La extensión israelí de los frentes bélicos a todo el Medio Oriente y la convergencia de esas incursiones con las provocaciones de la OTAN en Ucrania, consolida una tendencia a la generalización y unificación mundial de las tensiones militares.
La sintonía de ese curso con el escenario que rodeó a la Segunda Guerra Mundial, obliga a adecuar las posturas de la izquierda al nuevo escenario. Ese amoldamiento exige registrar la existencia de un enemigo principal, que ha conformado un eje regresivo. La derrota de ese adversario es una prioridad en todos los campos de batalla.
El imperialismo norteamericano y sus aliados o subordinados de Occidente conforman ese bando. Por esa razón, la victoria de sus agentes yihadistas en Siria constituye un duro golpe para la causa palestina.
Esta evaluación surge del cambio registrado en la naturaleza de la guerra civil de ese país. Un conflicto inicial con demandas democráticas progresivas involucionó primero hacia un choque entre bandos igualmente regresivos y posteriormente culminó de la peor forma, con el triunfo de los personeros de Israel.
Con esa misma óptica debe evaluarse el curso actual del conflicto de Ucrania, cuyo desenlace a favor de Occidente implicaría una adversidad para la batalla mundial contra el imperialismo. También en ese país, el carácter de la guerra mutó en forma significativa con su propio desarrollo.
La OTAN provocó el conflicto y fue la principal responsable de la sangría. La posterior invasión rusa fue una respuesta errónea e inadecuada, puesto que generó una negativa división de los pueblos en Ucrania y en toda Europa. Pero desde el momento que Estados Unidos y sus socios ampliaron la agresión y bloquearon una salida negociada, su derrota se ha tornado necesaria para apuntalar el mejor escenario para ese país y para el mundo.
REPLANTEOS DE LA IZQUIERDA
Un antecedente del pasado contribuye a clarificar el tipo de mutaciones políticas en curso. En los años 30, el afianzamiento del stalinismo en la Unión Soviética fue un proceso muy regresivo. Incluyó la colectivización forzosa, la purga de la vieja guardia bolchevique, la usurpación burocrática del poder y el ahogo de la democracia de los soviets. Pero cuando los nazis invadieron la URSS, esas penurias quedaron empequeñecidas, frente a una amenaza que ponía en peligro ya no la revolución, sino la propia subsistencia de Rusia y su población. Hitler sustituyó en forma categórica a Stalin como el gran enemigo a derrotar.
Ese precedente -que ilustra cómo la principal adversidad a enfrentar cambia con el curso de los acontecimientos- es instructivo, para evaluar lo que acontece hoy en Ucrania. Cualquiera sea la evaluación de la invasión dispuesta por Putin, el enemigo central de ese país es el ejército que comanda, financia y entrena la OTAN.
En cualquier caso, el antecedente de la Segunda Guerra Mundial es un barómetro general para las posturas de la izquierda, que deben priorizar la denuncia del imperialismo y del peligro fascista que anida en el agresor occidental.
Con esa mirada, la demanda por la paz, las negociaciones y el desarme, no son planteos de equidistancia o apaciguamiento, sino propuestas concretas para hacer frente al belicismo imperial. La referencia a las alianzas de la Segunda Guerra es también importante, para recordar que esos pactos incluyen a veces acuerdos con gobiernos y regímenes políticos abominables. La convergencia con los Aliados por parte de la URSS, incluía por ejemplo acciones comunes con los aborrecibles colonialistas de Gran Bretaña, Francia y Estados Unidos.
Finalmente, la referencia orientadora a los escenarios bélicos del pasado facilita la evaluación de la compleja validez de cada demanda nacional en esos contextos. No cabe duda de esa legitimidad para el caso palestino, que sintetiza una contundente lucha progresista. En una batalla antiimperialista contra Estados Unidos y un combate anticolonial contra Israel.
Pero otros casos como la lucha de los kurdos -que tienen la misma autenticidad histórica de los palestinos- presenta una dimensión más controvertible, por la alianza que actualmente mantienen con Estados Unidos e Israel para protegerse de la agresión turca. Es el dilema que afrontan los luchadores de Rojava (Tas, 2025). Si ese padrinazgo se consolida afectará seriamente el anhelo soberano y el lugar de esa lucha en todo el escenario de Medio Oriente.
