para los analistas más conservadores, este requisito daría por buenas las tesis de la FAES y obligaría a escuchar al conjunto de los españoles antes de cualquier consulta en Catalunya. No obstante, nada en la sentencia sugiere que la reforma constitucional deba ser previa a dicha consulta. Es más, con el texto en la mano, la reforma bien podría concebirse como un último trámite, dirigido a traducir o a reflejar el resultado expresado en las urnas por las ciudadanas y ciudadanos catalanes.» [el énfasis es mío]
3. «Evidentemente, para que esta interpretación jurídica se abriera paso haría falta una voluntad política de la que el actual Gobierno carece. No obstante, el propio TC ha reconocido en varias ocasiones -también en esta sentencia- que esa voluntad política no es simplemente discrecional. Que los poderes públicos tienen un deber constitucional de diálogo, de cooperación, de apoyo y de mutua lealtad. En marzo de 2013, 104 de 135 diputados del Parlamento catalán instaron al Gobierno de la Generalitat a establecer ese diálogo con el Gobierno central para hacer posible la celebración de una consulta que concretara el derecho a decidir. Constitucionalmente, el Gobierno central estaba obligado a favorecer dicha participación (artículos 1.1., 9.2 y 23 entre otros)».
4. «Algunos magistrados del TC, como Enrique López, han declarado que esta sentencia estipula unas reglas «claras, expresas y contundentes» y que cualquier acto que no las siga tendrá «consecuencias». Este tono contrasta con el de la magistrada Encarnación Roca, quien ha emparentado la sentencia con la del Tribunal Supremo de Canadá sobre Quebec y ha dicho que «el derecho a decidir de acuerdo con el principio democrático se puede plantear perfectamente de acuerdo a los procedimientos marcados legalmente». Habrá que ver qué lectura se impone y de qué manera.»
Notas:
[1] http://ccaa.elpais.com/ccaa/2014/03/27/catalunya/1395947003_410188.html
[2] http://blogs.publico.es/no-hay-dere…
Salvador López Arnal es nieto del obrero cenetista, un campesino oscense que vivía y trabajaba en una fábrica de Barcelona (un catalán según la clásica definición que hemos hecho nuestra), asesinado en el Camp de Bota de la millor-botiga-del-món en mayo de 1939 -delito: «rebelión»- José Arnal Cerezuela. Se le recuerda en el Memorial dels Immolats como «Josep Arnau».
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