Estados Unidos está cara a cara con una confrontación aún más peligrosa mientras la parálisis del gobierno se mezcla con la amenaza realmente calamitosa de un default financiero del gobierno. El tercer día de cierre pasó ayer sin una insinuación de cambio. La reunión del miércoles a la noche entre el presidente Obama y los […]
Estados Unidos está cara a cara con una confrontación aún más peligrosa mientras la parálisis del gobierno se mezcla con la amenaza realmente calamitosa de un default financiero del gobierno. El tercer día de cierre pasó ayer sin una insinuación de cambio. La reunión del miércoles a la noche entre el presidente Obama y los principales líderes de la Cámara y del Senado no pudo romper la impasse. Ambos partidos se ciñeron a sus posiciones, los demócratas exigiendo una resolución sin compromiso para financiar al gobierno en su totalidad y los republicanos insistiendo en una postergación a la reforma de salud del presidente como el precio para tal acuerdo.
Ahora las preocupaciones sobre el cierre comienzan a estar eclipsadas por el riesgo de un default sin precedentes en Estados Unidos si el Congreso no aprueba un aumento del techo de la deuda por 16,7 billones, que comenzará el 17 de octubre. Crece la presunción de que los dos temas serán resueltos conjuntamente y los mercados se están inquietando cada vez más ante la perspectiva de que no sea así. A media mañana de ayer, el Dow había bajado más del uno por ciento, después de una advertencia que emitió el Tesoro sobre las potenciales consecuencias catastróficas del default: los créditos del mercado se congelarían, el valor del dólar podría caer en picada, las tasas de interés de Estados Unidos subirían a las nubes y los efectos negativos podrían repercutir en todo el mundo.
El resultado, decía, podría ser una crisis financiera y una recesión mayor a la de 2008. Y sin embargo, dos hombres tienen el poder de ponerle fin a la situación con un solo golpe. Uno, por supuesto, es Obama si cede a las exigencias de sus oponentes. El otro es John Boehner, el líder republicano de la Cámara. Pero Boehner es un rehén de su propia ala conservadora de derecha. Podría ponerle fin a la crisis, pero probablemente perdería su empleo.
La realidad es que si el líder (que decide lo que sucede en la Cámara) pone la resolución sin trabas al voto, se aprobaría cómodamente, con varias docenas de republicanos moderados uniéndose a la totalidad de la Cámara de los demócratas. Dirigiéndose a los trabajadores en una empresa de construcción en Maryland que sufriría seriamente el golpe si la crisis persiste, Obama dejó en claro precisamente ese punto. «Lo único que mantiene el cierre del gobierno es que el líder de la Cámara de Representantes no permite que el proyecto de ley tenga un voto por sí o por no, porque no quiere irritar a los extremistas de su propio partido.» Pero lo último que cualquier líder político quiere es una división fatal de su propio partido, y Boehner no es una excepción. Ayer les dijo a sus compañeros republicanos que no permitiría que Estados Unidos cayera en el default y continuó con su táctica de pequeñas resoluciones que financiarían a partes del gobierno individuales y populares afectadas por el cierre.
Esa táctica parece estar manteniendo juntos a los republicanos, aunque muchos se preocupan porque están perdiendo la batalla de la opinión pública (según sugieren las encuestas). Pero Obama y los demócratas no aceptan eso. De manera que Boehner está entrampado. La mayor ironía es que, por instinto, Boehner es un negociador. De manera que uno debe presumir que se llegará a un compromiso en la 11ª hora, para salvar la cara, pero no será fácil.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
Traducción: Celita Doyhambéhère.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-230492-2013-10-04.html