Traducción de Jorge Majfud
Mirando los medios corporativos, a menudo escuchamos la palabra “oligarca” precedida por el adjetivo “ruso”. Pero los oligarcas no son solo un fenómeno ruso ni son un concepto extranjero. Claro que no. Estados Unidos tiene su propia oligarquía.
Hoy, en los Estados Unidos, las dos personas más ricas poseen más riqueza que el 42 por ciento inferior de nuestra población (es decir, más de 130 millones de estadounidenses) mientras que el uno por ciento más rico ya posee más capital que el 92 por ciento de la población. Durante los últimos 50 años hubo una transferencia masiva de riqueza en nuestro país, pero en la dirección equivocada. La clase media se está reduciendo, mientras que a los de arriba le está yendo mejor que nunca.
Además, en términos de la economía global, no hay duda de que estamos viendo un aumento enorme y destructivo en la desigualdad de ingresos y de acumulación de riqueza. Mientras que las personas muy, muy ricas se vuelven mucho más ricas, la gente común tiene dificultades para subsistir y los más desfavorecidos se mueren de hambre.
Si bien existían niveles masivos de desigualdad antes del surgimiento de COVID, esta situación ha empeorado mucho en los dos últimos años.
Hoy, en todo el mundo, los diez hombres más ricos poseen más riqueza que 3.100 millones de personas, casi el 40 por ciento de la población mundial. Increíblemente, la riqueza de estos diez multimillonarios se ha duplicado durante la pandemia, mientras que los ingresos del 99 por ciento de la población mundial han disminuido.
Los oligarcas gastan enormes cantidades de dinero en lujosos yates, mansiones y obras de arte, mientras que 160 millones de personas en todo el mundo se han hundido en la miseria. Según Oxfam (“Comité de Oxford contra la hambruna”), la desigualdad global de ingresos y riqueza causa la muerte de más de 21.000 personas por día en todo el mundo como resultado del hambre y la falta de acceso a la atención médica. Sin embargo, los 2.755 multimillonarios del mundo vieron aumentar su riqueza en 5 billones de dólares (5 trillones en inglés) desde marzo de 2021, pasando de 8,6 billones a 13,8 billones de dólares.
Pero no se trata solo del aumento de la brecha de ingresos y riqueza entre los muy ricos y el resto del mundo. Es una creciente concentración de la propiedad y el poder económico y político. Algo de lo que no se habla mucho, ni en los medios ni en los círculos políticos, es la realidad de que un puñado de firmas de Wall Street, Black Rock, Vanguard y State Street, ahora controlan más de $21 billones en activos, suma equivalente a todo el PIB de los Estados Unidos. Esto le da a un pequeño número de directores ejecutivos un enorme poder sobre cientos de empresas y sobe la vida de millones de trabajadores. Como resultado, en los últimos años hemos visto a los ultrarricos aumentar significativamente su influencia sobre los medios, la banca, la atención médica, la vivienda y muchas otras partes de nuestra economía. De hecho, nunca antes tan pocos poseyeron y controlaron tanto.
Todo esto no es otra cosa que una fuerte tendencia hacia la oligarquía en nuestro país y en el mundo, donde un pequeño número de multimillonarios ejercen un enorme poder político y económico.
Entonces, en medio de esta realidad, ¿hacia dónde debemos dirigirnos?
Claramente, mientras enfrentamos la oligarquía, el COVID, los ataques a la democracia, el cambio climático, la horrible guerra en Ucrania y otros desafíos, es fácil comprender por qué muchos caen en el cinismo y la desesperanza. Sin embargo, este es un estado mental que debemos superar, no solo por nosotros mismos, sino también por nuestros hijos y las generaciones futuras. Hay demasiado en juego y la desesperación no es una opción. Debemos unirnos y luchar.
Lo que la historia siempre nos ha enseñado es que el cambio real nunca ocurre de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Esa es la historia del movimiento laboral, de la lucha por los derechos civiles, por los derechos de la mujer, de los gays y por la protección del ambiente. Esa es la historia de cada esfuerzo que ha producido un cambio transformador en nuestra sociedad.
Esa es la lucha que debemos librar hoy.
Debemos unir a la gente en torno a una agenda progresista. Debemos educar, organizar y construir un movimiento popular que ayude a crear un tipo de nación y un mundo basado en los principios de justicia y solidaridad, no en la codicia y la oligarquía.
Nunca debemos perder nuestro sentido de indignación cuando tan pocos tienen tanto y tantos tienen tan poco.
No debemos permitir que nos dividan por el color de nuestra piel, por el lugar donde nacimos, por nuestra religión o por nuestra orientación sexual.
La mayor amenaza de la clase multimillonaria no es simplemente su riqueza y su poder ilimitados, sino su capacidad para crear una cultura que nos hace sentir débiles y desesperanzados y así disminuir la fuerza de la solidaridad humana.
Ahora, como resultado de la horrible invasión rusa de Ucrania y del extraordinario valor y solidaridad del pueblo ucraniano, los países de todo el mundo se están dando cuenta de que se está produciendo una lucha mundial entre la autocracia y la democracia, entre el autoritarismo y el derecho de las personas a expresar libremente sus opiniones.
Ahora es el momento de construir un nuevo orden global progresista que reconozca que cada persona en este planeta comparte una humanidad común y que todos nosotros, sin importar dónde vivamos o el idioma que hablemos, queremos que nuestros hijos crezcan sanos, tengan una vida digna, una educación y puedan respirar aire puro y vivir en paz.
Lo que estamos viendo ahora no es solo la increíble valentía de la gente en Ucrania, sino miles de rusos que han salido a las calles para exigir el fin de la guerra de Putin en Ucrania, sabiendo que es ilegal hacerlo y que probablemente serán arrestados por ello.
También hemos visto el coraje de los trabajadores aquí en nuestro país que se unen para enfrentarse a la avaricia empresarial y organizarse por mejores salarios, beneficios y condiciones de trabajo.
Hermanas y hermanos, en este momento estamos en una lucha entre un movimiento progresista que se moviliza en torno a una visión compartida de prosperidad, seguridad y dignidad para todas las personas, contra uno que defiende la oligarquía y la desigualdad mundial masiva de ingresos y riqueza.
Es una lucha que no podemos perder; es una lucha que podemos ganar, siempre y cuando estemos unidos.
En solidaridad,
Bernie Sanders
Nota de Rebelión: En la imagen, Elon Musk (izquierda) y Jeff Bezos (derecha), los dos oligarcas más adinerados de EE.UU.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.