El Congreso sobre Cultura y Desarrollo celebrado en la ciudad de La Habana del 5 al 9 de Junio, puso de manifiesto, entre otras muchas cosas, que este tipo de actividades, aunque encuentren trabas casi insuperables en su trayecto (sobre todo en la difusión del evento a nivel internacional), se impone por encima de la […]
El Congreso sobre Cultura y Desarrollo celebrado en la ciudad de La Habana del 5 al 9 de Junio, puso de manifiesto, entre otras muchas cosas, que este tipo de actividades, aunque encuentren trabas casi insuperables en su trayecto (sobre todo en la difusión del evento a nivel internacional), se impone por encima de la desinformación, la hipocresía y la doble moral. Centenares de artistas, pensadores y profesionales de la ciencia, discutieron y analizaron en una singular armonía, enriquecida por la diferenciación cultural, toda clase de temáticas relacionadas con el avance de los pueblos de Latinoamérica en su lucha secular por la emancipación y la recuperación de la identidad.
En ese trayecto hacia una independencia multifacética, Fidel Castro y Hugo Chávez, encabezan un proyecto político al que los pueblos del hemisferio pueden y deben sumarse, si quieren liberarse del yugo que significa la política exterior de los Estados Unidos de América, cuyo último gobernante no es sino, además de un terrorista elegantemente ataviado, un iletrado del tamaño del Cañón del Colorado. Como afirmaba el dibujante español Jaume Perich: «La mejor prueba de que cualquier ciudadano de los EEUU puede llegar a ser presidente, la tenemos en el Presidente».
Cuando la ignorancia conduce el autobús del desarrollo, el batacazo es más que previsible. Y Bush, manejando la guagua de la inmoralidad, ha impuesto un «carril» o, si se me permite el guiño, una serie de «carriles» reservados únicamente para sus pasajeros e invitados: dirigentes de la Comunidad Europea, con Zapatero en primera fila, suben al vehículo abonando un billete falso, un peaje abusivo, obligados por quienes en verdad dirigen la política en el llamado primer mundo: los consejos de administración de las multinacionales del petróleo, las comunicaciones y la industria. Que se dejen ya de monsergas. Que se dejen de vaciar de contenido al término democracia.
El terrorismo de Estado quiere arrasar a los transeúntes que se atreven a cruzar por el carril bush. Una senda particular, una vereda despejada de tráfico, pero repleta de sangre inocente en la que se atropellan todo tipo de conquistas sociales, en la que se aplastan los mínimos avances que se han dado en el terreno de lo público.
El conductor, sin carné, ebrio de poder y jaleado por tirios y troyanos nos ordena abonar impuestos, pero ¿dónde van esos dineros?. ¿ A enriquecer la vida universitaria u hospitalaria?, ¿a asegurar la independencia en la información?. ¿Acaso piensan los hoy «progresistas de salón» (esos que ríen felices en los banquetes y ágapes junto a delincuentes como el cubano Raúl Rivero), que la sociedad del siglo XXI va hacia alguna parte, montada en la guagua de George W Bush? . El psicópata sigue su mortífera marcha al volante, sin frenos ni rueda de repuesto. El combustible lo roba en cada esquina, en cada hogar, mientras amenaza con seguir asesinando a quienes se interpongan en el camino.
Por mucho que se hayan reservado dos, tres, y hasta cinco carriles, ese vehículo ha de ser detenido por la inteligencia, tiene que parar, o los pueblos del orbe sufrirán (de eso ya hay pruebas suficientes) un régimen aún peor que el que Hitler condujo hace 60 años. Se impone ocupar esos carriles, anularlos, borrarlos de las ciudades por dónde ahora camina el siniestro vehículo. Debemos articular armas de construcción masiva, denunciando en congresos y reuniones de carácter cultural y político las tropelías del loco homicida.
Para ello todos estamos ya en la calle. Todos convocados a la lucha, a salir a la palestra, que ya es hora, para anunciar algo nuevo. Hay ocasiones en las que se exige algo más de sacrificio y denunciar los atropellos de ese autobús asesino, recordando todos y cada uno de los versos que Gabriel Celaya escribiera en momentos mucho menos peligrosos que los presentes.
Cuando ya nada se espera personalmente exaltante,
mas se palpita y se sigue más acá de la conciencia,
fieramente existiendo, ciegamente afirmado,
como un pulso que golpea las tinieblas,
cuando se miran de frente
los vertiginosos ojos claros de la muerte,
se dicen las verdades:
las bárbaras, terribles, amorosas crueldades.
Se dicen los poemas
que ensanchan los pulmones de cuantos, asfixiados,
piden ser, piden ritmo,
piden ley para aquello que sienten excesivo.
Con la velocidad del instinto,
con el rayo del prodigio,
como mágica evidencia, lo real se nos convierte
en lo idéntico a sí mismo.
Poesía para el pobre, poesía necesaria
como el pan de cada día,
como el aire que exigimos trece veces por minuto,
para ser y en tanto somos dar un sí que glorifica.
Porque vivimos a golpes, porque apenas si nos dejan
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado un adorno.
Estamos tocando el fondo.
Maldigo la poesía concebida como un lujo
cultural por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido hasta mancharse.
Hago mías las faltas. Siento en mí a cuantos sufren
y canto respirando.
Canto, y canto, y cantando más allá de mis penas
personales, me ensancho.
Quisiera daros vida, provocar nuevos actos,
y calculo por eso con técnica qué puedo.
Me siento un ingeniero del verso y un obrero
que trabaja con otros a España en sus aceros.
Tal es mi poesía: poesía-herramienta
a la vez que latido de lo unánime y ciego.
Tal es, arma cargada de futuro expansivo
con que te apunto al pecho.
No es una poesía gota a gota pensada.
No es un bello producto. No es un fruto perfecto.
Es algo como el aire que todos respiramos
y es el canto que espacia cuanto dentro llevamos.
Son palabras que todos repetimos sintiendo
como nuestras, y vuelan. Son más que lo mentado.
Son lo más necesario: lo que no tiene nombre.
Son gritos en el cielo, y en la tierra son actos.