“Netanyahu, el primer ministro israelí ha propuesto a Trump como Premio Nobel de la Paz. ‘Quiero presentarle, señor presidente, la carta que envié al comité del Premio Nobel. Es una nominación suya para el Premio de la Paz, que es bien merecido, y debería recibirlo’, le ha asegurado. A lo que Trump le ha respondido: ‘Muchas gracias. No lo sabía. ¡Guau! Muchas gracias. Viniendo de ti en particular, esto es muy significativo. Muchas gracias, Bibi’”.(Diálogo entre genocidas en la Casa Blanca, julio 9 de 2025)
El capitalismo realmente existente no deja de hacer aportes imperecederos a la humanidad, el último de los cuales consiste en la creación de un nuevo premio nobel: el del genocidio. Es la más reciente invención después de 1968, cuando fue instituido el Premio Nobel de Economía. Esa invención se debe al genocida Número Uno del mundo, Benjamín Netanyahu, quien amplía las contribuciones criminales del sionismo a la infamia universal. El primer galardonado debe ser, porque se lo tiene bien merecido, el mataniños Netanyahu. Pero él, como todos los asesinos sionistas, es modesto, y ha declinado por ahora esa nominación y ha propuesto en su lugar a Donald Trump, con credenciales suficientes para merecerlo.
El 9 de julio en el cónclave de genocidas que se realizó en la Casa Blanca, Netanyahu nominó a Trump para Premio Nobel de la Paz. Esto era un chiste, porque, aunque el tal premio se siga llamando igual (de la Paz), lo que acaba de inventarse en Washington es el Premio Nobel del Genocidio. Es una gran contribución que Israel hace al mundo, siendo como es el indiscutible campeón mundial del genocidio.
ANTECEDENTES
El prostituido Premio Nobel de la Paz ha sido concedido a criminales de los Estados Unidos y de Israel, y eso debe considerarse todo un antecedente del Nobel al Genocidio. Valga recordar algunos de los criminales premiados de Estados Unidos e Israel.
Teodoro Roosevelt [1906], imperialista puro y duro cuyo lema distintivo era “habla fuerte y lleva un gran garrote”, responsable de la secesión de Panamá y de la agresiva expansión de Estados Unidos en el Caribe. Su “humanismo” a flor de piel se sintetizaba en su frase “el único indio bueno es el indio muerto”
Woodrow Wilson [1919], un personaje racista que autorizó sendas invasiones a Haití, República Dominicana y México con un saldo de miles de muertos, las cuales afianzaron la dependencia de los países de América Central y el Caribe respecto a los Estados Unidos.
Henry Kissinger [1973], responsable de la muerte de millones de personas en varios lugares del mundo (Vietnam, Laos, Camboya, Indonesia, Chile…).
Barack Obama [2009], quien puso en marcha los “martes de la muerte” porque ese día de la semana seleccionaba a las personas que iban a ser asesinadas por Estados Unidos en algún lugar del mundo, con sofisticada maquinaria de guerra, aviones y drones teledirigidos.
Por el lado de Israel, los tres galardonados con el Nobel de la Paz (sic) tienen un interminable prontuario como criminales de guerra, natos y confesos.
Menachen Begin, asesino químicamente puro, miembro de un grupo fascista en Polonia desde los 16 años y comandante del grupo paramilitar Irgun en Palestina en la década de 1940. Participó en el ataque al Hotel Rey David (1946), en donde fueron masacrados 91 personas, y en el asesinato del Conde Bernardotte [1948] diplomático sueco, mediador de la ONU en Palestina. Dirigió la masacre de centenares de civiles de Palestina, incluyendo niños y mujeres, durante la limpieza étnica de 1947-1948.
Los otros dos premios Nobel de la Paz (de los Sepulcros) de Israel, Shimon Peres y Yizak Rabin [1994], tenían en su Hoja de Muerte un palmarés antipalestino de larga data. Peres fue miembro en la década de 1940 del grupo de asesinos sionistas, Haganah. Veía a los palestinos como una amenaza demográfica a eliminar, promovió la represión militar en los territorios ocupados de Gaza y Cisjordania, legitimó el robo de esos predios por los colonos sionistas. Fue el arquitecto del programa nuclear de Israel, que posibilitó a ese estado terrorista dotarse de centenares de cabezas nucleares. Ordenó, siendo Primer Ministro, la masacre de Qana, en el Líbano [1996], cuando las aviación de Israel bombardeó un campo de refugiados y masacró a más de cien civiles, la mayor parte de ellos niños.
Rabín firmó la orden de expulsión de 70.000 palestinos de las ciudades de Lydda y Ramte durante la limpieza étnica de 1948, cuando 500 de esos expulsados murieron de hambre y sed. En sus memorias escribió: “‘Echadlos de ahí’ es un término que suena duro. Psicológicamente, esta fue una de las acciones más difíciles que llevamos a cabo. La población no se fue voluntariamente. No había manera de evitar el uso de la fuerza”.
Como puede verse, en Estados Unidos e Israel han sido distinguidos con el Nóbel criminales y genocidas. Seguramente, Netanyahu y Trump, con el apoyo de la Unión Europea, propondrán que a todos ellos se les entregue post morten el Premio Nóbel del Genocidio, porque hicieron méritos suficientes para merecer tan sangrienta distinción.
MÉRITOS GENOCIDAS
No cualquier aparecido se puede ganar el Nobel del Genocidio. Para alcanzarlo se requiere una hoja de muerte muy especial, para que no quepa ninguna duda sobre las imperecederas contribuciones al reino de la muerte, el dolor y el sufrimiento humanos que ha realizado quien sea galardonado. Las credenciales deben ser impecables, con acciones de diversa índole, entre las que pueden mencionarse: masacrar a miles de personas de paisitos de mierda (Trump dixit), matar a vasta escala niños y mujeres, bombardear campos de refugiados, escuelas, hospitales y universidades, matar de hambre a comunidades enteras, asesinar a periodistas, destruir las sedes de la ONU, bombardear instalaciones nucleares sin importar los riesgos que eso implica (como se acaba de hacer en Irán), estar convencidos de la superioridad de los occidentales y de la grandeza racial de los “blancos”, burlar todas las normas de Derecho Internacional y del Derecho de Gentes, proponer “soluciones finales” (al más puro estilo nazi) para erradicar a los palestinos de su suelo y anunciar la creación de hoteles cinco estrellas en playas paradisiacas para turistas millonarios, lanzar alimentos y medicinas desde el aire en paracaídas para proceder a matar sin piedad a aquellos que vayan a recoger esas limosnas, usar la IA para aumentar el número de personas asesinadas… y un interminable etcétera.
Trump cumple con estos requerimientos, por ser copartícipe del genocidio del pueblo palestino, con la misma eficiencia que cualquier otro presidente de los Estados Unidos. Y no oculta su sueño de obtenerlo y de hacer todo lo necesario para lograrlo, esto es, intensifica las cuotas de sangre y dolor rubricadas con el inconfundible sello Made in USA.
El genocida mayor, Netanyahu, espera, porque sabe que primero está el amo y luego vienen los lacayos. Atiende con paciencia, con la convicción de que el próximo año le concederán el Nobel del Genocidio, sin discusión de ninguna clase porque no hay competidores de jerarquía que lo puedan superar.
Publicado en papel en El Colectivo (Medellín), No. 111, septiembre de 2025
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