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Annus horribilis/mirabilis

Fuentes: La Jornada

  Tarana Burke, fundadora de #MeToo, movimiento de denuncia contra el abuso, el hostigamiento y la intimidación sexual que está haciendo temblar a hombres poderosos. La imagen es de octubre del año pasado -Foto: Ap Fue un año espantosamente horrible (perdón, se necesitan ambas palabras juntas para intentar capturar un tantito de esta realidad) en […]

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Tarana Burke, fundadora de #MeToo, movimiento de denuncia contra el abuso, el hostigamiento y la intimidación sexual que está haciendo temblar a hombres poderosos. La imagen es de octubre del año pasado -Foto: Ap

Fue un año espantosamente horrible (perdón, se necesitan ambas palabras juntas para intentar capturar un tantito de esta realidad) en Estados Unidos. Fue una burla de todo lo más o menos decente, un asalto contra la belleza y lo noble, un ataque contra lo más delicado y vulnerable. Fue un año en el que no sólo se agotaron los adjetivos, sino hasta las mentadas de madre (y de padre -es la era de la igualdad de género). Hasta las mismas palabras fueron atacadas para anular su sentido, borrar la verdad, lograr que no importara la diferencia entre lo falso y lo verdadero.

No se necesita otro resumen de todos los atropellos, asaltos, abusos y ataques, y mentiras oficiales del año pasado incluyendo el apoyo presidencial a supremacistas blancos con suásticas amenazando a latinos, negros y judíos, los ataques contra los medios y ni hablar de la guerra contra los inmigrantes. Casi todos en el planeta saben de la vergonzosa realidad política estadunidense con el payaso peligroso y, según cada vez más expertos, loco, en esa casa muy blanca, y casi toda la cúpula política como cómplice.

Tal vez lo más terrible al revisar el año es que esto fue tolerado, aceptado y permitido. Claro, hubo extraordinarias expresiones de repudio, protestas masivas con nuevas alianzas maravillosas, sinfonías de colores y acentos que corearon un no de costa a costa. Pero le permitieron pasar. Y ahora amenaza -literalmente con bombas nucleares o con acelerar el cambio climático- a todos dentro y fuera de este país.

Muchos nos hemos pasado el año tratando de descubrir -una vez más en la historia- cómo es posible que un payaso populista de derecha que no pocos conservadores y liberales tradicionales tacharon de fascistarespaldado por algunos de los intereses más retrógrados de este país, llegó a tomar el poder. Por supuesto, entre las claves es que ésta es una de las coyunturas de mayor desigualdad económica y social, y de mayor corrupción política en la historia del país. Pero hay más diagnósticos que respuestas.

David Remnick, director de The New Yorker, resumió esta semana lo que muchos han concluido: el presidente de Estados Unidos se ha convertido en una de las principales amenazas a la seguridad de Estados Unidos. Todo muy clarito, pero entonces, ¿qué sigue?

Trump, comentaban algunos luchadores sociales en el Highlander Center, tal vez marca el fin histérico y enloquecido de ese Estados Unidos blanco e imperial que sabe que está por pasar al basurero de la historia, cediendo ante ese Estados Unidos nuevo, hecho de los colores e idiomas del mundo, y cuya juventud multirracial abiertamente repudia el capitalismo, ese concepto hasta ahora sagrado, sinónimo de libertad y democracia en el vocabulario oficial. Aún más notable es que esta nueva generación dice favorecer algo que se llama socialismo.

Varias manifestaciones de rebeldía y desafío contra el régimen del payaso se han expresado a lo largo del último año, señales de esperanza, rayitos de luz, y vale destacar dos que marcaron el primer año de la era trumpiana: las mujeres y los comediantes.

De repente, pareciera (aunque claro que fue resultado de miles de esfuerzos y luchas), que surgió un movimiento amplio y descentralizado de mujeres. Vale recordar que las Marchas de la Mujer -consideradas tal vez las manifestaciones masivas más grandes en la historia del país- inauguraron la resistencia a Trump 24 horas después de llegar a la Casa Blanca. Y de repente, pareciera, también estalló en los últimos meses algo que se bautizó #MeToo, el movimiento de denuncia de abuso, hostigamiento e intimidación sexual de mujeres (y algunos hombres) que está haciendo temblar a hombres poderosos; desde la propia Casa Blanca hasta los palacios de Hollywood, de las grandes instituciones académicas y culturales, a los medios masivos.

Una parte de esta respuesta se está expresando en el ámbito político, donde en números sin precedente miles de mujeres están explorando y ya han decido participar en contiendas electorales locales, estatales y federales generando potencialmente lo que algunos llaman un cambio sísmico. Muchas con posiciones expresamente anti Trump ya han ganado en lugares inesperados. Hoy día, las mujeres representan sólo 20 por ciento del Congreso federal; sólo una de cada cuatro es legisladora estatal y sólo seis ocupan un sitio entre las 50 gubernaturas estatales.

Por otro lado, tal vez el enfrentamiento más efectivo, constante y hasta valiente contra Trump y lo que representa, ha sido el de los bufones. Los cómicos, sobre todo los de televisión, los caricaturistas editoriales, los escritores satíricos y artistas de perfomance han sido fundamentales en evitar la imposición de lo absurdo, y han encabezado con otros el movimiento para evitar que el trumpismo sea normalizado. Aunque no existe un movimiento encabezado por bufones -algo que ni desean-, sí logran revelar a públicos masivos todos los días que el emperador está desnudo (y feo), tarea esencial en la defensa de los principios democráticos.

Las innumerables luchas por la dignidad, y las nuevas y viejas alianzas tan necesarias, se ven por todo el país: encuentros entre jóvenes inmigrantes, indígenas estadunidenses, veteranos de guerra disidentes y Black Lives Matter; musulmanes, judíos y latinos cargando las mismas pancartas, nuevas constelaciones creadas con las diásporas del movimiento en torno a la candidatura de Bernie Sanders y crecimiento de partidos progresistas independientes, janitors en Stanford y trabajadores de lecherías de Vermont, y jornaleros en Immokalee, contando historias colectivas, historiadores que recuerdan cuentos parecidos de resistencia y cambio hace un siglo, sólo que en otros idiomas, y las sorpresas que guardan los estudiantes sin pedir permiso.

A pesar de ese annus horriblis pasado, aquí están presentes todos los elementos para hacer de 2018 un annus mirabilis (año maravilloso). Pero para lograrlo, uno no puede quedarse de observador ni guardar silencio, advierten los Martin Luther King, Einstein, Woody Guthrie y otros sabios de este país. (¿Y a poco no aparenta ser más inteligente esta columna al incluir tres palabras en latín?)

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2018/01/08/opinion/026o1mun