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Cartas al vacío o yo acuso

Fuentes: Rebelión

Cada vez que la prensa y los medios del pesebre y del abrevadero me permiten ver que sale humo de los crematorios de los mayores campos de concentración del mundo que jamás hayan existido, la ira me obliga a escribir cartas a esta prensa cómplice de este genocidio, que quedan sistemáticamente sin publicar, en un […]

Cada vez que la prensa y los medios del pesebre y del abrevadero me permiten ver que sale humo de los crematorios de los mayores campos de concentración del mundo que jamás hayan existido, la ira me obliga a escribir cartas a esta prensa cómplice de este genocidio, que quedan sistemáticamente sin publicar, en un limbo mediático, nada inocente.

Hablo del campo de concentración de Gaza (4 por 40 Km.), mucho más grande que el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau (2 por 3 Km.) y hablo de los campos de concentración de Cisjordania, muy superiores en presos confinados y en extensión que los que los nazis instalaron en la Polonia ocupada.

Empecemos con algo de Historia. Los Reyes Católicos, firmaron el 31 de marzo de 1492 el decreto de expulsión de los judíos de España, que era su país desde hacía siglos.

Fue después de aceptar las presiones de Torquemada, que se negó a que dos judíos relevantes, que habían organizado la intendencia del ejército cristiano durante la campaña de Granada, zanjasen la amenaza de conversión o expulsión, ofreciendo a sus Majestades 30.000 ducados.

Salieron de España hacia el exilio unos 800.000 judíos, se calcula que una quinta parte de la población española de aquel tiempo (unos 4 millones), conscientes de que Torquemada no buscaba su conversión, sino su expolio y su muerte.

Les dieron tres meses y solo podían sacar del país lo que pudieran llevar consigo. (Pierre Dominique. L’Inquisition. Librairie Académique Perrin, 1969).

Enfrentemos ahora aquellos hechos con los actuales y pongámoslos en perspectiva.

El Estado de Israel se impone en 1947 sobre la Palestina administrada por los británicos. En 1948, de los 4.450.000 palestinos que la OLP consideraba vivían bajo mandato británico, 720.000 se ven obligados a huir como refugiados.

En la actualidad, los pocos centenares de miles de judíos que vivían en aquella Palestina, se han convertido en más de 4,5 millones, fundamentalmente mediante bien programadas operaciones de inmigración masiva.

Y los palestinos han sido desgarrados de la siguiente forma: algo más de un millón han aceptado la «conversión» a ciudadanos judíos, eso sí, de muy segunda clase. Cerca de tres millones viven hacinados en campos que los israelíes denominan de refugiados, pero que son campos de concentración, con muros en construcción más altos e impenetrables que el de Berlín. Y bastantes más de tres millones viven en el exilio, sin derecho al retorno.

El Producto Nacional Bruto de la zona consiste en cinco partes para los palestinos y 95 para los israelíes. Los 34.658 quemados vivos, los 18.044 quemados en efigie (terroristas de la época) y los 288.034 penitenciados por la Inquisición, en los 470 años que van desde los Reyes Católicos hasta 1808, en que Carlos IV acaba con esta funesta organización, han sido ampliamente superados por la barbarie contemporánea de los israelíes, en apenas medio siglo y tanto en cantidades absolutas como en porcentaje.

Pero aquí, por alguna extraña razón que se sale de la lógica, seguimos teniendo que asistir periódicamente al ejercicio ritual de que los dirigentes occidentales y especialmente los españoles, tengan que pedir perdón a los israelíes y a los de las comunidades judías por aquellos tristes hechos, acaecidos hace 500 años y todavía no he visto a ningún líder exigir lo mismo a los Torquemadas israelíes, que sí que están todavía a tiempo de reparar una desgracia mayor que la de la Inquisición o al menos, de ser juzgados por la misma.

Una vez más. Gaza y Cisjordania tienen cinco millones de personas DENTRO de vallas, verjas, rejas o muros. Además, las vallas, rejas, verjas o muros, dejan ese gigantesco campo de concentración atomizado en decenas, centenares de campos de concentración medianos. No pueden salir de ellas, no pueden pasar de unos a otros a ver familiares, sin permiso de los carceleros. No tienen pasaportes; no tienen derechos; sus alimentos, medicinas, el agua, lo suministran a voluntad, cuando quieren, los carceleros.

