La legendaria reputación de Afganistán, como cementerio de grandes imperios, ha vuelto a mostrar su carácter impenitente. Desde que Alejandro el Grande consiguió conquistar Afganistán en tan sólo tres años (del 330 AC hasta el 327 AC), ningún ejército ha logrado someter a una nación acostumbrada a humillar a ingleses, a rusos y ahora a […]
La legendaria reputación de Afganistán, como cementerio de grandes imperios, ha vuelto a mostrar su carácter impenitente.
Desde que Alejandro el Grande consiguió conquistar Afganistán en tan sólo tres años (del 330 AC hasta el 327 AC), ningún ejército ha logrado someter a una nación acostumbrada a humillar a ingleses, a rusos y ahora a los estadounidenses.
Precisamente, el último en morder el polvo ha sido el presidente, Barack Obama, quien se ha visto en la necesidad de elevar de 5,500 a 8,400 el número de efectivos que mantendrá hasta el 2017 en Afganistán.
Lejano se antoja el año 2012, cuando Obama reiteró su promesa de poner fin a ese conflicto en 2014 con el repliegue gradual de 100 mil efectivos.
Hoy, no sólo ha incumplido esa promesa, sino que heredará a su sucesor (a) un conflicto militar que, lejos de apaciguarse, se ha recrudecido y expandido hacia Siria.
Desde el mes de septiembre de 2001, Estados Unidos ha invertido poco más de un billón de dólares y ha dejado un rastro de más de 100 mil víctimas mortales en Afganistán.
Nunca antes una guerra había costado tanto a Estados Unidos. Y su incierto futuro se ha convertido en una pesada carga para quien gane las elecciones de noviembre próximo.
Para tener una idea aproximado del costo de ese conflicto habría que echar mano de uno de los más recientes estudios del Centro de Estudios del Congreso (CRS) que calcula en 3.9 millones de dólares el costo de mantener a un soldado al año en ese escenario de conflicto.
Otros expertos de la Casa Blanca disputan esta cifra al asegurar que la movilización de un soldado en Afganistán cuesta poco más de un millón de dólares anuales.
Cualesquiera que sea la cifra correcta, una cosa es segura. El costo de la guerra en Afganistán (y por extensión en Irak y Siria) seguirá hipotecando o desahuciando la agenda del cambio que emprendió Obama en los frentes sanitario, en el educativo o en el de la reconstrucción de la infraestructura nacional.
Recientemente, la Universidad de Brown calculó que Estados Unidos ha invertido poro más de 4.4 billones de dólares en las guerras en Irak y Afganistán. La mayoría de estos recursos, han provenido de préstamos que han impactado negativamente en el déficit y en la deuda nacional.
El hecho de que Obama haya anunciado que mantendrá una fuerza de hasta 8,400 efectivos en 2017, que se concentrarán básicamente en labores de entrenamiento y operaciones contra el terrorismo, demuestra hasta qué punto fracasó en una estrategia que convertirá al próximo inquilino de la Casa Blanca en rehén de una guerra que podría expandirse en caso de llegar Donald Trump.
O que seguirá dando palos de ciego en caso de que la elegida sea Hillary Clinton.
Cuando el presidente Obama anunció en octubre de 2015 sus planes para reducir hasta 5,500 el número de efectivos en 2017, resultó evidente que su promesa de poner fin a la guerra en Afganistán en 2014 y su estrategia militar habían volado por los aires:
«Yo no creo en la guerra sin fin. Pero es evidente que el ejército afgano no ha conseguido ser autosuficiente», dijo en aquel entonces Obama al reconocer los graves errores tácticos que facilitaron el resurgimiento y avance de las fuerzas de los talibán a lo largo del 2015.
Hoy, menos de un año más tarde, el presidente de EU ha vuelto a hacer uso del púlpito para convencer a sus ciudadanos sobre la gravedad de una guerra que ha conseguido empañar su legado:
«No podemos olvidar lo que está en juego en Afganistán», dijo Obama.
«Este es el sitio donde Al Qaeda está intentando reagruparse. Es donde el Estado Islámico sigue intentando expandir su presencia. Si esos terroristas logran recuperar áreas, intentarán más ataques contra nosotros. Y no podemos permitirlo», añadió para justificar así un aumento de tropas que sólo han dejado en evidencia la precaria estabilidad de un país condenado a la violencia sectaria y a la ingobernabilidad.
Desde que Estados Unidos invadió Afganistán, para dar cacería a Osama Bin Laden (el hombre que, por cierto, les fue muy útil mientras combatió a las tropas soviéticas) la estrategia militar del Pentágono ha sido un desastre.
Hoy, 14 años más tarde, la cifra que ha invertido el gobierno estadounidense para asistir al gobierno afgano supera en mucho los 100 mil millones de dólares. A pesar de ello, las fuerzas armadas afganas siguen siendo incapaces de mantener a raya al movimiento talibán que se ha fortalecido no sólo sobre el terreno, sino en la mesa de las negociaciones.
Precisamente, el temor de la sociedad civil (particularmente las mujeres) a que el gobierno afgano ceda demasiado terreno a los talibanes, para lograr una paz condicionada, pone de relieve la inutilidad de una guerra que no sólo ha costado más de un billón de dólares y miles de vidas humanas. Sino que tampoco ha traído consigo la libertad y la apertura democrática prometidas, dejando a Barack Obama con un legado maldito en Afganistán.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/ultimas/persona.info?bravo-norte-sur