Nuestra caracterización de este escenario y nuestra respuesta política forman parte de los debates en curso en la izquierda. Un abordaje contrapuesto a nuestra mirada, considera que el contexto geopolítico actual, presenta más semejanzas con el marco prevaleciente en la Primera Guerra Mundial que en la Segunda.
La diferencia entre ambas conflagraciones es decisiva para las posturas herederas del leninismo, porque mientras el conflicto de 1914-19 opuso a dos bandos imperialistas igualmente reaccionarios, en la contienda de 1939-45 el bloque fascista chocó con una contraparte antifascista.
En el primer caso, las corrientes comunistas denunciaron a los dos campos, convocaron al boicot de ambos ejércitos y postularon estrategias derrotistas. Se propusieron transformar la guerra entre los Estados capitalistas en alzamientos revolucionarios de los pueblos. Por el contrario, en la segunda conflagración focalizaron la lucha contra el fascismo, participaron del campo bélico de los Aliados contra el Eje y apostaron a desenvolver procesos socialistas desde ese posicionamiento.
Señalar parecidos del contexto actual con uno otro escenario, tiene enormes implicancias políticas e induce a definir estrategias contrapuestas. Las similitudes que establecemos con el choque de los Aliados versus Eje, nos conducen a resaltar la batalla principal contra el imperialismo estadounidense y sus socios o apéndices.
Por el contrario, las semejanzas destacadas con la conflagración previa apuntan a colocar a la OTAN en el mismo plano que los BRICS, asignando a los gobiernos de Estados Unidos, Europa e Israel la misma responsabilidad que a sus pares de Rusia o China por las desgracias que sufren los oprimidos.
OMISIÓN DE LA AGRESIVIDAD IMPERIAL
Un exponente de los enfoques que equiparan a ambos bandos en los conflictos en curso, entiende el período actual está signado por campos en disputa, igualmente encabezados por coaliciones con perfiles neofascistas, que adoptan disfraces constitucionales y apariencias democráticas (Achcar, 2025b). Estima que Putin mantiene conflictos con Trump desde un mismo status político reaccionario. Considera que chocan por la apropiación de los recursos, compartiendo el mismo posicionamiento ultraderechista. Contrapone explícitamente ese marco en el imperante en los años 30 o la posguerra, cuando algunas potencias se ubicaban en un polo regresivo y otras en el campo antifascista (Achcar, 2025a).
Con esa evaluación adopta una postura neutralista, desconociendo la existencia de un sistema imperial en crisis, articulado en torno a los Estados Unidos. Omite que esa estructura sostiene al capitalismo a través de mecanismos de despojo de la periferia, pulseando con los rivales excluidos de ese entramado.
Tampoco toma en cuenta, que la primera potencia afronta un declive económico estructural frente al ascendente competidor asiático y recurre al belicismo, para mantener su primacía a través de la fuerza. Pierde de vista que las guerras son generadas, iniciadas o provocadas por el Pentágono (o sus socios), para contener el ascenso del bloque opuesto que lidera China y Rusia.
La mirada neutralista ignora esa dinámica subyacente, que explica la creciente generalización del militarismo. Supone que todas las potencias batallan por igual para acrecentar sus beneficios con mayores territorios y mercados e interpreta que las guerras, simplemente obedecen a esa enloquecida competencia de todos contra todos. Con ese abordaje, omite que la geopolítica actual está condicionada por un orden estructurado en torno a las jerarquías del sistema imperial.
Basta observar la secuencia de conflictos contemporáneos, para notar que no estallan en forma dispersa por compulsiones expansivas de cualquier potencia. Siempre irrumpen siguiendo el mismo libreto. Estados Unidos, Israel, Gran Bretaña, Francia o algún otro apéndice de la OTAN provocan, suscitan o desencadenan los conflictos. Cuentan con la fuerza militar dominante y abrumadora del Pentágono para precipitar esos estallidos.
La expansión de misiles de la OTAN originó la guerra de Ucrania, el colonialismo israelí incendia Medio Oriente, los despliegues de marines amenazan el Mar de China, los gendarmes yanquis hostilizan a Venezuela y sus pares de Gran Bretaña o Francia acosan a los países africanos.
