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Por qué fracasan los esfuerzos de EE.UU. por crear ejércitos extranjeros

Inversiones en ejércitos de pacotilla

Fuentes: TomDispatch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En junio, decenas de miles de miembros de las Fuerzas de Seguridad Iraquíes en la provincia Nineveh al norte de Bagdad colapsaron ante ataques de los combatientes de Estado Islámico (EI o ISIS), abandonando cuatro importantes ciudades a ese movimiento extremista. El colapso fue destacado en los medios de EE.UU., pero no se publicó gran cosa respecto a un análisis constante del papel estadounidense. Hablando francamente, cuando enfrentaron a EI y su banda de irregulares, militares supuestamente profesionales, entrenados y armados por EE.UU., descartaron sus armas y equipamiento, se sacaron sus uniformes, y volvieron a desaparecer en la multitud. Lo que esa conducta no podría haber hecho más claro fue que los esfuerzos estadounidenses por crear un nuevo ejército iraquí, tan cacareados y financiados con unos 25.000 millones de dólares durante los 10 años de la ocupación estadounidense (60.000 millones si se incluyen otros costes de reconstrucción) habían fracasado miserablemente.

Aunque existen análisis razonables de los factores detrás de ese colapso, falta una investigación de por qué los esfuerzos de EE.UU. por crear un ejército iraquí viable (y, por extensión, fuerzas viables de seguridad en Afganistán) se derrumbaron con tanta facilidad. Una pequeña lección de historia es necesaria para comprender lo que sucedió realmente. Hay que comenzar en mayo de 2003 con la decisión de L. Paul Bremer III, el procónsul de EE.UU. en Iraq ocupado y jefe de la Autoridad Provisional de la Coalición (CPA), de desbandar a las aguerridas fuerzas armadas iraquíes. El gobierno de Bush consideró que estaban demasiado influenciadas por Sadam Hussein y su Partido Baaz como para ser una fuerza fiable.

En su lugar, Bremer y su equipo se propusieron crear de la nada nuevas fuerzas armadas iraquíes. Según el periodista Tom Ricks del Washington Post en su best seller Fiasco, esas fuerzas fueron inicialmente concebidas como una pequeña fuerza policial de 30.000-40.000 hombres (sin ninguna fuerza aérea, o más bien con respaldo de la Fuerza Aérea de EE.UU. en un país que los funcionarios estadounidenses esperaban guarnecer con tropas durante décadas). Su principal tarea sería asegurar las fronteras del país sin plantear una amenaza a los vecinos de Iraq o, habría que agregar, a los intereses de EE.UU.

La decisión de Bremer lanzó a las calles de sus ciudades, desocupados, a 400.000 iraquíes con entrenamiento militar, incluyendo todo un cuerpo de oficiales. Era una fórmula para crear una insurgencia. Humillados y amargados, algunos de esos hombres se sumaron posteriormente a varios grupos de resistencia que operaban contra los militares estadounidenses. Más que unos pocos de ellos se unieron a las filas del EI, incluyendo a los máximos niveles de su dirigencia. (El más notorio de estos es Izzat Ibrahim al-Douri, un ex general en el ejército de Sadam quien fue incluido como rey de bastos en la baraja del gobierno de Bush junto a las personalidades más buscadas de Iraq. Ahora se informa que Al-Douri ayuda a coordinar los ataques del EI.)

El Ejército Islámico ha combatido con considerable efectividad, volviendo rápidamente armamento estadounidense y sirio contra sus enemigos, incluyendo piezas de artillería, Humvees, e incluso un helicóptero. A pesar de años de trabajo de consejeros militares de EE.UU. y todos esos miles de millones de dólares invertidos en entrenamiento y equipos, el ejército iraquí no ha combatido bien, o a menudo nada en absoluto. Tampoco, parece, estará dispuesto a hacerlo en el futuro inmediato. El general del Cuerpo de Marines en retiro, John R. Allen, quien jugó un papel clave en la organización, armamento y pago de grupos tribales suníes durante el «Despertar de Anbar», y quien ha sido encargado por el presidente Obama de «coordinar» la última coalición dirigida por EE.UU. para salvar Iraq, ya se ha pronunciado al respecto. Según sus cálculos, incluso con amplio apoyo aéreo de EE.UU. y nuevas infusiones de consejeros y equipamientos estadounidenses, tardará hasta un año antes que el ejército sea capaz de lanzar una campaña para recuperar Mosul, la segunda ciudad por su tamaño del país.

