Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
¿Va el mundo a la deriva hacia una nueva guerra global? Desde esta semana, la superpotencia dominante, EE.UU., pasará tres meses por el valle de la sombra de la democracia: una elección presidencial. Es siempre un momento de autoabsorción y paranoia. Barack Obama y John McCain no actuarán como estadistas sino como políticos. Harán las cosas para impresionar a los espectadores y vigilarán sus actitudes. Sus mentes se apartarán de los problemas reales.
Mientras tanto, a lo largo de la línea de falla histórica del conflicto desde la frontera europea de Rusia al Cáucaso y más allá, hasta Irán, Afganistán y Pakistán, los diplomáticos se agitan intranquilos en sus asientos, los tambores resuenan y se pronuncian palabras duras. El mundo es dirigido actualmente por una generación de líderes que nunca vivieron la guerra global. ¿Es lo que ha embotado sus sentidos?
Dan McNeill, general estadounidense, fue entrevistado recientemente en Kabul sobre como derrotar a los talibanes. No fue el primero en concluir que no podía ser logrado por medios militares sino sólo «ganando corazones y mentes.» El problema dijo, reside en la respuesta a la pregunta: «¿De qué corazones y mentes estamos hablando?» ¿Son los de los afganos o serán los del Congreso y de los votantes estadounidenses?
Tanto Obama como McCain han afirmado que se permitió que la guerra en Iraq distrajera la atención de la guerra en Afganistán. A diferencia de los neoconservadores, quienes pensaron que la guerra en Afganistán constituía una distracción de la guerra más importante en Iraq.
EE.UU. piensa ahora que ha ganado en Bagdad y debe volver a Kabul – y posiblemente incluso a Teherán. Al mismo tiempo debe encarar la posibilidad de que por su parte esos conflictos distraigan de la reemergencia como potencias mundiales de Rusia y China, que ya están ganando la iniciativa en Irán y en África. Moscú también precipita una resurgencia nacionalista en Europa oriental y entre minorías rusas en el Cáucaso.
La pregunta es crítica. ¿Ha juzgado mal Occidente la línea de falla de un conflicto inminente? Su estrategia global bajo George Bush, Tony Blair y una torpe OTAN declara que la amenaza a la paz mundial proviene de organizaciones no-estatales, específicamente de al-Qaeda, y de las naciones que les ofrecen bases o apoyo tácito. Generales y segurócratas occidentales han elevado a esos fanáticos a la condición de potencias nucleares. Mantener el orden frente al crimen se ha convertido en «librar guerra», para justificar crecientes presupuestos y la influencia sobre la política, de un modo muy parecido a lo que hizo el complejo militar-industrial de EE.UU. durante la Guerra Fría.
¿Podría ser que una furiosa obsesión de siete años con Osama bin Laden y su ínfima organización al-Qaeda ha cegado a los estrategas ante viejas verdades? Las guerras son raramente «choques de civilizaciones», sino más bien choques de intereses. Son usualmente el resultado de políticas imprudentes, de señales mal interpretadas y de la expansión lenta de roles que limitan las opciones para la paz.
Terroristas, dondequiera se ubiquen y entrenen, ciertamente pueden capturar titulares y causar caos de un día al otro, pero no pueden proyectar poder. No pueden conquistar países o pueblos, sólo manipular a regímenes democráticos para que adopten políticas iliberales, como en EE.UU. y Gran Bretaña. Al exagerar groseramente la importancia del terrorismo, los dirigentes occidentales distraen la política exterior de lo que debiera constituir su preocupación primordial: asegurar la paz mundial manteniendo un equilibrio de intereses – y del orgullo – entre las grandes potencias.
Para cualquier que haya vivido la Guerra Fría, los recientes eventos a lo largo de la frontera occidental y meridional de Rusia son profundamente nefastos. Moscú pasó inicialmente los 17 años desde la caída de la Unión Soviética flirteando con Occidente. Había sido derrotada y tenía buenos motivos para desarmar y tantear el terreno sobre el ingreso a la OTAN y a la Unión Europea. Participó en entidades tan proto-capitalistas como el G8.
