La historia del sionismo es fundamentalmente una historia de engaños. Esta afirmación es de vital importancia hoy en día, ya que contextualiza la llamada «propuesta de Trump para Gaza», que parece ser poco más que una estrategia velada para derrotar a los palestinos y facilitar la limpieza étnica de una parte significativa de la población de Gaza.
Desde el inicio del conflicto actual, Estados Unidos ha sido el aliado más fiel de Israel, llegando incluso a enmarcar la matanza indiscriminada de civiles palestinos como el «derecho de Israel a defenderse». Esta postura se define por la criminalización generalizada de todos los palestinos, tanto civiles como combatientes, mujeres, niños y hombres por igual.
Cualquier esperanza ingenua de que la administración Trump pudiera frenar a Israel resultó infundada. Tanto la administración demócrata de Joe Biden como la administración republicana de su sucesor han sido socios entusiastas de la misión mesiánica del primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu. La diferencia ha sido principalmente retórica. Mientras que Biden envuelve su firme apoyo en un discurso liberal, Trump es más directo y utiliza un lenguaje de amenazas abiertas.
Ambas administraciones aplicaron estrategias para entregar la victoria a Netanyahu, incluso cuando su guerra no logró sus objetivos estratégicos. Biden utilizó a su secretario de Estado, Antony Blinken, como emisario para negociar un alto el fuego totalmente adaptado a las prioridades israelíes. Del mismo modo, Trump utilizó a su yerno, Jared Kushner, y al ex primer ministro británico Tony Blair, entre otros, para urdir una estratagema paralela.
Netanyahu explotó hábilmente a ambas administraciones. Sin embargo, durante la era Trump, el lobby estadounidense e Israel parecían dictar la política exterior estadounidense. Una clara señal de esta dinámica fue la famosa escena del pasado mes de abril, durante la visita de Netanyahu a la Casa Blanca, cuando el presidente de «America First» le acercóuna silla. La convocatoria de Blair, que en su día dirigió el Cuarteto para la Paz controlado por Estados Unidos, a la Casa Blanca junto a Kushner en agosto, fue otra señal premonitoria. Era evidente que Israel y Estados Unidos estaban planeando un plan mucho más amplio: no sólo para aplastar a Gaza, sino para impedir cualquier intento de resucitar la causa palestina en su conjunto.
Mientras diez países declaraban el reconocimiento del Estado de Palestina entre aplausos en la Asamblea General de la ONU entre el 21 y el 23 de septiembre, Estados Unidos e Israel se preparaban para revelar su gran estrategia, con contribuciones fundamentales de Ron Dermer, entonces ministro de Asuntos Estratégicos de Israel.
La propuesta de Trump sobre Gaza se anunció el 29 de septiembre. Casi de inmediato, varios países, incluidos firmes partidarios de Palestina, declararon su apoyo. Este apoyo se dio sin darse cuenta de que la última versión del plan había sido modificada sustancialmente con respecto a lo que se había discutidoentre Trump y los representantes del mundo árabe y musulmán en Nueva York el 24 de septiembre.
Trump anunció que Israel había aceptado la propuesta y amenazó a Hamás con que, si no la aceptaba en un plazo de «tres o cuatro días», «el final sería muy triste». Aun así, el secretario general de la ONU, Antonio Guterres, quien, junto con la ONU, ha fracasado en gran medida a la hora de exigir responsabilidades a Israel, declaró su apoyo a la propuesta de Trump, afirmando que «ahora es crucial que todas las partes se comprometan con un acuerdo y su aplicación».
Netanyahu se sintió de nuevo eufórico, al creer que el peso de la presión internacional finalmente estaba disminuyendo y que la responsabilidad estaba pasando a los palestinos. Según se informa, declaró que «ahora todo el mundo, incluido el mundo árabe y musulmán, está presionando a Hamás para que acepte las condiciones». Confiado en que la balanza se había inclinado a su favor, el 30 de septiembre reafirmó abiertamente sus objetivos en Gaza: «Liberar a todos nuestros rehenes, tanto vivos como fallecidos, mientras las Fuerzas de Defensa de Israel permanecen en la mayor parte de la Franja». Incluso cuando las naciones árabes y musulmanas protestaron por las enmiendas al plan inicial de Trump, ni Netanyahu ni Trump cedieron, el primero continuando con las masacres y el segundo repitiendo sus amenazas.
La implicación es clara: independientemente de la posición palestina, Israel seguirá presionando para llevar a cabo la limpieza étnica de la Franja utilizando medios tanto militares como no militares. El plan prevé que Gaza y Cisjordania sean administradas como dos entidades separadas, con la Franja bajo el control directo de la llamada «Junta de Paz» de Trump, convirtiendo así a Blair y Kushner en los nuevos gobernantes coloniales de Palestina.
La historia es fundamental en este caso, en particular la historia del engaño israelí. Desde sus inicios, el colonialismo sionista justificó su dominio sobre Palestina basándose en una serie de falsedades: que los colonos europeos tenían vínculos históricos esenciales con la tierra; la falsa afirmación de que Palestina era una «tierra sin pueblo»; la aseveración de que los nativos indígenas eran intrusos; y el estereotipo de que los árabes son intrínsecamente antisemitas. En consecuencia, el Estado de Israel, construido sobre tierras palestinas sometidas a una limpieza étnica, se promocionó falsamente como un «faro» de paz y democracia.
Esta red de falsedades se profundizó y acentuó tras cada masacre y cada guerra. Cuando Israel flaqueaba en la gestión de sus esfuerzos militares o de su guerra propagandística, Estados Unidos intervenía invariablemente. Un ejemplo claro es la invasión israelí del Líbano en 1982, donde se impuso un «acuerdo de paz» a la OLP bajo la presión de Estados Unidos. Gracias a los esfuerzos del enviado estadounidense Philip Habib, los combatientes palestinos abandonaron Beirut para exiliarse, en el entendimiento de que esta medida salvaría miles de vidas civiles. Trágicamente, ocurrió lo contrario, lo que allanó directamente el camino para la masacre de Sabra y Shatila y una prolongada ocupación israelí del Líbano hasta el año 2000.
Este patrón histórico se repite hoy en Gaza, aunque ahora las opciones son más duras. Los palestinos se enfrentan a la elección entre la derrota garantizada de Gaza -acompañada de una ralentización temporal y no garantizada del genocidio- y la continuación de la matanza masiva. Sin embargo, a diferencia del engaño israelí en el Líbano hace cuatro décadas, Netanyahu no hace ningún esfuerzo en esta ocasión por ocultar sus viles intenciones. ¿Permitirá el mundo que se salga con la suya con este engaño y genocidio?
Ramzy Baroud es periodista y director de The Palestine Chronicle. Es autor de cinco libros, el último de ellos es «These Chains Will Be Broken: Palestinian Stories of Struggle and Defiance in Israeli Prisons» (Clarity Press, Atlanta). El Dr. Baroud es investigador principal no residente en el Centro para el Islam y los Asuntos Mundiales (CIGA) de la Universidad Zaim de Estambul (IZU). Su sitio web es www.ramzybaroud.net
Texto en inglés: CounterPunch.org, traducido por Sinfo Fernández.