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Bush pierde la guerra desatada el 11-S

Fuentes: IPS

Las noticias de los últimos días son un mentís a los cantos de victoria del presidente estadounidense George W. Bush en la «guerra global contra el terror», en la que se embarcó tras los atentados del 11 de septiembre de 2001. En Kabul, los ataques de las resurgentes milicias del movimiento islamista Talibán acabaron desde […]

Las noticias de los últimos días son un mentís a los cantos de victoria del presidente estadounidense George W. Bush en la «guerra global contra el terror», en la que se embarcó tras los atentados del 11 de septiembre de 2001.

En Kabul, los ataques de las resurgentes milicias del movimiento islamista Talibán acabaron desde el 1 de este mes con dos docenas de soldados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), entre ellos dos estadounidenses.

Fue en Afganistán donde comenzó en 2001 la guerra contra el terrorismo de Bush, entonces con el objetivo de desalojar al entonces gobernante Talibán, que daba refugio a campamentos de entrenamiento de la red Al Qaeda, a la cual se atribuyen los atentados del 11 de septiembre.

El comandante estadounidense de la OTAN, general James L. Jones, admitió el jueves que la alianza occidental pasaba por un «periodo difícil» y necesitaba 2.500 soldados más, así como aviones adicionales, para arrebatarle a Talibán las áreas del sur afgano que controlan.

El gobierno del vecino Pakistán, mientras, accedió a retirar sus tropas del norte de la provincia de Waziristán, como lo hizo el año pasado del sur, lo que deja el área a merced de milicias tribales aliadas de Talibán.

Según diversos informes, el acuerdo incluye la liberación de sospechosos de integrar Al Qaeda detenidos por el gobierno pakistaní.

Eso reanimó el debate en Estados Unidos sobre la conveniencia de reclutar en septiembre de 2001 al presidente de Pakistán, Pervez Musharraf, para la coalición que encabeza Washington en la lucha contra el terrorismo.

En Iraq, considerado tanto por Bush como por el líder de Al Qaeda Osama bin Laden el «campo central de batalla» en la guerra entre Occidente y radicales islamistas, el panorama no podía ser más desalentador.

A comienzos de este año, altos funcionarios estadounidenses confiaron en que 30.000 soldados volverían a casa desde el país del Golfo Pérsico (o Arábigo).

Pero el mes pasado, el Departamento (ministerio) de Defensa confirmó que mantiene en Iraq 140.000 uniformados, 10.000 más que a fines de junio, debido a los crecientes choques religiosos en Bagdad y otras áreas, calificados por observadores de «limpieza étnica».

Por otra parte, el jueves, la morgue de Bagdad informó que la cantidad de muertes violentas cayó el mes pasado, pero sólo un poco respecto de los 1.855 registradas en julio, dato que contradice lo afirmado por el Pentágono: que las muertes habían caído a la mitad.

Esa constatación, combinada con informes de crecientes masacres en poblados cercanos, tiende a confirmar lo que dicen altos militares estadounidenses: que Iraq avanza hacia una guerra civil, y que Washington podrá enlentecer ese avance, pero no frenarlo.

El propio Bush pareció reconocer en sus últimas declaraciones que la situación en Iraq es pésima.

Luego de insistir en que sus tropas estaban «avanzando» en varios frentes, el presidente prefirió evitar ese tipo de manifestaciones y concentrarse, en cambio, en la necesidad de mantener la presencia militar estadounidense en Iraq para evitar la catástrofe que sobrevendría en caso de retirada.

El impacto de la guerra de Iraq en la intención de ganar «corazones y mentes» del mundo islámico con miras a su democratización ha sido devastador, según recientes encuestas en todos sus países desde Marruecos a Indonesia.

«Mientras la masacre continúa, el mundo árabe e islámico está cada vez más furioso por el sufrimiento del pueblo iraquí y el odio hacia Estados Unidos alcanza nuevas marcas», dijo el experto israelí en relaciones internacionales Alon Ben-Meir, de la Universidad de Nueva York.

A esa ira se sumó la guerra del mes pasado entre Israel y el partido chiita libanés Hezbolá, de tendencia proiraní, descripta esta semana por el propio Bush parte integral de la guerra mundial contra el terror.

El choque entre Israel y Hezbolá tuvo el efecto de inflamar las opiniones antiestadounidenses en todo el mundo musulmán, incluida la comunidad chiita mayoritaria en Iraq, oprimida por el régimen de Saddam Hussein que cayó con la invasión de 2003.

Y también debilitó los gobiernos sunitas, como los de Arabia Saudita, Egipto y Jordania, que siguen siendo los únicos aliados firmes de Estados Unidos en el mundo árabe.

La guerra devastó Líbano, donde la «revolución del cedro» de 2005 había sido aplaudida por Bush como un hito en su lucha por democratizar Medio Oriente, y elevó a los dirigentes de Hezbolá al rango de héroes y mejoró la imagen de los principales aliados del partido islamista, Sira e Irán.

Sin tomar en cuenta el estado de la opinión pública del mundo islámico, Bush alineó a Al Qaeda, el partido palestino Hamás, Hezbolá, Siria e Irán en el campo de los «fascistas islámicos».

Para muchos críticos, la ampliación de la lista de objetivos de la guerra antiterrorista de Bush más allá de Al Qaeda, y particularmente a Iraq, fue uno de los grandes errores estratégicos del conflicto.

En efecto, esa política convirtió lo que fue originalmente una conspiración terrorista dirigida por Al Qaeda con el apoyo tácito de Talibán en una «amplia guerra que se libra» en un territorio «desde Líbano a través de Afganistán», como dijo uno de los principales representantes de Washington en la región, el embajador James Dobbins.

«Estados Unidos siempre pierde. Si insiste en que la población de Medio Oriente elija entre Siria, Irán, Hezbolá y Hamas, por un lado, y Estados Unidos e Israel, por el otro, elegirán siempre al mismo bando», dijo Dobbins, director de programas sobre seguridad internacional de la Corporación RAND.

En ese contexto, el apoyo entusiasta de Estados Unidos a Israel en su guerra contra Hezbolá sería tan contraproducente en esta guerra como la decisión de invadir Iraq sin el aval del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

La guerra en Iraq se lanzó en momentos en que Al Qaeda había sido exitosamente expulsada de Afganistán, su capacidad operativa estaba severamente reducida y sus máximos líderes eran prisioneros o estaban ocultos en las montañas.

Pero la invasión a Iraq dio nueva vida a la red terrorista de Osama bin Laden y sembró el diente del dragón no sólo en Medio Oriente, sino también dentro de las comunidades musulmanas de Europa occidental.

Todo eso llevó al ex jefe de la oficina de Medio Oriente del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca Flynt Leverett a advertir este viernes, en un foro del Instituto CATO: «Cinco años después del 11 de septiembre, Estados Unidos está perdiendo la guerra contra el terrorismo.»