En el verano de 1945, el presidente de Estados Unidos Harry Truman buscaba un golpe decisivo contra el Imperio japonés. A pesar de las muchas victorias de los aliados durante 1944 y 1945, Truman creía que el emperador Hirohito instaría a sus generales a continuar la lucha. Estados Unidos había sufrido 76.000 bajas en las […]
En el verano de 1945, el presidente de Estados Unidos Harry Truman buscaba un golpe decisivo contra el Imperio japonés. A pesar de las muchas victorias de los aliados durante 1944 y 1945, Truman creía que el emperador Hirohito instaría a sus generales a continuar la lucha. Estados Unidos había sufrido 76.000 bajas en las batallas de Iwo Jima y Okinawa, y la administración Truman anticipaba que una prolongada invasión del Japón continental les traería cifras aún más devastadoras. No obstante, Washington elaboraba planes para un asalto final contra Japón que nombraba Operation Downfall (Operación Caída). Los estimados de la posible matanza eran aterradores. Los Jefes del Estado Mayor Conjunto estimaban que las víctimas serían 1,2 millones.
El almirante Chester Nimitz y el general Douglas MacArthur pronosticaban más de 1.000 bajas por día, mientras que el Departamento de Marina vaticinó que los totales ascenderían a cuatro millones. Calculaban que los enemigos japoneses tendrían hasta diez millones de bajas. El diario Los Angeles Times, un poco más optimista, proyectaba «solo» un millón de muertes.
A partir esas cifras, no era de extrañar que Estados Unidos se decidiera por la opción nuclear cuando dejó caer la bomba Little Boy en Hiroshima el 6 de agosto y luego la Fat Man sobre Nagasaki el 9 de agosto. Japón se rindió 24 días después, evitando así los horrendos pronósticos de muertes de millones de estadounidenses aquí citados. «Tal es la narrativa que se ha enseñado en las escuelas de Estados Unidos. Pero como tantas otras versiones históricas, resultó ser una simplificación excesiva e históricamente falseada», dice Alan Mosley en un artículo publicado en la revista virtual rusa «Strategic Culture Online Journal» el 31 de diciembre de 2018.
Cuando el presidente Truman aprobó el despliegue de las nuevas bombas atómicas, estaba convencido de que los japoneses planeaban continuar la guerra hasta el amargo final. Muchos han argumentado que las estimaciones de víctimas lo obligaron a actuar con cautela por la vida de los soldados estadounidenses que se hallaban en el Pacífico pero esta versión ignora que otras figuras cercanas a Truman llegaron a la conclusión opuesta.
El general Dwight D. Eisenhower dijo: «Yo estaba en contra del uso de la bomba atómica por dos razones. Primero, porque los japoneses estaban listos para rendirse y era innecesario golpearlos con esa horrible cosa. Segundo, porque yo odiaba que nuestro país fuera el primero en usar esa arma». Usó el mismo argumento que el entonces Secretario de Guerra Henry Stimson en 1945, quien relata en sus memorias: «Le expresé mis graves dudas, en primer lugar porque creía que Japón ya había sido derrotado y lanzar la bomba era completamente innecesario, y en segundo lugar porque creía que nuestro país no debía escandalizar a la opinión pública mundial mediante el uso de un arma cuyo empleo, en mi opinión, no era ya obligatorio como medida para salvar vidas estadounidenses. Era mi creencia que Japón estaba, en esos mismos momentos, buscando alguna forma de rendirse con el menor costo posible.
El almirante de flota William Leahy, el oficial militar de mayor rango de los Estados Unidos en servicio activo durante la Segunda Guerra Mundial y uno de los principales asesores militares de Harry Truman escribió en su libro «I Was There» publicado en 1950: «El uso de esta arma bárbara en Hiroshima y Nagasaki no fue de ayuda material alguna en nuestra guerra contra Japón. Los japoneses ya estaban derrotados y listos para rendirse debido al efectivo bloqueo marítimo y al exitoso bombardeo con armas convencionales».
La revista Foreign Policy escribió que el día más crítico para Japón era el 9 de agosto, primer día en que el Consejo Supremo japonés se reunió para discutir seriamente la rendición. La fecha es significativa porque no se trata del día posterior al bombardeo de Hiroshima, sino el día en que la Unión Soviética entró en el teatro de guerra del Pacífico invadiendo por tres frentes la Manchuria ocupada por los japoneses. Antes del 8 de agosto, los japoneses esperaban que Rusia fuera intermediario en las negociaciones para el fin de la guerra, pero cuando los rusos se pronunciaron contra Japón, se convirtieron en una amenaza aún mayor que Estados Unidos para los japoneses.
La posición de Rusia, de hecho, obligó a los japoneses a considerar la rendición incondicional. Hasta entonces, sólo estaban abiertos a una rendición condicional que garantizara al emperador Hirohito algo de dignidad y protección ante los juicios por crímenes de guerra. Foreign Policy concluye opinando que, como en el teatro europeo, Truman no venció a Japón; Stalin sí.