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Beatificaciones, herederos del nacional-catolicismo y distinguidas presencias institucionales

Fuentes: Rebelión

La inversión neoconservadora sigue su marcha ininterrumpida (víctimas-verdugos) y la revisión histórica se ubica de nuevo en el puesto de mando. Según la RAE, beatificar es declarar que un difunto, cuyas virtudes han sido previamente certificadas, puede ser honrado con culto. Un mártir es una persona que muere o sufre grandes sufrimientos en defensa de […]

La inversión neoconservadora sigue su marcha ininterrumpida (víctimas-verdugos) y la revisión histórica se ubica de nuevo en el puesto de mando.

Según la RAE, beatificar es declarar que un difunto, cuyas virtudes han sido previamente certificadas, puede ser honrado con culto. Un mártir es una persona que muere o sufre grandes sufrimientos en defensa de unos ideales (religiosos o no). La iglesia española católica, apostólica y romana, heredera sin grandes discontinuidades del nacional-catolicismo (uno de los nudos esenciales de la cobertura ideológica del fascismo español) proclamó el domingo 13 de octubre en Tarragona, en la explanada de la Universidad laboral, 522 nuevos beatos. Ante unos 20 mil fieles y amigos.

Fue la beatificación más numerosa de la Historia de la Iglesia. Católica. Estuvo presidida por el prefecto de la Congregación para la Causa de los Santos, el cardenal Angelo Amato; el presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco, y el arzobispo de Tarragona, Jaume Pujol. En total. 104 obispos (79 españoles y 25 extranjeros), 8 cardenales, 1.386 sacerdotes, 2.720 religiosos de todas las congregaciones y 3.947 familiares de los mártires.

Entre las «autoridades» presentes, todas ellas en las primeras filas del macroencuentro, cabe citar las siguientes: Jesús Posada, la tercera autoridad del Estado («celebración espléndida que reafirma nuestra fe»); Alberto Ruiz Gallardón, ministro de Justicia del gobierno Rajoy («acto de justicia y reconciliación»); Jorge Fernández Díaz, miembro del OPUS; Artur Mas, president de la Generalitat de Catalunya («No fueron víctimas de violencia machista como Alba [una muchacha de 14 años asesinada, un caso deleznable de violencia de género], ni los mataron por ser catalanistas como Companys, sino que sufrieron otro tipo de violencia sólo por sus creencias religiosas»); Joana Ortega, vicepresidenta de la Generalitat; Josep Félix Ballesteros (alcalde de Tarragona), Ricardo Álvarez Espejo, inspector general del Ejército.

Don Antonio María Rouco señaló sobre ellos: «Las autoridades civiles, militares y académicas han puesto de manifiesto con su presencia la armonía que ha de existir entre todos los ámbitos de nuestra sociedad». ¿Armonía? ¿De todos los ámbitos de nuestra sociedad?. ¿De qué sociedad?

El Papa Francisco saludó con un breve mensaje. Apenas medio folio dicen. Ni una sola observación directa sobre la Guerra civil, dicen también. Ni una sola referencia a los asesinados y desaparecidos republicanos. No cuentan.

Su representante en el acto, el cardenal Angelo Amato, dejó claras las verdaderas e irrevisables señas identidad católicas, lo esencial de lo que la Institución sigue pensando en torno a la II República y la resistencia al golpe militar de 1936: «En el período oscuro de la hostilidad anticatólica de los años treinta, vuestra nación [España] fue envuelta en la niebla diabólica (sic) de una ideología que anuló a millares y millares de ciudadanos pacíficos (sic), incendiando iglesias, cerrando conventos y escuelas católicas y destruyendo parte de vuestro patrimonio artístico… Los mártires no fueron caídos de la guerra civil sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado (sic) de la Iglesia».

«La iglesia quiere glorificar a estos testigos heroicos del Evangelio», así finalizó su intervención.

Con el acto de ayer, son ya 1.523 el número de beatos mártires en España en el siglo XX. Once han sido canonizados. Hay otros procesos de beatificación en curso. El número aumentará. No son impensables actos similares.

La vicepresidenta del gobierno catalán, la democristiana Joana Ortega, ha señalado en la mañana del lunes 14 la razón esencial de su presencia en la concentración nacional-católica: «muchas de las personas muertas eran catalanas».

A la misma hora del acto católico, apostólico y romano, más de un centenar de personas convocadas por la Coordinadora por la Laicidad y la Dignidad [1], honró en la Muntanyeta de l’Oliva, donde se realizaron cientos de fusilamientos, junto al cementerio de Tarragona [2], se honró, decía, a las víctimas de la represión fascista [3].

Sin presencia institucional… Por supuesto.

Muchos ciudadanos, muchas ciudadanas, estaban apoyándoles (y admirándoles) desde nuestras casas o desde nuestros lugares de encuentro e indignación.

Notas:

[1] En su manifiesto, la Coordinadora ha caracterizado la beatificación de acto político (¿qué si no?) y de «insulto» a quienes perdieron a sus familiares durante el franquismo.

[2] Unas 770 personas murieron en Tarragona durante el franquismo. Unas 665 fueron asesinadas y más de 100 murieron en hospitales y en la cárcel.

[3] Montserrat Giné, cuyo abuelo fue asesinado en L’Oliva, es la presidenta de la Asociación de las Víctimas del franquismo en Tarragona. Tardó siete años para que el Arzobispado tarraconense diera permiso para dignificar la fosa de su abuelo.

Salvador López Arnal es nieto de José Arnal Cerezuelo, trabajador cenetista asesinado en mayo de 1939. Delito: rebelión militar (id est, apoyo a la II República Española y resistencia contra el golpe fascista).

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.