Parece que, como generación, los veinteañeros tenemos mucho en común con nuestro presidente.Una noche de sábado hace poco, mi amiga y yo fuimos a una fiesta de cumpleaños en un bar de baile country en el noreste de Minneapolis. A ninguna de las dos le apetecía mucho (no es nuestro tipo de bar) pero la […]
Parece que, como generación, los veinteañeros tenemos mucho en común con nuestro presidente.
Una noche de sábado hace poco, mi amiga y yo fuimos a una fiesta de cumpleaños en un bar de baile country en el noreste de Minneapolis. A ninguna de las dos le apetecía mucho (no es nuestro tipo de bar) pero la homenajeada era la novia del hermano de una buena amiga y, tal como funcionan las relaciones sociales, nos sentíamos un poco obligadas. Ya con una situación financiera delicada, nos hicieron pagar una inesperada entrada por el privilegio de esquivar los mayores culos (y perdón por el comentario anti-obesidad) que he visto nunca, en pantalones ajustados, moviéndose por la pista de baile. «Estilo tejano», le comenté a mi amiga, refiriéndome a la película de David Lynch «Corazones salvajes».
El resto de nuestras amigas jugueteaban en la sección de cowboys, donde el sistema de sonido perpetraba una extraña mezcla de new wave y acid rock. Ninguna de nosotras estaba pensando en el informe de NPR que estimaba 5000 muertos una vez se haya estabilizado la catástrofe del Katrina, ni en los miles de soldados americanos muertos en esta última entrega del plan policial mundial, ni mucho menos en los cientos de miles de bajas iraquíes. Al fin y el cabo era sábado por la noche, ¿por qué deberíamos pensar en ello? Durante mis años como activista, lo último de lo que habían querido hablar mis compañeros en los bares era de política. Pero la verdad es que la mayoría de mis compañeros ni tan sólo ha estado en una protesta contra la guerra desde que bombardeamos Afganistán en el 2001.
¿Qué pruebas tengo? Miremos las estadísticas un momento. La primera protesta contra el bombardeo de Afganistán en Minneapolis reunió a 500 personas. Después de morir nuestro dirigente, Paul Wellstone, en el 2002, 10.000 personas fueron a la protesta contra la guerra de Irak en el capitolio del Estado de Minnesota, la mitad de ellos gente de la generación de nuestros padres que decían «Recordad Vietnam». Vinieron autobuses de todo el Estado. En total, 5.000 jóvenes de una población total de varios millones. A escala nacional los números eran parecidos, según el tamaño e importancia de la ciudad: 200.000 en Washington, 75.000 en San Francisco, 8.000 en Seattle, 6.000 en Denver, y números similares en Chicago, Austin, Atlanta y Augusta. En total, poco más de 300.000 personas en todo el país. Si comparamos, el 15 de noviembre de 1969 cerca de un millón de manifestantes, la mayoría menores de treinta años, se reunieron en el monumento a Washington. Y hubo más de un millón de manif estantes en Florencia el 9 de noviembre de 2002. Hasta la fecha no ha habido ninguna protesta contra la guerra de Irak en EE.UU. que haya sobrepasado las 500.000 personas.
Y sin embargo no son las manifestaciones lo que importa. Lo que se echa en falta es un sentimiento general de preocupación por los demás, un sentido de responsabilidad por el hecho de ser los niños mimados del país más rico del mundo que nos lleve a investigar, a pasarnos información, a hablar de lo que ocurre en el mundo, ¡a hacer algo! Por ejemplo, hoy en día la música abiertamente política está marginada. La música popular hoy tiene más que ver con lo que se llama el «individualismo expresivo» que con nada de lo que ocurra en el mundo que la rodea. Chuck D. es uno de los músicos que ha hablado de la carencia de jóvenes politizados. Cree que el lavado de cerebro de la MTV es la razón principal de nuestro pasotismo. Quizá eso sea cierto en algún grado, pero ninguno de mis compañeros ve la MTV. Escuchan radio alternativa, leen revistas alternativas. Y, por lo que puedo ver, piensan en la participación política como en un estilo de vida, un grupito más. Lo siento, ciudadanos d e Irak. Esto no les va mucho.
