Recomiendo:
0

¿Bush para la reelección?

Fuentes: El Universal

Dentro y fuera de Estados Unidos uno de los temas políticos «por excelencia» es el de las posibilidades o no de reelección de George W. Bush, en noviembre próximo. Discusión crucial para el mundo en el caso de un imperio y de un imperialismo cuyas decisiones tienen impacto global. En tal sentido, más que nunca, […]

Dentro y fuera de Estados Unidos uno de los temas políticos «por excelencia» es el de las posibilidades o no de reelección de George W. Bush, en noviembre próximo. Discusión crucial para el mundo en el caso de un imperio y de un imperialismo cuyas decisiones tienen impacto global. En tal sentido, más que nunca, todos los hombres somos contemporáneos.

Y tenemos el derecho de pronunciarnos sobre las políticas de ese grupo fundamentalista instalado en la Casa Blanca que ha violentado con soberano desprecio el derecho internacional, interviniendo y saqueando prácticamente en todos los rincones del globo.

¿Se reelegirá Bush para un segundo período? Los últimos sondeos de opinión muestran una mayor desconfianza y hasta fuertes críticas a su desempeño, por los desenlaces de la guerra en Irak y por el mediocre resultado de sus políticas económicas. Pero además, por el torrente de mentiras y manipulaciones con que pretende controlar a la opinión pública estadounidense, particularmente después del 11/09/01. Parecería entonces que la moneda está en el aire, pero cada vez con mayor optimismo de los opositores y críticos del gobierno Bush.

Se ha dicho con razón que uno de los instrumentos más eficaces del poder hoy es la utilización de los medios masivos de comunicación con fines de manipulación de la opinión pública. Y que el gobierno Bush ha utilizado esos medios de la manera más negativa y cínica imaginable. Pero parecería que la verdad ha comenzado a imponerse: el mundo comienza a saber, incluyendo los estadounidenses, de la inexistencia de armas de destrucción masiva en Irak, del falso inminente peligro para la seguridad de Estados Unidos que significaba el gobierno de Saddam Hussein, de la supuesta alianza entre él y Osama Bin Laden, mentiras todas ellas que enmascararon mal los intereses económicos y petroleros que decidieron la guerra. Y todavía con la pantalla de una voluntad democrática civilizatoria del medio oriente, y el rotundo descrédito para el gobierno del sistemático recurso a la tortura ordenado al ejército.

Un botón de muestra: Dick Cheney, en agosto de 2002, declaró: «Simplemente dicho, no hay duda alguna de que Saddam Hussein tiene armas de destrucción masiva». Y George W. Bush, ante la Asamblea General de Naciones Unidas, en septiembre del mismo año: «Irak está ampliando sus instalaciones para la producción de armas biológicas», y así al infinito.

Hoy, la línea defensiva del gobierno Bush se ha refugiado en el argumento de que la CIA y otras agencias de inteligencia «desorientaron» la toma de decisiones con información desviada e insuficiente. La culpabilidad recaería en tales organismos y no en los primeros niveles de gobierno. Falso otra vez.

Se ha revelado con abrumadores detalles, por ejemplo en los libros de Richard Clarke (Against al enemies, 2004), el «zar» del antiterrorismo en los gobiernos de Clinton y Bush, hasta su renuncia a finales de 2003, de Bob Woodward (Plan of Attack, 2004), y el de Ron Suskind y Paul O’Neill (The Price of Loyalty, 2004), que la decisión política de atacar a Irak fue muy anterior inclusive al 11/09/01. Es decir, se trató de una decisión política previa y no derivada del ataque terrorista a las Torres Gemelas y al Pentágono. Tal información se ha difundido profusamente en los más importantes medios de comunicación de Estados Unidos.

Lo cual confirma que la decisión de atacar a Irak tuvo como principal motivo el control de los pozos petroleros de Irak, en definitiva la segunda reserva mundial de hidrocarburos. En la Gran Democracia la ambición de poder y los motivos económicos prevalecen sobre cualquiera otra consideración, más tratándose de un campo de intereses directamente vinculados a los negocios de la familia Bush y del vicepresidente, para no extender más la lista.

Contra Bush y su equipo de fundamentalistas ha caído un torrente de revelaciones que no dejarán de hacer mella. La protesta, es verdad, no se ha expresado hasta ahora tumultuosamente en las calles como ocurrió contra la guerra de Vietnam: sin desconocer que a lo largo y ancho de Estados Unidos hubo enormes manifestaciones en contra de la guerra de Irak. No, la expresión visible parecería por ahora más «selectiva» e «intelectual», y en ciertas zonas «liberales» de Estados Unidos, pero no por eso menos profunda e incisiva. Una crítica que, a fuerza de reiterarse, está ya presente en el ánimo electoral de sectores cada vez más extensos de la ciudadanía. Sin descontar que el desprestigio universal del gobierno Bush ha terminado también por afectar la imagen que de sí mismo tiene el pueblo estadounidense.

