Era el 1 de septiembre de 1976, a las 9:45 a.m. El teléfono de casa sonó. Mi esposa dijo: «Acabo de ver el peor accidente. Está saliendo humo del auto, por todas partes, hay metal y quizás partes de un cuerpo y los policías están corriendo como locos por Sheridan Circle». Había llegado allí camino […]
Era el 1 de septiembre de 1976, a las 9:45 a.m. El teléfono de casa sonó. Mi esposa dijo: «Acabo de ver el peor accidente. Está saliendo humo del auto, por todas partes, hay metal y quizás partes de un cuerpo y los policías están corriendo como locos por Sheridan Circle». Había llegado allí camino de su trabajo cerca de la Avenida Massachusetts.
Minutos más tarde llamó la recepcionista del Instituto para Estudios de Política. En medio de lamentos y gritos me informó: «Orlando está muerto, Ronni en el hospital. Venga para el Instituto».
El taxista sabía cómo evitar Sheridan Circle, cerrado por la policía. El FBI ya había llevado una gigantesca aspiradora al área para acopiar «evidencia».
En el IPS el personal lloraba o tenía la mirada perdida mientras surgían los sangrientos detalles. Una bomba había hecho explosión debajo del auto de Orlando Letelier a tres cuadras del IPS, en Connecticut y Calle Q. Las piernas de Letelier quedaron separadas del torso. Ronni Moffit, que iba en el asiento del pasajero, también había muerto, aparentemente cuando una pieza metálica le cortó una arteria. Michael Moffit, esposo de Ronni, que iba sentado en el asiento trasero, salió despedido por la puerta y sufrió heridas leves.
Dos años más tarde, el FBI identificó a los miembros principales del complot: el coronel Manuel Contreras, jefe de la DINA, la policía secreta de Chile; otros dos oficiales y su asesino designado Michael Townley. El FBI arrestó a Townley en Chile y por medio de un arreglo -una condena leve–, él les dijo cómo había recibido las órdenes de sus superiores y luego había reclutado a cinco exiliados derechistas cubanos para realizar el atentado en sí.
Los principales agentes del FBI y un fiscal nombraron públicamente a Pinochet como el que ordenó el asesinato. Su nombre nunca apareció en una acusación. Los demás se enfrentaron a algún tipo de juicio en Estados Unidos o en Chile.
Mientras el FBI acopiaba testimonios y detalles, imaginé como en un sueño el auto de Orlando mientras iba por la Avenida Massachusetts, escuchando el silbido que oyó Michael Moffitt, viendo el estallido del detonador primario y oliendo el olor acre mientras el auto llegaba a Sheridan Circle y estallaba.
Virgilio Paz pulsó los botones del detonador por control remoto sabiendo que Ronni y Michael estaban en el auto. Oigan, tenía que regresar a su empleo vendiendo autos usados en Nueva Jersey.
En 1991, después de que el programa «America’s Most Wanted» hizo una reconstrucción del papel de Paz en el atentado a Letelier-Moffitt, alguien telefoneó a un agente de Aduanas, el cual avisó al FBI. Paz fue arrestado, se declaró culpable, fue condenado a 12 años y cumplió siete antes de salir en libertad condicional. Vive en un condominio en la Florida. Guillermo Novo, un mandamás de la pandilla exiliada cubana, fue declarado culpable de conspiración para asesinar a un ex funcionario extranjero y condenado a cadena perpetua. Un tribunal de apelaciones revocó la sentencia. En un segundo juicio, el jurado lo declaró inocente de la acusación de conspiración. Salió en libertad.
En 1999, la policía panameña arrestó a Novo junto con Luis Posada Carriles y otros dos, cuyo auto de alquiler contenía explosivos. Los cuatro planeaban asesinar a Fidel Castro, quien debía dar un discurso allí. Unos días antes de terminar su mandato, la presidenta panameña Mireya Moscoso los indultó. Coincidentemente, varios millones de dólares habían sido depositados en su cuenta bancaria en el extranjero.
Ronni Moffitt tendría ahora 59 años, y Letelier 79. Me pregunto cuántas cosas interesantes y útiles hubieran hecho en estos 34 años.
Tres semanas antes de explotar la bomba, Letelier, un economista y líder político del Partido Socialista chileno, había escrito una devastadora crítica de la «milagrosa» economía de mercado de Milton Friedman («Los Chicago Boys en Chile», The Nation, 28 de agosto de 1976). Recientemente él había sido nombrado director del Instituto Transnacional en Ámsterdam, el centro de investigaciones homólogo del IPS, el cual planeaba expandir su influencia.
En marzo de 1976, Letelier había informado a los representantes a la Cámara Tom Harkin (demócrata por Indiana), George Miller (demócrata por California) y Toby Moffett (demócrata por Connecticut). Los tres viajaron a Chile, fueron testigos de la brutal represión y regresaron para lograr que se aprobara la Enmienda Harkin, que eliminaba la ayuda de EE.UU. a Chile. Orlando ayudó a aislar al régimen del general Augusto Pinochet, el hombre que dirigió el sangriento golpe que derrocó al presidente electo de Chile, Salvador Allende. Pinochet había llevado a Letelier a un campo de concentración cerca del Polo Sur antes de exiliarlo a Venezuela un año después.
Ronni me contaba de la hermosa música que hacía la gente pobre que tomaba prestados instrumentos en su tienda de «música para llevar». Ella había sido maestra y tenía infinitos planes para mejorar el mundo. Michael y Ronni llevaban solo cuatro meses de casados. Ella hoy hubiera tenido 59 años.
Después de 34 años, los sucesos del 21 de septiembre de 1976 regresan en mis pensamientos y sueños. Llegué a la conclusión de que la gente malvada, los asesinos, justificaron sus inclinaciones homicidas con balbuceos anticomunistas y anticastristas. Pero el asesinato de mis amigos y colegas no tenía nada que ver con el comunismo ni con Castro. Los asesinos asesinan. Disfrutan practicar su vocación.
No han leído las palabras de John Donne: «La muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy implicado en la humanidad». Las Campanas Doblan por Orlando y Ronni.