Una posibilidad que he oído comentar muchas veces es que el servicio militar no es obligatorio y que si lo fuera lucharíamos contra la guerra inmediatamente, lo cual explica por qué es importante para la administración Bush usar un «ejército totalmente voluntario». Dado que las tropas del ejército las compone la gente más pobre, o eso dicen, la juventud de élite no ve ningún motivo para interesarse por el activismo. El problema de ese argumento es que no fue la élite quien montó las acciones contra la guerra de Vietnam, fueron mayoritariamente estudiantes universitarios de todas las clases sociales. Los estudiantes de hoy tienen tanto tiempo libre como sus predecesores, y ellos tenían la posibilidad de atrasar su servicio militar hasta que acabara la guerra como protección. Además, sí que se organizan protestas y otras acciones; el tema es, como he dicho antes, el nivel de participación.
La cruda y amenazadora realidad es que mi generación sí tiene la sensación de que algo terrible está ocurriendo. Una buena analogía con la guerra sería el tema del tabaco. Sabemos que nos matará, pero lo hacemos igualmente. Es un cinismo absoluto. Sabemos lo que ocurre en el mundo, estamos hartos de oírlo porque ya sabemos que el mundo está jodido (eh, que todos estamos jodidos) y no podemos hacer nada.
¿Cómo diablos se ha hecho tan cínica la juventud más mimada del mundo? No hemos sufrido guerras ni hambre ni epidemias contagiosas. Parte de ello puede venir de nuestra forma de entender la realidad. Aquí es donde la teoría sobre la MTV de Chuck D. vuelve a primer plano: todo lo que pensamos que sabemos, en realidad lo conocemos sólo de oídas. Conocemos muchos datos pero no entendemos ninguno de ellos. Sabemos que hay niños a los que les han estallado los brazos, porque hemos visto cientos de fotos, pero no tenemos ningún contexto con que relacionarlo, así que no podemos sentir compasión. Todo lo que sabemos de la vida es desde fuera: si no la tele, entonces internet, las películas, la radio, las revistas, los anuncios. Es una vida estéril de déja-déja-vu que nos deja completamente indiferentes, esperando encontrar un sentido o deseando la aniquilación. La búsqueda de sentido es la grieta en la armadura cínica de mi generación. El escritor japonés Haruki Murakami dice que tod os estamos hambrientos de narrativa, de una buena historia que dé a nuestra existencia una explicación, un sentido. Si tenemos que preocuparnos por el mundo, decidnos porqué. Hacednos creer en algo. Hasta el momento nadie ha hecho eso por nosotros. Algunos lo han intentado: Murakami y Palahniuk trabajan en ello y, en algunos casos, han ayudado a gente que busca formas de conseguir un mundo mejor. A falta de una buena historia, tomamos lo que podemos o nos hacemos nihilistas. Como el personaje Sin Cara de la película El viaje de Chihiro, de Hayao Miyazaki: vivimos en un sitio sin sentido que nos hace sentir vacíos por dentro, y consumiremos cualquier cosa en nuestro intento de llenar este vacío. Y eso nos devuelve al bar. De estilo tejano.
Es casi la hora de cerrar. Un grupito de soñadoras tamaño zeppelín con poca ropa pasa a mi lado cuando la sacerdotisa de las bebidas anuncia que se sirven las últimas copas. Mis ojos cansados examinan la escena de agradable caos mientras cada uno recoge sus cosas para irse a casa. Con un poco de suerte, cuando nos recobremos de la resaca aún tendremos la habilidad para recuperar el poder y detener la maquinaria de guerra antes de que sea demasiado tarde.
http://www.zmag.org/spanish/0106wash.htm
Traducido por Alfred Sola y revisado por Genoveva Santiago