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La crisis económica en EE.UU: los analistas predican pesimismo

Carter resucitado

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

Incluso antes de que se evapore la euforia, los analistas se muestran pesimistas frente a Obama en el frente interior.

La parte fácil se acabó: Un despliegue de órdenes ejecutivas para cerrar Guantánamo, desmantelar gran parte de la arquitectura del presidente George W Bush para la «guerra contra el terror,» permitir la promoción de la planificación familiar en el exterior. La parte difícil ha comenzado: El presidente de EE.UU. Barack Obama está frente a una economía en depresión galopante, la peor desde los años treinta en todos sus aspectos.

El crecimiento económico de los años de Bush, tal como fue, fue alimentado por una explosión de la deuda privada; ahora los mercados financieros han colapsado y la economía está en caída libre. Las construcciones de viviendas nuevas, indicador tradicional de la dirección por la que va la economía, nunca han bajado tan vertiginosamente desde que comenzaron a ser documentadas. Los precios caen, y no sólo los precios del petróleo. La tasa de interés de la Reserva Federales es ahora cero. El ingreso medio cayó durante la década pasada y sigue cayendo. La producción industrial bajó el año pasado un 7,8% desde 2007, y la manufactura un 10%. El desempleo aumenta astronómicamente, y ya se han perdido millones de puestos de trabajo.

Deberá enfrentar el Programa de Ayuda para Activos con Problemas (TARP [Lona en español, N. del T.). Como la Operación Liberación de Iraq (OIL) original de Bush, tiene un acrónimo embarazoso, considerando que se trata de una «cobertura» para rescatar a los ricos. El primer adelanto repletó los libros de instituciones financieras que trastabillaban y rescató a las principales automotoras de EE.UU., sin que siquiera le hayan echado un rapapolvo a alguno de los culpables. Associated Press se puso en contacto con 21 bancos que recibieron más de 1.000 millones de dólares de dinero federal de rescate, y ninguno de ellos pudo, o estuvo dispuesto a, revelar el uso de los fondos. El Secretario del Tesoro de Obama, Timothy Geithner dijo al Senado que el TARP requiere una «reforma fundamental,» ya que favoreció a grandes instituciones financieras por sobre las pequeñas empresas, los trabajadores con problemas y los propietarios de casas.

La catástrofe financiera sólo puede empeorar en vista de la incapacidad de los demócratas de ajustarse a algo que huela a socialismo. La única solución factible, como fue implementada en circunstancias similares por los suecos (un gobierno derechista, nada menos), es la nacionalización de los culpables. Los suecos se tragaron la píldora, y dividieron a los bancos entre buenos y malos; los primeros siguieron trabajando como siempre, mientras los últimos, con muchos bienes raíces en su mayor parte ilíquidos, fueren administrados por el gobierno hasta que mejoró la economía. El contribuyente terminó casi sin tener pérdidas ni beneficios. «Si metes capital, debes tener pleno derecho a voto,» insiste el autoproclamado neoliberal Bo Lundgren, el ministro sueco de asuntos fiscales y financieros de entonces.

Tal como están las cosas, la hemorragia continuará y los mercados crediticios seguirán congelados mientras la economía entra a una espiral deflacionaria. Primer strike para Obama. [Strike en béisbol: lanzamiento que el bateador no logra devolver, N. del T.]

En cuanto al paquete de recuperación económica de 825.000 millones de dólares, la Ley Estadounidense de Recuperación y Reinversión de 2009, ya está siendo criticada por todos. Sesenta por ciento serán para gastos federales de educación, ayuda a los Estados para Medicaid, aumentos en prestaciones de desempleo, docenas de grandes proyectos de obras públicas para crear puestos de trabajo, y – para los republicanos – 350.000 millones de dólares en reducciones de impuestos.

En lugar de generar entusiasmo, está siendo criticada por carecer de visión estratégica. Hay 152 partidas diferentes, «una expansión indisciplinada de gastos en salud, educación, privilegios y otros,» con un modesto impacto a corto plazo, según el analista David Brooks. La creación de cada nuevo puesto de trabajo costará 223.000 dólares. La inspiración de Obama es el presidente Franklin Delano Roosevelt, cuya ambiciosa Administración de Progreso del Trabajo fue una colección de programas públicos en crecimiento descontrolado. Aunque dio a millones de desocupados trabajos muy necesarios en la construcción de represas y carreteras, hizo poco por afectar la Gran Depresión.

En su discurso inaugural, la admiración de Obama por «el altruismo de trabajadores que prefieren reducir sus horas a ver que un amigo pierde su trabajo» sonó como algo sacado de una novela de Dickens. Su promesa de estatuir la atención sanitaria universal se convirtió en una vaga declaración: «Nuestra atención sanitaria es demasiado costosa.» Considerando el aumento del desempleo que ya se acelera, es muy probable que le toque presidir sobre un aumento de los estadounidenses sin seguro, más que sobre una disminución. Su paráfrasis de Keynes – «nuestros trabajadores no son menos productivos… nuestras mentes no son menos inventivas, nuestros bienes y servicios no menos necesitados» no demandaba ninguna acción radical del gobierno, como lo hizo Keynes, sino un fin de la actitud de «darse por servido, de proteger intereses mezquinos y de postergar decisiones desagradables.» Perogrulladas timoratas.

