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Decadencia después de la Guerra Fría

Cómo USA perdió a Latinoamérica

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

El fin de la Guerra Fría puede ser visto como lo mejor y lo peor que haya acaecido jamás a USA. Por una parte, el precipitado colapso de la URSS representó una victoria total para USA. En un momento dramático, fue derrotado el principal rival militar de USA, mientras la amenaza putativa del comunismo pareció sufrir un revés irrevocable si no un rechazo histórico total, con la defunción de su más antigua y mayor nación-estado patrocinadora, se percibieron como justificadas las políticas antisoviéticas de USA, y habían terminado por sobrevenir las condiciones globales para el dominio USamericano buscadas desde el gobierno de Wilson, tal como las describe Neil Smith – es decir un mercado mundial abierto. La arrogancia USamericana fue tan inmensa como previsible. Por otra parte, la desaparición del principal rival de USA produjo dificultades enormes y potencialmente insuperables.

Los masivos gastos militares que subvencionaban la economía de USA quedaron sin su justificación política por primera vez desde que la Ley de Préstamo y Arriendo de Franklin Delano Roosevelt rescató al capitalismo de sí mismo; se había perdido un instrumento de propaganda enormemente efectivo utilizado para reprimir a los trabajadores en el interior y mantener el control social; la desaparición de una ideología política-económica aparentemente alternativa que había inspirado previamente a USA para emprender reformas de los derechos cívicos interiores amenazaba con generar una complacencia recién hallada y posiblemente terminal; y había sido eliminada la razón de ser nominal de una política exterior agresiva que «protegía» a los aliados de una supuesta amenaza soviética, mientras derrocaba y respaldaba a rebeldes y sirvientes mediante intervenciones en todo el Tercer Mundo. Las ramificaciones del fin de la Guerra Fría pueden ser encontradas en el interior y el exterior, así como política, económica, militar e ideológicamente. Este ensayo examinará los efectos de esas ramificaciones en la relación de USA con Latinoamérica.

Cuando decimos que USA «perdió» a Latinoamérica es evidente que adoptamos el lenguaje de los planificadores que tratan de «poseerla,» es decir que tratan de aislarla de competidores extranjeros como lo estipula la Doctrina Monroe, mientras mantienen en el poder a gobernantes interiores dóciles ante la inversión y la extracción corporativa de USA. USA ha perdido en ambos aspectos, mientras rivales imperiales, específicamente China, como señala Noam Chomsky, cultivan acuerdos financieros, de armamentos y energía, con Estados latinoamericanos, mientras cada vez más Estados ignoran creciente y flagrantemente las órdenes de USA. Por lo visto ha sido neutralizada, por lo menos en Venezuela, la reacción tradicional de USA de eliminar por la fuerza. El intento de derrocar a Hugo Chávez en 2002 fue un fracaso humillante, que llevó a la solidificación del régimen bajo ataque. Del mismo modo, el método tradicional rutinario de USA de dominio sobre Latinoamérica, el de las políticas económicas del FMI y de la OMC, que agilizan la transferencia masiva y regular de la riqueza latinoamericana a USA, también es evitado por dirigentes nacionalistas envalentonados.

Con el colapso del bloque socialista, grandes áreas occidentales que hasta ahora habían sido puestas en cuarentena se abrieron a la penetración capitalista, creando dialécticamente las condiciones para la consiguiente extralimitación de USA. Los aspectos económicos de esta extralimitación, sin embargo, transcienden en buena medida a la Guerra Fría. La Edad de Oro del capitalismo de posguerra terminó por tambalear hacia su fin en 1973. La crisis en la sobreproducción/infraconsumo resultó ser incontrolable, provocando el paso de USA del capitalismo productivo al financiero y la llegada de una economía basada en las deudas. Aunque, como escribe David Harvey, USA empleó efectivamente medios económicos para frustrar a sus rivales desde la crisis petrolera de 1973 hasta la crisis financiera asiática de fines de los años noventa, la desindustrialización asociada con su mayor cambio a una economía impulsada por el consumo, debilitó internamente a la nación mientras su creciente deuda masiva debilitó significativamente su apalancamiento frente a sus rivales extranjeros. El equilibrio internacional que había sido tan totalizado en la Segunda Guerra Mundial, que había dejado a gran parte del mundo en ruinas y a USA inmensamente enriquecido, se reconfiguraba incontrolablemente. El fin de la Guerra Fría, que privó a USA de su papel como el principal defensor de Occidente contra la URSS, introdujo un mayor componente político a la intensificación de la rivalidad económica entre USA y sus aliados, específicamente sus aliados europeos occidentales que se orientaban, por rachas, hacia la unificación económica, política y militar, impulsados por la antigua dominación económica de USA y la aceleración de la reducción de la tasa de beneficios.

