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Chapapote libanés, la herencia de Israel

Fuentes: El MUndo

  Un sábado cualquiera del mes pasado, Ahmed salió chillando de alegría del agua ante el espanto de su madre. La camiseta con la que el chaval -por insistencia materna- se había adentrado en la playa de Ramlet al Baida, la más popular de Beirut, para darse un chapuzón reapareció ‘adornada’ con manchas de pegajoso […]

 

Un sábado cualquiera del mes pasado, Ahmed salió chillando de alegría del agua ante el espanto de su madre. La camiseta con la que el chaval -por insistencia materna- se había adentrado en la playa de Ramlet al Baida, la más popular de Beirut, para darse un chapuzón reapareció ‘adornada’ con manchas de pegajoso petróleo. «Es asqueroso. Comienzo a preocuparme por nuestra salud, pero no podemos dejar de traerlos a la playa», se quejaba Jala mientras se aprestaba a cambiar la ropa al chico.

La herencia en forma de contaminación que dejó Israel al país de los Cedros tras bombardearlo el verano de 2006 sigue persiguiendo a los libaneses pese a los esfuerzos por minimizar sus consecuencias. El peor desastre medioambiental que jamás ha padecido el Líbano comenzó aquel 13 de julio. Un avión israelí bombardeó la central de Jiyyeh causando un gran incendio y un derrame menor que puso ser controlado gracias a los muros de contención. Dos días después, otra bomba contra el mismo objetivo civil consumaba la tragedia: uno de los tanques explotó derramando su contenido, entre 12.000 y 15.000 toneladas de petróleo en la costa Este del Mediterráneo. Las corrientes lo extendieron hasta Siria, contaminando 150 kilómetros de costa y afectando a 70 localizaciones, entre ellas zonas históricas y culturales, reservas medioambientales y puertos de pesca. La tragedia podría haber sido aún mayor si los tanques restantes, con más de 25.000 toneladas, hubieran sufrido fugas.

Por si la memoria colectiva prefiere olvidar, el joven cineasta Hady Zaccak filmó en los días posteriores las consecuencias del derrame por encargo la Unión para la Conservación Mundial. Meses después aquellas secuencias se fundirían en un documental, ‘El derrame de petróleo en Líbano’ , premiado en el Festival de Cine Europeo y Mediterráneo de Italia.

Zaccak acompañó a los expertos internacionales llegados justo después de la guerra para evaluar los daños, y gracias a ellos pudo filmar, bajo la central de Jiyyeh, un lecho marino convertido en negro cementerio , donde los peces yacían muertos o sobrevivían nadando entre burbujas de petróleo. Las imágenes resultan perturbadoras: la playa de Rauche tapizada de una grasosa capa negra, el histórico puerto de Byblos cubierto de petróleo, con las barcazas atrapadas por el fuel, la reserva natural de Palm Island, a cinco kilómetros de Trípoli -con una importante reserva de tortugas marinas- en peligro por las manchas de combustible, los lujosos resorts de Junieyh con el aspecto de un lodazal tóxico…

La situación era dramática y las circunstancias no acompañaban: al estar en guerra con Israel la prioridad humanitaria solapó la medioambiental ; el Ejército tenía cosas más importantes que hacer -como extraer cadáveres de los escombros- que limpiar las playas; el bloqueo del Líbano impidió la llegada de equipos especializados y además, la inexperiencia libanesa en desastres de este tipo e incluso en el manejo de petróleo (no es productor) complicaron la tarea. Así fue como la costa libanesa quedó ennegrecida de una polución tóxica «con serias implicaciones» en la vida cotidiana y la economía libanesa, según un informe de la ONU, especialmente para las 30.000 personas que viven del sector pesquero. Acabada la agresión israelí, el Gobierno libanés contactó con 31 países, entre ellos España, 80 ONG y unas 70 organizaciones oficiales internacionales y locales para comenzar la limpieza. Desde agosto de 2006 hasta marzo de 2007, 6.000 toneladas de petróleo líquido extraidas del mar, un ritmo muy lento criticado por ONG medioambientales como la libanesa Green Line, cuyo presidente Ali Darwish estima que cuando aminoró el interés informativo por la tragedia, disminuyó el interés del Gobierno por dar soluciones. «El Gobierno ha sido negligente. Es como si vivieran en Marte», denunció al Daily Star.

El Ministerio del Medio Ambiente se defiende destacando las dificultades abordadas y afirma que « actualmente sólo queda petróleo fijado a las rocas o a la arena . Se trata de la segunda fase de limpieza», explica a elmundo.es Ghada Mitri, del Comité para el Derrame de Petróleo. Hasta el momento han sido limpiados 36 puntos contaminados, pero quedan otros 34 por depurar en un plazo de tiempo que Mitri no puede especificar.

Otra de las cuestiones es quién paga los daños. En una mesa redonda celebrada en la Universidad Americana de Beirut, los expertos coincidían en que el ataque israelí contra Jiyyeh es un crimen de guerra dado que estaba destinado a dañar infraestructuras civiles y a provocar contaminación medioambiental. Israel es firmante del Acuerdo de Protección del Mar Mediterráneo, pero el Estado judío no figura en la lista de donantes para paliar el desastre .

Se calcula que limpiar el petróleo costará unos 115 millones de euros, aunque sólo el 5% de esa cantidad se ha recibido. Hala Kilam, coordinadora de la Unión para la Conservación Mundial, señala que resulta difícil que Israel pague dado que la legislación internacional -que implica que quien contamina, paga- no se aplica en acciones de guerra. Sin embargo, dado el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó una resolución -única en su género- en febrero de 2007 que culpa sin ambages a Israel, Mitri confía en que algún día deba pagar los daños. El secretario general Ban Ki Moon instó a Tel Aviv a «asumir responsabilidades para una pronta y adecuada compensación al Gobierno libanés», apelación que pasó inadvertida en Israel.

Dado que la contaminación sigue afectando muchas zonas de la costa libanesa, las acusaciones se dirigen al Gobierno -inmerso en una grave crisis política desde hace un año- por ineficaz y lento, pero eso no engaña a nadie. La única responsabilidad recae en el país que bombardeó una central de combustible sabiendo el daño medioambiental que provocaría y mientras tanto, son los ciudadanos los que pagan el crimen medioambiental . «Esto no es saludable, la gente no debería estar en contacto con derivados de petróleo», explica consternado Mohamed Sarji, responsable de la Unión de Buceadores del Líbano. «Si vieras a los niños nadando durante el verano, resulta terrible».