El proyecto occidental, que lleva cinco siglos, se constituye de estados diferentes con intereses particulares, que a veces se oponen y hasta se masacran entre sí. Alemania nazi, el Estado de Israel y Estados Unidos, digamos, tienen discursos distintos o conflictivos entre sí, pero prácticas similares. Les unen ideologías eurocéntricas, occidentalistas y colonialistas.
La distinción arbitraria entre ‘democracia’ y fascismo (o nazismo) –cultivada por los medios de educación e información de masas– ha sido reforzada por el hecho real de que en 1941-45 Estados Unidos y Gran Bretaña fueron aliados contra Alemania, Japón e Italia. Sin embargo, si se ve la historia como lucha de clases (en las sociedades y entre países o regiones internacionales) se aprecia que estos tres países fascistas coincidían íntimamente con Estados Unidos y Gran Bretaña en ser imperialistas y servir al capital financiero, y en su interés de destruir el movimiento socialista, que llamaba –y llama– a la lucha de los trabajadores y la liberación de los países oprimidos. La contradicción entre la Unión Soviética y el bloque de Estados Unidos y Gran Bretaña se echó a un lado brevemente, pues se aliaron contra los fascistas en 1941-45. Resurgió con gran fuerza después de 1945.
En los años 30 los soviéticos –que construían su economía a duras penas– esperaban una invasión en cualquier momento, lo más probable, pensaban, de Gran Bretaña y Francia (con apoyo o anuencia de Washington, Berlín, Tokio, etc). Que la invasión viniera de Alemania indicó que el nazismo conformaba un extremo ideológico que había amasado agresividad inesperada. La violencia nazi era diferente, y a la vez hermana, de otras violencias propias de la cultura racista, eurocéntrica y colonial del sistema occidental mundial que se impuso por siglos en África, las Américas, Asia y Oriente Medio. La victoria soviética sobre Alemania nazi –la toma de Berlín en mayo de 1945– fue un golpetazo no sólo a los fascistas sino a todo el imperialismo occidental, y empezó el declive de Occidente que hoy Washington quisiera frenar.
El estado norteamericano tuvo después de la guerra de 1914-1918 un nuevo y potente empuje financiero y militar, cuya ideología ha sido un intransigente anti-comunismo. Esta obsesión contra el socialismo empezó después de la Revolución Rusa de Octubre de 1917 y se hizo parte de la identidad nacional estadounidense mediante educación, legislación, comunicación de masas, entretenimientos, discurso continuo del gobierno, y prácticas corporativas.
Los estados que acumulan poder con el capitalismo imperialista occidental, pues, se nutren de sus propios discursos fantasiosos, sistemas escolares, tradiciones étnico-religiosas, textos, teorías, medios de publicidad, etc. Pero sus particularidades implican la unidad general de un interés de clase: impedir a toda costa la rebelión de las naciones y clases oprimidas.
Abundan hilos de continuidad entre el fascismo y la política de Estados Unidos. Por ejemplo, desde los años 40 la CIA colaboró con la sangrienta represión que desató el régimen de Franco en España contra comunistas, izquierdistas y republicanos incluso en el exilio. En los 50 Washington promovió la integración del régimen fascista español a la ‘comunidad internacional’ y acordó con Madrid generosa ayuda americana de decenas de millones de dólares en préstamos y tanques, aviones y entrenamiento militar. Franco aceptó bases militares navales y aéreas estadounidenses en España, que continúan. Estratégicamente importantes para la OTAN en el Mediterráneo, estas bases militares cementaron la integración española al sistema occidental. Estados Unidos usó a España para operaciones antisoviéticas, por ejemplo transmisiones de Radio Free Europe. En 1955 gestionó que Naciones Unidas admitiera al estado fascista español.
