Recomiendo:
1

Confiar solo en los «Cinco Ojos»

Fuentes: Voces del Mundo

Allá donde viaja por el mundo, el presidente Biden ha tratado de proyectar a Estados Unidos como el líder rejuvenecido de una amplia coalición de naciones democráticas que tratan de defender el «orden internacional basado en normas» frente a las invasiones de potencias autocráticas hostiles, especialmente China, Rusia y Corea del Norte. «Creamos la OTAN, la mayor alianza militar de la historia del mundo», dijo a los veteranos del Día D en Normandía (Francia) el 6 de junio. «Hoy… la OTAN está más unida que nunca y aún más preparada para mantener la paz, disuadir la agresión y defender la libertad en todo el mundo».

En otros foros, Biden ha destacado repetidamente los esfuerzos de Washington por incorporar al «Sur Global» -las naciones en desarrollo de África, Asia, América Latina y Oriente Medio- precisamente a una coalición de base amplia liderada por Estados Unidos. En la reciente cumbre del G7 de las principales potencias occidentales en el sur de Italia, por ejemplo, respaldó medidas supuestamente diseñadas para comprometer a esos países «en un espíritu de asociación equitativa y estratégica».

Pero toda su retórica al respecto apenas oculta una realidad ineludible: Estados Unidos está más aislado internacionalmente que en ningún otro momento desde que terminó la Guerra Fría en 1991. Además, depende cada vez más de un estrecho grupo de aliados, todos ellos de habla inglesa y pertenecientes a la diáspora colonial anglosajona. Rara vez mencionada en los medios de comunicación occidentales, la anglosajonización de la política exterior y militar estadounidense se ha convertido en un rasgo distintivo -y provocador- de la presidencia de Biden.

El creciente aislamiento de Estados Unidos

Para hacerse una idea del aislamiento de Washington en los asuntos internacionales, basta con considerar la reacción del resto del mundo ante la postura de su administración en las guerras de Ucrania y Gaza.

Tras la invasión rusa de Ucrania, Joe Biden trató de presentar el conflicto como una lucha heroica entre las fuerzas de la democracia y el puño brutal de la autocracia. Pero, aunque en general consiguió que las potencias de la OTAN apoyaran a Kiev -convenciéndolas de que proporcionaran armas y entrenamiento a las asediadas fuerzas ucranianas, al tiempo que reducían sus vínculos económicos con Rusia-, fracasó en gran medida a la hora de ganarse al Sur Global o de conseguir su apoyo para boicotear el petróleo y el gas natural rusos.

A pesar de lo que debería haber sido una lección premonitoria, Biden volvió a recurrir a la misma retórica universalista en 2023 (y también este año) para recabar el apoyo mundial a Israel en su campaña para aniquilar a Hamás tras la devastadora matanza de ese grupo el 7 de octubre. Pero, para la mayoría de los líderes no europeos, su intento de presentar el apoyo a Israel como una respuesta noble resultó totalmente insostenible una vez que ese país lanzó su invasión a gran escala de Gaza y comenzó la matanza de civiles palestinos. Para muchos de ellos, las palabras de Biden parecían pura hipocresía dado el historial de Israel de violación de las resoluciones de la ONU relativas a los derechos legales de los palestinos en Cisjordania y su destrucción indiscriminada de hogares, hospitales, mezquitas, escuelas y centros de ayuda en Gaza. En respuesta al continuo apoyo de Washington a Israel, muchos líderes del Sur Global han votado en contra de las medidas de Estados Unidos relacionadas con Gaza en la ONU o, en el caso de Sudáfrica, han demandado a Israel ante la Corte Internacional de Justicia por detectadas violaciones de la Convención sobre el Genocidio de 1948.

Ante tal adversidad, la Casa Blanca ha trabajado incansablemente para reforzar sus alianzas existentes, al tiempo que intentaba establecer otras nuevas siempre que era posible. Compadezcamos al pobre secretario de Estado, Antony Blinken, que ha realizado interminables viajes a Asia, África, Europa, América Latina y Oriente Medio para tratar de conseguir apoyos para las posiciones de Washington, con escasos resultados.

