Fue la eminencia gris detrás del trono de George W. Bush, y, con sus modos crípticos y sigilosos, llegó a ser el vicepresidente más poderoso y probablemente más impopular de la historia moderna de Estados Unidos. Ahora, sin embargo, la futura publicación de unas memorias en las que acusa a su antiguo jefe de haber […]
Fue la eminencia gris detrás del trono de George W. Bush, y, con sus modos crípticos y sigilosos, llegó a ser el vicepresidente más poderoso y probablemente más impopular de la historia moderna de Estados Unidos. Ahora, sin embargo, la futura publicación de unas memorias en las que acusa a su antiguo jefe de haber ignorado sus consejos y convertirse en un «blando» parece indicar que Dick Cheney develará todos sus secretos.
El libro de memorias se publicará recién en el 2011, pero lo central de su argumento fue hecho público ayer en un artículo del Wa-shington Post basado en discusiones y reuniones de trabajo mantenidas por el propio Cheney con antiguos asesores, expertos en política exterior y altos mandos militares. Lo que surge es un Cheney absolutamente convencido de que, antes y ahora, siempre tuvo razón respecto de que Estados Unidos enfrentaba amenazas extraordinarias, en especial el peligro de que un Estado fallido le pasara armas nucleares a un grupo terrorista. Amenazas como ésas, según Cheney, ameritaban respuestas implacables.
Al principio, Bush estaba de acuerdo, «pero en el segundo mandato él (Cheney) sintió que lo empezaba a perder, que el jefe se alejaba de las líneas de acción fundamentales…», contó una fuente anónima que participó en las últimas reuniones del ex vicepresidente. «Dijo que Bush se había dejado arrinconar por ciertas reacciones de la opinión pública y diversas críticas que recibía», agregó la fuente, precisando que lo que Cheney le reprochaba al presidente era que se había convertido en un «blando» y que ya no escuchaba sus consejos. La doctrina Cheney, según sus allegados, era simple: golpear duro, siempre; nunca dar explicaciones, jamás pedir disculpas.
Desde el comienzo, Cheney fue un vicepresidente con características distintivas: el hombre tenía mucha más experiencia que su jefe en asuntos de política exterior y, además, conocía las reglas del mundillo de Washington como la palma de su mano. Y pese a ello, no tenía la más mínima ambición de ser el número uno, por lo que jamás le importó lo que la opinión pública pensara de él. Su lema, sin dudas, podría haber sido el del emperador romano Calígula: Déjalos que nos odien, lo importante es que nos teman…
Estos factores se combinaron durante el primer período presidencial para otorgarle una gran influencia sobre Bush. Tras la reelección, según parece, ese ascendente habría comenzado a evaporarse. Incluso en ese momento, Cheney ya se permitía discrepar con ciertas políticas adoptadas por Bush, como, por ejemplo, prohibir el uso de técnicas de tortura en los interrogatorios a sospechosos de terrorismo o bien intentar una postura más moderada respecto de países como Corea del Norte o Irán, miembros originarios del llamado «Eje del Mal».
John Hannah, asesor de Cheney en política exterior durante su segundo mandato como vicepresidente, contó que éste estaba furioso cuando Bush echó al por entonces secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, a quien Cheney había llegado a calificar como «el mejor secretario de Defensa de la historia de Estados Unidos».
Más tarde, a su vez, Cheney volvería a enojarse con su jefe cuando éste se negó, durante los últimos días de su presidencia, a indultar a quien había sido su jefe de gabinete, Lewis «Scooter» Libby, condenado por perjurio en el 2007 por filtrar a la prensa el nombre de una agente secreta de la CIA. Según Cheney, la actitud de Bush «fue como abandonar a un soldado en el campo de batalla».
Todas estas intimidades del poder y muchas más serán develadas en el próximo libro de memorias del político republicano. Robert Barnett, el abogado que negoció los derechos de la publicación, aseguró que el volumen «estará lleno de novedades». El propio Cheney, a su turno, se encargó de alimentar las expectativas al señalar que el status de secreto de Estado, para muchos asuntos, ya expiró.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.