Con la definición de la vocación ambientalista de Al Gore, la humanidad ha ganado un prominente ecologista y Estados Unidos ha perdido un político mediocre. El saldo parece positivo. El mundo necesita de los primeros mientras puede prescindir de los segundos. El de Gore es un camino sin retorno. Una cosa es expresar sensibilidad ante […]
Con la definición de la vocación ambientalista de Al Gore, la humanidad ha ganado un prominente ecologista y Estados Unidos ha perdido un político mediocre. El saldo parece positivo. El mundo necesita de los primeros mientras puede prescindir de los segundos.
El de Gore es un camino sin retorno. Una cosa es expresar sensibilidad ante la salud del planeta y trabajar por movilizar a la opinión pública mundial para la protección del entorno y otra, confrontar a las transnacionales petroleras, mineras, madereras, de la industria química, metalúrgicas y otras que cuentan con capacidad para bloquear por tercera vez su acceso a la Casa Blanca.
Graduado de Administración y Derecho y periodista profesional, Al Gore fue Representante durante tres períodos y Senador en 1984. En 1988 aspiró sin éxito a la nominación para la presidencia por el partido Demócrata, aunque tuvo mejor suerte cuando en el 92 Clinton lo escogió como compañero de la fórmula que puso fin a 12 años de reinado Republicano. Durante ocho años, discretamente, habitó en la Rotonda del Observatorio Naval, donde se encuentra la residencia de los vicepresidentes norteamericanos.
La precoz y dilatada, aunque insípida carrera política de Al Gore, sufrió un revés de proporciones catastróficas cuando en el año 2000, a pesar de obtener más votos que su adversario, mansamente, sin luchar, se dejó arrebatar la presidencia por la maquinaria republicana, que manipuló el conteo de votos en La Florida y catapultó a Bush a la Casa Blanca.
Ridiculizado cuando se le acusó de autoproclamarse creador de Internet, lo cierto es que, excepto Fidel Castro, no existe ningún otro líder contemporáneo con semejante preocupación por la tecnología y su impacto medioambiental y fuera de ellos dos, no se conoce de ningún político con semejante vocación por la divulgación científica.
Si bien Gore insiste en que no se postulará para las próximas elecciones presidenciales, las encuestas lo ubican en el tercer lugar entre las preferencias del electorado Demócrata, detrás de Hillary Clinton y Barack Obama y todavía es temprano como para aceptar dar por definitiva su negativa, incluso pudiera pensarse que la popularidad adquirida en su bregar ambientalista pudiera obrar a su favor en la contienda por la presidencia.
De ser tan eficaz en la política como lo es para impresionar a los auditorios al predecir que, de no cesar ahora mismo las emisiones de CO2, en los próximos diez años, se derretirán millones de hectáreas de hielos polares, desaparecerán los casquetes nevados del Himalaya y se secarán siete grandes ríos de cuyas aguas depende el 40 % de la población mundial, Gore pudiera avanzar en la contienda.
Con las impresionantes imágenes del huracán Katrina y la tragedia de Nueva Orleáns a la vista, el ex vicepresidente anuncia que como resultado de la elevación de la temperatura de las aguas del Atlántico, el Caribe y el Golfo de México, los organismos ciclónicos aumentaran en número y capacidad destructora, a la vez que lloverá más, se prolongaran las sequías y se elevará en seis metros el nivel de los mares, decretando situaciones extremas para los estados insulares y daños irreversibles en los ecosistemas costeros de todo el mundo.
En lo único que el ex candidato a la presidencia de Estados Unidos no logra ser convincente, es en la idea de que, con cierto control y moderación, las emisiones de gases de efecto invernadero son compatibles con el crecimiento económico y que los magnates de la industria no tienen por qué preocuparse. Con un poco de disciplina podrán ganar dinero, sin colapsar al planeta.
La prédica ambientalista de Gore puede ser tanto la piedra en el zapato para los otros candidatos que deberán incluirla en su agenda, como una tabla salvadora para los expertos en manipulaciones electorales que pudieran intentar desviar el debate y restarle vigencia al problema esencial de la sociedad norteamericana: la guerra.
De los Demócratas más insistentemente mencionados para optar por la presidencia, Gore es el peor ubicado, no sólo porque carga con el handicap de una derrota debida, en parte, a su falta de combatividad, sino porque su condición de defensor del planeta lo coloca en ruta de colisión con intereses demasiado fuertes y beligerantes. Lo menos que desearían las trasnacionales es un militante ecologista en la Casa Blanca.