La limpieza étnica velada contra los inmigrantes, dieciséis de ellos muertos desde enero pasado, y el horror cotidiano en las mazmorras de ICE en esta es guerra incivil de nuestro tiempo.
Santos Edilberto Banegas Reyes salió de casa rumbo a su trabajo cotidiano. Nunca regresó. Murió dieciocho horas después de ser arrestado por ICE. Silverio Villegas González vio a los agentes de ICE vestidos con equipo militar, trató de huir pero le dispararon, ahora su pequeño hijo está huérfano. En tierras donde los sueños se quiebran como cristal, donde el miedo tiene rostro de ley y la esperanza muere encadenada, se libra una batalla silenciosa. No hay cañones que rujan ni banderas que ondeen, solo sombras enmascaradas que devoran vidas, solo lágrimas que se secan en mazmorras modernas. Esta es la guerra incivil de nuestro tiempo, donde ser “el otro” es pecado mortal.
El susurro de los vientos amargos
En el corazón
de un Imperio que parece desmoronarse y de una nación fundada por
inmigrantes, hoy los sueños de aquellos esperanzados en el poema de Emma
Lazarus inscrito en la Estatus de la Libertad: «Dame tus masas
cansadas, pobres y apiñadas que anhelan respirar libres», se marchitan
bajo el segundo mandato de Donald Trump, se respira un aire denso,
cargado de presagios tenebrosos.
No es la guerra de cañones rugientes
y banderas desgarradas la que azota estas tierras, sino algo más
siniestro: una «guerra incivil» que se desliza como serpiente entre las
sombras, devorando en silencio a las comunidades inmigrantes, esas almas
que cruzan fronteras llevando en sus espaldas las esperanzas
desgarradas en sus tierras natales –ya sea por la incapacidad o
corrupción de los gobernantes nativos o porque son herederos lejanos y
presentes de esos azotes imperiales desde la Doctrina Monroe y las
draconianas sanciones económicas –como aquella de hace 8 años, en el
primer régimen de Trump, que desató la emigración de 7 millones de
venezolanos.
¡Oh emigrante! ¿A dónde vas?*
Te rendirás y terminarás por regresar.
Cuántos se han arrepentido
antes que tú y que yo.
Esta ofensiva incivil no nace del vacío, sino de hechos concretos y
medibles, reportados en los medios, que se alimenta de un miedo
ancestral, del terror de la mayoría blanca de convertirse en minoría,
ese fantasma que ronda los pasillos del poder, de la rabia visceral de
un presidente que dice odiar a sus enemigos y que les desea lo peor. Las
políticas que emergen de este pánico demográfico evocan, en los
inmigrantes, los capítulos más sombríos de su historia reciente,
aquellas «guerras sucias» de los años 70 y 80 –bendecidas desde el
Norte– que bañaron de sangre Centro y Sudamérica. En aquellos días
oscuros, los estados empuñaron la detención masiva, la negligencia
calculada y el terror como espadas para doblegar a civiles etiquetados
como «enemigos internos». Hoy, esas mismas sombras danzan de nuevo,
vestidas con otros ropajes, proyectándose sobre otro escenario.
Este
artículo se erige sobre cimientos de hierro: muertes que claman justicia
desde la custodia, arrestos que rompen récords como olas furiosas, y
condiciones de detención que rozan los límites de lo inhumano. Y formula
una pregunta que corta el aire como cuchillo: ¿Presenciamos la
aplicación férrea de la ley o una limpieza étnica encubierta que se
escuda tras el manto sagrado del “cumplimiento de la ley” y la
“seguridad nacional”? ¿Tanto así? ¿Temerles a inmigrantes indocumentados
que son apenas el 3% de la fuerza laboral del país? Hasta Goliat se
sentiría avergonzado.
El pánico demográfico
En esta nación que se
proclama gran mosaico de culturas, las cifras del Censo revelan una
tensión que late como corazón herido. Tras las proclamas de diversidad y
oportunidades, los números susurran otra verdad: la población blanca
dejará de ser mayoría hacia 2045, fecha que para algunos es mero dato
estadístico, pero para otros sectores conservadores suena como campana
de funeral, impulsando políticas que exhalan aires de purga demográfica.
