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Bush y casi 60 millones de razones para no dormir tranquilos

Fuentes: Resumen Latinoamericano

Finalmente los peores vaticinios acertaron en el blanco. Ganó Bush , y casi 60 millones de votantes que apostaron a su discurso de terror, están festejando. Lo paradójico es que esto mismo se podría decir si el ganador fuera Kerry ­votado por casi 53 millones de personas-, ya que salvo pequeñas diferencias de política interna, […]

Finalmente los peores vaticinios acertaron en el blanco. Ganó Bush , y casi 60 millones de votantes que apostaron a su discurso de terror, están festejando. Lo paradójico es que esto mismo se podría decir si el ganador fuera Kerry ­votado por casi 53 millones de personas-, ya que salvo pequeñas diferencias de política interna, el discurso de ambos candidatos se anunciaba como letal para buena parte de la humanidad. Es que en la mal llamada democracia norteamericana, que se da el gusto de mandar observadores ataviados con mil disfraces a otros procesos electorales que ocurren en el mundo, no existe rubor a la hora de ocultar las maniobras fraudulentas denunciadas en estos días por ambos partidos en distintos condados conflictivos ­por lo parejo de la votación- del territorio estadounidense.

Si sumamos los votantes de uno y del otro, llegaremos a la conclusión de que esa concesión que suelen hacer algunos dirigentes progresistas y no pocos intelectuales globalofóbicos, de que una cosa es el gobierno y otra muy distinta el pueblo de EEUU, choca en esta circunstancia con un muro infranqueable. Más de 110 millones de personas (sobre un total de 143 millones que estaban en disponibilidad de votar) eligieron las propuestas de seguir masacrando a los pueblos de Iraq y Afganistán, de ampliar la idea intervencionista a nivel militar, económica y cultural en países como Colombia; o de seguir utilizando las embajadas norteamericanas como auténticas tapaderas de maniobras destinadas a socavar cualquier esfuerzo por llegar a una democracia participativa, como ocurre actualmente con la política de hostilización del embajador yanqui en Bolivia, o el abierto ingerencismo de la delegación diplomática de Bush en los asuntos internos de la democracia revolucionaria de Venezuela.

Votaron por Bush y Kerry más de 110 millones de ciudadanos norteamericanos con un nivel intelectual más que discutible ­qué otra cosa se puede decir de una masa de votantes cuyos hijos ­y ellos mismos- creen todavía que los árabes son «sucios terroristas» o que la Amazonia es parte de un territorio «bajo jurisdicción internacional» ­obviamente para poder engullirla sin problemas-, o que gobiernos populares como el de Hugo Chávez, Fidel Castro, Lula , el panameño Martín Torrijos o incluso el moderado Néstor Kirchner son parte del enemigo a abatir utilizando los métodos que sean necesarios. En el caso del reelecto Bush, a través de operaciones de guerra sucia como la intentada en dos ocasiones en Venezuela ­y no digamos, en cuantas oportunidades en la Cuba de Fidel- y en el caso del derrotado candidato demócrata, inclinándose por la medicina del apriete económico, y si esta no funcionara, aplicando el correctivo que el 99% de la dirigencia de su partido aprobó a mano alzada en el Parlamento: invasión lisa y llana, aniquilamiento y muerte, al estilo Iraq.

Ganó Bush y también lo hizo el lobby sionista que lo sostiene en cada una de sus acciones de apoyo al criminal premier israelí Sharon. Perdió Kerry y el lobby sionista que también repartió millones de dólares en su canasta electoral, sabe que cuenta con un aliado de hierro a la hora de entorpecer cualquier salida de autodeterminación del pueblo palestino, a la sazón el invadido, el agredido, el desterrado, pero jamás el vencido.