Si los escasos e inmundos hospitales están en otro campo de concentración, las parturientas tienen que pedir permiso a los carceleros para ir a parir y a veces se les niega. Las ambulancias también. Otros cinco millones de palestinos han sido expulsados de sus hogares y tierras, que hoy son Israel por decreto divino y malviven hoy, en exilios penosos en campos de refugiados de países vecinos y en una diáspora tristísima. No tienen derecho de retorno. Ni siquiera el jefe palestino admitido como negociador e intermediario con los guardianes, dentro del campo, puede ofrecerles un futuro en sus tierras. Se lo han vetado los carceleros. Hablan de negociar con esos representantes de presos, mientras los tienen confinados desde hace dos años, en una celda de castigo. Les culpan de cualquier revuelta en los campos de exterminio (verdaderos «killing fields»), aunque siga en la celda de castigo y tenga controlados y grabados hasta los vis-a-vis con su mujer.

Y cuando los presos de Hamás se rebelan contra el compatriota Kapo de Al Fatah, elegido por los carceleros y sus cómplices occidentales, para tener a los prisioneros sometidos y humillados y en un motín toman Gaza, los nuevos nazis dicen que hay que exterminar a los presos rebeldes y consiguen que sus cómplices occidentales bauticen (estigmaticen) de «terrorista» a la organización rebelde y den el visto bueno para el exterminio y vaporización gradual de estos rebeldes contumaces.

Repitamos: varios millones están presos dentro de verjas que han levantado los carceleros, que suman unos cuatro millones. Repitamos. El carcelero o guardián nunca puede librar una guerra contra el terror que pueda ser capaz de crear un preso. Primero, porque el preso no puede hacer guerra contra el carcelero y segundo, porque el terror supremo está siempre, en última instancia, en manos del carcelero.

Volvamos a recordar: cuando una persona, que vive en un campo de concentración, dentro de unas rejas y sin derechos se inmola, aunque con ello produzca muertes de civiles inocentes, ya nada se le puede reprochar, primero porque son trozos de carne dispersos y segundo, porque no hay mayor esfuerzo en la vida que darla. Esa persona intenta dañar a personas que han arrebatado sus tierras o las de sus padres y le han colocado en una postura de absoluta postración e infinita humillación. Vejado y despojado de lo que era suyo, con sus seres queridos, hijos, hermanos, padres, abuelos, vejados también; también expoliados y también encarcelados y privados de los más elementales derechos, por turbas venidas de fuera, desde hace apenas dos generaciones, con la excusa de que esa tierra les había sido adjudicada por la ONU (¿qué deshecho inmundo es hoy la ONU?) o porque decían que la Biblia era su escritura de propiedad y Jehová el Registrador de la Propiedad Supremo.

Ese tipo de violencia, ese tipo de asesinato es esencialmente diferente del que la ejerce, con la impunidad e inmunidad del carcelero, desde el asiento acondicionado de un helicóptero y en nombre de un Estado, actuando con un poder de fuego casi infinito. Y lo hace desde fuera de las vallas, hacia adentro. Es diferente violencia. No es la misma. No. No puede ser la misma violencia. No acepto que todas las violencias sean iguales.

No puedo dejar de recordar al siniestro personaje genocida y regordete de Sharon, diciendo en público aquello de que «el primer ministro palestino Mahmud Abbas «es un pollito sin plumas» y que «nosotros tenemos que ayudarlo a combatir el terror hasta que le crezcan las plumas». Todo ello en referencia desdeñosa y humillante al preso al que ha concedido el honor de representar a los demás confinados en los campos de concentración, al que se ha concedido el grado de Kapo, ante su suprema majestad exterminadora, a cambio de que elimine las disidencias internas y las revueltas en los campos de exterminio con unos pocos Kalashnikov y pistolas, con la promesa de que si se portaba bien, desmantelaría algunas torres de vigilancia (ni mucho menos todas, sino solo las que están en sitios poco relevantes o que están abandonadas) de colonos judíos en el interior de los campos de concentración, ansiosos, como no lo estuvo ni la GESTAPO, por arañar hasta esos pedazos míseros de tierra a los prisioneros, para quedarse también con ellos.

