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Algunas riesgosas interpretaciones acerca de un impredecible Donald Trump

Fuentes: Rebelión

En un acto de campaña realizado el pasado mes de septiembre el ahora presidente electo llegó a afirmar que si llegaba a nuevamente a la Casa Blanca expulsaría “a los belicistas de nuestro Estado de Seguridad Nacional y llevaré a cabo una limpieza muy necesaria del complejo militar industrial para detener la especulación con la guerra y poner siempre a Estados Unidos en primer lugar”

Primero tomemos nota, pero echemos a un lado algunos estereotipos habituales y certezas sobre este personaje:

El presidente estadounidense Donald J. Trump es justamente blanco universal de críticas y rechazo, no solo por ser un personaje extravagante, un fanfarrón impulsivo, dado a la confrontación como estilo político y con ciertos procederes tipo mafioso, un demagogo quien en cada declaración acude sin pudor a mentiras y exabruptos verbales. Buena parte de las políticas que propugna o ejecuta también justifican ese rechazo, sobre todo a ojos de un observador externo.

Pero se trata de un empresario exitoso y sin antecedentes en la política, ajeno a los ámbitos convencionales de la misma hasta fecha relativamente reciente en que se ha revelado como un político hábil. Se trata, en definitiva, de un hombre del sistema, con respaldo de grandes magnates conservadores y de muy extendidas redes de agrupaciones de derecha en todo el país y, ciertamente con bases de apoyo en las zonas rurales. Aun así, parece una figura cuyo trasfondo es bastante difícil de atrapar a plenitud, de describir con precisión.

La exitosa emergencia de Trump coincidió y se asienta en el surgimiento, que ya se producía en Estados Unidos, de fuertes movimientos conservadores de base popular sobre los cuales, con su decisivo impulso y empoderamiento político, y sus enfáticas consignas nacionalistas, se han conformado las sólidas bases del llamado Trumpismo

Logró la presidencia en 2016 y nuevamente en 2024 tras desplegar una eficaz campaña, acaparó titulares, fue siempre centro del debate y dio muestras de gran capacidad para manipular los resentimientos y temores de millones, incluyendo sectores de la clase trabajadora blanca que se sienten víctimas de la globalización.

Habría mucho que decir o especular acerca de la que podría ser su política exterior y su reacción ante los muchos conflictos en el mundo de hoy. No obstante, aquí nos referiremos a los obstáculos que deberá enfrentar para imponer –como desea-, sus reglas de juego en el espacio institucional interno, y que le permita llevar adelante sus planes de gobierno.

Al margen de lo que los electores sientan acerca de él personalmente, los votantes de ambos lados del espectro político reconocen que ser quien siempre ha sido fue una fuerza impulsora en su victoria electoral. Según estudiosos de la coyuntura, Trump ya no es tan tóxico culturalmente como lo fue la primera vez. A muchos estadounidenses les gusta que sea indecoroso y muchos de sus defectos personales, que alguna vez se consideraron una desventaja, se convirtieron en parte de su fortaleza.

Esta vez ganó las elecciones con la mayoría del voto popular y, al prevalecer en su triunfo en el mayor número de los estados de la Unión, le permitió obtener el triunfo en el definitorio Colegio Electoral.

Para mejor entender al personaje se requiere redimensionar de qué Estados Unidos estamos hablando hoy, sobre todo los cambios acaecidos en su realidad doméstica. Una vez más las elecciones en Estados Unidos se vuelven como recordatorios de la existencia de viejos problemas, de comunidades segregadas sin experiencias compartidas, de las fracturas que atraviesan a la sociedad, pero es indudable que el pueblo estadounidense no ha elegido a quien puede sanarlas, si es que ello fuera posible.

El papel y la irrupción de Donald Trump en la política estadounidense en los últimos diez años puede analizarse tomando como centro, bien su figura, su personalidad o bien considerando el momento que vive el país, sus muy serias fracturas sociales y políticas, así como, en general, el contexto y búsqueda – por parte de la elite dominante – de una salida a los desafíos y la paulatina declinación de la primacía estadounidense. Se podría pensar que el Presidente electo es como la personificación de un proyecto de elite alternativa al modelo que está en quiebra hoy en día.

