Jueves 24 de junio de 2021, dos hechos significativos ocurren en Estados Unidos protagonizados por el nuevo presidente Joe Biden.
El primero es la presentación de uno de sus puntos clave de la legislatura, el plan de infraestructuras, acordado en el Senado con sus rivales republicanos, para desarrollar y renovar la red de comunicaciones físicas, es decir, carreteras, ferrocarriles y redes de comunicaciones. Políticas que pesan, alrededor del billón de dólares en cinco años. Una cantidad que es la mitad de la prevista tras el acuerdo con el GOP, que ha impuesto también que la subida de impuesto de sociedades previsto por Biden, del 21% al 28%, sea más mesurada. Un acuerdo con la oposición que aunque reduce las intenciones del presidente convierte unas de sus medidas estrella en política de Estado, intención nacional: los Estados Unidos se mueven en una dirección tras la tormenta trumpista.
Además de este plan de infraestructuras, que afectará a temas tan dispares como la sustitución de los tradicionales autobuses escolares por vehículos eléctricos o el refuerzo de la protección contra los ciberataques, el plan tendrá un impacto al alza en el empleo según la Administración Biden, que tiene además prevista la creación de un plan específico para el trabajo y un plan de ayuda a las familias, dotados con cuatro billones de dólares. El mismo jueves, en una conferencia de prensa, el presidente mandó un contundente mensaje a los empresarios que se quejaban por la escasez de mano de obra: «pagadles más», dijo en en tono susurrante, se diría que incluso irónico. «La mayor competencia entre empresarios da a los estadounidenses mayor dignidad y respeto en el lugar de trabajo», añadió.
Recapitulemos. Biden, en un sólo día, aprueba, con el beneplácito de la oposición, un plan de intervención económica estatal en obras públicas y, además, se permite decir a los empresarios que la base para el desarrollo es tener contentos a los trabajadores. Por bastante menos de esto, a Sanders, al británico Corbyn, a cualquier presidente de la izquierda latinoamericana o a la española Yolanda Díaz, se les ha tachado de populistas destructores de la libertad y la economía. Qué está pasando realmente, ¿es Biden un comunista disfrazado de liberal? ¿Por qué a pesar de que pide más a los empresarios su administración no ha aumentado el salario mínimo federal tal y como prometió en campaña? ¿Es una campaña de imagen o hay un sustrato real en el cambio? Primero un dato antes de seguir adelante: China gasta tres veces más en infraestructuras que Estados Unidos, que hasta ahora ocupaba tan sólo un 0,7% de su PIB en la tarea, mientras que en los años sesenta empleaba un 2,7%.
Hagamos un aparte en esta historia y viajemos a España, en estos momentos inmersa de nuevo en el conflicto con Cataluña, una de esas pugnas que marcan cuando un país, que una vez formó parte de un imperio, vive de espaldas al mundo. El Gobierno ha aprobado el indulto para los políticos catalanes que permanecían encarcelados tras el pronunciamiento independentista de octubre de 2017. La derecha y los ultras han montado en cólera, iniciando una campaña para revertir esta conmutación de la pena y encender a sus bases con teorías conspirativas: cabe la duda de si los indultos ayudarán a desbloquear el conflicto, es falso que el presidente Pedro Sánchez pretenda un complot con los independentistas catalanes para destruir España. El presidente de la máxima confederación empresarial, Antonio Garamendi, se declara favorable a los indultos en un acto en Barcelona. Recibe presiones, insultos y amenazas, hasta tal punto que rompe a llorar, una semana más tarde, en un acto público de su organización. ¿Pretende Garamendi romper España? ¿Es también comunista como Biden? ¿Se ha vuelto el mundo loco y la izquierda y los empresarios se han vuelto aliados? Quédense con una palabra antes de continuar: estabilidad.
Si en 2021, tras un año y medio de pandemia, hay una amenaza clara al actual sistema socio-económico, esa es la incertidumbre. No se pueden hacer negocios, no se puede desarrollar un país, no se puede planificar una vida, mientras que el contexto sea de permanente agitación y conflicto.
El insignificante incidente en España, la sustancial reforma económica propuesta por Biden, aún siendo dispares en lugar y características, nos dicen algo muy concreto: si en 2021, tras un año y medio de pandemia, hay una amenaza clara al actual sistema socio-económico, esa es la incertidumbre. No se pueden hacer negocios, no se puede desarrollar un país, no se puede planificar una vida, mientras que el contexto sea de permanente agitación y conflicto. Por eso los empresarios españoles apoyan una medida que pretende reducir el ruido en el país ibérico, aún seguramente estando en contra de sus inclinaciones ideológicas, saben que se necesita algo de sosiego. Por eso el Partido Republicano apoya a Biden en sus planes de reconstrucción, porque además del asunto en sí mismo, se necesita expurgar el fantasma de Trump de la política estadounidense, esto es, tipos con cuernos asaltando el capitolio y un país en el que el enfrentamiento civil empezaba a ser preocupante. Si quieren hablen de una vuelta de la democracia tranquila, de altos principios morales, si quieren piensen que no hay manera de hacer negocio entre el incendio.