No, hombre, no. No es la misma violencia, la de un tanque Merkava disparando contra un niño, que la de un joven preso que se inmola en medio de sus carceleros. No pueden decir eso quienes tienen en sus libros sagrados – y veneran- a un tal Sansón, que se inmoló ante los filisteos, cuando estaba en la misma situación («muera yo con los filisteos») que hoy están los palestinos, filisteos actuales.

No es la misma violencia, la de un Ejército formal disparando a un coche en el que saben que van mujeres y niños, dentro de los límites del campo de concentración, que la de un joven preso reventándose en un autobús de los carceleros, a la primera que le dejan ir a realizar trabajo esclavo a las fábricas de Schindler israelíes.

No es la misma violencia la de unos genocidas, que después de haber asesinado con la impunidad e inmunidad vergonzante, de disparar desde el exterior de los campos al interior de los mismos, cuando ven que otros presos van a auxiliar a los ocupantes, les vuelvan a disparar cohetes, multiplicando la tragedia y el genocidio; que la violencia de un preso, al que dieron un arma para vigilar a sus compatriotas presos y que en vez de utilizar el arma contra sus hermanos de infortunio, se escapa para disparar a sus carceleros, aunque sepa después que va a caer muerto.

Como no es la misma violencia la del oficial nazi de la «Lista de Schindler», disparando a placer a un interno del campo de concentración por practicar el tiro, que la de un preso que agrede con un tenedor afilado al carcelero sádico en cuanto puede. ¿Cómo va a ser la misma? ¿Quién es el simple que dice que todas las violencias son iguales y todas las violencias son rechazables?

Habrá que insistir en este concepto: no es una guerra entre iguales; es una masacre de presos por parte de sus carceleros, que a veces se cobra víctimas de carceleros, si, porque el campo de concentración es tan grande, que no lo pueden poner totalmente bajo control, aunque seguramente algún líder indecente ya esté pensando claramente en «soluciones finales». Unos están dentro de las rejas, sin ningún derecho. Otros, en cambio, están fuera y tienen todos los derechos y todas las impunidades e inmunidades posibles.

Los presos de hoy, están confinados en parcelas inmundas de lo que ayer mismo era su tierra hace dos generaciones. Los otros, los carceleros, llegaron casi todos de fuera, impuestos por leyes ajenas al sentido común y al derecho de gentes, apoyados por derechos ficticios y vulneradores de otros derechos más básicos. Lo diga la ONU o lo diga quien sea.

Hasta el último preso, la sangre seguirá corriendo. Lo saben los presos y lo saben los carceleros. No puede haber diálogo preso-carcelero. Esas cosas no existen. Nunca han existido. No puede haber convivencia posible, en tan estrecha franja de tierra, entre diez millones de propietarios reales (los que están en los campos de concentración y los que están exiliados) y los cinco millones de carceleros que han llegado de fuera, aunque ahora dos o tres millones de entre ellos, hayan nacido ya en las tierras tomadas a los presos, para dificultar aún más las cosas.

No puede haber paz con quien destruye plantaciones de árboles de presos en tierras tan duras y difíciles de hacerlos crecer. No puede haber paz, si los carceleros dinamitan las barracas de los familiares de presos que se inmolan. No puede haber paz mientras el supermuro de Berlín de Palestina sigue creciendo a marchas forzadas, en medio de silencios cómplices y ominosos. Carceleros y presos. Esta es una historia de presos expoliados y carceleros expoliadores y lo demás son cuentos.

