Se ha dicho, en la prensa estadounidense, que el fantasma de la guerra de Iraq recorre la política del gobierno de los Estados Unidos hacia Irán. En ambos casos, un gobierno niega que esté planificando una guerra, en ambos casos las evidencias en que dice basarse son falsas y en ambos casos se echa […]
Se ha dicho, en la prensa estadounidense, que el fantasma de la guerra de Iraq recorre la política del gobierno de los Estados Unidos hacia Irán. En ambos casos, un gobierno niega que esté planificando una guerra, en ambos casos las evidencias en que dice basarse son falsas y en ambos casos se echa mano de las mejores técnicas de «comunicación».
Irán es importante geográficamente: tiene un total de 5.440 Km. en ocho fronteras continentales. Los países son Irak, Turkmenistán, Afganistán, Pakistán, Turquía, Azerbaiyán, el enclave de Najichevan y Armenia. A través del mar Caspio, colinda con Rusia y Kazajstán y a través del golfo Pérsico con Kuwait, Arabia Saudita, Qatar, Bahrein, los Emiratos Árabes Unidos y Omán.
Pero Irán es importante no sólo por la importancia de algunos de sus vecinos, sino también por su posición en el mercado mundial del petróleo. Según el CIA Factbook de 2007, Irán es el cuarto productor de petróleo del mundo, el quinto exportador y el tercero en reservas probadas.
Y el actual gobierno de Irán (como los anteriores) se muestra poco amistoso con Israel. Y, todo hay que decirlo, todavía menos amistoso aparece en las traducciones malintencionadas que se hacen de los discursos de sus líderes.
Junto a esto, Irán tiene una larga historia de relaciones complicadas con los Estados Unidos. En 1953 la CIA dedicó 1 millón de dólares de la época para echar a Mosadeq del gobierno en uno de los primeros casos de intervención directa de la Agencia en el «cambio» político de un país. En lugar de Mosadeq, que se había atrevido a nacionalizar el petróleo, puso al Sha, más cercano a los intereses de las empresas estadounidenses, que duró hasta 1979 cuando fue sustituido por Jomeini, un líder que la CIA no supo predecir que iba a tener el eco que tuvo y no sólo en Irán (Escuché cintas magnetofónicas de Jomeini en los barrios populares de Dakar, Senegal, en 1979, después de que el Sha fuese destronado).
Pero antes de esto, en 1976, siendo presidente Gerald Ford, Dick Cheney jefe de su gabinete, Donald Rumsfeld secretario de Defensa y Henry Kissinger asesor de seguridad nacional, el gobierno de Ford convenció a Sha de la necesidad de embarcarse en un programa nuclear para afrontar sus futuras necesidades energéticas. Le convencieron, y el trato habría supuesto por lo menos 6.400 millones de dólares para empresas estadounidenses como la Westinghouse y la General Electric. Pero, dado el cambio de régimen, no pudo llevarse a término y, sea como fuese, el caso demuestra lo infundados que son los argumentos actuales contra el programa nuclear iraní basados en la peregrina idea de que no lo necesitan ya que tienen petróleo. Además, dicho programa es prácticamente idéntico al que está poniendo en práctica el gobierno de Lula en el Brasil, potencia con evidentes apetencias de hegemonía regional.
Los iraníes saben que los Estados Unidos apoyaron a Iraq en la guerra 1980-1988 y conocen el origen del gas mostaza (arma de destrucción masiva) que los iraquíes utilizaron contra Sardacht en 1987. Y saben también de los 52 rehenes estadounidenses que entre 1979 y 1981 estuvieron retenidos en Teherán entre la presidencia de Carter y la de Reagan. A diferencia de muchos estadounidenses, sí saben que una parte de dicha retención fue resultado de un acuerdo secreto entre el candidato Reagan y el ayatollah Jomeni: «Tú no los liberas, así Carter pierde las elecciones, yo llego a la presidencia y después hacemos cuentas». El escándalo se prolongó con el llamado «Irán-contra» (1985-1986), asunto en el que el teniente coronel Olivier North, del Consejo de Seguridad Nacional, tuvo un papel muy importante: se vendían, ilegalmente, armas a Irán para financiar a la «contra» nicaragüense. Todo ello llevó a diversos juicios (el asunto de las armas por rehenes «explotó» en noviembre de 1986) y hoy el Sr. North es comentarista del Fox News Channel, un nuevo caso en el que las empresas de Rupert Murdoch (no se olvide que José María Aznar es uno de sus asalariados) vuelven a salir en esta serie de reseñas sobre el imperio.
