Pasados los festejos de Año Nuevo y sobreviviendo profecías sobre el fin del mundo (incluida la inventada por los políticos en Washington llamada precipicio fiscal), la apertura del nuevo Congreso, los cambios en el gabinete presidencial y el intercambio infinito de buenos deseos, todo parece indicar que 2013 comienza como si 2012 no hubiera acabado. […]
Pasados los festejos de Año Nuevo y sobreviviendo profecías sobre el fin del mundo (incluida la inventada por los políticos en Washington llamada precipicio fiscal
), la apertura del nuevo Congreso, los cambios en el gabinete presidencial y el intercambio infinito de buenos deseos
, todo parece indicar que 2013 comienza como si 2012 no hubiera acabado.
Algunas de las primeras noticias de 2013 ofrecen indicios de cómo arranca el año en Estados Unidos:
Los estadunidenses le dan un nivel mayor de aprobación al comunismo que al Congreso federal. El Washington Post reporta que la última legislatura fue la menos popular desde que los encuestadores empezaron a registrar ese dato. Según Gallup, el índice de aprobación de ésta se desplomó a 10 por ciento en dos momentos el año pasado, el índice más bajo en los 38 años que se ha hecho ese sondeo. Otra encuestadora, Rasmussen, preguntó a estadunidenses qué opinión tendrían si este país se volviera comunista, y 11 por ciento dijo que lo aprobaría.
En otro rubro, se incrementaron las ventas de los rifles semiautomáticos AR-15 -el usado por el joven que mató 20 niños y seis adultos en la primaria Sandy Hook en Connecticut- días y semanas después de la matanza. Mientras tanto, los promotores del derecho
a las armas no se apenaban al proponer que se necesita más gente armada en las escuelas para protegerse de otras personas armadas. La Asociación Nacional del Rifle propuso una guardia armada en cada escuela, el New Yorker calculó que serían cien mil escuelas, cien mil guardias, cien mil armas, unos cien millones de dólares, en un nuevo negocio para los socios empresariales de la asociación: negocio redondo.
Mientras tanto, los miles de jóvenes en uniforme militar desplegados en Afganistán -ya desde hace tiempo la guerra más larga en la historia de este país- continúan en ese campo de batalla; otros permanecen en Irak. El presidente Barack Obama y el Congreso acaban de aprobar un gasto militar de 633 mil millones para 2013, ninguna reducción a pesar de todo lo que se debate sobre el gasto público excesivo, pero en dos meses negociarán reducciones en gastos de asistencia pública. Hay prioridades.
En ese paquete de defensa
, a pesar de sus promesas anteriores y las críticas de los principales organismos de derechos humanos, Obama permitió la continuación de operaciones de lo que los críticos llaman el gulag en Guantánamo, con sus 166 presos, 86 de ellos autorizados a ser liberados pero que permanecen ahí.
La guerra contra el terrorismo
, aparentemente también eterna, continúa con Obama, que ha prolongado algunas de las políticas más controvertidas y cuestionadas por defensores de libertades civiles y derechos humanos formuladas primero por George W. Bush, incluida la detención indefinida de aquellos considerados enemigos
, o los acusados de apoyar
al enemigo
en cualquier parte del mundo, y la intervención de comunicaciones por agencias de espionaje sin necesidad de orden judicial. En tanto, se fiscaliza a oficiales estadunidenses acusados de filtrar información a periodistas.
A todo esto, los veteranos de estas guerras patrióticas
, festejados todos los días con la obligada consigna oficial de apoyo a las tropas
, regresan de guerras justificadas falsamente a un país donde no hay empleo, donde sus viviendas son incautadas por no tener con qué pagar las hipotecas, y donde se calcula que en promedio, en cualquier noche aquí, más de 60 mil veteranos de guerra viven sin techo.
Por otro lado, en los primeros días del año ningún político nacional ha dicho una sola palabra sobre el cambio climático, a pesar de que continúan las pugnas sobre la asistencia de decenas de miles de millones de dólares para comunidades devastadas en Nueva York y Nueva Jersey por el huracán Sandy, mientras los polos se continúan derritiendo y las condiciones se preparan para más tormentas.
En Washington, los políticos empezaron el año con un acuerdo de último minuto para evitar el llamado precipicio fiscal (algunos le dicen el abismo, que sería más correcto para describir el juego político en torno a este tema), sólo para aplazar decisiones sobre cómo y cuánto más reducir el sistema de bienestar social en Estados Unidos que serán retomadas en un par de meses.
Sí se acordó incrementar un poco los impuestos que pagan los que gozan de ingresos de más de 400 mil dólares al año, lo cual fue calificado de gran logro por los defensores del presidente. Pero para algunos hasta eso fue un fracaso. El alcalde Michael Bloomberg, el hombre más rico de Nueva York, comentó que desde un principio él ha argumentado que no se puede resolver el problema del déficit presupuestal federal discriminando
a un grupo sobre otro. El grupo discriminado
al que se refiere es, en efecto, una minoría: los multimillonarios como él, que representan menos de 1 por ciento del país.
Mientras, para los no millonarios, la tasa de desempleo sigue en 7.8 por ciento al iniciar el año, producto de una anémica recuperación, con los pronósticos de que no se espera mucho más que una tasa de crecimiento del PIB mayor al 2 por ciento anual. Al mismo tiempo, bancos y grandes empresas reportan ganancias récord (pero indican que no tienen la intención de acelerar la generación de empleo).
Nadie les cree a sus representantes políticos, las ventas de armas continúan como si nada hubiera sucedido en una primaria en Connecticut, también las guerras -tanto las tradicionales con botas en el terreno como las realizadas a control remoto-; casi nadie habla de cambio climático como si algo llamado Sandy no hubiera pasado por estos lares, y mientras continúan las ganancias cada vez mayores de los más ricos, los demás están esperando el anuncio sobre cuánto menos se invertirá en generar empleo, salud, educación, las artes.
Los buenos deseos aparentemente no son suficientes para que un Año Nuevo no sea peor que el viejo. Pero a veces los deseos se vuelven hechos que logran renovar los años.
Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2013/01/07/opinion/026o1mun