En el caso de la OTAN y de la UE fue rechazada de manera arrogante, mientras aceptaban a sus antiguos aliados del Pacto de Varsovia. A Moscú se le dijo que sería estúpido preocuparse por la creación de un cerco a su alrededor. Una nación que nunca gozó de la democracia debería darse por satisfecha con el goce de sus delicias. Los rusos en los Estados bálticos y en Ucrania deberían hacer las paces con los gobiernos emergentes. Era necesario descontaminar el desorden político de la Guerra Fría.
De repente esto no funcionó. El mundo muestra paralelos alarmantes con los años treinta. Las luces comienzan a pasar a rojo mientras el mundo vuelve a acercarse a la depresión. La contracción del crédito y el colapso de las conversaciones sobre el comercio mundial llevan a las naciones a retraerse. Mientras tanto, la potencia derrotada de la última guerra, Rusia, muestra sus bíceps y los encuentra en buen estado.
El jueves, Gordon Brown dijo a sus soldados en Afganistán que «lo que estáis haciendo aquí impide que el terrorismo llegue a las calles de Gran Bretaña.» No es posible que lo crea, tal como no lo hacen sus generales. Afganistán no plantea una amenaza militar para Gran Bretaña. Más bien es la ocupación británica y la reacción en el vecino Pakistán lo que fomenta la militancia anti-occidental en la región. Como el empobrecimiento de Alemania entre las guerras, la agitación del sentimiento anti-occidental y anti-cristiano en el mundo musulmán sólo puede ser peligrosa y contraproducente. Pero lo hacemos.
Los talibanes libran una guerra insurgente de modelo antiguo contra un invasor extranjero y reclutan a paquistaníes y a fanáticos anti-occidentales para que ayuden. Han tenido éxito atormentando a Washington y Londres con visiones de un Pakistán nuclear desestabilizado, un Oriente Próximo bañado en sangre y un Irán cuyos dirigentes podrían todavía volverse hacia una yihád. Que Brown, o los candidatos presidenciales estadounidenses, insinúen que estos conflictos con el mundo musulmán hacen más «seguro» el mundo es manifiestamente una falsedad.
Peor todavía, deforman la política. En lugar de calmar a otros enemigos para que Occidente pueda concentrarse en los conflictos existentes, excita inútilmente al expansionismo ruso.
No existe una justificación estratégica para colocar sistemas de misiles estadounidenses en Polonia y en la República Checa. No es otra cosa que una provocación derechista. La bienvenida de la OTAN a Georgia y Ucrania, sin buenos motivos, pero arriesgando que tenga que salir a su ayuda, ha servido solamente para incitar a Georgia a provocar ese riesgo mientras al mismo tiempo enfurece a Moscú.
Rusia es muy capaz de reaccionar imprudentemente a un desaire sin precisar de un estímulo semejante, ¿por qué provocarla? El Estado más poderoso – EE.UU. tiene ciertamente una obligación de mostrar más cuidado. Cualquier decisión estratégica, como el aguijoneo de Moscú, debe planificar su reacción. La burocracia de la OTAN, carente de coherencia y liderazgo, ha estado buscando una justificación para su razón de ser desde el fin de la Guerra Fría. Esa justificación parece ser ahora que se ponga a jugar con fuego.
La estrategia occidental encara una Rusia resurgente, rica y poderosa. Toma a la ligera la bien conocida sensibilidad de Moscú y olvida el mensaje de George Kennan, el estadista estadounidense: que hay que comprender y contener a Rusia en lugar de enfrentarla. Las observaciones inocentonas de David Miliband, secretario de exteriores, dando la bienvenida a Georgia en la OTAN, muestran a un Occidente muy alejado de semejantes verdades analíticas.
Cualquier estudiante de McCain u Obama, de Vladimir Putin y Dmitry Medvedev de Rusia, o de los dirigentes de Gran Bretaña, Francia y Alemania, podría concluir que no se trata de gente que tienda a ir a la guerra. Seguramente es gente de paz. Pero la historia muestra que «ir a la guerra» no es nunca una intención. Es más bien el resultado de dirigentes débiles, miopes, atrapados por una serie de errores. Para los dirigentes occidentales de la actualidad, los errores se han convertido en su segunda naturaleza.