Eran extensas las simpatías con el nazismo alemán entre las clases gobernantes de Estados Unidos y sus sectores corporativos y mediáticos. En 1938 Henry Ford –que había escrito un libro ostentosamente antisemita– recibió la Gran Cruz del Águila Alemana del estado nazi. Durante años su compañía suplió a Alemania vehículos militares y camiones. La subsidiaria de General Motors, Opel, produjo aviones y tanques para el ejército nazi. La IBM proveyó tecnología de perforación de tarjetas que le fue útil al gobierno nazi en la contabilización del Holocausto. Personalidades famosas americanas celebraban públicamente el régimen de Hitler. Joseph P. Kennedy (padre de los asesinados John F. y Robert F.), de tendencia antisemita, estrechó los lazos norteamericanos con el gobierno nazi cuando fue embajador en Londres en 1938-40. El propietario de periódicos William Randolph Herst publicó artículos favorables a Italia fascista y que subestimaban las atrocidades nazis. El banquero Prescott Bush (padre de George, director de la CIA en los 70 y después presidente y padre de George W, también presidente) mantuvo lazos financieros con intereses industriales nazis de Alemania hasta que nueva legislación en 1942 se lo prohibió. Había además organizaciones nazistas americanas, como ‘The America First Committee’ y el ‘German-American Bund’. Dada la fuerte influencia antisemita y las simpatías con el nazismo, Estados Unidos se negó repetidamente a flexibilizar sus cuotas de inmigrantes refugiados para admitir judíos que huían del régimen hitleriano.
En China, Washington respaldó entre 1944 y 1949 el sector ultraderechista del partido nacionalista Guomintang, en ansioso intento de impedir el avance del Partido Comunista. Le dio ayudas ascendentes a lo que serían hoy 25 mil millones de dólares, y armas, aviones, barcos y entrenamiento militar. Las organizaciones de inteligencia norteamericanas entrenaron agentes del Guomintang para la represión. En 1945-47 fueron enviados 50 mil marines americanos al norte de China en apoyo al Guomintang y prevención del avance comunista. La administración de Truman tuvo dificultades en justificar las ayudas económicas y militares, pues los miembros del Guomintang las robaban y a menudo las vendían en el mercado negro. Además de corrupto, este partido era militarmente chapucero y ejercía pobre dirección. Su opresión de los campesinos contribuyó a que éstos respaldasen a los comunistas. Tras la victoria comunista en 1949 Estados Unidos reconoció la isla de Taiwán, ocupada por el Guomintang, como único representante de China en Naciones Unidas e impidió, hasta 1971, que la República Popular de China fuese miembro de la ONU. Desde 1945 promovió que Taiwán fuese miembro del Consejo de Seguridad de la ONU y así se mantuviera, hasta 1971.
En 1943, después del colapso del régimen de Mussolini, los estadounidenses y británicos negociaron con los fascistas italianos una transición ‘estable’. El nuevo gobierno italiano mantuvo burócratas y policías fascistas. En el proceso electoral de 1948 la CIA apoyó secretamente con millones de dólares la Democracia Cristiana, partido creado en 1943 con estímulo americano. Washington anunció que si ganaba el Partido Comunista –que varias encuestas daban como ganador– los fondos del Plan Marshall para la reconstrucción de posguerra de Italia terminarían. Durante décadas, cada año el gobierno Demócrata Cristiano recibió de la CIA entre 10 y 20 millones de dólares, por vía de corporaciones fantasmas y del Vaticano, para asegurar que revalidara en las siguientes elecciones. La CIA y la OTAN crearon organizaciones terroristas de extrema derecha para desestabilizar la izquierda. Como parte de su control de Italia desde 1943, los norteamericanos restauraron la mafia en Sicilia –incluso adelantaron la excarcelación del gángster Lucky Luciano, preso en Estados Unidos– para que aplastara las organizaciones obreras e izquierdistas en el sur de Italia (asesinatos, intimidación de votantes, palizas a activistas). Se sucedieron los asesinatos de organizadores sindicales. Una masacre en Sicilia, durante la celebración del Primero de Mayo en 1947, dejó once muertos y casi treinta heridos. El resurgimiento de la mafia en Italia y el sur de Francia se ha asociado a la rápida expansión del narcotráfico en Europa y América en los tiempos posteriores. La mafia también aparece en numerosas evidencias e informaciones como parte de las operaciones para asesinar al presidente Kennedy y su hermano Robert en los años 60, en Dallas y Los Ángeles respectivamente, con las cuales se asocia a la CIA y otros aparatos de inteligencia y sectores de las fuerzas armadas.
