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Cartografía ecosocial de las protestas rurales

Fuentes: eldiario.es

En menos de un año hemos pasado de la llamada España vaciada a un mundo rural lleno de protestas. Hace un año, el 31 de marzo concretamente, se paseaba por Madrid «La Revuelta de la España Vaciada», una manifestación que llegaba a las 100.000 personas. Era un exponente de varias decenas de minirrevueltas que ya venían zarandeando el conformismo del campo. La Unión de Uniones ha sido una red sindical agraria especialmente combativa en los últimos tiempos con respecto a los bajos precios y los recortes en las atenciones al sector agroganadero, y en 2018 realizaba diversas concentraciones y lanzaba frente al Ministerio de Agricultura la campaña #DemocraciaEnElCampoYA. Así como sectores de la COAG se han visibilizado a favor de propuestas de la organización internacional Vía Campesina por la soberanía alimentaria y por un mundo rural vivo.

El cabreo del mundo rural tiene que ver principalmente con dos embudos, el socioeconómico y el político. Hace décadas que nuestros sistemas agroalimentarios están gobernados por una gran distribución y una globalización neoliberal (tratados internacionales, la comida como mercancía, la PAC al servicio de las grandes explotaciones) que no recompensan a quienes producen nuestros alimentos. El segundo de los embudos se refiere a la crítica de las formas de representación en lo que respecta a mesas de negociación, desigualdades de género o a la búsqueda de reemplazos generacionales y de modelos productivos. Por ahora el sindicalismo de mayor visibilidad ahonda en posiciones conservadoras, particularmente ASAJA como gran patronal del campo inserta en la CEOE.

Está por ver qué caminos de transformación real de los anteriores embudos emprenden organizaciones críticas como COAG y UPA, ésta última vinculada a sectores rurales de la UGT. El mundo rural ha alzado su voz merced a los huecos abiertos en la agenda social, política y hasta artística. Abandona el fatalismo y se vuelve protestón ante los diversos embudos. Está por ver si las demandas iniciadas al calor de la sucesión de convocatorias #AgricultoresAlLímite y la reclamación de precios justos son un paraguas que dinamice cambios estructurales.

La respuesta del Gobierno ha sido el decreto lanzado el martes 24 de febrero: prohibir la venta a pérdidas, fomentar contrataciones indefinidas y reducir de 35 a 20 las peonadas necesarias para acceder al desempleo agrario. Sin duda, se plasman aquí reivindicaciones que invitan a visibilizar y cuestionar nuestro insostenible e injusto sistema agroalimentario. Algo muy positivo. Pero parecen medidas para contentar a una gran distribuidora hortofurtícola y menos a una pequeña producción. Las peonadas o las contrataciones de largo plazo no constituyen un apoyo directo hacia la subsistencia de los últimos eslabones de la cadena agroalimentaria (la producción rural) ni para la innovación hacia sistemas agroalimentarios más locales y diversificados.

En esta situación conflictiva y de embudos no resueltos, han emergido también nuevas plataformas rurales o nuevas vías para la reinvención de un sindicalismo agrario transformador. Por ejemplo, destaca en los últimos años el papel cada vez más relevante de organizaciones de mujeres en el seno del gran sindicalismo. Iniciativas como Ganaderas en Red han contribuido a poner sobre la mesa los embudos en torno a las desigualdades de género en el mundo rural. No ha faltado la irrupción de posiciones más conservadoras y algunas de extrema derecha (en defensa de las esencias del campo, nula referencia a la gran distribución, énfasis en precios, puesta en escena a favor de la marca España), las cuales han encontrado eco en organizaciones como la Asociación Nacional del Sector Primario o la recién creada Unión de Agricultores Independientes (ambas con base en la Almería agroexportadora).