Ciertamente hay conflictos regionales o fronterizos de todo tipo y los gobernantes capitalistas de cada zona, juegan su propia partida para aumentar los lucros de las clases dominantes locales. Pero esa variedad de tensiones no tiene la misma centralidad, que la tendencia a la generalización y unificación de las guerras. Esta última convergencia se consuma siguiendo una lógica imperial agresiva, que empuja a Estados Unidos contrapesar con las armas su declive económico.
Ese curso rector del belicismo explica la extensión actual de los conflictos. Esas tensiones no estallan por la indiscriminada conducta de mandatarios neofascistas al frente de distintos gobiernos. Hay una línea rectora subyacente de esos choques, que es la dinámica agresora del sistema imperial. Omitiendo ese condicionante, los sucesos en curso se vuelven incomprensibles.
SIN HORIZONTES A LA VISTA
La óptica neutralista observa en forme equivocada el contexto actual, bajo el signo de un generalizado e indiscriminado fascismo. Resalta incluso ese dato como factor relevante, en desmedro de otras visiones semejantes, que subrayan la primacía de la catástrofe como el elemento central de la época (Achcar, 2025a).
Pero no percibe, que la existencia de ingredientes neofascistas en varios gobiernos actuales es insuficiente para catalogar a todo el período en curso, bajo la sombra del fascismo. Hemos puntualizado los aspectos que distinguen este escenario del prevaleciente a mitad del siglo pasado, destacando la pertinencia del concepto autoritarismo reaccionario, para caracterizar la actual oleada ultraderechista (Katz, 2025; 2024: 119-131).
También destacamos la inconveniencia de extender ese mote a cualquier tipo de gobierno. Salta a la vista, por ejemplo, cuán lejos se ubican los mandatarios de China de esa caracterización.
La tesis neutralista añade, que las guerras actuales se multiplican en total ausencia de procesos revolucionarios y entiende que esa carencia, distingue el comienzo del siglo XXI de lo ocurrido durante el siglo pasado (Achcar, 2025a). Por esa razón, no retoma la estrategia derrotista de Lenin, ni sugiere alguna variante afín para la política de la izquierda. Simplemente denuncia un escenario peligroso y negativo para el proyecto socialista.
Ese retrato de un neofascismo generalizado es acompañado por una manifiesta carga de pesimismo. No sugiere caminos para que las fuerzas progresistas afronten esa adversidad, con alguna perspectiva de retomar la batalla por el socialismo.
Por el contrario, nuestro enfoque propone tomar partido en el campo opuesto al enemigo principal, para reabrir los senderos de lucha contra el capitalismo. Recordamos que, al concluir la Segunda Guerra Mundial la derrota del fascismo creó condiciones para la acción revolucionaria, cuyo desenlace fue exitoso en algunos lugares (Asia) y adversos en otros (Europa Occidental).
El neutralismo objeta esa referencia, descalificándola con el despectivo mote de “neocampismo”. Pero no defiende la opción opuesta de concebir una trayectoria revolucionaria, derivada de la derrota simultánea de todos los contrincantes neofascistas. Descarta esa alternativa afín al legado leninista de la Primera Guerra Mundial. Por eso no ofrece ninguna perspectiva para la izquierda, más allá del análisis y la contemplación.
JUSTIFICACIÓN DEL AGRESOR
Las graves consecuencias políticas del neutralismo son muy visibles en el escenario del Gran Oriente Medio. Al no registrar la presencia de un enemigo principal, minusvalora la devastadora acción del imperialismo, eludiendo la adopción de una nítida postura de oposición a ese atacante. En el mejor de los casos, opta por la pasividad y en el peor por la vaga justificación de incursor. Esta actitud deriva de un largo proceso de aproximación al liberalismo.
Se remonta al cuestionamiento de la invasión de Afganistán que perpetró la Unión Soviética, para defender al gobierno democrático-revolucionario de Mohamad Najibulá (1979). El rechazo de esa acción -consumada para contrarrestar la revuelta de los talibanes, organizados y financiados por Estados Unidos- se fundamentó en señalar que la presencia rusa en ese país, era tan nociva como la injerencia de su par norteamericano (Achcar, 2021a). Con esa equivalencia, colocó en un pie de igualdad al campo progresista con el reaccionario, presuponiendo que ambos compartían el defecto de una misma pertenencia foránea.
