Con motivo de la visita del presidente Bush a Europa, muchos medios de comunicación están analizando a fondo estos días los numerosos motivos de desencuentro entre EEUU y los principales países europeos. Me refiero a países europeos y no a Europa porque, lamentablemente para nosotros los europeos, no existe todavía una política internacional única en […]
Con motivo de la visita del presidente Bush a Europa, muchos medios de comunicación están analizando a fondo estos días los numerosos motivos de desencuentro entre EEUU y los principales países europeos. Me refiero a países europeos y no a Europa porque, lamentablemente para nosotros los europeos, no existe todavía una política internacional única en la Unión Europea, ni en ésta es homogénea la postura adoptada por los diversos Estados miembros ante muchas de las decisiones tomadas en Washington que afectan seriamente a Europa.
No voy a repetir, pues, la conocida enumeración de escollos que dificultan una navegación compartida por EEUU y Europa en el concierto internacional de los Estados. Pero como ejemplo citaré el más reciente, relacionado con un asunto tan crítico para los europeos como es la OTAN, su estructura y sus misiones. No hace apenas una semana que, en la conferencia sobre seguridad de Múnich, el canciller Schroeder se permitió insinuar que la OTAN ya no era «el principal lugar de encuentro donde los socios trasatlánticos discuten y coordinan sus estrategias», sugiriendo nuevas fórmulas, más equilibradas y parejas, de relación política y militar entre Europa y EEUU.
Esto suscitó la inmediata repulsa de Rumsfeld, el secretario de Defensa de EEUU, allí presente, quien defendió calurosamente a la Alianza Atlántica en su actual configuración: «La OTAN tiene un valor enorme porque en ella los grandes países hablan delante de los más pequeños. Y el hecho de que éstos puedan expresar sus opiniones tiene cierto encanto (a certain magic)». Pasemos por alto la aparente frivolidad de la frase, para retener la idea básica de una OTAN que, so capa de facilitar a grandes y chicos un diálogo en pie de igualdad, es en realidad el instrumento con el que el imperio de ultramar moviliza en favor de sus intereses los recursos políticos y las fuerzas militares de la «Marca europea».
Es a esto a lo que básicamente viene Bush. Nada ha variado en el discurso esencial que ha guiado todas sus decisiones durante el primer mandato. ¿Ha expresado algún remordimiento sobre la ignominia internacional que supone Guantánamo y algún deseo de concluir con ese nuevo gulag del siglo XXI? ¿Ha matizado sus peligrosas ideas sobre la guerra preventiva? ¿Ha puesto sus pies en la tierra en relación con su absurdo mesianismo exportador de libertad y democracia mediante bombas? Nada ha cambiado, que se sepa.
Con motivo del nombramiento del nuevo «ministro» de Justicia de EEUU, Luis de Velasco comentaba recientemente en estas páginas digitales la desoladora perspectiva de considerar que se ha elegido para ese cargo al mismo personaje que consideró públicamente «pintorescas y obsoletas» las Convenciones de Ginebra sobre la guerra. Citaba también al senador demócrata Kennedy, quien declaró que «fue un día triste para el Senado, al confirmar [la designación de] alguien que ha estado en el centro de la política de las torturas que han llenado de vergüenza al país ante los ojos del mundo y que han quebrado flagrantemente los valores que predicamos en el mundo».
No habrá que dejarse engañar por las versiones idílicas de la visita que estos días tiene lugar. Se hablará de valores comunes, aunque éstos cada vez son menos. Según un informe radiado por la BBC el sábado pasado, el 17 por ciento de los estadounidenses cree que se aproxima el fin del mundo, que lo van a presenciar ellos mismos y que serán transportados hasta el cielo a través de las nubes. Un porcentaje bastante mayor estima que la creación del universo se hizo tal como se describe en el Génesis bíblico. Así pues, sobre los valores esenciales que rigen la conducta humana, nunca ha habido a ambos lados del Atlántico tanto desacuerdo.
No es sólo eso. Los amedrentados españoles que abandonan Iraq en cuanto sufren el zarpazo del terrorismo islámico; los despreciables y fatuos franceses que no apoyan la invasión de Iraq, junto con sus vecinos alemanes, vergonzantes herederos del nazismo; en suma, los indecisos y tímidos europeos que no comparten los duros valores del salvaje Oeste ni la fe primitiva de los pioneros que colonizaron parte de América del Norte han empezado ya a tomar a broma el ideal del «sueño americano» y a pensar en un posible y cada vez más probable «sueño europeo» que poco tiene que ver con aquél.
Es útil reflexionar, a este respecto, sobre el comentario que el historiador británico Tony Judt publicó en el Corriere della Sera el pasado sábado: «Es cada vez más claro que Europa y Estados Unidos no son simples paradas de una línea continua en la historia de la producción; si así fuese, los europeos deberían esperar simplemente a heredar de los americanos o repetir su experiencia tras cierto periodo de tiempo. EEUU y Europa son claramente distintos y es muy probable que decidan tomar direcciones diferentes. No faltan los que opinan que no es Europa, sino Norteamérica, la que está atrapada por su propio pasado». Dicho de otro modo: aunque algunos indicios apunten todavía en sentido contrario, la idea de que lo que sucede hoy en EEUU ocurrirá pasado mañana en Europa, y que ello señala el obligado camino de progreso de la humanidad, ha empezado a desvalorizarse con mucha rapidez.
Si en su breve periplo fuera Bush capaz de escuchar y consultar a los dirigentes de la Unión Europea (y no limitarse, como tiene por costumbre cuando desciende del trono imperial, a explicar sus decisiones y «visiones»), pudiera ocurrir que advirtiese algo de lo arriba comentado y constatase la evolución de una realidad europea no muy acorde con sus visiones del futuro y del papel que en él sueña para EEUU.
* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)