Un escritor israelí ha escrito un diario que abarca sus experiencias individuales y de grupo al ataque palestino del siete de octubre de 2023 y los primeros meses de la sangrienta respuesta del Estado de Israel. Sin duda un escrito antibélico, que deja algunos reparos en cuanto a la osadía para romper algunos tabúes.
Dror Mishani.
Habitación sin vistas. Diario de guerra en Tel Aviv.
Barcelona. Anagrama, 2025.
181 páginas.
Esta obra es una narración en forma de diario sobre los primeros meses de la guerra de Israel contra Gaza, entre octubre de 2023 y marzo de 2024. Allí se ponen de manifiesto distintas opiniones y sentires en torno a las operaciones desatadas después del ataque de Hamas y otras organizaciones en la zona fronteriza con Gaza.
El autor, escritor israelí de fama, parte de un lugar incómodo. Es un ciudadano situado del lado del pacifismo, enfrentado a la política de genocidio que lleva a cabo el gobierno de ese Estado. No la llama por su nombre, es cierto. Pero es clara una y otra vez su condena de las “represalias” lanzadas como feroz respuesta al acto de terrorismo.
Lo suyo no es mero testimonio, su escritura se despliega en una actitud reflexiva. Y en la intencionalidad de mantener una actitud de sustento de la paz, sin abandonar Israel ni dejar la enseñanza universitaria, que es su campo de actuación además de la novela policial y el periodismo.
Lo atraviesan sensaciones muy encontradas. La solidaridad con las víctimas del ataque de Hamas y sus familiares. Y el horror ante los partidarios acérrimos de la política del sionismo que auspician tanto el completo arrasamiento de la franja como un posterior ataque a Irán, hoy hecho realidad.
Sus convicciones y su escritura contraria a la guerra chocan con un grupo familiar en el que su hija y su madre apoyan sin reparos las acciones armadas israelíes. A quienes se suma un hermano que es oficial del ejército. Mishani revuelve en sus recuerdos para mejor comprender las respectivas posiciones.
Las horas de la amargura.
Aparecen el peligro y el temor a los bombardeos. El tiempo pasado en refugios, la interrupción de la vida cotidiana, las grandes dificultades para desarrollar una vida normal. Por fortuna todo eso no le perturba la vista a la hora de contemplar los horribles padecimientos de palestinas y palestinos. Los mismos que mueren por decenas de miles, pasan hambre, carecen de atención médica y de educación, en medio de hospitales y escuelas bombardeadas.
La narración alterna sus escenarios entre Tel Aviv y algunos lugares más cercanos a la frontera. Mishani incluso se presenta como voluntario para recoger cosechas abandonadas en un campo pegado al límite del territorio palestino. Visita el lugar mismo de los principales ataques y da una visión dramática de las muertes de jóvenes sorprendidos en una fiesta.
Podría ponerse el reparo de que a la visión directa de un lado de la línea de fuego se contrapone una mirada interceptada por la propaganda israelí. El autor se expide repetidas veces contra la flagrante parcialidad de los medios del sionismo. Los que manipulan el consenso de la población a fuerza de ocultamientos selectivos y coberturas distorsivas. Sería de desear que hubiera puesto más énfasis en la complicidad de “Occidente” a la hora de erigir su propio muro mediático.
Mishani no es un judío militante por la causa palestina. Su condena a la política estatal no lo conduce a la identificación plena con los oprimidos. Describe la victimización del “otro lado” pero no deja de estar instalado en el terreno de los opresores.
Reconoce sí la injusticia de la ocupación perenne y las políticas de sometimiento, hasta el hambre planificada. Pero no da el salto. Ha decidido no eludir la tragedia. Pudo quedarse en Francia, donde se hallaba el siete de octubre y decidió volver a su país.
Está pendiente del destino de los rehenes. Sigue de cerca los sufrimientos de sus alumnos en la universidad. Procura acompañar las sensaciones de su hijo adolescente frente a un cercano ingreso al servicio militar obligatorio.
Su vínculo con la literatura lo conduce a buscar relatos de batalla en los poemas homéricos y en el Antiguo Testamento. Bucea en las escenas de la guerra de Troya, mucho menos bestiales que las de la guerra moderna. Y recorre las profecías del libro de Ezequiel. En sus páginas encuentra al dios vengativo y exterminador que genera escenas destructivas que auguran los tiempos recientes.
En otro pasaje bíblico va al encuentro de la historia de Sansón. El que inmola a sus enemigos filisteos y en el derrumbe ocasiona su propia muerte. Allí subyace otra línea de análisis del autor: Si el afán de revancha no llevará al Estado judío hasta su propia aniquilación.
Mirar hacia adentro.
Mishani indaga todo el tiempo sobre el decurso de su escritura. Más de un episodio de esos días terroríficos se integra como posible boceto de una novela cuyas líneas generales esboza en el diario. Vacila acerca de los destinatarios de este particular escrito. Al comienzo prevé no publicarlo en hebreo, manteniéndolo al margen del público israelí. Tras un intercambio con sus editores decide hacerlo.
Practica la introspección. En aparente contradicción prescinde de los servicios de su terapeuta. Duda acerca de la validez de sus razonamientos y en alguna ocasión hasta de las percepciones de sus sentidos.
El escritor no ofrece conclusiones, al menos no terminantes. Rehúsa colocarse en el lugar de alguien que emite juicios en forma de condenas o absoluciones que suenen inapelables. Transmite al contrario la impresión de encontrarse en un terreno que tiembla. Entre diversas formas de entender su identidad nacional. En fuerte distanciamiento respecto de la matriz religiosa. Y en posición crítica frente a las coordenadas ideológicas que rigen en su país.
Cuenta que se ha sumado a manifestaciones en contra de la guerra en la propia Tel Aviv. Se ha encontrado allí con algunas amigas y amigos. Comparte la incertidumbre de ser “cazado” en cualquier momento por esa suerte de “policía del pensamiento” que propone la cancelación de todo aquel que no acompañe la política oficial o al menos se calle ante la gran salvajada.
El lector no experto en los choques históricos del medio oriente no encontrará en esta obra mucha información nueva. Tampoco es el objetivo. Sí el estímulo para meditar acerca de las consecuencias irresolubles de un injerto extraño que tuvo entre sus puntos inaugurales lo que los palestinos llaman “la catástrofe”, a la que Mishani menciona.
A la hora de dar con las coordenadas geopolíticas, económicas y culturales de la lucha palestina frente al régimen israelí se necesita recurrir a otro tipo de trabajos. El que nos ocupa hoy resulta más bien ilustrativo acerca de las dificultades que experimenta una persona inteligente y culta a la hora de interpretar lo que se juega en esta guerra de varias décadas. Pretende ser lúcido y medianamente imparcial. Nos parece que no lo consigue del todo.
No llega a profundizar acerca de futuros modos de convivencia entre judíos e islámicos, israelíes y palestinos sobre bases por completo nuevas. Claro que preguntarse sobre las condiciones de factibilidad de un orden nuevo en esas tierras y entre esos pueblos hubiera implicado un firme alejamiento de las políticas históricas de Israel, no sólo de las de su actual primer ministro.
Lo intenta. Pero no llega a las consecuencias más profundas. Lo que no quita que está de lado de la paz auténtica. Y que en el futuro puede dar más pasos en esa dirección.
Lectura recomendable, sobre todo si se la toma como un componente más de un debate y no como una fuente de certezas.
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