He aquí la realidad de este momento nada estadounidense: como potencia mundial, Estados Unidos cuenta con un número cada vez menor de aliados cercanos y fiables, la mayoría de los cuales son miembros de la OTAN, o países que dependen de Estados Unidos para su protección nuclear (Japón y Corea del Sur), o son principalmente anglófonos (Australia y Nueva Zelanda). Y a la hora de la verdad, los únicos países en los que Estados Unidos realmente confía son los «Cinco Ojos».

Solo para sus ojos

Los «Cinco Ojos» (FVEY, por sus siglas en inglés) son un club de élite de cinco países de habla inglesa -Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Reino Unido y Estados Unidos- que han acordado cooperar en asuntos de inteligencia y compartir información de alto secreto. Todos ellos se adhirieron a lo que en un principio fue el Acuerdo bilateral UKUSA, un tratado de 1946 para la cooperación secreta entre ambos países en lo que se denomina «inteligencia de señales», es decir, datos recogidos por medios electrónicos, como la intervención de líneas telefónicas o la escucha de comunicaciones por satélite. (El acuerdo se modificó posteriormente para incluir a las otras tres naciones.) Casi todas las actividades de los Cinco Ojos se llevan a cabo en secreto, y su existencia ni siquiera se dio a conocer hasta 2010. Se podría decir que constituye el club de naciones más secreto y poderoso del mundo.

Los orígenes de los Cinco Ojos se remontan a la Segunda Guerra Mundial, cuando los descifradores de códigos estadounidenses y británicos, entre ellos el famoso teórico de la informática Alan Turing, se reunieron en secreto en Bletchley Park, el centro británico de descifrado de códigos, para compartir la información obtenida al descifrar el código «Enigma» alemán y el código «Púrpura» japonés. Esta relación secreta, que en un principio fue informal, se formalizó en el Acuerdo de Inteligencia de Comunicaciones británico-estadounidense de 1943 y, una vez finalizada la guerra, en el Acuerdo UKUSA de 1946. Este acuerdo permitía el intercambio de señales de inteligencia entre la Agencia de Seguridad Nacional (NSA, por sus siglas en inglés) y su equivalente británico, el Cuartel General de Comunicaciones del Gobierno (GCHQ, por sus siglas en inglés), un acuerdo que persiste en la actualidad y que sustenta lo que se conoce como la «relación especial» entre ambos países.

Más tarde, en 1955, en plena Guerra Fría, ese acuerdo de intercambio de inteligencia se amplió para incluir a esos otros tres países de habla inglesa: Australia, Canadá y Nueva Zelanda. Para el intercambio de información secreta, se colocó entonces la clasificación «AUS/CAN/NZ/UK/US EYES ONLY» en todos los documentos que compartían, y de ahí surgió la etiqueta «Five Eyes» (Cinco Ojos). Desde entonces, Francia, Alemania, Japón y algunos otros países han intentado entrar en ese exclusivo club, pero sin éxito.

Aunque en gran medida se trata de un artefacto de la Guerra Fría, la red de inteligencia de los Cinco Ojos continuó operando justo en la era posterior al colapso de la Unión Soviética, espiando a grupos islámicos militantes y a líderes gubernamentales en Oriente Medio, al tiempo que escuchaba a escondidas las actividades empresariales, diplomáticas y militares chinas en Asia y en otros lugares. Según el excontratista de la NSA Edward Snowden, estos esfuerzos se llevaron a cabo en el marco de programas especializados de alto secreto como Echelon, un sistema para recopilar datos empresariales y gubernamentales de las comunicaciones por satélite, y PRISM, un programa de la NSA para recopilar datos transmitidos a través de Internet.

Como parte de ese esfuerzo de los Cinco Ojos, Estados Unidos, el Reino Unido y Australia mantienen conjuntamente una controvertida instalación de recopilación de información altamente secreta en Pine Gap (Australia), cerca de la pequeña ciudad de Alice Springs. Conocida como Joint Defence Facility Pine Gap (JDFPG), está dirigida en gran parte por la NSA, la CIA, el GCHQ y la Organización Australiana de Inteligencia de Seguridad. Su principal objetivo, según Edward Snowden y otros denunciantes, es espiar las comunicaciones por radio, teléfono e Internet en Asia y Oriente Próximo y compartir esa información con los servicios de inteligencia y militares de los Cinco Ojos. Desde que se inició la invasión israelí de Gaza, también se dice que está recopilando inteligencia sobre las fuerzas palestinas en Gaza y compartiendo esa información con el ejército israelí. Esto, a su vez, provocó una serie de protestas poco frecuentes en la remota base cuando, a finales de 2023, docenas de activistas propalestinos intentaron bloquear la carretera de entrada a las instalaciones.