Una de las cuestiones a dilucidar son sus intenciones de gobierno en el plano interno, y las reiteradas informaciones que afirman que –ya como jefe de gobierno-, vendría con ínfulas de enfrentar y quitar poder al llamado ’Estado profundo’, sobre todo a las agencias de seguridad e inteligencia, modificar la integración y potestades del aparato judicial, disminuir las capacidades reguladoras de varias entidades de gobierno, y de arremeter contra quienes los hostigaron y judicializaron en los pasados cuatro años. También por dilucidar estaría considerar los obstáculos para ello y sus posibilidades de lograrlo.

Por estos días en EE.UU. la expresión Estado profundo suele aludir a una red de funcionarios públicos que operaría secretamente para impedir que Trump lleve adelante sus políticas; un poder fáctico cuya permanencia en sus cargos de gobierno va más allá de los cambios de mando presidencial. Se alude a gente que secretamente, en algún lugar, fuera del escrutinio público, escondida en los entresijos de la burocracia, tira de las cuerdas y manipula las cosas.

Sin embargo, algunas voces, que incluyen las de ex funcionarios de gobierno, señalan que las acciones conflictivas, descoordinación o conflictos ente instancias del gobierno, las filtraciones, etc., no implican que exista alguna influencia burocrática significativa en capacidad de actuar contra el Poder Ejecutivo. Sería muy difícil, dicen, pues existen mecanismos de control y equilibrios que impedirían que existan cosas como el llamado ‘Estado profundo’.

No es lo que piensa Trump a partir de los obstáculos que experimentó en su anterior periodo de gobierno.

Logros y lecciones de su anterior mandato presidencial

Por su experiencia durante su gestión de gobierno (2017-2021) Trump está convencido haber sido víctima de deslealtades de muchos de sus colaboradores, una cuestión que quiere ahora evitar a toda costa. Vuelve ocho años después con una comprensión mucho mejor de cómo funciona el poder en Washington y con un mejor sentido de en quienes confiar.

Por otro lado, hay que tener en cuenta que en 2027 accedió a la presidencia sin contar con el respaldo de lo más rancio e influyente de la elite del poder y, en mi concepto, algunos de los inconvenientes y zancadillas que padeció eran, sin dudas, un reflejo de eso. Por su parte, él explica esas situaciones centrándose defectos y deslealtades, que efectivamente ocurrieron, por parte de sus antiguos colaboradores y que habrían frustrado algunas de sus ambiciones políticas de entonces.

No obstante, Trump pudo completar su agitada gestión con logros y fracasos. Pero hacia finales de su primer mandato la cuestionable gestión de la pandemia de covid-19 y los disturbios raciales estuvieron entre los factores que dinamitaron entonces su reelección.

El entonces ex presidente nunca admitió la derrota y acudió a enmascararla acusando fraude electoral. Utilizó a su favor sus varios líos judiciales que calificó como una maniobra sucia de persecución política por parte del gobierno demócrata.

Trump y sus actuales empeños respecto a la estructura institucional

El Departamento de Justicia, el Pentágono y las agencias de inteligencia fueron las tres áreas del gobierno que demostraron ser las trabas e impedimentos más tenaces para Trump en su primer periodo presidencial.

En un acto de campaña realizado el pasado mes de septiembre el ahora presidente electo llegó a afirmar que si llegaba a nuevamente a la Casa Blanca expulsaría “a los belicistas de nuestro Estado de Seguridad Nacional y llevaré a cabo una limpieza muy necesaria del complejo militar industrial para detener la especulación con la guerra y poner siempre a Estados Unidos en primer lugar”.[1]

La tónica de las selecciones de Trump para su gabinete es reveladora. Aunque parecen ser muy molestas para el establishment, quienes han sido escogidos habrían sido por ser leales a su persona, no a una causa ideológica. Se supone que con ello el presidente preserva para sí la mayor autoridad que le corresponde y evita las infidelidades y zancadillas que lo acompañaron en su anterior mandato.

