Arquitecto, docente, artista plástico, un hombre solidario que sufrió persecución y ayudó a salvar vidas con la creación de instituciones humanitarias como el Servicio de Paz y Justicia de Argentina, que cumple 30 años
El Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires otorgó el título de Doctor Honoris Causa al Premio Nobel de la Paz (1980) Adolfo Pérez Esquivel, por su larga lucha en favor de la paz en el mundo, los derechos humanos, sus actividades artísticas y el ejercicio de la docencia, entre otros conceptos.
En la resolución se mencionan además del Nobel de la Paz, otros reconocimientos como el Memorial Juan XXIII de la Paz, que le otorgó Pax Cristi Internacional cuando estaba detenido durante la dictadura militar (1976-1983) y también los títulos Honoris Causa conferidos por universidades de Estados Unidos, Brasil, Bolivia y otros países.
Arquitecto, docente, artista plástico, un hombre profundamente solidario que junto a su familia sufrió persecuciones y ayudó a salvar muchas vidas con la creación de instituciones humanitarias en los momentos más duros de la represión, Pérez Esquivel conmemoró en estos días los 30 años de la Fundación del Servicio de Paz y Justicia (Serpaj) de Argentina, cuya titularidad ejerce.
«Hemos conmemorado un hecho que está ligado a la solidaridad, al amor y la dignidad humana en momentos en que vemos los horrores de guerras e invasiones contra países y los que se cometen contra los pueblos sin defensa. Nosotros seguimos luchando por la paz y creyendo que la humanidad siempre encontrará caminos para resistir al horror, como se ha demostrado en el rechazo de multitudes en el mundo contra la invasión brutal de Estados Unidos a Irak y la tragedia a la que está sometiendo ese pueblo que resiste a una ocupación inmoral», dijo Pérez Esquivel en entrevista con La Jornada.
«Estamos viendo abiertamentre lo que es capaz de hacer el imperio cuando acelera el proyecto de dominación hegemónica, con un presidente como George W. Bush, cuyo gobierno está violando todos los derechos humanos en el mundo. Además hizo tabla rasa con Naciones Unidas, con la legalidad internacional y nacional, rechaza los acuerdos del Tribunal Penal Internacional (TPI) y otros. Es una dictadura mundial, totalitaria y perversa, un gobierno imperial que acabó también con las libertades públicas en su país y montó un esquema de desinformación que nada tiene que envidiar a lo tramado por el hitlerismo en la Alemania nazi».
Rememora los días en que comenzó esa historia de solidaridad, que «nunca ha terminado, porque además existe ahora el genocidio del hambre y varios frentes de resistencia como el que trabaja ahora contra la propuesta del Area de Libre Comercio para las Américas (ALCA) impulsada por Estados Unidos, o los planes Colombia, Andina, Puebla Panamá y tantos otros, que responden al proyecto geoestratégico de militarización regional que lleva adelante Washington».
La preguntamos en qué momento de su vida comenzó la actividad que lo llevaría luego a recibir el Premio Nobel de la Paz.
El servicio social, desde joven
«Siempre el tema humanitario fue parte de mi vida desde joven, pero en la década de los años 60 en América Latina se daban hechos significativos como la Revolución Cubana, la emergencia de los movimientos cristianos, Vaticano II, la reunión de obispos latinoamericanos en Medellín, Colombia, el surgimiento de la Teología de la Liberación y un proceso de cambio y compromiso de la Iglesia junto a los pueblos. En México trabajamos junto a los obispos Sergio Méndez Arceo, Samuel Ruiz y tantas figuras maravillosas por su integridad, su coherencia, sus valores humanos… Era una América con una extraordinaria dinámica de lucha y resistencia que intentaba acabar con los procesos dictatoriales, las injusticias y la dependencia y ese era el contexto en que nació el Serpaj».
En 1974 trabajaban activamente en ayuda de los refugiados de Chile, Brasil, Paraguay, que hubo que sacar del país ante el surgimiento de los escuadrones de la muerte de la Alianza Anticomunista Argentina (Triple A). «Para sacar a los refugiados nuestros mejores aliados fueron contrabandistas porque pasábamos la gente hacia Uruguay por lanchas, y luego los llevábamos a Brasil, con ayudas clandestinas y allí los refugiaba el Arzobispado de Sao Paulo, que había fundado la institución Clamor. En 1975, después de la muerte de Juan Domingo Perón (1974) con la asunción de su esposa Isabel Martínez, ya se perfilaba todo lo que iba a venir. Entonces se formaron grupos de amigos que nos reuníamos para tratar de encontrar un camino y queríamos reactivar Justicia y Paz del episcopado y no lo logramos. Organizamos el movimiento ecuménico, dónde había católicos, protestantes y otros».