Pero esa igualación omitió que, en un caso, las fuerzas locales recurrieron a un sostén externo para sostener una transformación democrática del país y en el otro, para perpetuar el oscurantismo regresivo. La tragedia posterior de Afganistán ilustra las terribles consecuencias de la derrota de Najibulá. El país quedó desgarrado en matanzas, que los talibanes perpetraron primero bajo las órdenes yanquis y luego por su propia cuenta, en conflicto con sus padrinos.
El segundo caso de ceguera neutralista fue más grave, porque implicó la
justificación de los bombardeos de la OTAN en Libia para tumbar a Gadafi. Se argumentó que esa intervención era la única opción disponible, para salvar a los movimientos populares rebeldes contra ese gobierno, omitiendo que el alabado socorrista era el imperialismo norteamericano. Con ese fundamento se aprobó la “zona de exclusión aérea” que dispuso el Pentágono, para auxiliar con armas y recursos financieros a las bandas yihadistas que precipitaron el cambio de régimen (Achcar, 2021b).
En tiempo récord se tornó evidente que esos grupos eran simples auxiliares de la CIA y no meritorios luchadores por la libertad. Se embarcaron en una feroz disputa por el botín petrolero, trasformando al Estado más próspero de África, en un centro del tráfico de migrantes hacia Europa (Poch 2024). Este resultado de la balcanización y demolición de Libia, es actualmente reconocido por la mirada que entrevió dinámicas positivas en los opositores a Gadafi (Achcar, 2025c).
Nuestra critica a esa postura (Katz, 2023: 283-295) coincidió con otros llamados de atención, a las actitudes que en la izquierda justificaban el atropello estadounidense. El cuestionamiento a las figuras del campo progresista -que debían condenar las guerras imperiales, pero terminaron convalidándolas- ha sido un tema de gran debate en los últimos años (Bouamama, 2023).
Las desacertadas actitudes asumidas por el neutralismo en Afganistán y Libia se repitieron recientemente en Siria. Las variantes más extremas de ese enfoque celebraron con euforia la caída del gobierno de Assad, afirmando que ese derrumbe abría un horizonte de esperanza para el país (Saleh, 2024).
Esa felicidad fue resaltada en mensajes que ponderaban el alivio de la población (Daher, 2024a), frente a la llegada del pro sionista Al Goli al gobierno. A esa algarabía tan solo le sumaron algunas prevenciones por los “desafíos y peligros”, que implicaba la captura de Damasco por parte de un comandante yihadista (Daher, 2024b). Ese enaltecimiento (con las trilladas prevenciones) coincidió con el blanqueo del terrorista Al Golani por parte de la prensa occidental (Serhard, 2024).
Las variantes tradicionales del neutralismo optaron en este caso por posturas más sobrias de mera descripción de la balcanización sufrida por Siria. Denunciaron a todas las fuerzas que descuartizan a ese país y observaron el reemplazo de Assad por Al Golani, como un episodio de ese reparto (Achcar, 2024). Evaluar en esos términos de simple retrato, una dramática derrota de la lucha anticolonial y antiimperialista es mejor que celebrarla, pero ilustra el mismo despiste político.
OMISIÓN DEL ENEMIGO PRINCIPAL
Tal como ocurrió en los casos precedentes de Afganistán y Libia, el neutralismo no registra las terribles consecuencias de la destrucción imperial de Siria. Lejos de constituir un momento más (positivo o indistinto) del desgarro sufrido por ese país, la caída de Assad consagró la demolición de un Estado laico, que llegó a contar con un ejército medianamente entrenado, cierto nivel educativo y algunos pilares básicos para el desenvolvimiento socioeconómico. Esa unidad territorial quedó definitivamente pulverizada con la captura del gobierno por un bandido yihadista, que debutó quebrantando la coexistencia entre suníes chiíes, alauíes y cristianos.