Pero además de la estabilidad política hay que buscar la estabilidad social, y eso no se consigue dejando a la economía a su libre albedrío, es decir, bajo el único arbitrio de los intereses de Wall Street. Tampoco sometiendo el juego político a las políticas identitarias, especialmente en el campo progresista, aunque fomentadas como reverso mediante la «incorrección» desde el campo conservador. Algo señalado por el propio Barack Obama en diferentes ocasiones ya como expresidente, hecho que el Washington Post sintetizó al asumir que Obama había pasado «de restar importancia a las políticas de identidad a reconocer la prevalencia del tribalismo». Si al final el escenario político se decide en cómo debemos hablar en vez de qué es lo que vamos a hacer, la balanza acaba escorándose hacia el lado del populismo reaccionario que se mueve mejor en las batallas culturales, ya que le sirven para ocultar su agenda.
¿Cuál es entonces la agenda de Biden, una que se va extendiendo poco a poco a lo largo de su esfera de influencia? Estabilidad y desarrollo, como hemos visto, primero para evitar el enemigo interno, pero sobre todo para poder competir con el adversario externo, China, uno que les ha tomado una ventaja que empieza a ser notoria. China no sólo invierte más en aquellos aspectos que de verdad importan para el desarrollo de un país, sino que invierte de una forma más efectiva, tanto en la ejecución de lo presupuestado como en la planificación del camino emprendido. Mientras que Estados Unidos ha pasado los últimos años pendiente de un muro, China ha aumentado su influencia en África y Latinoamérica, no tirando bombas ni conspirando golpes de Estado, sino con políticas de cooperación. Mientras que Estados Unidos ha perdido la brújula entre un progresismo identitario y una extrema derecha atroz, el Partido Comunista ha seguido con sus planes quinquenales.
Lo neoliberal, lo especulativo, han pasado de ser una máquina de creación de pobreza de la mayoría y beneficio de las élites, a situarse como un peligro real para la propia estabilidad tanto del capitalismo como de la democracia liberal.
Pero, más allá de estos últimos años de inestabilidad del trumpismo, hay una corriente de fondo que, paradójicamente, fue celebrada erróneamente en su contexto histórico. La caída de la URSS, una voladura interna, otorgó al neoliberalismo y a Reagan un aura de infalibilidad, también a sus políticas económicas, olvidando las reales y magnificando las declaradas. La reaganomics pasó por una desregulación de los mercados financieros, algo cierto, pero se olvida a menudo que tuvo también un fuerte componente intervencionista en campos como la industria militar o el desarrollo de lo digital: la impostura de que Silicon Valley se creó en un garaje fue un estupendo ardid publicitario neoliberal. Sin embargo, creerte tus propias mentiras al final ha acabado envenenando a EEUU.
Mientras que China es un país-civilización, que piensa a largo plazo pero se basa, según la doctrina actual del PCCh, no sólo en el socialismo sino en el pensamiento tradicional filosófico chino, Estados Unidos es un país que perdió en estas últimas décadas cualquier conexión con su historia reciente. Incluso con el New Deal de Roosevelt, siendo abandonada su economía a la acracia del beneficio privado, que buscó en la explotación interna y el expolio externo sus formas de avanzar. Lo neoliberal, lo especulativo, han pasado de ser una máquina de creación de pobreza de la mayoría y beneficio de las élites, a situarse como un peligro real para la propia estabilidad tanto del capitalismo como de la democracia liberal.
Es sobre este hecho, que nunca será reconocido en público, donde opera la estrategia que mueve a la administración Biden. Se está volviendo al intervencionismo económico, lo cual no significa que esté volviendo al New Deal o reconstituyendo una especie de socialdemocracia a la norteamericana. Y este es el punto fundamental donde la izquierda, ahora estupefacta, debe empezar a basar su análisis y acción. Se crearán puestos de trabajo y se recuperará algo de estabilidad sistémica, pero los resortes, tanto políticos como económicos, seguirán quedando al margen de la voluntad popular. Más allá, de hecho, la política exterior estadounidense seguirá siendo agresiva tanto hacia China como hacia Rusia, a través del manejo de una Unión Europea. Una Unión que se debate entre dos aguas, dando importantes estímulos con el plan Next Generation, uno con una dotación menor que el plan de infraestructuras de Biden, pero a la vez condicionando el crecimiento a la obsesiva contención del gasto alemana.
Los tiempos están cambiando, la pandemia ha sido el detonante, pero ya estábamos al final de algo antes de la llegada del virus. Un nuevo contexto donde quien más rápido se adapte podrá encarar los próximos cincuenta años como líder mundial. Estados Unidos y China parten como favoritos: el primero intentando recuperar el pulso perdido, la segunda asumiendo que en estos momentos es ya un referente internacional. ¿Y la Unión Europea y Rusia? ¿Por qué pugnan? ¿A quién favorece su enemistad? ¿Se pueden permitir volver a repetir los errores de la Guerra Fría, configurando un bloque atlantista en vez del natural bloque euroasiático? Aunque todo indica lo contrario, más les valdría a Moscú y Bruselas encontrar puntos de desarrollo común en los próximos años.
Fuente: https://actualidad.rt.com/opinion/daniel-bernabe/396124-biden-sintoma-cambio-analizar