La opinión pública estadounidense en general es contraria a una nueva aventura militar en la zona que se añada a las de Afganistán e Iraq. Los partidarios de una acción militar no superan al 20 por ciento en las sucesivas encuestas que ha publicado el New York Times y CBS News en las que los partidarios de la acción diplomática son abrumadora mayoría (siempre superior al 50 por ciento). Los que desean una acción militar son menos incluso que los que no ven ninguna amenaza en Irán, aunque, siempre según dichas encuestas, la actitud de confrontación es mucho mayor entre los votantes republicanos que entre los demócratas, más dispuestos estos últimos, en las encuestas, a políticas de no ingerencia.
Pero también aquí el gobierno está a la búsqueda de argumentos de lo que, para muchos, es una decisión ya tomada. Es cierto (lo recogió la Agencia France Press y lo documentó Seymour M. Hersh) que la CIA no acaba de encontrar indicadores serios de una construcción de armas nucleares que, en todo caso y según Mohamed El Baradei, no se podrían tener antes de tres años y, probablemente, ni siquiera antes de cinco años. No importa.
Como este argumento ya está muy manido y su aplicación a Iraq no resultó particularmente brillante, la alternativa ha sido la de intentar responsabilizar al gobierno de Irán en general y a la Quds en particular, de los apoyos que los chiítas iraquíes estarían recibiendo. No sólo: se trataría de hacer ver que determinadas muertes de ciudadanos estadounidenses (soldados, mercenarios o civiles en Iraq) han estado relacionadas con actividades iraníes. Si este tipo de argumentación no funciona (y, de momento, no acaba de funcionar ya que las dudas son crecientes), hay quien sospecha de la posibilidad de algún atentado en los Estados Unidos que pudiera ser atribuido a Irán. Dick Cheney lo habría insinuado y hay que reconocer que estos miembros del viejo «Project for a New American Century» (incluye además a Donald Rumsfeld, Jeb Bush, Paul Wolfowitz, Richard Perle, Douglas Feith entre otros) suelen ser directos en sus observaciones. Está también la posibilidad de desestabilizar (mediante «acciones encubiertas») al gobierno de Irán para así justificar la intervención en pro del orden, la paz y la estabilidad. La decisión, pues, parece tomada. Ahora se buscan argumentos.
No está claro, en cambio, quién sería el que llevaría a cabo el ataque. Se sabe, ciertamente, de juegos de guerra anglosajones y «bombardeos por encima del hombro» simulados y detectables desde verano 2005 y, más recientemente (finales de mayo de 2007) de la llegada de nueve barcos de guerra estadounidenses, con un personal de 17.000 efectivos a bordo, al golfo Pérsico, frente a las costas de Irán, en un despliegue que sólo tiene precedente en el realizado en 2003 cuando empezó la segunda guerra de Iraq.
Pero no se excluye que el ataque se produzca por parte de Israel, que también ha hecho sus ejercicios y sus vuelos hasta Gibraltar para probar su capacidad. A decir de Ha’aretz, periódico publicado en Jerusalén, Bush «entendería si Israel decide atacar a Irán». De esta forma, Israel repetiría lo que ya hizo contra Iraq, bombardeando Osirak en 1981.
Lo que es más dudoso es el cuándo. La Agencia France Presse (22 de noviembre de 2006) suponía que iba a ser en el verano de 2007 y el número especial de Newsweek dedicado al tema (19 de febrero de 2007) parecía ir en la misma dirección. Sin embargo, Simon Tisdall (The Guardian, 16 de mayo de 2007) hablaba de la posibilidad de que el ataque se pospusiera un año. Se verá.
Y es que, a decir de James Petras (31 de mayo de 2006), las opiniones dentro de los Estados Unidos estaban y siguen divididas. Decía que «existe una coalición liderada por las principales organizaciones pro Israel, los militaristas civiles del Pentágono, la mayor parte de los medios de comunicación y una minoría de la opinión pública, que apoya un ataque militar. Se oponen a esta opción un gran porcentaje de altos oficiales retirados, los líderes de la industria petrolera, la mayor parte de las organizaciones cristianas y musulmanas y una mayoría del pueblo estadounidense» como ya se ha dicho.
