La Ahnenerbe fue el instituto de investigación de las SS, que fundó Heinrich Himmler en 1935. El título deriva de un oscuro vocablo alemán que significa “herencia ancestral”. Su misión era la de indagar los logros y las hazañas de los ancestros de Alemania. Su otro objetivo, tan importante como el primero, era el de difundir dichos hallazgos por medio de congresos, publicaciones populares, exposiciones y documentales. Lo que en la práctica realizaba la organización era la creación de mitos.
Justamente Jacques de Mahieu, ex oficial de las SS, sostenía en uno de sus tantos documentales filmados desde Ciudad Evita que el mito era el modo de conducir a la masa “de bajo coeficiente” hacia la idea. Según el francés, las ideas son para los seres pensantes pero la masa necesita del mito para crear imágenes que le transmitan la idea.
La Ahnenerbe se convirtió en una fábrica de evidencias conducentes a respaldar el camino tomado por el Reich. Para Himmler, las SS no solo eran un servicio de seguridad para los mítines políticos del líder. La organización debía además aunar un brazo científico.
Himmler y sus subordinados realizaban un alistamiento siguiendo estrictos parámetros alrededor de la altura, color de ojos, color de piel, apariencia; parámetros, hay que decir, en los que Himmler, Goebbels y el propio Hitler habrían sido rechazados por morenos, petisos, anchos o flacos. A los aceptados, rubios, altos y de ojos celestes, Himmler los uniformó con diseños de Hugo Boss al tiempo que les ponía a disposición choferes personales. Un modo de crear una aristocracia entre las fuerzas dentro del propio partido. Un brazo político armado parapolicial, paramilitar y paracientífico. Himmler también quería fomentar entre sus subordinados la idea de raza elegida. Para ello dotó a las SS con laboratorios, bibliotecas, talleres de restauración, museos, depósitos de reliquias del pasado ario y fondos para financiar expediciones al exterior. Incorporó pintores, escultores, documentalistas y más de un centenar de científicos. Entre estos últimos había una legión de etnógrafos, antropólogos, arqueólogos, biólogos, lingüistas y geólogos.
La formación de la idea de la existencia de una raza llamada aria es bastante compleja. Este grupo de hombres y mujeres altos, tonificados y rubios eran para los nazis “los fundadores de la cultura”. No solo eran portadores de los cánones hegemónicos de belleza, llevaban en sí la chispa del genio necesario para inventar todo lo que se consideraba civilizado: el arte, la música, la arquitectura.
Para empezar la idea de raza es un invento bastante moderno. Previo al descubrimiento de América no existía una taxonomía que diferenciara racialmente a las personas. En general se describía el tono de piel, su religión, su vestimenta, pero la idea no se apoyaba en un canon de sangre y pureza. Con la aparición del Nuevo Mundo el impacto del encuentro llevó a acuñar el término raza que atravesó las fronteras de Europa entre los ingleses, franceses italianos, españoles hasta acomodarse en Alemania recién en 1790. El término resultó al principio bastante vago y confuso. Algunos lo aplicaban a raza humana por entero, sin definición de fronteras. Con el impulso de los nacionalismos su tecnicismo se volvió político como aquellos que hablan de “la raza argentina”.
En el caso de Alemania su perla fue “la raza aria” utilizada por unos líderes enjutos y de ojos oscuros para elogiar a los subordinados rubios según una escala que ellos consideraban superior y determinar con quien debían aparearse para lograr el esfuerzo mítico de la sangre. Los sostenía la idea mágica de recuperar las características ancestrales de una fantasía.
La idea de los arios comenzó no en Alemania sino en la Inglaterra del siglo XVIII. El naturalista británico James Parsons fue un especialista en cangrejos, corales y rinocerontes. Curioso más allá de su especialidad, se le dio por preocuparse por el origen de los irlandeses y galeses. Su libro de referencia para estudiar a sus ancestros fue la Biblia. En el Génesis, luego de la inundación que borró a todos menos a Noé, lo que quedaba de los humanos se vio en la necesidad de repoblar la tierra. De este modo Dios repartió el mundo entre los tres hijos del constructor del arca. Sem se convirtió en el origen de los semitas: léase judíos, árabes, bereberes, Medio Oriente. Cam fue el padre de los egipcios, los etíopes y de allí continente abajo. A Jafet le tocó el resto del mundo incluyendo los europeos, los querandíes y los futuros argentinos. Parsons se preguntaba si irlandeses y galeses eran realmente hijos de Jafet. Para averiguarlo optó por el camino de las lenguas, si el origen de los europeos y otros pueblos descendían de Jafet debían tener vocablos madre que coincidieran en cada una de sus idiomas. Encontró similitudes entre el ruso, el bengalí, el irlandés, el danés, el sueco, el latín, el griego y el alemán, especialmente en el vocablo “tres”. A partir de estas observaciones Parsons concluyó que Jafet habló una lengua ancestral que se ramificó en muchas otras. Su método dio nacimiento a la lingüística comparada.