Ganó Bush y seguramente hará valer esos 60 millones de votos para seguir ajustando la cuerda del embargo criminal al pueblo y al gobierno de Cuba Revolucionaria ­el histórico carozo atragantado en su garganta-, creando aún más dificultades a una población heroica que desde hace 46 años aguanta al pie del cañón la embestida de su intolerante vecino. Claro que si hubiera ganado Kerry, el bloqueo no hubiera cesado, puesto que muchos de sus estrategias hacia la Isla también la escriben y dictan sectores del recalcitrante mundo de la mafia cubana en La Florida. La misma que hoy festeja en las calles de Little Habana, en Miami, que el hombre que les ha prometido (una vez más) derrocar a Fidel Castro, haya sido reelegido por su sufragio.

El triunfo es de Bush, quien en su primer día del gobierno anterior revivió la ³Ley Mordaza² según la cual, los fondos estadounidenses para ayudar programas de planificación familiar se proporcionarían bajo la condición de que ni siquiera se mencionara el tema del aborto.. El hombre que retiró, arbitrariamente, los recursos estadounidenses para apoyar los programas de salud reproductiva impulsados en los países pobres desde el Fondo de Población de las Naciones Unidas, poniendo en riesgo con ello, la vida de millones de mujeres de Asia, África, América Latina y el Caribe. Bush, recuerde, el que ha negado apoyo financiero gubernamental a aquellas organizaciones que trabajan en contra de la pandemia del VIH-SIDA y que brindan la opción de abortos legales para las mujeres que viven con el virus y quedan embarazadas.

Bush, el que se esforzó en dictar leyes persecutorias, racistas y discriminatorias contra la inmigración mexicana y centroamericana que suele arriesgar la vida para llegar a los EEUU en busca de trabajos basura. Bush, el hombre que se jacta de llevar hasta las últimas consecuencias su idea de aplicar la pena de muerte a una mayoría de presos negros o hispanos, y el mismo que mantiene encarcelados en cárceles de alta seguridad o en sitios signados por la deshumanización, a más de un millón de prisioneros sociales..

Por todo ello y por una extensísima lista de afrentas, agravios y acciones despóticas contra la humanidad, es importante definir claramente de qué estamos hablamos cuando mencionamos el concepto de «pueblo norteamericano». Unos dirán con espíritu perdonavidas, muy propio del que no se siente amenazado directamente, que sobre esa población impera un alto grado de desinformación y manipulación mediática. De allí las equivocaciones que suelen darse en su seno. Otros, coincidirán ­me cuento entre ellos- que la insistencia por parte del ganador en sermonear con un discurso «patriotero» y muchas veces de invocación religiosa, ha convertido a 60 millones de personas ­y una reserva de otros 50 y tantos millones que esperan ser convocados- en una zaga de descerebrados dispuestos a aplaudir las torturas en Abu Graib, los misiles cayendo sobre el territorio ocupado de Gaza o la masacre de familias enteras en Faluja. Preocupados, hondamente preocupados cuando uno de sus ³chicos² esgrime un M16 que le tomó prestado al abuelo que volvío derrotado de Vietnam, y organiza una masacre escolar por culpa de unas malas notas. Dentro de este pequeño y agresivo espacio microclimático, se suelen unir la eterna tristeza por la muerte de Elvis, la frustración por la buena suerte de Fidel en su última caída o la rabia por los dos aviones incrustados en pleno corazón de las Torres Gemelas y las intermitentes apariciones de Ben Laden y su lugarteniente. De esa capacidad intelectual ­tan masiva como deplorable- crece hoy el «pensamiento Bush», más potente que nunca.

Quien no tenga la sensación de que la humanidad ha vuelto a retroceder, no podrá comprender las graves consecuencias que encierra este proceso comicial que ha concluido en los Estados Unidos, en el que sólo se podía elegir entre el terror y la agonía. Ganó el terror de Estado, gracias al voto de un ejército de asesinos en potencia. Mal que nos pese, los más de 110 millones de Bush o Kerry son demasiados para que no estemos intranquilos.