¿Cuántas países superpoblados
y regiones desérticas has visto?
¿Cuánto tiempo has gastado?
¿Cuánto más piensas perder
/ y qué dejarás?
Los datos se alzan como testigos implacables: en 1980, los blancos no
hispanos constituían el 80% de la población estadounidense. Para 2024,
su presencia se había reducido al 58%. Si las proyecciones no mienten,
en 2050 apenas rozarán el 40%. Mientras esta cifra mengua como río en
sequía, los hispanos han caminado el sendero opuesto: de representar un
modesto 6.5% (15 millones de almas) en 1980, crecieron hasta ser el 24%
(70 millones) en 2024. Para mediados de siglo, se espera que sean 105
millones, y quien sabe si más.
Este giro demográfico —que no es
amenaza sino evolución natural como el cambio de estaciones— se ha
convertido en combustible para la retórica más ardiente de Trump y sus
aliados. De ahí surge su promesa de deportar a 11 millones de
indocumentados, en su mayoría hijos de América Latina y el Caribe.
Paradoja cruel: aunque el crecimiento del país se sostiene casi por
completo en nacimientos e inmigración de familias hispanas, la narrativa
oficial las pinta como «peligro» para la identidad nacional.
Lo
irónico resuena como eco amargo: en 2025, por primera vez en medio
siglo, la población inmigrante en EE.UU. disminuyó. Pasó de 53.3
millones en enero a 51.9 millones en junio: una caída del 2.6%,
explicada por deportaciones masivas y el miedo que germinan las nuevas
políticas. Los expertos advierten que esta tendencia podría conducir a
la primera declinación poblacional en la historia del país, agudizada
por la baja natalidad. Todo esto no parece fruto del azar, sino
respuesta a un pánico racial disfrazado de estrategia de seguridad.
Muertes y negligencia
En esta guerra incivil que
no se anuncia con cañones pero sí con silencios sepulcrales, los cuerpos
de los migrantes se han convertido en testigos mudos de una tragedia
que se despliega en cámara lenta. Dieciséis muertes en menos de nueve
meses. La mayoría, evitables como tormentas anunciadas. Cada una deja la
sensación amarga de estar ante una ejecución encubierta, disfrazada de
negligencia.
Oh emigrante cuanto tiempo pasas
Recorriendo en el país de otros.
El destino y el tiempo siguen su curso
pero tú lo ignoras.
Los datos se alzan escalofriantes como viento helado: desde enero de
2025, al menos 16 personas han perdido la vida bajo custodia de ICE.
Diez de ellas en apenas seis meses, la cifra más alta de años recientes.
Detrás de esos números se esconden historias de dolores en el pecho
ignorados como súplicas al viento, de suicidios que pudieron prevenirse,
de un sistema que convierte la desidia en sentencia de muerte. Basta
recordar que el 95% de los fallecimientos en detención entre 2017 y 2021
fueron considerados prevenibles por los propios reportes oficiales.
Como
si los números no fueran suficientemente brutales, septiembre llegó
cargado de los golpes más duros. El 23, Ismael Ayala-Uribe, ex
beneficiario de DACA de 39 años, murió en Adelanto después de que sus
quejas por dolor en el pecho fueran desoídas como lamentos en el
desierto. Un día después, en Dallas, la tragedia se transformó en
masacre: un atacante disparó contra una camioneta de ICE repleta de
migrantes esposados y encadenados como animales. Norlan Guzmán Fuentes,
salvadoreño de 46 años, recibió un disparo en la cabeza y murió al
instante. Miguel Ángel García Hernández, mexicano de apenas 26 años y
padre de cuatro hijos, quedó en estado crítico con cuatro impactos de
bala. José Andrés Bordones Molina, venezolano, también resultó herido.
Incluso
en el hospital, los sobrevivientes permanecen encadenados como bestias
peligrosas. Sus familias claman respuestas y transparencia, pero lo que
reciben es un silencio pesado, casi insoportable. Es la misma lógica que
conocimos en las «desapariciones» de las guerras sucias en América
Latina: el Estado dejando morir, castigando con descuido calculado.
¿Por qué tu corazón está triste?
¿Por qué te quedas ahí
como un desdichado?
Los problemas no son eternos,
si no sigues aprendiendo y construyendo.