¿Qué anduvo mal? El ejército de EE.UU. cree en poner el resultado final ante todo, tanto que incluso ha convertido la frase [en inglés] en un acrónimo: BLUF. El resultado final en este caso es que, cuando se trata de efectividad militar, lo que importa en última instancia es si un ejército -cualquier ejército- posee espíritu. Llamadlo ímpetu arrollador, una disposición de llevar el combate al enemigo. Los militantes del EI, por lo menos por el momento, tienen claramente esa voluntad; las fuerzas de seguridad iraquíes, entrenadas concienzudamente y financiadas generosamente por el gobierno de EE.UU., no la poseen.

Esto representa un fracaso de primer orden. Por lo tanto aparece la pregunta de los 60.000 millones de dólares: ¿Por qué produjeron los esfuerzos tan sostenidos de EE.UU. frutos tan amargos? La respuesta simple: para que una fuerza ocupante extranjera cree un ejército unido y efectivo a partir de una masa desunida y resentida fue (y sigue siendo) una misión inútil. En realidad, la intervención de EE.UU., ahora como entonces, servirá solo para agravar esa falta de unión, no importa qué nuevos Despertares de Anbar se intenten.

Después del derrocamiento de Sadam en 2003 y el predecible vacío de poder que sobrevino, chocaron facciones etno-religiosas realizando ajustes de cuentas en lo que, a fin de cuentas, fue prácticamente una guerra civil. Mientras tanto, insurgencias tanto suníes como chiíes se alzaron para combatir a los ocupantes estadounidenses. Decisiones erróneas de la CPA de Bremer solo empeoraron las cosas. Profundas divisiones políticas en Iraq nutrieron esas insurgencias, que atacaban a tropas estadounidenses por ser una presencia extranjera. Como reacción, los militares de EE.UU. trataron de apaciguar a los insurgentes, mientras expandían simultáneamente la fuerza policial iraquí. Se comenzó a «establecer» lo que se convertiría en masivas fuerzas de seguridad. Se esperaba que éstas restauraran una apariencia de calma, incluso porque suministraban cobertura para que las tropas estadounidenses se retiraran de un modo cada vez más gradual de las tareas de combate.

Todo sonaba tan razonable y factible que la casi imposibilidad de la tarea eludió a los estadounidenses involucrados. Para comprender por qué la situación era tan irremediable, tratad este experimento mental. Imaginad que estuviésemos en marzo de 1861 en EE.UU. Elegido por una minoría de estadounidenses, Abraham Lincoln no contaba con la confianza de los secesionistas del Sur que buscaban un conjunto separatista de Estados confederados para proteger sus intereses. Imaginad que en ese momento interviniera un imperio extranjero, reemplazando a Lincoln por un dirigente más dócil mientras desbandaba el ejército federal junto a las milicias del Estado debido a que supuestamente no eran de confiar, y establecía sus propias fuerzas, destinadas a apaciguar a un pueblo orientado hacia una violenta guerra civil. Imaginad las probabilidades de «éxito»; imaginad el interminable caos que habría resultado.

Si este escenario parece descabellado, lo mismo vale para la misión militar estadounidense en Iraq. No es sorprendente que, en una empresa tan especulativa y arriesgada, las fuerzas de seguridad resultantes llegaran a ser el equivalente de otros tantos bonos basura. Y cuando llegó la hora de ajustar las cuentas, lo único que quedaba eran legiones ahuecadas.

Un Estado cleptocrático produce militares cleptocráticos

En los militares se llama «informe después de la acción» – un estudio de lo que anduvo mal y lo que se puede aprender, a fin de no repetir los mismos errores. Cuando se habla de la misión de entrenamiento de EE.UU. en Iraq, cuatro lecciones deberían encabezar la lista:

  1. El entrenamiento militar, no importa cuán intensivo, y el armamento, no importa cuán sofisticado y poderoso, no sustituyen la creencia en una causa. Una creencia semejante nutre la cohesión y aumenta el espíritu de combate. El Estado Islámico ha combatido con convicción. El costosamente entrenado y equipado ejército iraní, no la posee. Carece de una causa común. Esto no quiere decir que el EI tenga una causa que sea pura o justa. Por cierto, parece ser una compleja mezcla de fundamentalismo religioso, venganza sectaria, ambición política, y oportunismo a la antigua (incluyendo saqueos, simple y llanamente). Pero hasta ahora la combinación ha resultado ser convincente para sus combatientes, mientras que las fuerzas de seguridad de Iraq parecen estar centradas en poco más que auto preservación.

