Las familias de Grechario Mack y Kenneth Ross Jr, cuyas muertes no llegaron a los titulares, hablan sobre su pérdida: «Se llevaron una parte de mí». Desde 2000, no se han presentado cargos por ninguno de los más de 1.500 tiroteos policiales realizados en la ciudad. La comunidad afroamericana representa el 9% de la población y, sin embargo, supone el 24% de las muertes.
Catherine Walker cierra sus ojos, se tapa los oídos e intenta escapar.
Han pasado cuatro meses desde que la policía de Los Ángeles mató a su hijo, Grechario Mack, cuya muerte apenas llegó a los titulares y cuyo nombre no se ha convertido en un hashtag viral. Recientemente, un día por la tarde, la madre, de 59 años, llevaba chapas con la cara de su hijo y dijo que estaba preparada para hablar. Pero cuando llegó el momento, apenas podía hablar.
Mientras los familiares que le rodean narran la muerte de su hijo, ella intenta no escuchar las palabras que describen los últimos momentos de Mack. Finalmente, se derrumba angustiada en su silla.
«No pude salvar a mi bebé», llora mientras otra persona le sujeta. «Cuando se llevaron la vida de mi hijo, se llevaron una parte de mí».
La policía disparó a Mack, de 30 años y padre de dos hijos, en medio de un centro comercial la tarde de un 10 de abril. Llevaba un cuchillo de cocina y estaba sufriendo una crisis de salud mental. Menos de 24 horas después, la policía llegó a un parque y mató a Kenneth Ross Jr, otro ciudadano afroamericano con una enfermedad mental del que se dijo que estaba huyendo cuando la policía le disparó con un rifle de estilo militar.
Las dos familias, reunidas por Black Lives Matter el día de la muerte de Ross, canalizan ahora su dolor mediante una lucha por la justicia enfrentándose a uno de los sistemas policiales más mortíferos del país, donde los asesinatos de afroamericanos con problemas mentales a manos de las fuerzas de seguridad están tan normalizados que las familias luchan por que se les escuche. Se enfrentan a una ardua batalla en el estado más reservado de EE UU en materia de mala conducta policial y en una región donde los agentes que disparan nunca son procesados.
«Mentalmente, ahora mismo no puedo hacer nada», señala Fouiza Almarou, la madre de Ross. «Pero voy a permanecer fuerte… Quiero asegurarme de que mi hijo es recordado», añade.
«La policía no tiene que preocuparse»
La policía en Estados Unidos mata a más gente en cuestión de días que lo que hacen otros países en años y las fuerzas de seguridad de Los Ángeles han encabezado en varias ocasiones el recuento de fallecidos, según The Counted, un proyecto de The Guardian que hace un seguimiento de las muertes a manos de los agentes.
Entre 2010 y 2014, la policía en el condado de Los Ángeles disparó a 375 personas, en torno a una cada cinco días. Los residentes negros representan el 9% de la población y, sin embargo, suponen el 24% de las muertes.
En todo el país, las probabilidades juegan en contra de las familias que buscan justicia en los tribunales. Que se presenten cargos es extremadamente raro y que se condene, todavía más. Generalmente, la ley protege a los agentes que afirman que temían por sus vidas. En Los Ángeles, las probabilidades de acusación son, en la práctica, cero.
Desde 2000, no se han presentado cargos por ninguno de los más de 1.500 tiroteos policiales realizados en el condado. Desde que la fiscal de distrito Jackie Lacey fue elegida en 2012, unas 400 personas han muerto a manos de agentes en servicio o en custodia policial, según Black Lives Matter LA. Lacey incluso se negó a presentar cargos cuando el jefe del Departamento de Policía de Los Ángeles pidió la acusación de uno de sus propios agentes.
«Realmente da luz verde a este tipo de comportamientos», denuncia Melina Abdullah, activista de Black Lives Matter en Los Ángeles. «La policía no tiene que preocuparse por la vida de nadie, especialmente si son negros, marrones o pobres».
Abdullah y otros activistas son parte de Justice Teams Network (red de equipos de justicia), que proporciona una «respuesta rápida» tras las muertes. Van al lugar del crimen, entrevistan a testigos, ofrecen asistencia a la familia con los medios y el funeral y trabajan por hacer frente a la narrativa policial.