Mientras tanto, las cifras de arrestos crecen como marea implacable. En 2025, los detenidos indocumentados ya superan los 158,000 —un aumento cercano al 40% respecto al año anterior. Eso significa 778 personas capturadas cada día, como red que no discrimina. Lo más cruel: más del 65% no tienen antecedentes criminales, y la gran mayoría que los tiene son por delitos menores, como infracciones de tráfico o pequeños robos, o hasta inventados como el caso de Paramjit Singh, dueño de gasolineras pero solo residente legal. La maquinaria se enfoca, cada vez más, en quienes menos encajan con la narrativa oficial de «peligro».
Abusos sistemáticos y paralelismos históricos
Si
los números ya cortan como cuchillos, lo que sucede dentro de los
centros de detención es un auténtico descenso a los círculos del
infierno. Bajo el pretexto sagrado de «seguridad nacional», miles de
migrantes terminan atrapados en espacios que se asemejan más a mazmorras
medievales que a instalaciones legales.
En julio, la población
detenida alcanzó un récord que resuena como grito: 56,816 personas bajo
custodia, con promedios diarios que oscilan entre 41,000 y 60,000. Esa
multitud vive hacinada, en condiciones que erosionan la dignidad humana
gota a gota, como agua que perfora la piedra. Reportes documentan
aislamientos prolongados, embarazadas y niños ignorados como fantasmas,
abusos físicos y sexuales que rara vez ven la luz. No es error aislado:
es sistema entero diseñado para quebrar el espíritu.
Los días no son eternos
al igual que nuestra juventud.
Oh pobre emigrante,
que ha perdido su felicidad.
En Nueva York, la corte de inmigración en el Bajo Manhattan (26 Federal Plaza) se ha convertido en símbolo de esta degradación que apesta a injusticia, por decir lo menos. Videos muestran detenidos sin ducharse durante días, sin ropa limpia, privados del derecho a ver abogado. El edificio exhala desesperación y violaciones constantes de derechos básicos. Incluso jueces han denunciado el hacinamiento como «inhumano e ilegal». Afuera, las protestas terminan con arrestos de políticos demócratas, y adentro, agentes de ICE empujan violentamente madres al suelo. Postal cotidiana de la brutalidad institucionalizada.
Caimanes de la inhumanidad
Pero el retrato más
grotesco se encuentra en Florida, en el Krome Detention Center, apodado
el «Alcatraz de los Caimanes», y uno se pregunta si es una referencia a
los lagartos o alma de aquellos que lo promueven. Allí, entre pantanos y
mosquitos que bailan danzas macabras, los testimonios hablan de gusanos
en la comida, baños rebalsados con aguas residuales, paredes cubiertas
de moho verde como lepra, temperaturas extremas y enjambres de insectos
que convierten el sueño en tortura. Mujeres han reportado abortos
espontáneos provocados por negligencia médica. Ex guardias y abogados lo
describen sin rodeos: como campo de concentración en pleno siglo XXI.
Organizaciones
como la ACLU, Human Rights Watch y Physicians for Human Rights han
condenado lo que llaman «crueldad sistemática». Lo más alarmante: lejos
de reducir estas prácticas, el plan es expandirlas como mancha de
aceite, triplicando la capacidad de los centros, profundizando un modelo
que ya es inhumano. Y eso no es todo.
La misteriosa desaparición de cientos
Cientos de
personas que estaban detenidas en el Alligator Alcatraz, han
desaparecido sin rastro del sistema oficial. Estas personas han sido
borradas completamente de la base de datos digital de ICE, dejando a
representantes legales y familiares en la incertidumbre total sobre su
ubicación, tal como han denunciado organizaciones defensoras de los
derechos de los migrantes, según informó El País.
Luis Sorto,
representante de Sanctuary of the South —una organización que brinda
servicios jurídicos y que participó en acciones legales contra el
Gobierno por limitar el acceso legal a los detenidos en esta
controvertida prisión migratoria— explica la situación actual: «Al
intentar localizar a las personas que estaban recluidas en ese lugar, el
sistema de búsqueda del ICE ahora responde únicamente: ‘Comuníquese con
el Departamento de Correcciones de Florida para mayor información’».