Las organizaciones de inteligencia norteamericanas y británicas financiaron secretamente propaganda anti-comunista, difusión de noticias falsas, y operaciones clandestinas violentas (Black Ops) sobre todo para desacreditar al Partido Comunista de Italia. Mediante la Operación Gladio la OTAN creó una red de ‘ejércitos’ secretos para entrenar neofascistas y realizar atentados dinamiteros, asesinatos y ataques contra movimientos de izquierda. En ocasiones colocaron explosivos que después serían atribuidos a grupos comunistas e izquierdistas, lo cual a su vez provocaría arrestos y persecuciones. Durante años la red perpetró crímenes en Italia, Francia, Portugal, Bélgica, España, Alemania, Austria, Países Bajos, Dinamarca, Grecia y otros países europeos. Diecisiete personas murieron con el estallido de una bomba en la plaza Fontana en Milán en 1969, por la cual las autoridades culparon a un grupo anarquista. En 1980 murieron ochenta y cinco personas en un atentado en Bologna; hay información que implica grupos de extrema derecha vinculados a la inteligencia de la OTAN. El asesinato de Aldo Moro, líder de la Democracia Cristiana, en 1978 en Roma, presuntamente obra de un grupo izquierdista, sigue en el misterio. Moro proponía un ‘compromiso histórico’ con el Partido Comunista. En España la actividad de Gladio incluyó una bomba en un local de abogados laborales en Madrid en 1977 que mató cinco personas. En Italia más de quinientos atentados dinamiteros entre los años 50 y 80 siguen sin esclarecerse. Muchos se asocian con Gladio y la CIA.
En Grecia el Partido Comunista y su brazo militar ELAS encabezaban el combate contra la ocupación alemana (que ejércitos fascistas de Italia y Bulgaria apoyaban). Los comunistas controlaban la mayor parte del país. Los nazis estaban siendo derrotados; fueron sustituidos por fuerzas británicas, y después estadounidenses, que en 1944 ocuparon Atenas. Los militares derechistas y grupos paramilitares griegos recibieron enorme apoyo militar y financiero norteamericano y británico. El ejército británico combatió militarmente a ELAS en Atenas e instaló un gobierno monárquico. En 1946 se desató una guerra civil, que duró tres años, entre el movimiento dirigido por los partisanos –guerrilleros antifascistas de las clases populares– y los comunistas, y las clases reaccionarias griegas o más bien las fuerzas de ocupación angloamericanas. Washington envió asesores militares, armas y ayuda económica al gobierno derechista. Con su Operación Corintio, en 1947 la CIA creó escuadrones de la muerte para cazar comunistas e izquierdistas. Abundaron las ejecuciones en masa y las torturas. Más de 50 mil izquierdistas fueron internados en campos de prisioneros. La CIA entrenó los griegos en tortura de izquierdistas en la isla Makronisos. La Doctrina Truman proclamó el apoyo total a la lucha anticomunista; Grecia era campo de batalla crucial. Estados Unidos envió el equivalente a 5 mil millones de dólares al régimen griego para suprimir los comunistas. Para la OTAN era importante controlar el sur de Europa. El ejército oficial de Grecia, con imprescindible respaldo yanqui, se impuso en la guerra civil e instaló un gobierno ultraderechista. En 1967 el gobierno por fin permitió elecciones; esperándose un triunfo de la izquierda, los militares dieron un golpe de estado. La junta militar prohibió partidos de izquierda, torturó sospechosos e impuso un orden de tipo fascista hasta 1974. Documentos han revelado que asesores militares norteamericanos entrenaron los griegos en waterboarding, electroshock y otras técnicas de tortura. Archivos de la CIA muestran dineros que se pagaron a miembros de la junta militar, así como la función de la CIA en el golpe de estado, asesinatos y propaganda de desinformación. Con el colapso de la junta militar griega, en los años 70 se liberó un sentimiento antimperialista masivo en el país. Las bases militares de la OTAN continúan, sin embargo. En 2015 un gobierno progresista trató de hacer frente a la enorme deuda externa de Grecia, pero fue amenazado por la Unión Europea, el Banco de Europa y otras instituciones dominantes, y regresó al obediente pago de la deuda, que ha conllevado un empobrecimiento general de la población y la economía.