  2. El entrenamiento militar por sí solo no puede producir lealtad hacia un gobierno disfuncional y desunido incapaz de gobernar efectivamente el país, lo que constituye una descripción razonable del gobierno sectario chií de Iraq. Por lo tanto no debiera ser una sorpresa que, como ha señalado Andrew Bacevich, sus fuerzas de seguridad no obedezcan órdenes. Como los seiscientos de Tennyson, el ejército iraquí no está dispuesto a cabalgar hacia un valle de la muerte siguiendo órdenes de Bagdad. Por cierto, este problema podría ser resuelto mediante la formación de un gobierno iraquí que represente imparcialmente a todas las partes principales en la sociedad iraquí, no solo a la mayoría chií. Pero eso parece ser una posibilidad improbable en este momento. Mientras tanto, una solución que no precisa esta situación es más poder aéreo, armas, consejeros, y entrenamiento estadounidenses. Es algo que ya ha sido intentado – y fracasó.

  3. Un gobierno corrupto y cleptocrático produce un ejército corrupto y cleptocrático. En el índice de percepción de la corrupción 2013 de Transparencia Internacional, Iraq apareció en el puesto 171 entre los 177 países considerados. Y esa podredumbre no puede ser superada con entrenamiento estadounidense, entonces o ahora. De hecho, las fuerzas de seguridad iraquíes reflejan la cleptocracia que sirven; a menudo existen en gran parte solo en el papel. Por ejemplo, antes de la ofensiva de junio del EI, como ha señalado Patrick Cockburn, las fuerzas de seguridad dentro y alrededor de Mosul tenían una fuerza en el papel de 60.000, pero se calcula que solo 20.000 de ellos estaban realmente disponibles para la batalla. Como escribe Cockburn: «Una fuente común de ingreso para oficiales es que los soldados entreguen la mitad de sus salarios a sus oficiales a cambio de quedarse en casa o realizar otro trabajo».

    Cuando preguntó a un general retirado recientemente por qué los militares del país se desvanecieron en junio, Cockburn recibió la siguiente respuesta.

     

    «¡Corrupción! ¡Corrupción! ¡Corrupción! Respondió [el general]: corrupción general había convertido el ejército [iraquí] en un chanchullo y en una oportunidad de inversión en la cual cada oficial tenía que pagar por su puesto. Dijo que la oportunidad para ganar mucho dinero en el ejército iraquí proviene de los consejeros estadounidenses que lo establecieron hace diez años. Los estadounidenses insistieron en que los alimentos y otros suministros debían ser subcontratados a firmas privadas: esto significa inmensas oportunidades para sobornos. Un batallón podía tener una fuerza nominal de seiscientos hombres y su oficial comandante recibiría dinero del presupuesto para pagar por sus alimentos, pero en realidad había solo doscientos hombres en los barracones de modo que podía embolsarse la diferencia. En algunos casos había ‘batallones fantasma’ que no existían en absoluto pero que eran pagados a pesar de ello».

    Solo en fantasías como El señor de los anillos de J.R.R. Tolkien los batallones fantasma juegan un papel en el campo de batalla. Los chanchullos sistémicos y la corrupción rampante pueden ser ocultados en el parlamento, pero no cuando vuelan las balas y fluye la sangre, como probaron los eventos en junio.

    Semejante corrupción no es nada nuevo (o de interés periodístico). En 2006, en su artículo «Porqué Iraq no tiene ejército», James Fallows señaló que los contratos de armas iraquíes estimados en 1.300 millones de dólares perdían 500 millones para «sobornos, comisiones ilícitas, y fraude». En el mismo año, Eliot Weinberger escribiendo en London Review of Books, citó a Sabah Hadum, portavoz del Ministerio del Interior iraquí, quien admitió: «Estamos pagando cerca de 135.000 [salarios de soldados], pero eso no significa necesariamente que 135.000 trabajen realmente». Weinberger vio evidencia de hasta 50.000 «soldados fantasma» o «nombres inventados cuya remuneración es cobrada por oficiales o burócratas [iraquíes].» Contrariamente a la exageración del gobierno de EE.UU., poco cambió entre los esfuerzos de entrenamiento iniciales en 2005 y la actualidad, como Kelley Vlahos señaló recientemente en su artículo «El ejército iraquí que nunca existió».

