Como en las mejores películas de acción, los vaqueros norteamericanos arrasan Afganistán buscando al bandido Bin Laden y luego se van sobre Irak en pos del canalla Saddam. Ahora están demoliendo Faluya, con todos sus habitantes dentro porque les han dicho que allí se hallaba el jordano Al Zarqawi, al que culpan de los secuestros […]
Como en las mejores películas de acción, los vaqueros norteamericanos arrasan Afganistán buscando al bandido Bin Laden y luego se van sobre Irak en pos del canalla Saddam. Ahora están demoliendo Faluya, con todos sus habitantes dentro porque les han dicho que allí se hallaba el jordano Al Zarqawi, al que culpan de los secuestros y ejecuciones que se suceden en un país ocupado desde hace año y medio y bajo supuesto control del ejército más poderoso del mundo.
Solo que no se trata de una aventura de James Bond, Rambo u otro icono de celuloide, sino de soldados gringos llenos de miedo, que casi nunca pelean cara a cara con sus adversarios y a los que les han enseñado a confiar en una sola cosa: la tremenda tecnología de matar que llevan sobre el cuerpo y la que los respalda desde la retaguardia. Lo demás son vainas, si lo que se quiere es sobrevivir.
Millones de personas en Afganistán e Irak, han estado jugando el papel de meros extras de carne y hueso frente a la intervención de los marines yanquis a los que se les ha encomendado no medirse en el gasto de bombas y metralla hasta lograr la captura y eliminación de unos cuantos malos que amenazan la tranquilidad y los negocios de los buenos que viven al otro lado del mundo. En Faluya se han lanzado 15 mil de los buenos contra alrededor de mil de los malos. Es una peculiaridad de esta época que los que según los grandes medios de comunicación encarnan los valores positivos sean más numerosos, porten las más potentes armas y no entiendan muy bien lo que están haciendo a tantos kilómetros de sus familias. En cambio los «terroristas» y «violentos», pelean con fuerzas limitadas, armas anticuadas y convicción de los que están haciendo. L! os civiles, como siempre, son aplastados entre dos fuegos. Pero cuando pueden hablar, culpan claramente a los que han venido a liberarlos y a traerles la democracia. Nunca se les ocurre condenar a los que son como ellos, hablan su mismo idioma y mueren por las iguales balas que las que los matan.
Las imágenes nos han mostrado como las casas vuelan por los aires, los cadáveres quedan regados por los suelos por las que avanzan las tropas que están recuperando la ciudad insurgente (¿para quién?). Los niños lloran desesperados, las mujeres gritan por los suyos, los hombres claman al cielo por una explicación de todo esto. Los hospitales se abarrotan, los médicos no tienen medios para atender a los heridos. Reclaman olvidarse de los que ya están muertos aunque haya peligro de epidemias, y concentrarse en los que necesitan atención inmediatamente. Pero los soldados están dedicados a disparar contra lo que se mueve y a desplegar sus tanques y cañones para que todos sepan quién es el que manda. Los convoyes humanitarios están detenidos en la periferia de la ciudad porque no deben interferir con la matanza.
El gobierno títere de Bagdad denuncia que entre los resistentes muertos de Faluya habrían extranjeros (primero informó de 100 y luego rebajó a 18), y que serían iraníes, jordanos, sirios, palestinos. Es impresionante como se pueden trastocar los conceptos. Un gobierno que solo existe porque lo sostienen cien mil soldados de Estados Unidos y otros treinta mil de la coalición de los que hacen méritos ante el imperio, no se sonroja de hablar de «intervención extranjera». Como Bush, que tampoco pierde la compostura cuando usa la palabra «terrorismo» mientras ordena una política de máximo terror para doblegar la resistencia de los iraquíes. Pero lo esencial es que esta guerra va a ser necesariamente transformada en un conflicto con todo el oriente árabe y musulmán. Así es como se está viviendo.
Y en esa perspectiva «gobiernos» como el de Alawi en Irak, o el afgano, consagrado e unas elecciones que desataron el escándalo general, o para el caso las monarquías árabes del petróleo y no petróleo (Jordania) y aún el gobierno egipcio y el pakistaní, amigos de Washington, se las están jugando ante un volcán de resentimientos y odio que crece bajo sus pies. Que las víctimas de estos días entiendan que fueron los ciudadanos estadounidenses los que votaron para legitimar la carnicería y liberar las manos de la bestia Bush para que pudiese entrar con todo en Faluya, tiene un terrible significado. Cuántos no dirán ahora que el 11 de septiembre era merecido para quienes les importa demasiado poco la suerte de sus semejantes fuera de sus fronteras que creían inexpugnables. Y cuántos estarán dis! puestos a hacer peores cosas contra quienes juzgan como sus enemigos totales.
Si fuese creyente recomendaría encomendarse a lo más alto. Porque todavía no hemos vivido lo peor.