Conocido y simple es el espíritu de un genocida. Tiene una raíz tribal profunda. Obedece al gen, antes que a la razón. Trabaja su córtex mucho más que su neocórtex, su cerebro reptiliano, más que el cerebro de las emociones, las sensibilidades y la razón. El genocida es lo peor de un individuo que ni siquiera hace prevalecer a Dionisos frente a Apolo, ni siquiera busca, como Nietzsche, un equilibrio entre lo dionisiaco y lo apolíneo. Tiene el lado lúdico cegado y el lado de la razón obnubilado.

 

Previsible aquel Sharon genocida, que lanzaba los misiles, mataba un cerro de inocentes, como no podía ser de otra forma en una franja de Gaza, estercolero inmundo de la historia, que apila prisioneros a razón de 1 millón en 40 Km2, o dicho de otra forma, a 25.000 personas por kilómetro cuadrado. Previsible que aquel Sharon o el día de hoy cualquier sustituto, que dice que «la operación» ha sido un «éxito», incluso después de saber (y lo sabía incluso antes) que había niños y mujeres hacinados en su mismo objetivo, no porque el palestino buscado se escudase en ellos, sino porque es muy difícil esconderse solo en un campo de concentración en el que hay esas enormes densidades de prisioneros.

Cuando un genocida insiste, contumaz, en que esa carnicería ha sido un «éxito», lo está diciendo todo. No hay ni un paso, ni medio de ahí a que cualquier día los veamos confirmar con orgullo que han tenido el mayor éxito de todos, lanzando bombas atómicas sobre Gaza y las poblaciones palestinas de Cisjordania, porque así han conseguido acabar con los «terroristas». Luego, dirán lamentar las víctimas inocentes y volverán a decir, una vez más, que abrirán una investigación «independiente» para depurar responsabilidades, aunque no podrán garantizar nada, porque ni han suscrito el tratado para la creación del Tribunal Penal Internacional (TPI) y además tienen a sus modernos oficiales de las SS israelíes identificados solo con el nombre o con un número, a efectos de control interno, pero no externo. De la última masacre de Gaza a esto, no hay ni un solo cuarto de paso.

Así que ya sabemos quien es el genocida. Ahora solo nos queda identificar a los conniventes del genocida. Estos son mucho más numerosos y le dan mucho cobijo, incluso bajo la enramada de modestas y limitadas críticas. ¿Y quiénes son conniventes? ¿Cómo identificarlos? Es algo más difícil, pero en modo alguno es tarea imposible.

En primer lugar, todo genocida se nutre de conniventes, como el pez del plancton. Sin los conniventes, savia de gregarios y adocenados, el genocida no tendría razón de ser. Los hay internos y externos; los puede haber hasta mediopensionistas.

Hay alevines de genocida, que jalean abiertamente los genocidios del genocida mayor. Hay cimentadores de genocida, que son esas oscuras almas que ponen un arbolito, un candelabro de siete brazos y una estrella de seis puntas, en su despacho de Manhattan, de la city de Londres o de Amberes y envían, con pasaporte de primera instancia norteamericano, holandés, belga o de cualquier otra nacionalidad y obediencia al Papa de Jerusalén, y tan sistemática como abundantemente, ingentes remesas de dinero, extraído de los vampirismos capitalistas internacionales, para sostener lo insostenible del Estado ficticio de Israel. Tienen los mecanismos bien engrasados.

El ridículo presupuesto nacional que se produce con los impuestos de 5 millones de israelíes, con los insostenibles gastos militares que tienen, no haría viable al Estado de Israel ni un año, si no fuese porque está acudiendo continuamente al salvamento ese funesto y anónimo grupo, para inyectar en vena nuevas remesas que permitan seguir teniendo operativo un ejército que no se podría pagar ni Francia.

Y si suben los gastos, pues se organiza una vuelta más de tuerca a los organismos financieros mundiales y cien países pobres descubren, de la noche a la mañana, que donde el FMI y el BM dijeron digo, ahora dicen un Diego mucho mayor.

¡Qué lejos están de suponer que esos fondos terminan donde terminan! ¡Tan escrupulosos que parecen ser para controlar el trasiego de los dineros del narcotráfico y tan escrupulosos que son para verificar las transacciones del llamado terrorismo islámico -incluyendo a organizaciones puramente humanitarias- y tan laxos a la hora de investigar el dinero que sostiene a esa criminal entidad sionista! ¡Qué bien denominada, «entidad sionista», por la mayoría de los países árabes, ahora llamados «rogue states»!