Si bien las investigaciones de Parsons fueron desestimadas, particularmente por su condición de especialista en cangrejos que se inmiscuía en el terreno de la religión y las lenguas, el orientalista William Jones, conocedor del sánscrito, el latín y el griego, llegó posteriormente a conclusiones parecidas. Es decir: una raíz común era compartida por las tres lenguas y posiblemente estas estuviesen vinculadas a otra más ancestral. A falta de un término para la procedencia y origen Jones optó por bautizarla como lengua “aria” que en sanscrito quiere decir “noble”. Aria fue la taxonomía para mencionar una lengua no una raza. Lejos estaba también —vamos a aclararlo por las dudas— de querer describir una raza superior. La intención fue darle un nombre imaginado a una lengua antigua de la que nadie sabía nada. Los eruditos del momento recibieron de muy buena gana las observaciones de Jones y se abocaron a buscar afinidades lingüísticas entre el francés y el serbo croata, entre el yiddish y el romaní. Los académicos ingleses optaron por el término indoeuropeo para definir la raíz vincular a estos lenguajes. Los alemanes, algo más autoreferenciales prefirieron el término indogermánico. Pero por alguna razón el término “ario” prendió en la fuente de los deseos.
No fue fácil para los investigadores del Reich explicar cómo, si en el Norte estaba aquella semilla civilizadora, los primeros vestigios de escritura, agricultura y complejo orden social aparecían en el Cercano Oriente y en Asia lejos de los oscuros bosques de Germania. La tarea que se impuso Heinrich Himmler entonces fue la de lograr un revisionismo científico que reexplicara años de investigación y redibujara para provecho de sus propias teorías la presencia civilizadora de los habitantes nórdicos.
Es desde el libro El plan maestro. Arqueología fantástica al servicio del régimen nazi de la investigadora Heather Pringle, de donde tomamos buena parte de las referencias. Himmler en su intento de ubicar a los arios como el origen civilizador del mundo es el que sembró la semilla para que Jaques de Mahieu, ex oficial voluntario de las SS, saliese a buscar vikingos en Paraguay y Brasil. Otro motivo para iniciar su búsqueda fue el golpe de la Revolución Libertadora, hecho sorpresivo que lo obligó a acelerar su expedición fuera de Argentina.
Edmund Kiss, arquitecto y escritor alemán, y más tarde oficial de las SS, vivió en Bolivia hacia fines de la década del 20. Afirmaba desde sus escritos que había descubierto una antigua colonia nórdica en América del Sur en las viejas ruinas del Tihuanaco. Kiss, previamente a su viaje a los Andes, había entrado en contacto con un expatriado austríaco que vivía en Bolivia llamado Arthur Posnansky. Este había publicado varios artículos sobre Tihuanaco describiéndolo como un imperio. Para Posnansky, el origen de las ruinas había sido fundado por inmigrantes nórdicos y sostenía que los indígenas solo habían contribuido como mano de obra para su construcción. Kiss, convencido de que los arquitectos de aquella maravilla no eran otros que los arios realizó su primer viaje en 1928.
Las teorías de Kiss tocaron una cuerda emotiva en los periódicos y revistas nazis SS Mann, Die Hitler Jugend difundieron las investigaciones de Kiss sobre la “señorial colonia nórdica de Tiwanaku”. Sus teorías no tardaron en llamar la atención de Himmler.
Una costosa expedición comenzó a prepararse con el objetivo de bucear con cámaras submarinas el fondo del lago Titicaca y realizar exploraciones aéreas para buscar señales nórdicas en las antiguas rutas del inca. Solo la guerra canceló el reencuentro de los arios con su cuna boliviana. Kiss fue trasladado a una compañía antitanques en Noruega, luego a Prusia Oriental y a Polonia. Ya cerca del fin asumió el mando de las SS en el bunker de Hitler. Arrestado al fin de la guerra, se dice que entretuvo a sus camaradas con las historias de su viaje a Bolivia y sus teorías de la antigua civilización aria en Tihuanaco. ¿Tuvo de compañero de cautiverio a de Mahieu, oficial de las SS de la división Charlemagne? De no ser así, los libros de Kiss y sus artículos en revistas ya eran de conocimiento público para la década del 30. En los años 50 y 60 otros autores como H. S. Bellamy y Denis Saurat divulgaron las ideas del arquitecto alemán en diferentes ediciones. Pero de ninguno de estos antecesores: no de Posnansky (1927), no de Kiss (1928), no de sus compatriotas Raymond Chaulot (1941) y Denis Saurat (1950), no de Humberto Raúl Camarota (1952), no de Bellamy (1960), hace mención en sus investigaciones alrededor de los vikingos andinos don Jacques de Mahieu.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/834952-el-nacimiento-de-los-arios