Ese fue el origen del Serpaj, cuando en sus comienzos, con su hijo Leonardo y algunos sacerdotes, pastores y cristianos formaron el Servicio de Paz y Justicia, que funcionó en un pequeño departamento en el centro de Buenos Aires. Relata luego el salto hacia la dictadura impuesta después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, cuando poco tiempo después fue detenido junto a su hijo Leonardo en las oficinas del Serpaj y los militares se llevaron los archivos. «La protesta internacional funcionó y viajé afuera. Estando yo en Austria en 1976, el gobierno de ese país ordenó al embajador austriaco proteger a mis hijos, (tres varones) en Argentina, los que fueron llevados inmediatamente a la embajada.
«En ese mismo tiempo fuimos a la reunión de Obispos en Riobamba, Ecuador, donde nos reprimieron violentamente y nos expulsaron a la frontera de Colombia, aunque regresamos clandestinamente y una acción internacional hizo posible que salieramos de allí con mi esposa y mis hijos», señala Pérez Esquivel, quien estuvo también detenido en Paraguay y brevemente en la policía política de la dictadura brasileña (DOP), donde conoció los laberintos de la Operación Cóndor.
En septiembre de 1976 regresó a Argentina. «El 4 de abril de 1977 me detienen, me llevan a Coordinación (Policía Federal), donde me metieron 32 días en los llamados tubos, calabozos cerrados muy pequeños. Por ese infierno vi pasar a muchos amigos y viví el dolor de aquellos que partían para no volver nunca más. El 5 de mayo me sacaron de madrugada y me llevan esposado en un coche policial hacia un aeropuerto en los suburbios de la capital». Un oficial y dos subalternos lo montan en un avión pequeño de la policía de la Provincia de Buenos Aires, lo sientan atrás encadenado y comienzan a sobrevolar el Río de la Plata durante 2 horas. «Iban y venían hasta la costa de Montevideo. Todo el tiempo preguntaba ¿a dónde me llevan? ¿Me van a tirar como a otros? Ellos guardaban silencio. Yo ya sabía que tiraban a la gente al río. Recuerdo que era un amanecer muy frío y claro y repasé en segundos toda mi vida. Pensé que el 7 de mayo cumplía años mi hijo y me decía no voy a poder estar con él esta vez. De repente hubo un cambio de planes y regresamos hacia una base militar de Morón. El avión descendió y me dejaron encadenado en mi asiento durante dos horas. Finalmente un oficial me anuncia que me llevan a la unidad 9 de La Plata (U-9 una cárcel temible). Yo nunca pensé que me iba a poner contento de que me llevaran a esa prisión. Pero esa vez sí».
El terror que no se olvida
Pérez Esquivel sufrió torturas físicas y sicológicas, pero recuerda que lo más terrible de su cautiverio en la U-9 fue escuchar cómo torturaban a los otros detenidos. «Se oían gritos de terror que nunca podré olvidar… Estuve 14 meses ahí. Dos días antes del Mundial de Futbol (1978), apareció ante mí un personaje temible, el agente de Inteligencia Raúl Guglialminetti, al que decían Guastavino y que tiene una historia siniestra. Me llevó al Primer Cuerpo del Ejército en Buenos Aires en un viaje que fue también siniestro. Desde allí después de unas horas me anuncia amenazante que me darán libertad vigilada. Me lleva él mismo a mi casa y me dejan bajo vigilancia del ejército y la policía en forma constante. La movilización internacional había logrado su efecto, pero nuestra vida cotidiana era dramática».
Fue propuesto para el Premio Nobel por dos mujeres de Irlanda del Norte que lo habían recibido antes: Mairead Corrigham y Betty Williams.
«La dictadura nunca pensó que me iban a proponer para el Premio Nobel. Yo seguía haciendo mi trabajo pero con un perfil bajo y dos días antes de enterarme de que me lo darían intentaron asesinarme cuando iba con mi hijo Leonardo por una calle histórica del centro de Buenos Aires. Vimos de repente cómo avanzaban por los costados varios hombres con pistolas. Leonardo aceleró y en ese momento se metió un taxi que, al interponerse, nos dio la posibilidad de sacar ventaja, y los dejamos atrás. El 13 de octubre de 1980 me avisó mi esposa que me llamaban de la embajada de Noruega urgente y yo pensé que me iban a pedir algún informe de la situación.
«Creí que iba a una reunión con el embajador y me dejaron allí un rato hablando de varios temas, pero en realidad después supe que me estaban entreteniendo para que estuviera a la hora justa en que se anunciara el Premio Nobel. Yo verdaderamente quedé sorprendido porque no tenía idea de que me lo iban a dar. Entonces les dije que aceptaba si podía asumir en nombre del pueblo de América Latina, de los pobres y de la dignidad humana, ya que lo mío no era un trabajo aislado y con nosotros había participado tanta gente que no se conocería nunca, indígenas, campesinos, estudiantes».