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Aprender del pasado

Fuentes: La Estrella Digital

Estos días, en el plano de las relaciones internacionales parece como si todo nos indujera a mirar hacia el futuro. Cuatro años más para Bush en la Casa Blanca; relevo de Colin Powell por Condolezza Rice en la Secretaría de Estado; tras la muerte de Arafat, posibilidad de nuevos planteamientos en la resolución del conflicto […]

Estos días, en el plano de las relaciones internacionales parece como si todo nos indujera a mirar hacia el futuro. Cuatro años más para Bush en la Casa Blanca; relevo de Colin Powell por Condolezza Rice en la Secretaría de Estado; tras la muerte de Arafat, posibilidad de nuevos planteamientos en la resolución del conflicto causado por la ocupación israelí de Palestina; renovadas amenazas de Bush a Irán, a pesar de cierta flexibilidad mostrada por Teherán en lo relativo a la energía nuclear. Son hechos que obligan a admitir que algunos graves problemas que aquejan hoy a muchos pueblos podrían afrontarse ahora con otros parámetros. Aparece, pues, un amplio campo donde observar el presente para intentar extraer las claves que permitan prever, dentro de la inevitable incertidumbre, cómo evolucionará la actualidad internacional. A esto se dedicará un próximo comentario, intentando extraer algo de luz y optimismo entre unas perspectivas que aparecen deprimentes y negativas.

Sin embargo, es hoy más necesaria que nunca una mirada retrospectiva al pasado inmediato, porque permite comprender algo de lo que está sucediendo estos días. A ello nos puede ayudar un reciente libro publicado en EEUU: Ghost Wars: The Secret History of the CIA, Afghanistan and bin Laden (Las guerras fantasma: la historia secreta de la CIA. Afganistán y Ben Laden), escrito por Steve Coll, que fue corresponsal del Washington Post en Asia y es especialista en asuntos afganos.

En él se demuestra que los errores de EEUU en Afganistán, cometidos desde 1979, bajo la presidencia de Carter, y continuados hasta hoy, son los que han contribuido a crear ese fatídico espectro terrorista que amenaza al mundo, del que forman parte Ben Laden y Al Qaeda. Dicho de otro modo: los atentados terroristas del 11S en EEUU y del 11M en Madrid se produjeron precisamente como consecuencia de aquellos errores: de la obsesión por atender los intereses concretos en un momento dado, combinada con la ceguera para prever las repercusiones negativas a más largo plazo.

Ahora es ya evidente que a finales de 1979 la URSS invadió Afganistán como reacción a la actividad secreta de la CIA, que armaba y apoyaba a los muyaidines opuestos al régimen pro soviético existente entonces en Kabul. Entre ellos prosperarían los talibanes y echaría sus raíces Al Qaeda. Se nos asustó agitando el fantasma de que la URSS ambicionaba ampliar su dominio en esa estratégica zona, con vistas a extender sus tentáculos hacia el Golfo Pérsico. Nada más falso. Años después, el que fue consejero de Seguridad de Carter, Zbigniew Brzezinski, declaraba a Le Nouvel Observateur: «La operación secreta [de la CIA] empujó a los rusos a la trampa de Afganistán… Cuando éstos invadieron oficialmente el país, le dije al presidente Carter: ‘Ahora tenemos la oportunidad de darle a la URSS su propia Guerra de Vietnam'».

Al reprocharle el entrevistador a Brzezinski su responsabilidad en la creación y fortalecimiento de lo que luego serían las temibles células terroristas islámicas, respondió así: «¿Qué es más importante en la historia del mundo: los talibanes o la destrucción del imperio soviético? ¿Unos musulmanes revoltosos o la liberación de Europa Central y el fin de la Guerra Fría?». Para él parecía como si Gorbachov no hubiera existido y sólo la perspicacia de la CIA fuese lo que había cambiado favorablemente el mundo al destruir el bloque soviético. Esos musulmanes -que consideraba simples «revoltosos»-, instigados por EEUU para hacer sufrir un nuevo Vietnam al enemigo soviético, años después han vuelto sus armas contra quienes les apoyaron y son ahora el fantasma que asusta al pueblo estadounidense y que lleva al presidente Bush a sostener su paranoica e insensata guerra al terrorismo universal.

En descargo del pueblo estadounidense cabría añadir que no suele estar enterado de las turbias operaciones exteriores de la CIA. Por eso, cuando a veces sufre los efectos retardados de éstas (desde manifestaciones hostiles hasta ataques terroristas), no sabe bien a qué atribuirlos y se deja engañar fácilmente por sus gobernantes: «Nos atacan porque nos envidian» o «porque les llevamos la libertad y la democracia». Pero los pueblos que las padecen sí conocen el origen de las agresiones sufridas. No son pocos los países que las han experimentado: Irán (1953), Guatemala (1954), Cuba (desde 1959 hasta hoy), Congo (1960), Vietnam y Laos (1961-73), Brasil (1964), Indonesia (1965), Grecia (1967-73), Camboya (1969-73), Chile (1973), Afganistán (desde 1979 hasta hoy), El Salvador, Guatemala y Nicaragua (década de 1980) e Iraq (desde 1991 hasta hoy). Casi todas han causado negativos efectos secundarios, aunque hoy cobren más relevancia las consecuencias de lo ocurrido en Afganistán.

Ahora, cuando con el fin de poder llevar a cabo las anunciadas elecciones en Iraq (y salvar así, en parte, el desprestigio mundial que ha supuesto la intervención militar de EEUU), se arrasan ciudades, se exterminan pueblos y, a la sombra del Gobierno títere de Bagdad, se siembra el odio en vastas poblaciones, convendría reflexionar sobre cuáles serán los efectos de esto en el futuro. Coll, al concluir su libro, afirma: «La indiferencia, la fatiga, la ceguera, la parálisis y la codicia comercial conformaron la política exterior de EEUU en Afganistán en los años 90». Para nuestro pesar, todo apunta a que, en un futuro no muy lejano, podrá aplicarse la misma conclusión a lo que ahora ocurre en Iraq. Y también, una vez más, será ya tarde para arrepentirse.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)