     

4. La ignorancia estadounidense de la cultura iraquí y un desdén generalizado hacia los iraquíes afectaron los resultados del entrenamiento. Una ignorancia semejante se reflejó en el uso común por soldados estadounidenses del término «hajji», un honorífico reservado para los que habían hecho la peregrinación (o hajj) a la Meca, para cualquier varón iraquí; el desprecio en el uso de términos como «cabeza de trapo», en tiroteos indiscriminados y una conducta abiertamente agresiva, y de un modo más tristemente célebre en los eventos en la prisión Abu Ghrai. Como señaló Douglas Macgregor, un coronel del ejército en retiro, en diciembre de 2004, los generales y políticos de EE.UU. «no consideraron las consecuencias de obligar a soldados estadounidenses sin conocimiento de la cultura arábiga o árabe a implementar medidas intrusivas dentro de una sociedad islámica. Arrestamos a personas delante de sus familias, arrastrándolos con esposas en sus manos y bolsas sobre sus cabezas, y luego no suministramos información a las familias de los encarcelados. Finalmente, nuestros soldados mataron, mutilaron, y encarcelaron a miles de árabes. Un 90 por ciento no eran enemigos. Pero lo son ahora. Ese desdén era compartido por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, quien escogió una metáfora de padre e hijo, maestro y neófito, para describir el «progreso» de la ocupación. Hablaba condescendientemente de la necesidad de sacar las «ruedas de entrenamiento» de la bicicleta iraquí del Estado y dejar que los iraquíes pedaleen por sí mismos. Una década después, el general Allen mostró una actitud paternalista semejante en un artículo que escribió llamando a destruir el Estado Islámico. Para él, la población de Iraq son «pobres almas ignorantes», que a pesar de ello pueden servir adecuadamente al poder de EE.UU. como «tropas en el terreno». En traducción eso significa que pueden absorber balas y convertirse en víctimas, mientras EE.UU. suministra consejos y apoyo aéreo. En la visión del general -que tenía déjà vu garabateado por todas partes- los consejeros estadounidenses debían «orquestar» futuros ataques contra el EI, mientras las fuerzas de seguridad iraquíes aprendían cómo seguir obedientemente a esos conductores.

La mezcla común de autosuficiencia y paternalismo revelada por Allen no promete nada bueno para futuras operaciones contra el Estado Islámico.

¿Y ahora?

Viene a la mente la triste sabiduría del soldado Hudson en la película Alien. «Simplemente escapemos rápidamente y digamos ‘basta’, ¿OK? ¿Para qué estamos hablando de esto?»

Por desgracia, nadie en el gobierno de Obama alberga sentimientos semejantes por el momento, a pesar del hecho de que el EI no representa realmente un peligro claro y presente para la «patria». La opción de escapar rápidamente ha sido, de hecho, ensayada y probada en Vietnam. Después de 1973, EE.UU. finalmente abandonó su desastrosa guerra en ese país y, en 1975, Vietnam del Sur cayó frente al enemigo. Fue un lío y representó una verdadera derrota – pero no menos que si los militares estadounidenses hubieran vuelto a intervenir en 1975 para «salvar» a sus aliados sudvietnamitas con más armamento, dinero, soldados, y bombardeos. Desde entonces, los vietnamitas se las han arreglado para decidir su propio camino sin nada de esto y casi 40 años después, EE.UU. y Vietnam se encuentran informalmente aliados contra China.

Para muchos estadounidenses, el EI parece ser la última versión islámica de la antigua amenaza comunista – un conjunto maléfico que debe ser perseguido y destruido. Esto, por supuesto, es algo que EE.UU. probó en la región primero contra Sadam Hussein en 1991 y de nuevo en 2003, luego contra diversas insurgencias suníes y chiíes, y ahora contra el Estado Islámico. En vista del paradigma -una amenaza para nuestro modo de vida- irse nunca es una opción, aunque podría eliminar la carta «Satán Estadounidense» del naipe de propaganda del EI. Irse significa abandonar mucho derramamiento de sangre y muchos actos sombríos. Es duro, lo sé, pero ¿es mucho más duro que incesantes bombardeos dirigidos por EE.UU., el compromiso de más «consejeros» estadounidenses y dinero y armas, y aún más generales estadounidenses posando como conductores de los asuntos iraquíes? Con, por supuesto, los resultados usuales.

Una cosa es obvia: los ejércitos extranjeros en los que EE.UU. invierte tanto dinero, tiempo y esfuerzo entrenando y equipando no actúan como si los enemigos de EE.UU. fueran sus propios enemigos. Contrariamente a la conducta predicha por Donald Rumsfeld, cuando EE.UU. saca esas «ruedas de entrenamiento» de las fuerzas armadas de sus clientes, estos pedalean furiosamente (cuando llegan a pedalear) en direcciones totalmente inesperadas por, y a menudo indeseables para, sus pagadores estadounidenses.

Y si esa no es una clara señal del fracaso de la política exterior de EE.UU., no sé qué lo es.

Teniente coronel reirdo de la Fuerza Aérea de EE.UU. y profesor de historia, William Astore es un colaborador regular de TomDispatch. Edita el blog The Contrary Perspective.

Fuente: http://www.tomdispatch.com/blog/175907/