Imposible cubrir el elenco de esa crítica demoledora, pero no podemos dejar de mencionar ciertos casos paradigmáticos. A Paul Krugman, por ejemplo, economista y articulista del New York Times, a quien se le otorgó hace unas semanas el Premio Príncipe de Asturias en España, a Noam Chomsky, filósofo y analista político de la Universidad de Harvard, con una obra abundantísima y fundamental en nuestro tiempo. Y a Michel Moore, el cineasta que obtuvo la Palma de Oro en Cannes por su película Farenheit 11/09.

Pocos han desmontado con mayor agudeza el carácter regresivo y antisocial de la política económica de Bush que Paul Krugman, exhibiendo a la camarilla de extrema derecha que controla la Casa Blanca, el Pentágono, el Congreso, gran parte del poder judicial y un sector importante de los medios de comunicación. Por algo le llama «la peor presidencia en la historia de Estados Unidos». Krugman nos dice que la economía de Bush ha extremado las desigualdades económicas en su país «en una especie de guerra de clases que no se genera porque los pobres intenten quitarle el dinero a los ricos, sino porque una élite económica se esfuerza por expandir sus privilegios».

Paul Krugman muestra que el gigantesco déficit del actual gobierno de Estados Unidos resulta necesariamente de la insensata reducción de impuestos en favor de una minoría de privilegiados y de los enormes gastos en la guerra de Irak y en «la lucha contra el terrorismo». ¿El resultado? La liquidación de los programas de Seguridad Social (Medicaid y Medicare), algunos de los cuales venían del New Deal de Roosvelt, y hasta el propósito de eliminar el sistema de pensiones en Estados Unidos.

Krugman nos dice que «el mundo ha vuelto a las desigualdades de los años veinte en la distribución de la riqueza», y que «se ha retrocedido espectacularmente en la concepción igualitaria de las sociedades…, en Estados Unidos, pero también en Europa y en los países en desarrollo».

Tanto Krugman como Noam Chomsky coinciden en que la nueva doctrina «del ataque preventivo», y los términos en que se expone «La Estrategia de Seguridad de Estados Unidos» (septiembre, 2002), confirman el carácter totalitario y negador de la democracia del gobierno Bush. En su nuevo libro (Hegemony or Survival) Chomsky hace una análisis implacable de la política estadounidense, del gobierno Bush pero con antecedentes de años y décadas en otros gobiernos, mostrando que no es nuevo (aunque ahora se ha exacerbado) el «terrorismo de Estado» practicado muchas veces antes por el poderío estadounidense.

Una de las cuestiones más escandalosas del actual gobierno, escribe Chomsky, es el derecho que se atribuye para «definir» la identidad de sus «enemigos combatientes», incluyendo a ciudadanos estadounidenses, lo que permite encarcelarlos sin acusaciones específicas y sin el auxilio de abogados defensores, en abierta violación de los derechos consagrados en la Constitución de ese país. La Cruz Roja Internacional, recuerda Chomsky, ha protestado varias veces la negativa de las autoridades a permitirle acceso en varias prisiones militares, como en Guantánamo y Abu Ghraib, en abierta violación de las Convenciones de Ginebra. El escándalo de las torturas confirmaría la actuación del gobierno Bush en abierta violación del Derecho Internacional y nacional.

En su libro, Chomsky demuestra irrefutablemente el apetito de la administración Bush por la hegemonía imperial y la absoluta necesidad de detener tal desenfreno de ilegalidad y mentiras, lo cual resulta hoy para la humanidad, y en primer lugar para los estadounidenses, una inaplazable necesidad de sobrevivencia.

La película Farenheit 9/11 de Michel Moore ha levantado ya un clamor de repudio al gobierno Bush, en su revelación implacable de los intereses económicos que están detrás de su camarilla, a la que califica de verdadera mafia que debe ser expulsada de los puestos de mando. Ojalá en México podamos ver pronto ese film que obtuvo la Palma de Oro de Cannes y que ya es calificado como una obra maestra del arte cinematográfico por su calidad intrínseca y por la fuerza de su denuncia política ante la corrupción, la ilegalidad y el embuste del gobierno más poderoso de la tierra.

Sí, un conjunto de análisis todavía «selectivos» pero que ya penetran la opinión de amplios sectores de la ciudadanía estadounidense. ¿Suficiente para impedir la reelección de Bush? En todo caso debemos seguir vigilantes de este proceso crucial para todos.