Los conflictos del campo irán a más. Aparte de no resolverse la problemática de los embudos mencionados, se produce una resonancia social de protestas en otros países, como los chalecos amarillos en Francia. O irrumpen nuevos imaginarios literarios en este país, una ola de neorruralismo: novelas llevadas al cine como Intemperie, de Jesús Carrasco Jaramillo; poéticas ecofeministas como la de María Sánchez; la crítica del desarrollismo que erosiona tramas de vida rurales como hace Rafael Navarro en La tierra desnuda; o ensayos bastante criticados por su perfil urbanita, caso de Sergio del Molino y su obra La España vacía. Están emergiendo gritos compartidos. Pero también protestas encontradas en su seno. Por ejemplo, la subida del Salario Mínimo Interprofesional (SMI) es una buena piedra de toque para un análisis de dimensiones de clase social o del derecho a tener derechos.

La patronal ASAJA y las nuevas plataformas rurales próximas a la extrema derecha se muestran críticas con dicha subida, atrayendo a sectores de UPA y COAG. Entre estos últimos, sin embargo, emergen respuestas defensoras de dicho SMI y con propuestas que tratan de desbordar la globalización neoliberal (derechos del campesinado, circuitos cortos, necesidad de una transición hacia otros modelos productivos), caso del Sindicato Labrego Galego y otros espacios afines a la Vía Campesina. Son distintos polos que atienden a diferentes conciencias de clase rural y de relación concreta con los embudos económicos y políticos que siguen alentando la apuesta suicida de un desarrollismo global.

En estas circunstancias, el ecologismo y el feminismo, o la sencilla reclamación de una producción sustentable y de igualdades de género, difícilmente encuentran un espacio de incidencia. La extrema derecha ha impulsado un caladero de votos rurales muy distante de estos polos, a través de su particular reinterpretación de algunos dramas del medio rural con tan sólo azuzar banderas como la caza o la defensa de tradiciones frente al ataque de los/as animalistas urbanos. De caciques globales o regionales no hablan mucho, es más, se corre el peligro de que se sitúen al frente del descontento rural, como muestra el afán movilizador de la patronal ASAJA frente al actual gobierno.

En paralelo, desde el campo se percibe también una escasez de propuestas (comunicados, perspectivas, organizaciones, afán por tejer lazos con estas protestas) que trabajen temas de sustentabilidad o de crítica de los embudos sociales, económicos y patriarcales partiendo del propio medio rural. Del lado eco, observo que la palabra sostenibilidad y la conciencia por los impactos del vuelco climático están ya en gran parte de la agenda social y sindical. Para mucha gente la cuestión es común a cualquier tema de decrecimiento con justicia: ¿quién va a pagar las facturas?, ¿qué nuevos modelos de transición se van a apoyar?, ¿quién se hará cargo de los costes (económicos, electorales si no son bien enfocados) derivados de un alza del precio del petróleo, una política de residuos cero en los tratamientos fitosanitarios o una relocalización de las cadenas agroalimentarias?

En la dimensión de género, si bien la protesta mediática ha presentado un rostro fuertemente masculino, diversas concentraciones y hasta cortes de carretera han sido protagonizados por mujeres. Hay un reconocimiento entre ellas de que resta mucho camino para que puedan superarse desigualdades de siempre en torno al acceso a tierras y titularidad, paridad en las organizaciones y formas de acción participativas, valorización de trabajos del campo ahora invisibilizados y desarrollados por mujeres. Pero se avanza. Organizaciones como el Sindicato Labrego Galego marcan aquí la pauta seguir. Al mismo tiempo, la necesidad de la ruralizar ciertas propuestas está ahí: ¿cómo se va a avanzar hacia un ecofeminismo amplio, si sus corrientes principales de pensamiento y de propuestas no están conectando con determinadas inquietudes rurales, las cuales tienen una particular lectura de temas comunitarios, familiares o de su relación con montes y ganadería? Vivimos tiempos de chalecos turbulentos. Quizás el campo esté ofreciendo chalecos problemáticos y de colores diversos (algunos marrones como la sociedad del carbón). Pero está hablando ya de implementar otros mundos y otras economías. Sería conveniente articular encuentros, pedagogías y formas de impulsar otras relaciones campo-ciudad sin renunciar a voces y a obligaciones decrecentistas que son propias de cada territorio.

Fuente: https://www.eldiario.es/ultima-llamada/Cartografia-ecosocial-protestas-rurales_6_1001309860.html