Las protestas desatadas por la ofensiva contra el proletariado migrante ya superan los 400 detenidos en California y un numero comparable entre otras ciudades de los EE.UU. La pobreza, marginación y sobreexplotación de este colectivo se ha fusionado con el sentimiento de rabia que han despertado las redadas de deportación[1] -que amenazan con alcanzar los 3.000 arrestos diarios- creando un cóctel explosivo incierto.
Por un lado, ha surgido una combatividad proletaria incipiente y espontánea, alimentada por la sensación de no tener nada más que perder, que podría ser el germen de procesos organizativos de clase más conscientes. Por otro lado, el envío a California de 4.000 efectivos de la Guardia Nacional sin el consentimiento del gobernador y 700 marines -cuyo despliegue civil es ilegal a no ser que se declare insurrección- marca un nuevo hito en la escalada autoritaria y represiva de Trump, que indica un avance en su guerra contra el proletariado.
Criminalizar al proletariado más vulnerable para inmovilizar al resto
El 20 de enero de 2025, Trump firmó la Orden Ejecutiva 14.168 “Protegiendo al pueblo estadounidense contra la invasión” desatando una cacería legal contra 14 millones de indocumentados, mediante un sistema de vigilancia masiva, exclusiones sociales y deportaciones exprés. Bajo una arquitectura represiva que recuerda los registros étnicos de Tercer Reich, comunidades enteras evitan hospitales y escuelas[2] por temor a deportaciones que pueden hasta terminar en prisiones de máxima seguridad en El Salvador, sin garantía de derecho alguno. El objetivo inmediato de esa campaña de terror es excluirles de las prestaciones federales (la orden «Poniendo fin a beneficios…» cancela su acceso a SNAP y Medicaid) y después presionarles a “autodeportarse», por medio de amenazas en spots televisivos.[3]
La cuestión es que dos tercios de los inmigrantes indocumentados llevan más de una década en el país y casi 3 millones llegaron siendo niños. Para estos jóvenes, ahora en secundaria o universidad, irse a un país desconocido – que sus padres tuvieron que abandonar en tanto «proletarios sobrantes»- no es una opción.
También saben que el capital acumulado que ahora los expulsa se construyó sobre la hiperexplotación de sus padres. Los datos revelan una asimetría brutal: los migrantes trabajan en promedio 20 horas mensuales más que los trabajadores nativos, y hasta 40 horas adicionales al mes en sectores que dependen de mano de obra indocumentada como agricultura, construcción o servicios[4]. Esas horas adicionales equivalen a tres meses laborales por año. Además las sobrejornadas se acompañan de salarios de miseria. El salario promedio/hora de los trabajadores migrantes es la mitad del promedio general[5], y en el sector manufacturero la diferencia alcanza el -69% (de $7.30 USD/hora frente a $23.80 USD de los nativos).
Por lo demás resulta bastante cínico tildar de “invasores” a los migrantes actuales, cuando más de la mitad de la población de EEUU -el 54%- son inmigrantes de primera o segunda generación- incluido el presidente, también hijo de migrantes. Esa nación es fruto de sucesivas oleadas migratorias, de forma que casi todas las familias pasaron de indocumentados a legales y posteriormente a ciudadanos con raíces extranjeras. Hoy, ese mismo patrón se repite en cifras elocuentes: el 4,5% de la población son migrantes indocumentados, casi el 10% son migrantes legales- como la “primera Dama”- y otro 30% son nativos con al menos un progenitor extranjero- como el presidente-.
Si sumamos a los descendientes de migraciones europeas (1880-1920) y asiáticas, veríamos que casi toda la población tiene ancestros no nativos. De hecho, los únicos grupos con raíces multigeneracionales profundas son las comunidades indígenas (2,9% de la población) y los afroamericanos descendientes de esclavizados (12,4%), cuyas familias llevan más de 400 años en EE.UU. Sin embargo esa antigüedad no les ha deparado muchos beneficios: los hogares afroamericanos tienen un patrimonio neto 10 veces menor que los hogares blancos.
En realidad, lo que caracteriza a la mayoría de estas familias norteamericanas es que en algún momento fueron proletariado sobrante en sus países de origen y tuvieron que cambiar de país para conseguir trabajo y ser proletariado en activo dentro de los EE.UU. Por tanto, tildar de ‘invasores’ a los indocumentados sólo revela una amnesia histórica que responde a las necesidades de algunos sectores del capital.