Hace pocos días, Abdullah llevó a The Guardian a los lugares de asesinatos policiales en el sur de Los Ángeles. Una parada se realizó en un tranquilo callejón donde, tres años antes, agentes policiales mataron a Redel Jones, una mujer de 30 años que llevaba un cuchillo de cocina y que huía de la policía.
Jones, que se había enfrentado de vez en cuando a la indigencia, amaba el diseño web, la danza, los dibujos animados, la música electrónica y el rap y tenía un «cerebro que siempre estaba en movimiento», recuerda Marcus Vaughn, marido de Jones, aludiendo a su sueño de viajar juntos en una caravana.
Los titulares, sin embargo, redujeron a Jones a una mera «sospechosa» por robo. Y dos años después, Lacey, la fiscal, convirtió su caso en una estadística más, absolviendo al policía con el argumento estándar de «defensa propia legal». La oficina de la Fiscalía de distrito ha rechazado una solicitud de entrevista.
«No se preocuparon por Redel. Su muerte era simplemente una persona negra menos. ¿Cómo es posible matar a una mujer como si no significase nada?, denuncia Vaughn, añadiendo que Jones medía menos de 1,52 metros y que sufría depresión y desorden bipolar, pero que no era violenta. «Si hubiese sido una pequeña mujer blanca, la habrían tratado con mucha más amabilidad».
Abdullah cuenta que siente una obligación de organizarse después de cada muerte y una sensación de alivio cada día que pasa sin una muerte. Cerca del lugar de la muerte de Jones, le duele que haya desaparecido un altar improvisado y promete reconstruirlo.
Jones no consiguió justicia, cuenta Abdullah, pero espera que los próximos casos sean diferentes.
«Su objetivo era asesinar a mi niño»
Cuando Quintus Moore vio en la televisión que el Departamento de Policía de Los Angeles (LAPD) había matado a alguien dentro del centro comercial de Baldwin Hills Crenshaw, dice que se sintió triste de que un hombre hubiera muerto sin una buena razón. Más tarde, se dio cuenta de que no sabía nada de su hijo desde el día anterior.
Tras un intercambio frenético de mensajes entre la familia, una visita al centro comercial y una llamada a la morgue, descubrieron que sus peores temores eran ciertos: la víctima era Grechario Mack.
Se suponía que debía ser un mes para celebrar para Mack. El 5 de abril había salido de prisión, cinco días antes de que lo mataran, y la familia se había reunido para darle una fiesta de «bienvenido a casa». Mack luchaba con cuestiones de salud mental y había tenido roces con la ley. Además, según sus padres, estaba tomando una medicación nueva que le estaba afectando negativamente.
Moore relató que la mañana de su muerte, su hijo parecía agitado, que quizás se sentía paranoico o ansioso y cogió el cuchillo para sentirse seguro.
El informe del LAPD dice que Mack parecía tener una «crisis de salud mental» y que se comportó «agresivamente, sosteniendo un cuchillo largo». La policía alega que el joven ignoró las órdenes que le dieron y que «corrió en dirección» a los clientes del centro comercial, lo cual desató el tiroteo. Según el informe, dos agentes le dispararon.
Abdullah, organizadora de BLM, se dio prisa para llegar al centro comercial, ubicado en un barrio de la comunidad negra y a solo unas calles del sitio donde asesinaron a Redel Jones. Ella relata que los empleados del centro comercial le dijeron que el joven estaba hablando solo y que parecía no estar bien, pero no estaba atacando a nadie.
Una empleada de una tienda cercana, que no quiso dar su nombre, le dijo a the Guardian que caminó a 3 metros de Mack y no se sintió atemorizada: «Él solo estaba allí de pie…el cuchillo no era tan grande».
Los vídeos borrosos que grabaron los testigos muestran a agentes fuertemente armados, rodeando a Mack y disparando varias veces. En el centro comercial retumbaron los gritos de la gente que corría a esconderse. Cuando llegaron los investigadores, el joven estaba rodeado de cristales rotos.
La autopsia del condado reveló que Mack recibió al menos cinco disparos, incluido uno en la espalda, justo debajo de la nuca.
«Es como si tuvieran la orden de matar a los jóvenes negros», afirmó Moore, que lleva las cenizas de su hijo en el dije de un collar. La madre de Mack comparó el asesinato con un linchamiento: «Sólo cambiaron la soga por la pistola…¿Quién les da derecho a ser jueces y verdugos?»