«Desaparecidos» e «invisibles»
Según Sorto, la
totalidad de los demandantes que se encontraban en el centro fueron
reubicados tras la presentación de una nueva acción legal en agosto, la
cual cuestionaba la legitimidad de Florida para mantener detenidas a
personas en dicha instalación. Esta demanda también destacaba que los
reclusos habían desaparecido del sistema de rastreo del ICE.
La Unión
Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU), responsable de
interponer la demanda, caracterizó a Alligator Alcatraz como «un vacío
informativo total». La organización enfatizó que varios individuos se
encuentran «desaparecidos» del sistema, efectivamente «invisibles» para
el aparato migratorio, mientras que «sus representantes legales y seres
queridos frecuentemente desconocen su paradero y carecen de medios para
establecer comunicación con ellos».
Oh emigrante, te advierto y te aconsejo:
Mira lo que te conviene,
antes de comprar y vender ilusiones.
Todo esto no es nuevo bajo el sol. América Latina conoció tácticas gemelas en El Salvador, Guatemala o Argentina durante las guerras sucias: detenciones arbitrarias, tortura encubierta, terror como método de control social y hasta masacres como las del Río Sumpul o El Mozote. La diferencia es que hoy los «enemigos internos» no son opositores políticos, sino migrantes etiquetados como criminales, terroristas o invasores. La narrativa de la «invasión migrante», reforzada con despliegues militares en las ciudades, cumple el mismo objetivo: sembrar miedo y obediencia como semillas envenenadas.
La resistencia civil de los humanos
Mientras la
Casa Blanca repite el mantra de la «seguridad nacional» como oración
mecánica, en las calles el pueblo, entre ellos muchos blancos, responde
con mensaje muy distinto: el verdadero terror no viene de los migrantes,
sino del propio Estado. Y lo gritan con carteles, marchas y cánticos
que se multiplican de costa a costa como fuego que se extiende.
Desde
enero del 2025, más de 700 manifestaciones han estallado en los 50
estados y en Washington D.C. Lo que comenzó como pequeños actos de
resistencia se ha transformado en movimiento nacional contra las
deportaciones masivas y el maltrato en los centros de detención. Muchos
lo vinculan al espíritu del movimiento Abolish ICE, otros lo ven como
lucha más amplia contra el autoritarismo de Trump. Pero todos comparten
el mismo grito que rompe el aire: «No en nuestro nombre».
Oh emigrante entorpecido,
te ha pasado lo mismo que a mí.
Así vuelve el corazón a la razón,
al amanecer del día.
La narrativa de los «terroristas domésticos».
En Portland, la
tensión alcanzó tal punto que el despliegue de tropas federales y de la
Guardia Nacional para proteger instalaciones de ICE fue descrito como
«teatro político» por líderes locales. El presidente, sin embargo, no
dudó en etiquetar a los manifestantes como «terroristas domésticos». La
brecha entre narrativa oficial y realidad se hace abismo cada vez más
profundo.
Chicago vivió choques particularmente duros en el centro de
detención de Broadview: gases lacrimógenos, balas de pimienta y hasta
políticos demócratas afectados, como el alcalde de Evanston, Daniel
Biss, quien terminó con dificultad para respirar tras la represión. Tres
personas fueron arrestadas y, en respuesta, los manifestantes lanzaron
piedras y fuegos artificiales como cometas de ira. La ciudad entera se
convirtió en tablero de ajedrez entre represión y resistencia.
Rebelión contra el abuso del poder
En Los
Ángeles, las redadas de junio desataron protestas multitudinarias,
mientras que en Brooklyn, más de 200 personas salieron a las calles el
27 de septiembre, obligando incluso a evacuar temporalmente
instalaciones. Texas tampoco se quedó atrás: en Alvarado, McAllen y
Dallas, las multitudes condenaron la retórica «fascista» contra los
migrantes. En abril, el envío de 10,000 tropas a la frontera marcó un
antes y un después: la militarización abierta de la vida cotidiana, como
si la guerra hubiera llegado a casa.