Al elegir a sus lugartenientes para dirigir el Departamento de Justicia, el Pentágono y las agencias de inteligencia, el presidente electo ha dejado de lado a las figuras del poder establecido que él mismo instaló en esos puestos hace ocho años en favor de aliados incendiarios con currículos poco convencionales cuya cualificación más importante puede ser la lealtad hacia él.

La creación del nuevo “Departamento de Eficiencia Gubernamental” (DOGE), a cargo del multimillonario Elon Musk, para asesorar al presidente sobre dónde recortar agencias y funcionarios en su guerra contra el «Estado profundo”. Se ha indicado que la meta que, al respecto tiene en este nuevo mandato, es la «deconstrucción del Estado administrativo», muy dado a aplicar lo que consideran es un exceso de regulaciones burocráticas.

Asimismo, el nombramiento de la ex representante demócrata progresista Tutsi Gabbard como directora de Inteligencia nacional parecen apuntar en esa dirección en lo referido a los poderosos aparatos de seguridad. También su propuesta de nombrar a Kash Patel, un ferviente defensor de MAGA, como la elección para dirigir el FBI, aparece como la punta de lanza de su intención de utilizar los tribunales para perseguir a sus supuestos enemigos en los medios y en el Capitolio.

A partir de sus quejas y promesas durante en la reciente campaña electoral se habría podido anticipar que encumbraría a elementos dispuestos de ejecutar esta especie de intento de toma hostil de las reales riendas del gobierno.

Trump asumirá el cargo en enero; varios de esos nombramientos deben pasar la prueba de ser aprobados por el Senado. Los republicanos tienen mayoría allí, pero entre ellos sigue habiendo un puñado de republicanos que se aferran a los días en que el partido estaba en manos de hombres en los que la clase dominante podía confiar.

No obstante, muchos en cargos de gobierno y miembros de la actual nomenclatura del Partido Demócrata serán reemplazados. Las políticas establecidas ya otorgan al presidente “muchos más nombramientos políticos de los que permiten la mayoría de los demás países ricos”: alrededor de 4.000 puestos.

Seguramente, instalado ya en la Casa Blanca, intentará purgar el sistema legal y revertir contra el propio establishment lo guerra jurídica que se le aplicó en su contra en ese campo. Podemos esperar no sólo que se retiren los cargos contra él, sino que buscará presentar una serie de acusaciones contra sus enemigos. Durante su campaña este año dijo, incluso, que nombraría un fiscal especial para investigar a Biden.

Ahora bien, será más complejo y está por verse, si podrá confrontar con éxito a esas poderosas fuerzas establecidas en varios ámbitos de gobierno, y la posibilidad real de empoderarse hasta el punto de emprender esos empeños. Como se expresaba en un artículo consultado, será una batalla con final abierto.

Decía el analista británico Alartair Crooke: “Estados Unidos se ha desintegrado en muchos feudos dispares, casi principados, desde la CIA hasta el Departamento de Justicia. Y también se han implantado “agencias” reguladoras para preservar el control de la nomenclatura sobre la savia del sistema”.[2]

Inducir a estos adversarios ideológicos a pensar de una manera nueva, o a doblegarse ante su empuje, no será algo del todo sencillo para Trump. Descabezarlos tampoco. Podría ser un choque de trenes o quedar todo en la nada.

Notas:

[1] Ricardo H. Bloch, 23 Nov, 2024. https://www.infobae.com/america/opinion/2024/11/23/donald-trump-contra-el-deep-state-batalla-con-final-abierto/

[2] Alastair Crooke, The West’s Very Fundamental Accumulating Contradictions, November 12, 2024   https://www.eurasiareview.com/12112024-the-wests-very-fundamental-accumulating-contradictions-oped/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.