En Alemania occidental, después de la guerra los americanos dijeron respaldar una des-nazificación, pero rápidamente se dedicaron a reintegrar al gobierno nazis que habían sido agentes de inteligencia, militares y funcionarios. En 1948 el gobierno –bajo dirección yanqui-británica– perdonó o restituyó muchos nazis, alegando que necesitaba administradores, técnicos y oficiales militares experimentados. Reinhard Gehlen, exjefe de inteligencia militar de Alemania nazi –quien supervisó la guerra y la brutal supresión de partisanos en Europa del este y la URSS– fue reclutado por el Ejército de Estados Unidos. La ‘organización Gehlen’ fue el núcleo del sistema de inteligencia del nuevo estado alemán occidental (Servicio de Inteligencia Federal) y durante los 50, 60 y 70 empleó cientos de ex-agentes y ex-oficiales de la SS, la Gestapo y la inteligencia nazi. A sabiendas de que empleaba numerosos criminales de guerra, la CIA apoyó y financió este sistema. Miles de ex-nazis mantuvieron sus puestos en la policía, la rama judicial y el servicio público de Alemania del oeste. En algunos casos procesaban a izquierdistas, mientras su propio historial era ignorado. Muchos oficiales del ejército nazi y la SS fueron integrados al nuevo ejército; Washington los apreciaba como recursos valiosos para la OTAN. Hans Globke, quien había sido coautor de las leyes anti-judías del régimen de Hitler, se mantuvo en el gobierno hasta 1963. El notorio jefe de la CIA Allen Dulles –quien insistió en invadir a Cuba y ha sido vinculado al asesinato de John F. Kennedy–, refinado occidentalista y germanófilo, guardaba simpatías hacia el nazismo.
La ocupación norteamericana de Japón desde 1945 inicialmente purgó militaristas adeptos al anterior estado japonés, pero enseguida dio prioridad a detener las crecientes tendencias antimperialistas. Incorporó y favoreció numerosos agentes y funcionarios del régimen ultraderechista derrotado en la guerra. Nobusuke Kishi, sospechoso ‘clase A’ de crímenes de guerra por supervisar trabajo esclavo en Manchuria (las atrocidades japonesas en China se conocen menos que las alemanas en Europa) y aliado clave de Estados Unidos, fue primer ministro entre 1957 y 1960. El Partido Liberal Democrático, creado en 1955, integró al gobierno exfuncionarios del régimen imperial. Antiguos oficiales del ultraderechista ejército imperial se integraron a la nueva policía. La agencia de inteligencia del nuevo estado japonés absorbió antiguos esbirros encargados de la represión. Las autoridades americanas y el nuevo gobierno colaboraron con sectores del crimen organizado (Yakuza) derechistas para suprimir uniones obreras y grupos izquierdistas.
En la década de 1950, durante la lucha de independencia argelina, la CIA trabajó estrechamente con ultraderechistas franceses y la mafia de Córcega para asesinar dirigentes de izquierda en Argelia y Francia. En colaboración con la inteligencia americana, escuadrones de la muerte franceses, por ejemplo el grupo ‘La mano roja’ –que operaba al servicio de la inteligencia del estado francés–, colocaron explosivos y asesinaron favorecedores de la independencia de Argelia. En Vietnam la CIA intervino crecientemente después de la resonante derrota que el movimiento de liberación vietnamita le propinó al ejército francés en Dien Bien Fu en 1954, y colaboró con la inteligencia francesa. Estados Unidos lanzó sobre Vietnam más toneladas de explosivos de las que todas las partes lanzaron en la Segunda Guerra Mundial, y aplicó el napalm mucho más de lo que las potencias occidentales lo habían usado contra países de África, Asia y otras partes. Entre 1965 y 1972 la operación Fénix, de la CIA, llevó a cabo la ejecución, tortura e internamiento de decenas o cientos de miles de vietnamitas y la destrucción y quema masiva de comunidades y campos, todo lo cual supuestamente acabaría con la ‘infraestructrura’ en que se apoyaba el movimiento armado de liberación Viet Minh (luego Viet Cong). En Corea entre 1950 y 1953 los bombardeos yanquis incendiaron y literalmente arrasaron ciudades, pueblos y campos, especialmente en el norte, donde tenía más fuerza política el movimiento antimperialista. Algunos estimados indican que en el norte la agresión norteamericana exterminó de 12 a 15 por ciento de la población; otros estimados arrojan 20 por ciento.
Si añadiera los crímenes de tipo fascista que el imperialismo norteamericano ha cometido en el Caribe y América Latina, sin mencionar otras regiones, este artículo sería muchas veces más largo.
El autor es profesor jubilado de la Universidad de Puerto Rico.
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