Lo que está claro como agua de
manantial es que estas acciones civiles —bloqueos de entradas, cadenas
humanas frente a autobuses de deportación, cercas derribadas como muros
de Berlín— son más que simples protestas. Son recordatorio de que,
aunque el gobierno defienda sus políticas como escudo para proteger a
los estadounidenses, amplios sectores de la sociedad, en particular las
nuevas generaciones que han crecido con los hijos de los inmigrantes
nacidos en EE.UU., lo ven de otra manera: como abuso de poder que
erosiona los derechos humanos y traiciona los valores democráticos que
el país dice defender.
¿Aplicación de la ley o limpieza étnica?
En este paisaje desolado, donde las balas, la negligencia y el miedo parecen tener nacionalidad propia, una pregunta incómoda se impone como espada de Damocles: ¿estamos hablando simplemente de la aplicación estricta de la ley, o de una limpieza étnica disfrazada de seguridad nacional?
No hay tanques rugiendo en las calles ni frentes de batalla declarados, pero los hechos dibujan otro tipo de guerra, silenciosa y persistente como río subterráneo. Una guerra de baja intensidad, sostenida por el miedo: el miedo de los migrantes a ser detenidos o deportados, y el miedo que se busca sembrar en la sociedad para justificar medidas extremas. Las encuestas hablan por sí solas como coro griego: casi una cuarta parte de los adultos en EE.UU. temen que ellos o alguien cercano sean deportados. Ese temor no es casualidad; es política hecha emoción, estrategia convertida en pesadilla cotidiana.
¡Oh inmigrante! ¿A dónde vas?
Te vas y te quedas.
Cuánto lamentamos tu ausencia
de los distraídos, antes y después de ti.
El gobierno insiste en que estas acciones son defensa legítima contra carteles y amenazas terroristas. Hablan de seguridad, de orden, de soberanía como mantras sagrados. Pero detrás de los discursos, lo que vemos es otra cosa: comunidades enteras quebradas como cristales, familias separadas como ramas arrancadas del árbol, centros de detención que parecen cárceles medievales, y un sistema que convierte la vida de miles en moneda de cambio electoral.
El terror vestido de legalidad
Tal vez no podamos
llamar a esto una «guerra» en el sentido clásico, con sus uniformes y
banderas. No hay ejércitos enfrentándose en campos abiertos bajo el sol.
Pero sí hay ecos inquietantes de otros episodios de limpieza étnica y
desplazamientos forzados en la historia de las Américas, resonancias que
congelan la sangre. Cuando la política convierte a un grupo humano en
«invasor» y legitima su persecución sistemática, el nombre puede
cambiar, pero la esencia sigue siendo la misma: el terror vestido de
legalidad.
Al final, la pregunta que queda flotando en el aire como
humo acre es si este país —que alguna vez se presentó como refugio de
migrantes, como faro de esperanza— podrá mirarse al espejo sin desviar
la mirada. Porque más allá de la retórica y de los números fríos, lo que
está en juego no son estadísticas: son vidas que palpitan, dignidades
que se marchitan y el alma misma de una nación que se debate entre sus
ideales y sus miedos más profundos.
Así vuelve el corazón a la razón,
al amanecer del día.
Pues así lo ha escrito
el Altísimo Creador.
*Las estrofas son de la canción Ya Rayah, ¡Oh emigrante! ¿A dónde vas?, del artista argelino Rachid Taha (1958-2018). Es un clásico de la música raï, que ha trascendido fronteras y generaciones. La letra de la canción aborda el tema de la emigración y el sentimiento de nostalgia que experimentan aquellos que dejan su tierra natal en busca de una vida mejor. La canción es un diálogo con el emigrante, cuestionando sus razones para irse y recordándole las dificultades que encontrará en su camino.
El estribillo repite la pregunta de por qué el corazón del emigrante está triste y por qué insiste en seguir adelante a pesar de los desafíos. La canción sugiere que ni el tiempo ni la distancia pueden cambiar la esencia de una persona, y que el emigrante siempre llevará consigo su identidad y sus raíces. Ya Rayah’ expresa un sentimiento universal de búsqueda y pertenencia.
La letra también refleja la dura realidad de la emigración, donde las ilusiones de una vida mejor a menudo se enfrentan con la soledad y la desilusión. A través de su música, Taha logra transmitir un mensaje emotivo que resuena con muchos que han vivido la experiencia de dejar su hogar, haciendo de Ya Rayah un himno para la diáspora argelina y otros emigrantes alrededor del mundo.