La indiferencia neutralista frente a estos efectos es tan ilustrativa de su desorientación política, como su omisión de las graves consecuencias de la caída de Assad para la lucha palestina. Con el fin de ese gobierno, los resistentes perdieron un refugio de retaguardia y una ruta esencial para su aprovisionamiento militar. Las tensiones de ese régimen con las organizaciones palestinas, nunca les impidieron actuar y entrenarse allí contra el enemigo sionista.
Es erróneo minusvalorar la pérdida de esa trinchera, recordando la tirantez que tanto Damasco como Teherán mantuvieron con diversas facciones palestinas. Con ese razonamiento la mirada del árbol impide reconocer el bosque. Los incontables malestares que existieron dentro del eje de la resistencia contra Israel, no tienen el menor punto de comparación con el escenario actual, donde el Estado sionista ha puesto primera vez a un servidor suyo al frente del gobierno sirio.
La ignorancia de esa monumental diferencia con el contexto anterior, deriva de la equiparación que establece el neutralismo entre Estados Unidos, Europa e Israel con China, Rusia y los BRICS. Como desconoce la existencia de un agresor imperial – causante de las tragedias bélicas actuales- también pone un signo de igual, entre el soporte limitado e inconsecuente a la causa palestina, que aporta ese segundo campo y la agresión directa, que perpetra el primero.
Los BRICS no sostiene la causa palestina como hubieran esperado los líderes de esa lucha (Ghanem, 2023) y mantiene actitudes muy alejadas de la era Bandung. Pero esa adversidad no anula que aceptaron considerar la membresía de esa nación, con un mensaje político que los sitúa en las antípodas de Estados Unidos e Israel (Alqarout, 2025). Desconociendo esas diferencias la izquierda pierde toda posibilidad de bregar por alternativas socialistas.
El neutralismo navega en el vacío, porque no percibió los cambios en el carácter de la guerra que implicó la intervención activa de Israel y su consiguiente manejo de bandas yihadistas. Ese giro transformó al bloque ya reaccionario de la colación anti-Assad, en un instrumento directo del proyecto colonial de aplastar a los palestinos.
La ubicación por sus propios intereses de Rusia en el campo opuesto, tornaba positivo su sostén militar contra los agentes del colonialismo israelí. El neutralismo nunca podía registrar este rol, porque participa de la exaltación de los militares ucranianos como una fuerza liberadora, demandando incluso reforzar su armamento desde el exterior, en sintonía objetiva con las acciones de la OTAN (Achcar, 2025a). Desconoce que el sostén prioritario de la causa palestina no transita sólo por las declaraciones y las movilizaciones de apoyo, sino también por el apuntalamiento de las acciones militares que favorecen su resistencia.
PARÁMETROS POLÍTICOS Y NO RELIGIOSOS
La omisión del enemigo principal -que desorienta al neutralismo a nivel internacional- se extiende al plano interno. Al no registrar que el bloque imperial comandado por Estados Unidos, difiere cualitativamente de la alianza contrapuesta (que despunta en torno a los BRICS), tampoco nota que los yihadistas entrenados por la CIA son sustancialmente diferentes a los gobiernos tumbados (Libia, Siria) o acosados por esas fuerzas (Irán, Yemen).
El neutralismo pierde de vista esos datos básicos de Medio Oriente. Ignora que las grupos forjados y financiados por Estados Unidos apuntalan el colonialismo israelí y que la batalla contra esos agresores es principal tarea de la izquierda.
Por el contrario, las fuerzas y gobiernos atropellados por esos agresores merecen cuestionamientos de otro tipo por su impotencia, conciliación o inconsecuencia en la lucha contra el sionismo. Nunca deben ser colocados en un mismo plano. Los enemigos difieren de sus víctimas y la izquierda puede tener alianzas, compromisos o acuerdos con el segundo bloque, pero nunca con el primero. El neutralismo olvida este principio básico de la política socialista.
Sus voceros presentan a ambos sectores como exponentes de dos barbarismos, en polémica con la conocida tesis neoconservadora del choque de civilizaciones de Huntington. Destacan que el salvajismo imperial de Estados Unidos disputa con su equivalente de radicalismo islámico, inspirado en prácticas fundamentalistas e ideologías reaccionarias (Achcar, 2025a).
