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Atrocidades como las bombas de Boston son difíciles de abordar, pero los delitos con armas, no

Fuentes:

Nadie sabe por qué lo hizo. Pero eso no ha detenido las especulaciones. Si se mira hacia atrás, según el testimonio de quienes le conocieron, se advertían señales. Pero nadie podría haber previsto nada a esta escala. ¿Qué influencias tuvieron su efecto? ¿Qué motivos podía haber? ¿Qué llevaría a un joven a asesinar intencionadamente al […]

Nadie sabe por qué lo hizo. Pero eso no ha detenido las especulaciones. Si se mira hacia atrás, según el testimonio de quienes le conocieron, se advertían señales. Pero nadie podría haber previsto nada a esta escala. ¿Qué influencias tuvieron su efecto? ¿Qué motivos podía haber? ¿Qué llevaría a un joven a asesinar intencionadamente al mayor número de inocentes posible, dejando al país a la vez vulnerable y afligido?

Estas preguntas las planteo, no respecto a Yojar Tsarnaev, el principal sospechoso, de 19 años, superviviente de la saga de las bombas de Boston que causó tres muertos e hirió a más de 170 personas la semana pasada, sino a Adam Lanza, que mató a 20 niños y seis profesores en Newtown, Connecticut, el pasado diciembre. Las contradicciones de las respuestas políticas a las dos tragedias y las cuestiones que suscitan no podrían ser más flagrantes u obscenas.

El lunes [15 de abril] hicieron explosión dos bombas en el maratón de Boston. Un día después de que se identificase a los sospechosos, los políticos que defendían la actual legislación en materia de armas pidieron una «mayor vigilancia sobre los musulmanes» y abordar «los resquicios del sistema de inmigración» (Tsarnaev y su hermano, Tamerlán, que resultó muerto en un tiroteo [con la policía], crecieron en Kirguistán).

El miércoles [17 de abril] el Senado declinó aprobar siquiera las medidas de control más tenues en respuesta a la matanza de Newtown. Veinte niños, de seis y siete años de edad, son masacrados en el colegio y el sistema político norteamericano tarda cinco meses para no decidir nada. Incapaces de quebrar el límite obstruccionista, ni siquiera se llegó a votar. Escondidos tras el argumentario de la National Rifle Association (NRA), los senadores defensores de los derechos relativos a las armas se envolvieron en la Constitución, insistiendo en que el apoyo al control de armas violaría el «derecho a portar armas» de la Segunda Enmienda.

Mientras las autoridades le negaban a un Yojar todavía inconsciente sus derechos Miranda (para informarle de que tiene derecho a guardar silencio], insistían algunos republicanos en que se le juzgara como «combatiente enemigo», la aberración legal y abominación moral que abrió camino a Guantánamo. Su devoción por los derechos civiles es, a lo que se ve, parcial; su adhesión a las armas es total. La NRA se opone incluso a prohibir la venta de armas a la gente que se encuentra en la lista de terroristas, lo que quiere decir que quienes no pueden subir a un avión todavía pueden prepararse a recargar y apuntar.

Como hizo notar John Oliver, un cómico británico del Daily Show: «un intento fallido de hacer estallar una bomba en un zapato y tenemos todos que descalzarnos en el aeropuerto. 31 tiroteos desde Columbine y ni un sólo cambio en la reglamentación sobre armas».

No cabe exagerar las ramificaciones de esta negligencia. Más de 85 personas – incluyendo ocho niños – mueren por arma de fuego como media cada día en Norteamérica y más del doble de esa cifra resultan heridos. Aun teniendo en cuenta el hecho de que la mayoría de las muertes por arma de fuego vienen a ser suicidios, eso significa un total de víctimas cada año que es varias veces el del 11 de septiembre de 2001.