Luego, la urdimbre mediática. Esos que ya tienen cocinada y lista para servir la crónica del escritor israelí «comprometido» con la causa de la paz, desde dos días antes de cada masacre palestina, para pasar a ocupar plaza en páginas de opinión, criticando a su gobierno y pidiendo la paz.

Que se hable de mi, aunque sea mal, porque mientras habla David Grossman, no hablan otros. Mientras se entrevista al desalmado Slomo Ben Ami, que tan bien habla español y tan bien queda en las entrevistas de los telediarios, no hablan las familias torturadas y masacradas de los palestinos.

Los medios que controlan el flujo de la información y comunican o difunden, mas que informar, tienen incluso un archivo de indios, o palestinos más críticos que los David Grossman, modelo Edward Saïd y Sami Naïr, críticos con el sistema, eso sí, soltando verdades como puños, pero permitidos, porque siempre rematan sus críticas con «civismo» y apelaciones a la paz y a la concordia y demás vaguedades, que ellos mismos saben vacías de contenido; esos que siempre se dan una nueva oportunidad para una nueva negociación después de cada masacre.

Civilizados muchachos que mantienen el debate dentro de términos «civilizados», ilustres jóvenes y no tan jóvenes palestinos, doctorados en prestigiosas universidades de occidente, que son las únicas, ya se sabe, que pueden dar el marchamo de presencia en medios controlados. Los demás, los que ya han desesperado de encontrar una solución que no sea la de su propia inmolación, los que están hartos de la estafa de un «proceso de paz» que se ve que solo es una excusa para seguir teniendo a los legítimos dueños de la tierra que ocupan metidos en campos de concentración, los que saben que la paz es el camino, como decía Gandhi y no un engañoso «proceso» infinito, esos no tienen ni tendrán cabida en los medios domesticados.

Sigue un pléyade de gregarios y politicastros, que ponen carita de circunstancias, como aquella pobre Ana Palacio, que titubeaba al tener que definir la penúltima masacre genocida de Sharon. Sometidos, como están al poder económico, antes y mucho más que al inútil poder electoral que les nombró, poder, inmenso poder que se encuentra en manos de quien todos saben, no pueden criticar a sus amos, de forma abierta.

Son los hipócritas, capaces de condenar setenta veces siete, cada uno de los cuatrocientos noventa genocidios, sin poder castigar ni uno de ellos y viéndose obligados a recibir a bombo y platillo al gran genocida, cada vez que se le antoja aterrizar en sus mismas narices. Son esos miserables, que callan y otorgan al genocida Sharon o al genocida Olmert o a cualquier otro y luego se ponen estrechos con aquel decrépito e inútil Arafat u hoy se ponen estrechos con el Kapo Mahmoud Abbas, porque no controla a su inexistente policía interna del campo de concentración (que para eso le dieron las pocas armas que le dieron: para que disparase hacia adentro a sus compatriotas y no hacia fuera) y no es capaz de castigar a los suicidas palestinos ¡qué cosas, pretender castigar al que ya se castiga a sí mismo más que nadie le pueda castigar!

Estos politiquillos con poder de maniobra doméstica y bozal en las actuaciones exteriores, estos Solanas dramáticos y patéticos, que cuando iba a ver a Arafat le metían un petardo en el trasero, mientras se estaba entrevistando con él y no se atrevía a decir nada al que se lo ha metido, son los mimbres con los que se construye la impunidad genocida de los líderes sionistas.

Cuando no con la activa donación de los F-16, cargaditos de misiles y sofisticadas armas prohibidas, que les ofrece Bush (¿dónde está Obama, la esperanza del cambio?) para vaporizar palestinos, moderna forma de liquidar seres de los campos de concentración, que supera a la de las cámaras de gas y posterior cremación, porque hace los dos pasos en uno.