Pero esa equiparación coloca en forma indistinta en el segundo bloque, a un conjunto de fuerzas sustancialmente diferentes. Aunque todas compartan las creencias islámicas y asignen a ese pilar religioso una gravitación central, adoptan posicionamientos políticos antagónicos y esta última actitud define su lugar en los conflictos de Medio Oriente.
El neutralismo desconoce esa centralidad y por eso coloca en la misma bolsa al régimen chiita de Irán y a los talibanes de Afganistán. Los cataloga como partes de un mismo corredor sectario que incluye al Hezbollah del Líbano y descalifica también a los hutíes del Yemen, estimado que operan como una simple fuerza de choque de las potencias en disputa (Achcar, 2025a).
Con esa descripción supone que Al Qaeda o Hezbollah son igualmente objetables o que los yihadistas del Al Golani son tan oprobiosos como los huties, olvidando que los servidores del imperialismo no son equivalentes a sus enemigos. Hezbollah, los huties o Hamas no fueron creaciones de la CIA, sino que emergieron en la resistencia contra la opresión de Israel y sus cómplices libaneses, sauditas o jordanos.
Es un gran equívoco situarlos en el mismo estamento del barbarismo, cuando se han ubicado en la primera línea de combate contra Israel. Encabezan una batalla que merecería elogios y no desaprobaciones por parte de la izquierda.
La presentación de los hutíes o Hezbollah como un mero instrumento bélico de Irán, sintoniza con la descalificación corriente de la prensa occidental, que los destrata como grupos proxys de los Ayatollahs. La repetición de ese lugar común ilustra el grado de influencia de liberalismo sobre cierta izquierda, que no valora cómo ambas organizaciones llevan a la práctica la solidaridad militar efectiva con los palestinos, que el resto del mundo árabe ha olvidado.
En vez de resaltar ese mérito el neutralismo lo objeta, olvidando que la batalla concreta contra el genocida israelí se libra en el terreno bélico. Emitir grandes comunicados contra el sionismo y desaprobar a quiénes los combaten en los hechos es una indisimulable contradicción.
Esa inconsistencia proviene del erróneo criterio que introduce el neutralismo para evaluar a las fuerzas en disputa en Medio Oriente. En vez de privilegiar el parámetro político, fija su atención en los discursos ideológicos o en los soportes religiosos de esas corrientes.
Por eso cataloga en un mismo paquete a los sometidos y a los opositores de Israel. Estima que por su impronta fundamentalista, todos participan de un mismo segmento reaccionario. Y para reforzar esa clasificación polemiza con quienes adoptan posturas de ¨orientalismo invertido¨, aprobando las modalidades contemporáneas del islamismo (Achcar, 2025a).
Ese mareo podría entenderse en el siglo XIX, cuando el marxismo recién despuntaba y la política socialista desenvolvía sus primeros pasos. Pero al cabo de una larga centuria de construcciones de la izquierda y experiencias revolucionarias, resulta inadmisible caracterizar a una fuerza política por su credo religioso o por su retórica ideológica, soslayando cuál es su práctica efectiva frente al imperialismo. Hay un legado básico de Lenin, que fundamenta el privilegio de esta última dimensión y su desconocimiento imposibilita la acción de la izquierda.
CONSPIRACIONES Y DEMANDAS GENUINAS
El mismo error se extiende a las evaluaciones de Irán, que tan solo objetan la impronta teocrática y represiva de ese régimen, destacando incluso semejanzas de ese perfil con el sesgo neofascista del gobierno israelí. Esas miradas señalan que ambos modelos necesitan un enemigo exterior para justificar su política totalitaria.
Con esa óptica recurren a una analogía inválida, porque interpretan al belicismo de los dos países como una mera construcción interna, para perpetuar privilegios de los grupos dominantes. Magnifican un dato real pero secundario, frente a los verdaderos determinantes de la militarización que obedecen a razones contrapuestas.
Israel es el gendarme de Medio Oriente por la naturaleza colonial del sionismo y por la función coimperial que el Pentágono le asigna a su apéndice. Por el contrario, Irán es empujado a un agobiante gasto bélico por razones defensivas. Padece un interminable acoso del imperialismo, desde que Estados Unidos perdió a su servidor de la monarquía Pahlevi.