Una administración a la que podría no alcanzarle la plata para sostener la gobernabilidad
En medio de dificultades financieras y de productividad cada vez mayores, el gobierno de EE.UU. ha decidido arreciar su lucha contra el proletariado[6], empezando su ataque con saña contra uno de sus eslabones más desprotegidos jurídica y organizadamente: el proletariado de reciente migración.
En realidad, la economía norteamericana es como un ostentoso, pero oxidado barco, cuyas grietas son cada vez más visibles y amenazan con hundirlo. Con una deuda pública del 120% del PIB, debe refinanciar 9,2 billones en bonos este semestre -un cuarto de su deuda total- en un escenario totalmente adverso, ya que los intereses saltaron de 0,25%-2,5% al 4.5%-5%, lo que elevará el servicio de la deuda hasta un 20% del presupuesto federal- casi el doble que en 2023 que era del 12%. A eso se suma el retiro de los tenedores extranjeros de deuda estadounidense, que cayó del 30% al 23% desde 2008 y un creciente déficit comercial estructural que sigue alimentando aún más su deuda externa, y al que Trump pretende atacar con amenazas exaltadas de aranceles.
El caso es que el presupuesto federal no le da y para evitar un default técnico, el capital prefiere recortar el presupuesto en Seguridad Social y Medicare/Medicaid, programas sociales y gastos en infraestructura, ciencia y educación, entre otros. Eso explicaría las razones económicas inmediatas detrás del ataque contra las Universidades y los inmigrantes más pobres.
Sin embargo, esta ofensiva capitalista trasciende lo económico: el recorte del gasto público es un ataque frontal a todo el proletariado, y ante su previsible resistencia, el Estado necesita fortalecer su aparato coercitivo. Para ello es apremiante fabricar un ‘enemigo interno’ que desvíe la lucha de clases y que legitime la extensión futura de la represión.
En realidad, el capital ya tiene -siempre ha tenido- un enemigo interno, al que odia, pero necesita, que es el proletariado. Sin embargo, para mantener su legitimidad -y aún más dentro de su discurso patriota- debe presentar su arremetida como un conflicto racial/nacional, para golpear primero a la fracción más vulnerable- el proletariado migrante indocumentado- y lograr enmascarar la explotación y represión como “defensa patriótica”. Así, la lucha de clases se disfraza de guerra racial, ocultando que el verdadero conflicto es entre el capital y el trabajo.
Además, las precarias condiciones de vida del proletariado norteamericano intentan ocultarse bajo los indicadores económicos convencionales. Pero en realidad, la celebrada tasa de desempleo estadounidense (4.2%) – inferior a la europea (5.7%), Francia (7.1%) o España (10.9%) – es un espejismo que ignora una realidad brutal: 8,1 millones de trabajadores han sido expulsados del mercado laboral desde el 2020. Para captar la verdadera magnitud de la crisis, debemos examinar la tasa de participación laboral del 62.4% -la que revela que 4 de cada 10 adultos en edad de trabajar ni siquiera buscan empleo- y la tasa de empleo bruta del 59,7% -que confirma que sólo 6 de cada 10 norteamericanos tienen trabajo-. Por tanto vemos que el publicitado «milagro laboral» estadounidense es en realidad una catástrofe de desvinculación laboral masiva, que disimula un desempleo real más agudo que el de países con alto desempleo estructural como España.
Frente a esa realidad, el capital azuza la competencia entre trabajadores, presentando al proletariado de reciente migración como el enemigo del proletariado nativo. Así desvía los problemas y empuja a los trabajadores a pelear entre ellos, frenando la solidaridad de clase y convirtiendo lo que debería ser una lucha entre clases- habida cuenta que la clase capitalista lleva décadas haciéndole la guerra al proletariado- en una lucha intraclase.
Choque de capitales y sobreexplotación
A nivel económico se presentan, además, profundas contradicciones entre el estado de California y las políticas de la administración Trump. Con un PIB de $4.1 billones (mayor que el de India y Reino Unido juntos), California es la cuarta economía mundial, además del corazón industrial, tecnológico y agrícola de EEUU. En ese estado está Silicon Valley, como núcleo de innovación global, Hollywood, además de los principales agronegocios y manufacturas del país.