Los objetivos parecen claros. Israel tiene identificados tres principales:
Natanz, donde se han instalado miles de centrifugadoras para enriquecer uranio, una instalación para la conversión de uranio cerca de Isfahan y un reactor de agua pesada en Arak. Autoridades israelíes creen que la destrucción de estos tres puntos retrasaría el programa nuclear iraní indefinidamente y les evitaría tener que vivir bajo el miedo de un «segundo Holocausto» según informaba The Sunday Times (7 de enero de 2007).
Pero por qué. Parece ser que, a pesar de la historia y del petróleo, el argumento central es la percepción que tiene Israel de Irán como amenaza a su propia existencia. Israel puede ser potencia nuclear, pero la presencia de otra potencia en la zona alteraría la capacidad de amenaza que ahora tiene el gobierno más o menos sionista. El miedo a un «segundo Holocausto» es comprensible por más que las referencias al horror de la shoah siempre tengan un componente sospechoso de manipulación interesada de la mala conciencia europea.
Y no hay que olvidar que entre la hipótesis de que Israel es el gendarme de los Estados Unidos en la zona y la hipótesis de que los Estados Unidos pone en práctica la política que más conviene al estado de Israel, es esta segunda la que tiene más argumentos a su favor. Electoralmente, hay tantos judíos o de origen judío en los Estados Unidos como en Israel. Políticamente, AIPAC, el grupo de presión (lobby) israelí, es, fuera de discusión, el más importante entre los que «trabajan» las decisiones de Washington. Personalmente, y el dato fue reseñado precisamente en Ha’aretz, una parte importante de los llamados «neconservadores», hoy en el gobierno del segundo Bush, son no sólo judíos, sino que han trabajado directamente sea en la prensa israelí (el Jerusalem Post, por ejemplo) o han realizado informes para gobiernos y partidos (en particular para el Likud).
De producirse, este ataque se verá acompañado, como el de Iraq, por una importante campaña de «comunicación» (es decir, de propaganda; es decir, de mentiras deliberadas) para convencer, en un nuevo Pearl Harbor, de la necesidad de esa guerra. Sabremos de la maldad intrínseca del régimen de Ahmadineyad (al que llamaremos «régimen de los ayatolás»), conoceremos de su fundamentalismo y de sus propósitos agresivos contra todo el mundo y seremos informados de que si queremos seguir teniendo petróleo barato, no hay más remedio que pagar el precio de unas pocas vidas.
Pero el efecto será el contrario: el precio del petróleo aumentará (con lo que las empresas que lo han estado acumulando mientras el precio caía, al venderlo al nuevo precio tendrán beneficios interesantes), el reformismo político iraní sufrirá un serio revés (y si se quisiese la «democratización», es al reformismo a lo que habría que apoyar, con independencia de que sus elecciones parecen bastante más limpias que las estadounidenses), el régimen se hará realmente fundamentalista y las reacciones en el mundo contra esta nueva aventura imperial se manifestarán de inmediato acentuando el resquemor musulmán y árabe al respecto (No se olvide que Irán es de mayoría musulmana, pero de minoría árabe).
Afortunadamente, siempre tendremos medios de comunicación (al Fox a la cabeza) que nos expliquen que esos pequeños males se ven compensados por «bienes inmensos» (los que prometía en Madrid Jeb Bush al presidente de la «república» española poco antes de la invasión de Iraq) y, en todo caso, serán menores que los males que acarrearía una estrategia de «apaciguamiento» como la que pretendieron algunas potencias europeas, Neville Chamberlain el primero, frente a Hitler. Porque, una vez más, la comparación con Hitler se va a utilizar, por lo que la comparación con Goebbels se hace también necesaria: Convencer a la gente de que estas cosas se hacen por su bien no es tan difícil y se sabe cómo desde hace ya casi un siglo. Para 2007 el gobierno de los Estados Unidos pretendía dedicar un mínimo de 75 millones de dólares a la «diplomacia pública» (propaganda dirigida a las poblaciones de otros países) en Irán. No sabemos cuánto dedicará a convencer a las restantes opiniones públicas. Sí sabemos que seguirá comprando o alquilando periodistas que, alguna vez, sabremos quiénes son en el caso español. Tal vez cuando ya sea demasiado tarde.
– José María Tortosa, catedrático de Sociología, es profesor del Instituto Universitario de Desarrollo Social y Paz de la Universidad de Alicante.