En otras palabras, la colaboración de los Cinco Ojos sigue siendo tan sólida como siempre. Como para señalar este hecho, el director del FBI, Christopher Wray, ofreció un raro reconocimiento de su existencia en octubre de 2023, cuando invitó a sus homólogos de los países de la FVEY a unirse a él en la primera Cumbre de Seguridad sobre Tecnología Emergente e Innovación Segura en Palo Alto, California, una reunión de funcionarios empresariales y gubernamentales comprometidos con el progreso de la inteligencia artificial (IA) y la ciberseguridad. Hacerlo público, además, era una forma de normalizar la asociación de los Cinco Ojos y destacar su importancia duradera.

Solidaridad anglosajona en Asia

La preferencia de la administración Biden por apoyarse en los países anglosajones para promover sus objetivos estratégicos ha sido especialmente llamativa en la región Asia-Pacífico. La Casa Blanca ha dejado claro que su principal objetivo en Asia es construir una red de Estados amigos de Estados Unidos comprometidos con la contención del ascenso de China. Así se explicó, por ejemplo, en la Estrategia Indo-Pacífica de Estados Unidos de 2022. Citando la flexión muscular de China en Asia, pedía un esfuerzo común para resistir el «acoso de los vecinos del este y el sur de China» por parte de ese país y proteger así la libertad de comercio. «Un Indo-Pacífico libre y abierto sólo puede lograrse si construimos una capacidad colectiva para una nueva era», afirmaba el documento. «Perseguiremos esto a través de un entramado de coaliciones fuertes que se refuercen mutuamente».

Ese «entramado», indicaba, se extendería a todos los aliados y socios estadounidenses de la región, incluidos Australia, Japón, Nueva Zelanda, Filipinas y Corea del Sur, así como a las partes europeas amigas (especialmente Gran Bretaña y Francia). Cualquiera que esté dispuesto a ayudar a contener a China, parece decir el mantra, es bienvenido a unirse a esa coalición liderada por Estados Unidos. Pero si se mira de cerca, el renovado protagonismo de la solidaridad anglosajona se hace cada vez más evidente.

De todos los acuerdos militares firmados por la administración Biden con los aliados de Estados Unidos en el Pacífico, ninguno se considera más importante en Washington que AUKUS, un acuerdo de asociación estratégica entre Australia, el Reino Unido y Estados Unidos. Anunciado por los tres Estados miembros el 15 de septiembre de 2021, contiene dos «pilares» o áreas de cooperación: el primero centrado en la tecnología de submarinos y el segundo en IA, armas autónomas y otras tecnologías avanzadas. Al igual que en el acuerdo FVEY, ambos pilares implican intercambios de datos clasificados de alto nivel, pero también incluyen un sorprendente grado de cooperación militar y tecnológica. Y nótese lo obvio: no existe un acuerdo estadounidense equivalente con ningún país asiático de habla no inglesa.

Consideremos, por ejemplo, el acuerdo sobre submarinos Pillar I. Según el acuerdo actual, Australia irá retirando gradualmente su flota de seis submarinos diésel y adquirirá de tres a cinco submarinos nucleares (SSN) de la clase Los Angeles, fabricados en Estados Unidos, mientras trabaja con el Reino Unido en el desarrollo de una nueva clase de submarinos, los SSN-AUKUS, propulsados por un sistema de propulsión nuclear de diseño estadounidense. Sin embargo, para poder participar, los australianos tuvieron que desechar un acuerdo de 90.000 millones de dólares con una empresa de defensa francesa, lo que supuso una grave ruptura de las relaciones franco-australianas y demostró, una vez más, que la solidaridad anglosajona está por encima de cualquier otra relación.