Es desacertado evaluar al cuestionable régimen iraní omitiendo su sostenido protagonismo en la confrontación con Israel. Desde que Palestina fue abandonada por sus tradicionales padrinos -como consecuencia del pasaje de Egipto al campo occidental y del sostenido declive del nacionalismo árabe- Irán ocupó un lugar sustituto de apoyo político y militar de las organizaciones de resistencia al sionismo (Ajl, 2024).
Las caracterizaciones que desvalorizan ese dato, pierden el registro efectivo de lo que está disputa en Medio Oriente. Pueden establecer atractivos diagnósticos e ingeniosas evaluaciones de la coyuntura, pero no logran aportar caracterizaciones estratégicas para una mirada de izquierda.
Esa falencia es inexorable, si se desconoce que existe un campo agresor (Estados Unidos e Israel) y otro agredido (Palestina, Irán), cuya resistencia es el centro de una mirada socialista y antiimperialista. El neutralismo soslaya esa toma de partido en forma nítida por uno de los campos en disputa.
La asunción de este último compromiso no implica justificar las teocracias, convalidar el autoritarismo, ni aprobar las prácticas dictatoriales. Una mirada crítica debe reivindicar el antiimperialismo, sin silenciar los cuestionamientos a esas aberraciones, que en Irán se asientan en el cimiento represivo de una teocracia anticomunista, que persiguió y proscribe a la izquierda.
Las numerosas denuncias de hostigamiento a los sectores laicos que demandan la democratización de ese régimen político y la igualdad de género, confirman la continuidad del acoso gubernamental, especialmente contra las mujeres que exigen su derecho a vestir y actuar con libertad (Kamangar, 2022). Lo mismo vale para los militantes que pretenden difundir sus ideas sin restricciones, ni censuras (Villar, 2022).
Estos cuestionamientos desde la izquierda a gobiernos comprometidos en la batalla contra el sionismo, transitan efectivamente por un sinuoso sendero, porque los lideres y partidos de esa franja sufren permanentes conspiraciones imperiales para derrocarlos.
Es una imperdonable ingenuidad omitir o desconsiderar esos complots, que son visibles, permanentes y explícitos. Pero la violencia autoritaria contra toda oposición, el desconocimiento de las peticiones populares y la persecución de izquierda, socavan al propio régimen y terminan favoreciendo al imperialismo. Fue lo ocurrido con Sadam Hussein en Irak, con Gadafi en Libia y con Assad en Siria.
Por esa razón hay que mantener la crítica desde la pertenencia a un campo antiimperialista común, evitando la presentación de las demandas populares genuinas como simples conspiraciones de la CIA. Esa confusión persiste, por ejemplo, en caracterizaciones genéricas de la Primavera Árabe, como un complot de Occidente para debilitar a las fuerzas antiimperialistas de la región.
Observar ese levamiento democrático como una mera “revolución de colores” es un repetido error, que omite el perfil pro occidental de los principales gobiernos cuestionados por esa revuelta. Especialmente Túnez, Egipto y Baréin estaban gobernados por personajes subordinados a Washington.
Qué la misma oleada haya sido instrumentada por fuerzas reaccionarias contra regímenes hostilizados por Estados Unidos (como Libia y Siria), no modifica la impronta la general de esa marea. Justamente Gadafi y Assad contribuyeron a su caída por descalificarla, en lugar de asumir esa corriente democratizadora como un aliento corrector de sus propios gobiernos. Estos temas de polémica con el neutralismo se extienden a la propia evaluación de la lucha palestina, que analizaremos en el próximo texto.
RESUMEN
La agresión sionista acentúa la unificación de los conflictos con el patrón referencial de la Segunda Guerra Mundial. Perfila un enemigo principal, que es ignorado por la mirada neutralista, cuando omite que Estados Unidos contrapesa con más belicismo su declive económico. Extrema la gravitación del neofascismo y comete serios desaciertos en la caracterización de Afganistán, Libia y Siria. No registra la diferencia entre Occidente y los BRICS e ignora los criterios antiimperialistas. También minusvalora la batalla iraní contra el sionismo y equivoca la evaluación de las corrientes de resistencia.
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Claudio Katz. Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. Su página web es: www.lahaine.org/katz
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