Abdullah ayudó a la familia de Mack a organizar una vigilia. Allí, conocieron a Fouzia Almarou, que traía más malas noticias: la policía acababa de matar a su hijo, Kenneth Ross, en un parque 15 kilómetros al sur del centro comercial, un día después del asesinato de Mack.
La policía dio pocos detalles del asesinato en el suburbio de Gardena. El teniente Steve Prendergast le dijo a the Guardian que los agentes respondieron a avisos de disparos y que acabaron persiguiendo a Ross, de 25 años, porque lo consideraron sospechoso y estaba «huyendo de la escena».
Prendergast afirmó que encontraron «un arma de fuego en la escena», pero no puede asegurar si era de Ross o si Ross la había empuñado. Un informe policial dice que Ross se escondió brevemente en un lavabo y que la policía le disparó con un rifle AR-15 cuando salió. Ese informe dice que el joven había tenido el arma en el bolsillo.
La autopsia oficial del condado dice que el joven recibió varios disparos, incluido uno en la espalda.
Almarou dijo que su hijo, que dejó siete hermanos más pequeños y un hijo de 4 años, sufría de trastorno bipolar y esquizofrenia, pero que todos los vecinos lo conocían y sabían que era inofensivo. «¿Por qué le dispararon por la espalda?» dijo. «Su objetivo era asesinar a mi niño».
Durante la vigilia, Almarou encontró consuelo junto a la familia de Mack, que luego donó dinero para el funeral de Ross.
«No podemos responder a los problemas mentales con balas»
California está considerado el estado más estricto de Estados Unidos en lo que respecta a la confidencialidad policial. Las normativas hacen que los archivos sobre faltas policiales sean confidenciales y, según los críticos, han generado una cultura que da lugar al uso excesivo de la fuerza.
«El sistema permite que los agentes más abusivos sigan en funciones», afirmó George Galvis, director ejecutivo de Comunidades Unidas por Justicia Reparadora para la Juventud, una organización que apoya legislación que aumenta la transparencia. Otro proyecto de ley establece que la policía sólo pueda utilizar armas mortales cuando sea «necesario», en lugar del actual criterio de cuando sea «razonable». El cambio, dijo Galvis, busca que los agentes traten a la población negra de la misma forma en que suelen tratar a los sospechosos blancos: enfriando la situación e intentando de mantenerlos con vida.
El LAPD ha adoptado políticas para que los agentes intenten apaciguar situaciones tensas, pero los críticos dicen que esas reformas no están funcionando y no son suficientes. «No podemos responder a los problemas mentales con balas», remarcó Tabatha Jones Jolivet, otra organizadora de BLM.
Entre las peticiones de juicio y legislación nueva, puede ser difícil para la familias que se ponga en foco la vida de sus seres queridos, cuando la noticia es justamente la muerte.
Mack, conocido como Chario, fue un estudiante graduado antes de tiempo y con honores del instituto, explicó su madre. Le gustaba pescar y protegía mucho a su familia. Su hija de 9 años escribió unas palabras en homenaje a su padre, en las que decía que iba a echar de menos que él la cargara sobre su espalda y la llevara a los museos, añadiendo: «Sé que siempre estarás en mi corazón».
Arianna Moore, hermana de Mack, dijo que su hermana la motivaba para ser valiente: «Él me decía ‘puedes lograr cualquier cosa que te propongas'».
Vaughn, marido de Redel Jones, relató que a él y a sus hijos a veces les cuesta recordar cómo era la voz de Redel. Su hija de 9 años a menudo camina temblando por la noche tras despertarse de una pesadilla en la que ve morir a su madre. Además, le tiene miedo a la policía.
Ross, un hábil patinador, era tan generoso -recuerda su madre- que de pequeño le daba su paga semanal a gente sin techo: «Tenía un corazón maravilloso».
La madre de Ross dijo que ella sobrevivió a la violencia machista y que su hijo la cuidaba. Relató que en tiempos difíciles, su hijo le daba un mensaje de consuelo: «Siempre me tendrás a mí para protegerte».
Traducido por Javier Biosca y Lucía Balducci
Fuente: http://www.eldiario.es/theguardian/batalla-asesinatos-policiales-Angeles-centenares_0_807019583.html