Ahora, con los franceses fuera de juego, Estados Unidos y Australia siguen adelante con sus planes para construir esos SSN de clase Los Ángeles, una empresa multimillonaria que requerirá que oficiales navales australianos estudien la propulsión nuclear en Estados Unidos. Cuando finalmente se boten los submarinos (posiblemente a principios de la década de 2030), los submarinistas estadounidenses navegarán con los australianos para ayudarles a adquirir experiencia con esos sistemas. Mientras tanto, los contratistas militares estadounidenses trabajarán con Australia y el Reino Unido en el diseño y la construcción de un submarino de nueva generación, el SSN-AUKUS, que se supone estará listo en la década de 2040. Los tres socios de AUKUS también establecerán una base conjunta de submarinos cerca de Perth, en Australia Occidental.

El Pillar II de AUKUS ha recibido mucha menos atención mediática, pero no por ello es menos importante. Prevé la cooperación científica y técnica de Estados Unidos, Gran Bretaña y Australia en tecnologías avanzadas, como la inteligencia artificial, la robótica y la hipersónica, con el fin de mejorar las futuras capacidades militares de los tres países, incluido el desarrollo de submarinos robot que podrían utilizarse para espiar o atacar buques y submarinos chinos.

Aparte del extraordinario grado de cooperación en tecnologías militares sensibles -mucho mayor que el que Estados Unidos mantiene con cualquier otro país-, la asociación a tres bandas representa también una importante amenaza para China. La sustitución de los submarinos de propulsión diésel por submarinos de propulsión nuclear en la flota australiana y el establecimiento de una base conjunta de submarinos en Perth permitirán a los tres socios de AUKUS realizar patrullas submarinas mucho más largas en el Pacífico y, si estallara una guerra, atacar buques, puertos y submarinos chinos en toda la región. Estoy seguro de que no les sorprenderá saber que los chinos han denunciado repetidamente este acuerdo, que representa una amenaza potencialmente mortal para ellos.

Consecuencias imprevistas

No es de extrañar que la administración Biden, enfrentada a una creciente hostilidad y aislamiento en la escena mundial, haya optado por reforzar aún más sus lazos con otros países anglófonos en lugar de realizar los cambios políticos necesarios para mejorar las relaciones con el resto del mundo. La administración sabe exactamente lo que tendría que hacer para empezar a lograr ese objetivo: interrumpir las entregas de armas a Israel hasta que cesen los combates en Gaza; ayudar a reducir la onerosa carga de la deuda de tantos países en desarrollo; y promover la seguridad alimentaria y del agua, y otras medidas para mejorar la vida en el Sur Global. Sin embargo, a pesar de las promesas de adoptar precisamente esas medidas, el presidente Biden y sus principales responsables de política exterior se han centrado en otras prioridades -el cerco a China por encima de todo-, mientras que la inclinación a apoyarse en la solidaridad anglosajona no ha hecho más que crecer.

Sin embargo, al reservar los abrazos más cálidos de Washington para sus aliados anglosajones, la administración ha estado creando en realidad nuevas amenazas para la seguridad de Estados Unidos. Muchos países de zonas en disputa en el emergente tablero geopolítico, especialmente en África, Oriente Medio y el Sudeste Asiático, estuvieron en el pasado bajo dominio colonial británico, por lo que cualquier cosa que se parezca a una posible restauración neocolonial Washington-Londres les resultará exasperante. Añádase a eso la inevitable propaganda de China, Irán y Rusia sobre un nexo imperial anglosajón en desarrollo y se tendrá una receta obvia para un descontento global generalizado.

No cabe duda de que es conveniente utilizar el mismo lenguaje a la hora de compartir secretos con tus aliados más cercanos, pero ése no debería ser el factor decisivo a la hora de configurar la política exterior de esta nación. Si Estados Unidos quiere prosperar en un mundo cada vez más diverso y multicultural, tendrá que aprender a pensar y actuar de una forma mucho más multicultural, y eso debería incluir la eliminación de cualquier vestigio de una alianza de poder mundial exclusivamente anglosajona.

Michael T. Klare, colaborador habitual de TomDispatch, es profesor emérito de estudios sobre la paz y la seguridad mundial en el Hampshire College y miembro visitante de la Arms Control Association. Es autor de 15 libros, el último de los cuales es All Hell Breaking Loose: The Pentagon’s Perspective on Climate Change.

Texto original: TomDispatch.com, traducido del inglés por Sinfo Fernández.

Fuente: https://vocesdelmundoes.com/2024/07/07/confiar-solo-en-los-cinco-ojos/