Pero las políticas trumpistas golpean directamente su modelo de acumulación: 1) La política arancelaria de Trump ha afectado a sectores clave, como las acciones de Nvidia, la agricultura o los puertos de California, que mueven el 40% de las importaciones nacionales. 2) La Guerra a la transición verde afectó al estado, ya que al revocar las metas de cero emisiones para 2035, se golpeó la industria que hizo a California líder en autos eléctricos (48% del mercado). 3) Una asimetría fiscal que se manifiesta en que el estado aporta $83,000 millones más de lo que recibe de Washington, mientras Trump les amenaza con recortes a fondos de salud y educación. 4) La política migratoria de Trump pone en peligro el modelo de acumulación de capital de California que basa su productividad en los menores costos laborales que representan los migrantes. En el sector de la construcción, California emplea más de 200.000 trabajadores indocumentados[7] -una cuarta parte de la fuerza laboral del sector-, mientras que en la agricultura la mitad de los 255.700 trabajadores agrícolas son inmigrantes indocumentados[8], ya que los agronegocios prefieren mano obra barata sin visas.
Al observar que más de un tercio de la fuerza laboral de California nació fuera del país, se puede comprender que la condición de “santuario”[9] de Los Ángeles responde al deseo de mantener las ganancias capitalistas y no a ninguna buena voluntad de los políticos demócratas. No de casualidad, el estado más rico del país es también el que tiene mayores tasas de pobreza, de desempleo y de desigualdad.
Esa desigualdad lacerante forma un polvorín social que explota de vez en cuando, como en el estallido social de Los Ángeles de 1992, que fue la respuesta espontanea a décadas de tensiones raciales, brutalidad policial y desigualdad económica. Aquel estallido duró una semana y se saldó con 63 muertos, 2.383 heridos, 12.000 arrestados, daños materiales de $1,000 millones y 10.000 efectivos militares en las calles.
Pero las décadas de abuso, explotación y desigualdad se han seguido acumulando, incrementándose ahora el malestar por el alto desempleo, el desmonte del sistema público de salud y educación, el problema de la drogadicción promovido por los seguros médicos privados y ahora la brutal ola de violencia contra la población migrante. Toda esa destrucción que provoca el capitalismo ha tenido, y seguirá teniendo, la complicidad conjunta de políticos demócratas y republicanos, ya que ambos se sitúan descaradamente en el bando de capital y contra los trabajadores.
Por eso es necesario insistir en que mientras que al capital le interesa mantener a los trabajadores fragmentados y enfrentados entre sí, la tarea del proletariado es precisamente la contraria: construir una conciencia y organización proletaria fuerte y unitaria que pueda enfrentar al capital. Por esa razón parece urgente que el proletariado de los EEUU recupere figuras como la del dirigente de las Panteras Negras Fred Hampson, cuya ejemplar lucha se recoge en la película “Judas y el mesías Negro”, quien fue capaz de unir a organizaciones que parecían antagónicas como los “Jóvenes patriotas” (organización separatista blanca), la Liga de los jóvenes caballeros (organización separatista puertoriqueña) y las Panteras Negras. La Coalición Arco Iris fue posteriormente incorporando a más agrupaciones de izquierdas, vecinales y de estudiantes y permitió que todos se organizaran y reconocieran en su condición de clase oprimida, explotada y subyugada. Ese ejemplo y esfuerzo sigue siendo apremiante para conseguir que la consigna anunciada para las protestas del día de hoy “No King”, avance hacia la consigna de “No Capital”, tan necesaria para el proletariado mundial.
Notas:
[1] El 73% de los deportados son trabajadores con más de 3 años residiendo en EE.UU. según TRAC Immigration, 2025
[2] En Los Ángeles, 8-10% de estudiantes faltan a clases por miedo a redadas, tras eliminarse la prohibición de operar en «lugares sensibles (https://cnnespanol.cnn.com/2025/03/06/eeuu/temor-redadas-escuelas-eeuu-medidas-trump-orix)
[3] https://www.dw.com/es/manifestaciones-redadas-y-deportaciones-las-otras-caras-de-la-migraci%C3%B3n-en-estados-unidos/a-72873208
[4] https://ilostat.ilo.org/es/topics/labour-migration/
[5] https://es.tradingeconomics.com/united-states/wages
[6] https://trochandosinfronteras.info/trump-golpear-al-proletariado-norteamericano-para-elevar-las-concentradas-ganancias/
[7] https://calmatters.org/calmatters-en-espanol/2024/11/trump-efecto-crisis-vivienda-california-agenda-economia-bienes-raices/
[8] https://www.latimes.com/california/story/2025-03-12/california-farm-groups-look-to-stabilize-workforce-amid-crackdown-illegal-immigration
[9] Una ordenanza municipal que prohíbe el uso de recursos locales para colaborar con las autoridades federales de inmigración
Susana Gómez Ruiz: Centro de Investigación y Pensamiento Crítico-PRAXIS
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