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Cinco años inútiles y contraproducentes

Fuentes: La Estrella Digital

Es difícil, a estas alturas, sugerir nuevos puntos de vista significativos para completar lo que estos días se escribe sobre la transformación de las relaciones internacionales y, en general, sobre la evolución del mundo en los cinco años transcurridos desde ese supuesto hito histórico (dentro de un siglo se empezará a saber si en verdad […]

Es difícil, a estas alturas, sugerir nuevos puntos de vista significativos para completar lo que estos días se escribe sobre la transformación de las relaciones internacionales y, en general, sobre la evolución del mundo en los cinco años transcurridos desde ese supuesto hito histórico (dentro de un siglo se empezará a saber si en verdad lo fue) que ha dado en llamarse, con distintas grafías, «el 11S».

Durante estos cinco años, tres guerras apoyadas por EEUU y por algunos de sus más destacados países satélites (dos de ellas, en Afganistán e Iraq, planeadas y ejecutadas directamente por los ejércitos estadounidenses; la tercera, en Líbano, hecha a través de un fiel Estado subsidiario, dependiente de Washington, como es Israel) no han logrado alcanzar en ningún caso los objetivos con los que se desencadenaron, han generado mucha más inestabilidad que la que existía cuando se iniciaron y han servido para multiplicar y extender el terrorismo en zonas del mundo en las que era casi inédito.

Pero no sólo han padecido los efectos de estas tres guerras los sufridos ciudadanos afganos, iraquíes o libaneses, que se suman así a otros que vienen soportando, ya de antiguo, similar calamidad, como los palestinos, cuyas incesantes bajas cotidianas parece que ya no cuentan en los balances mediáticos, de puro habituales. La paranoica guerra universal contra el terrorismo, con la que el presidente Bush se esfuerza por pasar a la Historia, ha socavado también el respeto por la legalidad internacional y ha menguado, en varios países democráticos, el ejercicio de los derechos y libertades individuales en aras de una quimérica seguridad absoluta; ha provocado la enésima subida de los precios petrolíferos; ha generado un mayor nivel de inestabilidad económica; ha acelerado la carrera de armamentos -incluidos los nucleares- y ha militarizado la política mundial hasta extremos quizá más peligrosos que los que alcanzó durante la Guerra Fría.

El profesor Zamora, de la UAM, resumía en un artículo, hace unos días, lo que utilizaré aquí como colofón a todo lo anterior: «A cinco años de los atentados contra las Torres Gemelas, Washington está más aislado y débil que nunca, resultado natural de una política violenta e ilegal y, sobre todo, contraproducente e inútil». Contraproducente e inútil, hay que recalcar y subrayar. Ése es el resultado final al que conduce la aparente ceguera que infecta a la Casa Blanca y que ha llegado a contagiar, en grados de extrema peligrosidad, a otros gobiernos occidentales, incluido un Gobierno español, como quedará registrado para siempre en la Historia con la famosa y aciaga fotografía del «pacto de las Azores».

Es necesario, sin embargo, aprovechar este quinto aniversario para insistir en un aspecto poco denunciado de lo que ha venido ocurriendo desde aquel 11S. Nunca antes un Gobierno democrático había hecho frente a un acto terrorista con una declaración de guerra que lleva en vigor cinco años y cuyo fin no se ve próximo. Éste es, a mi juicio, el más grave error, el error originario sobre el que se sustenta todo el horror (permítaseme este inocente juego de palabras) que la humanidad ha presenciado después: una guerra interminable, muertes multiplicadas y actos de brutalidad por un lado y de terrorismo por otro, que se conocen ya con nombres significativos que lo dicen todo: Guantánamo, Abu Ghraib, Madrid, Londres, Bombay, Bali, etc.

No se desató entonces un clamor universal que, siendo compatible con la vasta solidaridad que el herido pueblo estadounidense suscitó en todo el mundo, se hubiese dejado escuchar tras el brutal atentado múltiple, al conocer la respuesta bélica que preparaba el Gobierno de Bush, y que hubiera proclamado un sonoro «¡No es eso!». Se aceptó y se toleró la invasión militar de Afganistán y el fomento de la guerra civil que este país sufría, para favorecer a la coalición invasora que, sobre todo, quería vengar pública y violentamente la afrenta sufrida por EEUU. Se culpabilizó a unos estados -primero a Afganistán y luego, más mendazmente, a Iraq- de lo que fue una acción criminal ejecutada por una organización terrorista supraestatal, difusa y extendida, y que avergonzó con la sorpresa de su actuación a los jactanciosos y arrogantes servicios secretos del mundo occidental.

No se insistió, con la suficiente energía y lucidez, en poner de relieve el hecho de que el camino más eficaz para combatir el terrorismo, todo terrorismo, es el policial y no el militar. Llevada por la inercia bélica del imperio, acostumbrado a apoyar su política con la guerra o la amenaza de sus armas, la humanidad entró por un sendero equivocado para combatir lo que se ha dado en llamar -exagerada e inapropiadamente- la lacra del siglo XXI: el terrorismo. Ahora, con bastante tardanza, empezamos a advertir el grave error cometido. Sólo nos cabe esperar que un mínimo atisbo de lucidez permita a quienes rigen los destinos del mundo advertir lo «contraproducente e inútil» de seguir avanzando por ese callejón sin salida que a ningún sitio conduce.


* General de Artillería en la Reserva
Analista del Centro de Investigación para la Paz (FUHEM)