Sus asesores económicos son todos escritorzuelos de Clinton con su experiencia en rubinómica, que es pre-keynesiana en su enfoque en presupuestos equilibrados y prudencia. Indudablemente, pueden cambiar sus tendencias, pero hay muchos economistas menos doctrinarios que no formaron parte de la manía de desregulación de la era Clinton-Bush que condujo a la actual crisis, como James Galbraith o el premio Nobel George Stiglitz, que podrían empezar con buen pie, como lo requieren tiempos nefastos. Segundo strike.

Si las cosas van mal en Iraq y Afganistán, e Israel continúa su matanza naziesca en Palestina, como seguramente será el caso, Obama pronto se verá metido en un gran lío en todos los frentes.

La salida, claro está, es una actividad económica gubernamental basada en principios, llamada a veces socialismo. Lo de «No hay alternativa» (TINA, por su acrónimo en inglés] de Thatcher, pero al revés. Hemos mencionado a Suecia a comienzos de la década de los 90. Siguiendo un ejemplo de la historia de EE.UU.: el gobierno poseyó cerca de un tercio del sistema bancario mediante su propio programa de rescate en 1935, y utilizó su parte para insistir en que los bancos ayudaran realmente a la economía, presionándolos para que prestaran el dinero que estaban recibiendo de Washington. El Nuevo Trato fue más lejos y prestó directamente dinero a las empresas, los propietarios y compradores de casas.

Otro ejemplo de los socialistas años treinta es el programa de seguridad social de Roosevelt (que podría ser emulado por la atención sanitaria universal en la actualidad) y el impulso por mayor igualdad en los ingresos. Bajo Roosevelt, EE.UU. pasó por lo que los historiadores del mundo laboral llaman la «Gran Compresión», un dramático aumento en los salarios de los trabajadores de a pie que redujo enormemente la desigualdad de los ingresos. Antes de la Gran Compresión, EE.UU. era una sociedad de ricos y pobres; después fue una sociedad en la que la mayoría de la gente, correctamente, se consideró clase media. El premio Nobel Paul Krugman demanda otra Gran Compresión para volver a crear la clase media perdida a partir del presidente Ronald Reagan. De nuevo, TINA.

Muchos arguyen que el propio EE.UU. está en bancarrota, con sus masivos déficits comercial y presupuestario. Pero el gobierno siempre puede legislar gastos, e incluso con una creación de dinero basado en la deuda, cuando la tasa de interés es cero, puede, mediante gastos inteligentes, crear un efecto multiplicador, aumentando el empleo y el consumo sin un coste real. Es posible que la reanimación de la economía – incluida la atención sanitaria universal – cueste hasta un billón de dólares durante el primer período de Obama. Pero el gobierno de Bush desperdició por lo menos el doble en guerras ilegales y recortes de impuestos para los más acaudalados.

Sin embargo, EE.UU. no puede convencer al mundo de su solvencia sin reducir el gasto militar – en sí una bendición. Es verdad que la industria del armamento y las fuerzas armadas proveen millones de puestos de trabajo, pero son muy, muy caros y destructivos, y un gobierno basado en principios puede hacer cosas mucho mejores con su dinero. Terminar con su intimidación a otros países sería otra bendición.

Como Obama después de Bush, el presidente Jimmy Carter también enfrentó la imponente tarea de sacar las castañas del fuego después de un gobierno republicano desacreditado, y la política en Oriente Próximo y una crisis energética estaban al tope de la agenda. Pero la tarea de Carter era relativamente fácil en comparación con la de Obama. Bush siguió los pasos de Reagan y llevó efectivamente a EE.UU. a la bancarrota con sus masivos recortes de impuestos para los ricos y gastos aún más masivos en las fuerzas armadas y guerras fracasadas. Sus crímenes, mucho más corruptos y merecedores de recusación que los de Nixon, no han sido tocados hasta ahora.

Pero Carter y Obama fueron impulsados a la Casa Blanca de la nada, prometiendo la restauración de los ideales estadounidenses, impulsar la energía alternativa, apoyar la educación, ayudar al hombre común. Más específicamente, como Carter, Obama fue escogido por la elite económica gobernante como una cara bonita para mantener contento al hombre común a pesar del lío económico dejado por sus predecesores.

David Rockefeller encontró a Carter a mediados de los años setenta, y le invitó a sumarse a la Comisión Trilateral. Luego pasó de la oscuridad a ser presidente casi de un día al otro. Obama fue descubierto por el protegido de Rockefeller, Zbigniew Brzezinski, invitado a sumarse al Consejo de Relaciones Exteriores, y tuvo un ascenso igual de milagroso a la cumbre. Su reunión (y la de Hillary) con el Grupo Bilderberg en junio, durante el apogeo de las primarias, es bien conocida.

Pero la aprobación de los muchachos entre bastidores no garantiza el éxito, como descubrió notoriamente Carter. Algunas veces la mano recibida es tan mala que no sirve para nada. Las eminencias grises no toleran a los perdedores, como también descubrió notoriamente Carter. Pero eso puede ser otra bendición para alguien con coraje e integridad. Carter, otro premio Nobel más, al que Obama haría bien en consultar junto con Stiglitz y Krugman, es el único ex presidente en vida con esas características, por deficiente que haya sido su presidencia.

El mundo espera fervientemente que también Obama tenga algunas de ellas. Pero la manera como maneje la economía supondrá el éxito o el fracaso de su presidencia. La cuestión es si tiene suficiente espacio para maniobrar, considerando las pésimas cartas, sus patrones y sus partidarios impacientes. Las probabilidades, considerando la presidencia fracasada de Carter, no son buenas.

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Eric Walberg escribe para Al-Ahram Weekly. Para contactos: www.geocities.com/walberg2002

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