Con todo, las cifras no hacen por sí solas justicia a la disonancia cognitiva. El efecto de un atentado terrorista como el de Boston no se puede medir solamente por el número de fallecidos. El terrorismo crea una cultura de miedo y sospecha que se extiende más allá de los inmediatamente afectados y repercute en nuestra comprensión del riesgo. Significa que nadie se siente seguro, cualquiera es sospechoso potencial y el peligro puede estar en cualquier parte. «Terror significa, en primer lugar, terror al próximo ataque», escribe Arjun Appaduraj en Fear of Small Numbers. «El terror…deja abierta la posibilidad de que cualquiera pueda ser un soldado de incógnito, un clandestino entre nosotros, esperando a golpear el corazón de nuestro duermevela social»

El problema es que ésta es la cultura en la que muchos norteamericanos han vivido durante años. Se estima que en Chicago del 20 al 30% de los niños ha sido testigo de un tiroteo en la escuela. Carolyn Murray, cuyo hijo murió a tiros en el jardín de su abuela en una urbanización de Chicago, no disfruta de mucho de ese «duermevela social». Acabó tan acostumbrada a oír disparos los fines de semana que podía llamar a la policía y decirles de qué calibre eran las armas y de dónde provenía el tiroteo, y eso sólo con escucharlo desde la cama. Dicho sin rodeos, una parte significativa de Norteamérica vive en un terror constante y el Congreso acaba de decidir que así es cómo deberían seguir.

En la jerarquía del sufrimiento y la seguridad en Norteamérica, existen, en resumen, lugares en los que se supone que estás a salvo – maratones, colegios de urbanizaciones, cines – y sitios en los que aparentemente no tienes derecho a esperar eso: sobre todo en los vecindarios negros e hispanos pobres. Sólo en un puñado de excepciones – cuando los asesinos son cristianos, blancos y nacidos en Norteamérica (los medios informativos no han desarrollado ninguna ansiedad por defecto respecto a ellos), los muertos, blancos en su mayoría y los asesinatos en gran número – hay oportunidad de que los tiroteos atraigan la atención política general. Aun entonces, sólo rara vez, y aun en ese caso, como se demostró la semana pasada, con pocos efectos tangibles.

La incómoda realidad es que es muy poquito lo que puede hacerse para impedir una atrocidad como la de Boston. «Hemos tenido mucho éxito en desactivar la capacidad de Al Quaeda de lanzar ataques masivos», declaró al Washington Post el congresista demócrata Adam Schiff, antiguo federal fiscal y miembro del Comité de Inteligencia de la Cámara. «Pero hemos visto proliferar tramas excepcionales, con origen foráneo e individuos autorradicalizados…Vamos a tener que reconocer una cierta vulnerabilidad, y adoptar la resuelta visión de que tendremos que seguir como estamos, tomando precauciones, pero sin cambiar el modo en que vivimos».

Recíprocamente, se pueden hacer muchas cosas para cambiar la forma en que mueren a diario muchos norteamericanos. Quienes abogan por los derechos relativos a las armas insisten en que las medidas de control de armas que tuvieron su mejor oportunidad de ser aprobadas la semana pasada, y que exigían cerciorarse de los antecedentes de quienes compran armas en la Red o en ferias de tiro, no habrían evitado el crimen de Lanza. Utilizó un arma de su madre que había sido adquirida legalmente. Es verdad, aunque puesto que el 90% de los norteamericanos y el 74% de los propietarios de un arma miembros de la National Rifle Association estaban de acuerdo en ello, debieran haberse aprobado de todos modos. Pero la razón de que el compromiso fuera tan tibio se debe a que finiquitaron los esfuerzos por prohibir las armas de asalto y los cargadores de gran capacidad, lo que le permitió a Lanza matar a bastantes más niños con bastante mayor rapidez.

Expresando su frustración por la incapacidad de aprobar alguna medida, Andrew Goddard, cuyo hijo fue herido durante los tiroteos de Virginia Tech en 2007, declaró al New York Times: «Es casi como si pudieras ver la línea de meta, pero sin lograr llegar hasta ella. Resulta aun más irritante poder verla y no llegar a ella».

Hay muchos corredores del maratón de Boston que saben exactamente cómo se siente uno en esa circunstancia.

Gary Younge es uno de los varios corresponsales que el diario The Guardian tiene en los Estados Unidos y en calidad de tal ha cubierto las elecciones presidenciales y al Congreso de los últimos años.

Traducción para www.sinpermiso.info : Lucas Antón

Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=5915