El presidente Joe Biden finalmente revela el por qué su insistencia en la guerra ucraniana, el interés estratégico de Estados Unidos y el verdadero motivo por el cual no ha querido negociar y detener el conflicto.
El mundo está en grave peligro, como alertó la semana pasada el secretario general de la ONU António Gutérres.
Biden admitió el lunes: el mundo vivirá un cambio del orden internacional y afirmó que Washington debe liderar el nuevo sistema. «Y ahora es un momento en que las cosas están cambiando. Va a haber un nuevo orden mundial y tenemos que liderarlo. Y tenemos que unir al resto del mundo libre para hacerlo», aseguró ya sin tapujos.
Washington tiene que «hacer lo que sea necesario para apoyar a Ucrania». En ese contexto, resaltó que «la OTAN nunca ha estado más fuerte o más unida en toda su historia de lo que lo está hoy, en gran parte debido a Vladímir Putin», y dio a conocer su primera estrategia para el Indo-Pacífico, enfocada en la contención de Pekín.
Al inicio de la guerra escribí que la operación militar especial contra Ucrania emprendida por Rusia era un imperativo para garantizar la paz mundial, aunque parezca una incongruencia, y las razones de esa afirmación estaban expuestas en los motivos explicados por Vladimir Putin para tomar esa decisión.
Estados Unidos, y algunos aliados de la OTAN, marcharon demasiado lejos en sus presiones para intentar doblegar a una de las principales potencias militares y económicos que forman parte del equilibrio estratégico internacional, sobre todo en momentos de un deterioro de los mecanismos de diálogo y de factores de negociación dañados por el abandono de la Casa Blanca de tratados internacionales básicos, en particular los relacionados con el balance nuclear.
En circunstancias de una acumulación de capitales feroz y discriminatoria con derivaciones sociales muy agudas y negativas puestas de manifiesto con la pandemia de Covid-19, y una masificación de la pobreza como provocó el neoliberalismo, la desaparición de los factores de negociación impide el establecimiento de un diálogo mediante el cual se puedan restablecer los equilibrios, únicos garantes de la paz mundial.
Putin advirtió que Rusia no puede existir con una amenaza constante que emana del territorio ucraniano, y el gobierno de China a través de la vocera Hua Chunying, repuso que la situación entre Ucrania y Rusia refleja un trasfondo histórico complejo. La pregunta clave ahora es: ¿qué papel ha desempeñado Estados Unidos en la crisis de Ucrania?
Es irresponsable que alguien acuse a los demás de ser ineficaces en la lucha contra un incendio mientras echa leña al fuego. Cuando Washington emprendió cinco oleadas de expansión de la OTAN hacia el este hasta llegar a las puertas de Rusia, ¿pensó alguna vez en las consecuencias de presionar a un gran país contra la pared?, preguntó Chunying.
No es necesario hacer más historia. Es evidente la desesperación de la Casa Blanca ante la pérdida de poder hegemónico y su resistencia a aceptarla. El control del mundo se les va de la mano, los sueños de norteamericanización del planeta se les escurre y Joe Biden no quiere cargar con esa responsabilidad.
El regreso al ruido de los cañones demuestra, entre otras cosas, que Biden debió estar muy ansioso para adelantar medidas que no estaban concebidas para este nuevo escenario en Ucrania creado por el reconocimiento de Moscú a las repúblicas separatistas de Donetsk y Lugansk, sino para una invasión militar a Ucrania la cual tardaba demasiado para su gusto o necesidades.
Trató de atizar la invasión, pues en cuanto se inició un mínimo proceso de distensión en toda la región del Donbass , estimuló a Kiev con todo tipo de promesas antirusas, y empezaron los ataques de militares ucranianos contra las regiones de mayoría rusa de la orilla derecha del Don para provocarla. Finalmente lograron crear una situación de guerra y terminar de complicar o seguir negando la negociación, sobre todo del avance al este de la OTAN y el regreso a los acuerdos de Minsk
Ucrania pone de manifiesto la debilidad del hegemonismo estadounidense y la pérdida de terreno en sus apetencias de controlar al mundo desde Washington. Se evidencia el cambio de época y la batalla entre lo viejo por desaparecer y lo nuevo por avanzar.
Con la situación creada en Ucrania, la renuncia de Estados Unidos al no acatamiento de los acuerdos de Minsk con cuyo cumplimiento no hubiese estallado esta crisis, el gobierno de Biden puso en crisis todo el sistema de pesos y contrapesos surgido tras el fin de la Guerra Fría para mantener la paz.
La operación militar especial en franca ejecución por parte de Rusia, hace ahora más acuciante el restablecimiento de los factores de equilibrio y negociación rotos por la Casa Blanca para que la solución del problema no sea militar sino diplomático, y la paz mundial, aunque en precario, siga rigiendo los destinos del planeta.
La política de sanciones económicas a Rusia, terminará por desquiciar el propio proceso de globalización ya en crisis con la quiebra del neoliberalismo, y aunque parezca contradictorio, el proceso de cambios estructurales del sistema socioeconómico capitalista se acelere y surja otro en su lugar imposible de saber si para mejor o para peor.
Lo grave en estos momentos es que Biden le torció el brazo a la Unión Europea para sumarla a su política contra Rusia y China. Todo está bien claro: Biden necesitaba crear la sensación de que Rusia supone una amenaza para la seguridad de Europa, mostrar que Putin es un agresor en quien no se puede confiar, y esos fueron clavos sobre los que martillaron los medios de comunicación involucrados en la misión encabezada por el mandatario de: «Rusia planea invadir Ucrania».
Biden personalmente fabricó -o fue la cara visible- la crisis ucraniana para aislar, criminalizar y, en última instancia, tratar de dividir a Rusia, debilitarla y romper su alianza estratégica con China. Pero detrás de ello, someter a Alemania y al resto de la Unión Europea con sus gestos más o menos timoratos de mejor convivencia con Rusia y más independiente de la OTAN, lo cual enojaba mucho a Washington, en especial pensando en el cambio de época ya admitido por la Casa Blanca.
Las amenazas de Biden, el avance de la OTAN hacia las fronteras rusas, y la colaboración del presidente de Ucrania Volodymir Zelensky quien aceleró la decisión de Putin que ya se veía venir, de reconocer a las dos repúblicas autónomas y tomar medidas de defensa correspondientes al nivel de la doble amenaza de la OTAN y Ucrania.
El juego recién comienza, y tanto Biden como Sholtz, tendrán que explicar muy bien a los alemanes y otros vecinos por qué les privan de un combustible fundamental, limpio, barato, seguro y en las cantidades requeridas. Pero, sobre todo, por qué correr el riesgo de una guerra catastrófica.
Ahora lo más importante ya no es ni siquiera ya el gasoducto, sino el contener el conflicto para que no se salga de los parámetros que le conviene a Estados Unidos, no pase los límites de una confrontación convencional y llegue a una etapa más compleja e incluso nuclear, y que las consecuencias de las sanciones económicas no se conviertan en una crisis como las de 1929, 1973, 1982 y 2008. En fin, que se resquebraje la endeble paz mundial en todos sus peores sentidos.
Lo sensato es, en palabras cortas y concretas, negociar la recomposición de los equilibrios del mundo, domar el potro de los cambios necesarios admitidos por Biden sin interés de liderarlo sino más bien de coordinarlos, para salvar a la humanidad del holocausto nuclear.