Estos políticos de baratija son muy responsables de las atrocidades de los líderes sionistas. Son los que le hacen la vida posible y hasta confortable. Son los que actúan mediante el silencio y la doblez, el cinismo y la hipocresía. Son los que terminan yéndose a Jerusalén con sus embajadas y con sus periodistas domesticados, cuando tenían que estar, como mucho en Tel Aviv, y mejor que eso, fuera y bloqueando ese imposible país de genocida jefe, consentido y aupado al podio, para ejercer su función de verdugo, por toda una señora mayoría de pueblo, que presume de haberlo hecho muy democráticamente -es decir, de forma muy corresponsable-.

«No lavarán sus manos todas las lluvias del sur», cantaba Víctor Jara de los militares genocidas chilenos, antes de que lo mataran como resultado de un golpe, precisamente un 11 de septiembre, que quedó sepultado bajo otro 11 de septiembre que no llegó al número de víctimas del anterior. Suelo traer esta estrofa a colación, para hacerla extensiva a todo genocida. No lavarán las manos de los genocidas sionistas todas las lluvias del Mediterráneo oriental. No lavarán la impudicia de sus cómplices, activos y pasivos, incluyendo a sus moderados y controlados críticos, especialistas en saturación de espacios.

No borrarán Jenin, como no podrán borrar Sabra y Chatila. CREEN que quedan borrados, simplemente porque dieron la orden de borrarlos en sus medios. Quedan en la memoria indeleble del ser humano, mucho más portentosa que una memoria informática. En la memoria de todo ser humano que aspira a poder dormir por las noches. Desde luego, queda en la memoria de TODOS los 300 millones de árabes y posiblemente, de la mayoría de los 1.000 millones de musulmanes. Grabada a fuego queda en la memoria de los mártires palestinos, allá cada cual con sus denominaciones de terroristas y de su evaluación de si es más terror inmolarse a sí mismo en desesperación que disparar un misil desde 2 kilómetros de altura y luego irse a casa a darse un baño calentito y a dormir, en total impunidad.

Tiempo de tomar bando y tomar partido. Tiempo de refrescar el comentario de Martin Niemöller:

Primero vinieron a por los comunistas,
Y yo no hablé porque no era comunista.
Después vinieron a por los judíos,
Y yo no hablé porque no era judío.
Después vinieron a por los católicos,
Y yo no hablé porque era protestante.
Después vinieron a por mí,
Y para entonces, ya no quedaba nadie que hablara por mí.

Hoy, todos los sionistas, muchos israelíes y bastantes judíos, con la complicidad, en muchos casos activa y en algunos otros pasiva, de algunos dirigentes mundiales, están yendo a por los palestinos en particular y a por los árabes y musulmanes en general. Y nosotros no estamos hablando, porque no vienen a por nosotros.

Tiempos de salirse de Internet y entrar en la realidad. Tiempos de ayudar a derrumbar del todo los becerros de oro con que se ha mantenido hasta ahora este sistema de dominación y de alegrarse con las caras de pánico de esos especuladores sin tasa, cuyas inmensas e indecentes fortunas, siempre al servicio de estas salvajadas, ahora empiezan a crepitar y se contraen con cada punto que baja la bolsa de mierda y nunca mejor dicho. Tiempos en los que hay que empezar a llamar cosas feas al que vive de mirar un tablero y comprar y vender destinos ajenos, con el cerebro en el bolsillo y el corazón en los activos. Tiempos del cara a cara. De ganarse el pan de cada día, con el sudor de la frente y no de acumular infinitos graneros con la especulación propia y el sudor ajeno. De mirarse a los ojos, de forma sostenida. De leer más en las expresiones de los semejantes y menos en el teletexto.

Llegan tiempos en que habrá que no tener miedo a decir que los anarquistas tenían mucha más razones lanzando bombas sobre monarcas caducos, que los impunes e inmunes pilotos del F-16 lanzando misiles sobre multitudes de civiles confinados en campos de concentración.

Tiempo de insistir contra la programación mental, el olvido programado y el miedo inducido a que a uno le puedan llamar terrorista, por decir cosas tan evidentes.

Pedro Prieto

28 de diciembre de 2008, día de los Inocentes