No hace tantos años, EE.UU. solía ser un país relativamente tranquilo; los pensamientos bélicos parecían distantes, y pocas veces el público se consideraba severamente amenazado. Luego, como un torbellino, estallaron los eventos del 11-S, y esta nación fue arrojada a un estado generalizado de miedo servil. Políticos ambiciosos se abalanzaron para aprovechar la oportunidad de […]
No hace tantos años, EE.UU. solía ser un país relativamente tranquilo; los pensamientos bélicos parecían distantes, y pocas veces el público se consideraba severamente amenazado. Luego, como un torbellino, estallaron los eventos del 11-S, y esta nación fue arrojada a un estado generalizado de miedo servil. Políticos ambiciosos se abalanzaron para aprovechar la oportunidad de aprovechar el miedo como un método de control. Aunque Estados Unidos, a través de toda su historia, ha sido una fuerza militarmente agresiva, las masas comenzaron a aceptar sólo en este nuevo ambiente su estatus como una nación en guerra dirigida por un presidente de guerra. En esta nueva era, el público estadounidense ha sido marcado por la obligación tácita de manifestar un patrioterismo ciego. El que pone en duda las acciones o los objetivos del estado es considerado anti-estadounidense, mientras que el que aprueba sin hacer un análisis crítico no hace más que cumplir con su deber patriótico. Conscientes de las ventajas inherentes, los dirigentes han hecho lo posible por promover esta simplificación del sentimiento; o estás con el estado y todos sus maravillosos ideales, o apoyas a los insensatos terroristas que se cruzan en el camino de las libertades globales.
Durante los últimos años, esta forma de chovinismo se ha introducido gradualmente en el corazón de EE.UU. Las fuerzas armadas, y los soldados que las forman, han ganado una posición indiscutida de reverencia en las masas estadounidenses. Símbolos omnipresentes se ven, entre otras cosas, en brazaletes y en pegatinas sobre los parachoques exhibiendo apoyo a los soldados, de un amarillo resplandeciente, que ahora se ven por todas partes en las calles de EE.UU. Adolescentes que portan armas, de vuelta de los campos de la muerte de Irak, retornan a casa como héroes, adorados por haber hecho el máximo sacrificio. Pocos se preguntan qué tan heroico han hecho esos soldados (¿será la devastación gratuita de toda una nación?), lo único que importa es que combatieron por nosotros y no por ellos.
Empapada de este pensamiento elemental, la veneración de los soldados ha florecido, no sólo en un contexto militar, sino también en un contexto social. Por lo tanto, no sorprende que esta misma veneración haya sido exhibida de modo delirante en uno de los más grandiosos espectáculos que ofrece EE.UU.: el Súper Bowl. La tradicional alusión militar anterior al partido llegó al paroxismo el domingo por la noche. El desfile acostumbrado de miembros de las fuerzas armadas y navales se realizó entre trompetistas y dominantes banderas. Luego se presentó una colección de soldados supervivientes del Día D**, seguidos por algunas de las mujeres pioneras que ayudaron a la Marina durante las guerras mundiales, y luego aparecieron los restantes «Aviadores de Tuskegee» ***, vestidos en sus impresionantes chaquetas rojas. Todo culminó con la aparición de los dos antiguos comandantes en jefe de la nación: los presidentes Bush y Clinton. Y todo el tiempo, entre los debidos aplausos y vítores de la multitud. Aunque para la mayoría esta ceremonia puede parecer justificada como una celebración de nuestros héroes, presentes y pasados, fue, en realidad, un tributo rimbombante al poderío militar de EE.UU. Fue exagerado y fuera de lugar. Mientas representantes de todas las fuerzas armadas se reunían en el centro del campo, uno no podía dejar de recordar cómo Hitler utilizó los juegos olímpicos de 1936 como una exhibición del poderío alemán y nazi. La ceremonia anterior al partido del Súper Bowl fue un escaparate agresivo de las fuerzas armadas de EE.UU., realizado para reforzar su prestigio e ímpetu a través de sentimientos de patriotismo.
La simplificación excesiva del sentimiento en EE.UU. ha fomentado una indiferencia generalizada ante espectáculos como el que tuvo lugar ese día. Frente a dos opciones bien definidas, el patrioterismo ciego o el desafío objetivo, los estadounidenses han caído tranquilamente en la primera, ansiosos de ajustarse a la tendencia dominante y ansiosos de que quede claro de qué lado están. Con un enfoque tan determinado, pocos se preguntarán qué se celebra en un soldado, por qué estamos combatiendo, y contra quién combatimos. En esa situación, los estadounidenses han renunciado a todo derecho a un pensamiento libre, se crea una población uniforme en su credo y, al hacerlo, se les entrega un cheque en blanco a los dirigentes en Washington. Al negarse a analizar críticamente, y al actuar, en lugar de hacerlo, con un patrioterismo ciego y servil, los estadounidenses han dejado de lado sus libertades más fundamentales. En su dilema actual, nuestra nación se lanza hacia un estado basado en la expansión y en la utilización de las fuerzas militares. Si este chovinismo continúa en su descontrol, y se fomentan sus efectos sobre la sociedad, las ceremonias militares estadounidenses no serán lo único que recuerde al régimen fascista de Hitler.
* Final del ‘fútbol’ estadounidense.
** Día del desembarco aliado en Normandía en la Segunda Guerra Mundial.
*** Primeros pilotos de combate negros de Estados Unidos.
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Francisco Unger, de 15 años, estudia en Phillips Exeter Academy y escribe para www.globalresistancenetwork.com. Su correo es: [email protected].
Título original: Blind Patriotism on Display at Super Bowl
Autor: Francisco Unger; 8 de febrero de 2005
Link: http://www.zmag.org/content/showarticle.cfm?SectionID=51&ItemID=7200
Traducido por Germán Leyens