Las crecientes diferencias entre USA y sus aliados de la Guerra Fría – para no hablar de sus adversarios – descendieron a un conflicto total y acrimonioso por la guerra de 2003 de USA y el Reino Unido contra Iraq. Immanuel Wallerstein afirma que la guerra de USA contra Iraq constituyó una guerra contra Francia y Alemania, señalando que, por primera vez en la historia de la ONU, USA no pudo conseguir la aprobación por el Consejo de Seguridad de una resolución que necesitaba desesperadamente. Francia y Alemania, entre otros, desafiaron efectivamente los intentos de USA de aislar y estrangular a Iraq, colocando sus propios intereses energéticos, financieros y políticos por sobre el intento de USA de meter en cintura al recalcitrante productor de petróleo. Las amenazas de Husein de convertir las ventas de petróleo de dólares a euros, lo que habría beneficiado a la UE a gran coste potencial para USA, podrían haber sido consideradas además como otra provocación para los dirigentes de USA. Por cierto, estos últimos se irritaron particularmente al reconocer que la destrucción militar de la fosilizada economía nacionalizada de Iraq crearía masivas oportunidades de inversiones que beneficiarían a la economía global en su conjunto. Sus aliados de antaño, por su parte, se oponían a la guerra como un medio, aparte de proteger sus propias posiciones, de oponerse a los intereses más estrechos de USA que por cierto también serían favorecidos por un ataque contra Iraq. Más allá de los beneficios interiores de la guerra – la expansión del poder ejecutivo, el debilitamiento de las libertades cívicas, el fomento del nacionalismo y el debilitamiento de los sindicatos, etc. – USA atacó a Iraq para controlar el acceso al «grifo» del petróleo de Oriente Próximo, mientras rodeaba a China de bases militares, asegurando por decenios el dominio de USA tal como lo esboza el Proyecto para un Nuevo Siglo USamericano, como señala Harvey.

La guerra, por supuesto, no resultó como la habían planificado. Como resultado, USA sufrió un incalculable daño político – en parte por el desenmascaramiento incontrovertible de que sus afirmaciones anteriores a la guerra fueron engañosas. Está terriblemente extralimitado militarmente, lo que fortalece a adversarios regionales, como Irán, y su tesoro se desangra. En breve, como lo viera proféticamente Paul Kennedy, parece que las dificultades de USA en Iraq aceleran lo que trataba de evitar: la decadencia de USA.

Este debilitamiento material de la posición global de USA se aplica a Latinoamérica más que el golpe a su credibilidad política. Latinoamérica, a diferencia de Europa Occidental, ha tenido desde hace tiempo buenos motivos para ver a USA con hostilidad y sospecha. USA ha subvertido repetidamente a jefes de Estado democráticos nacionalistas, al derrocar a Arbenz en Guatemala en 1954, al apoyar el golpe militar contra Goulart diez años después en Brasil. En Chile, en 1973, la CIA orquestó el derrocamiento del socialdemócrata Allende, reemplazándolo por Augusto Pinochet que estableció un Estado policial asesino. En Nicaragua, después del derrocamiento en 1979 de Somoza, el dictador apoyado por USA, el imperio creó escuadrones de la muerte que emplearon el terrorismo no-estatal como medio para destruir al popular gobierno sandinista. USA estableció escuadrones de la muerte similares en Guatemala y El Salvador, asesinando a cientos de miles de personas. En la actualidad, USA apoya a un gobierno en Colombia que está involucrado en algunos de los peores abusos de los derechos humanos en el hemisferio.

Mientras la represión apoyada por USA, es un medio para lograr un fin, este último involucra en gran parte la dominación económica. Las más veces, USA lo ha podido lograr de modo más directo, aunque no menos violentamente en sus efectos, mediante la imposición de los mandatos económicos del FMI y la OMC, culminando a menudo en brutales programas de así llamada austeridad. Para las naciones acreedoras, el éxito de esos programas representó su fracaso, ya que los niveles de vida dramáticamente deteriorados como resultado del neoliberalismo impuesto desde el extranjero, por ejemplo en Argentina, desacreditaron esos programas de una vez por todas.

Las repercusiones políticas de la crisis argentina – donde los pobres se apoderaron de carreteras y se rebelaron en protestas por alimentos, mientras los más ricos se opusieron a la policía por haber sido privados de su capital – contribuyeron al fracaso de USA en su intento de imponer en Latinoamérica el Área de Libre Comercio de las Américas, un intento de expandir el NAFTA [siglas en inglés del TLCAN o TLC, Tratado de Libre Comercio de América del Norte] como medio de igualarse a la creciente cohesión económica de la UE y al ascenso de China.

La resistencia contra el neoliberalismo del FMI y de la OMC y de su patrocinador USamericano es más articulada con cada día que pasa a través de movimientos de los pueblos indígenas, que han obtenido poder estatal en Bolivia. Podría decirse que los motivos de queja de los movimientos indígenas, sus plataformas y retórica, reforzadas por la fuerza de innumerables movimientos anticapitalistas con sus reuniones anuales en los Foros Sociales Mundiales en Porto Alegre, representan la mayor y más convincente impugnación del capitalismo global dirigido por USA en la era posterior a la Guerra Fría. Las posibilidades de USA se ven muy limitadas porque no puede condenar a esos movimientos como agentes soviéticos, y tampoco puede atacarlos utilizando la «Guerra contra el Terror,» opresora en extremo e ideológicamente extenuada, que en sí es un substituto retórico para la igualmente impotente «Guerra contra la Droga.» No importa cuán vacua e hipócrita haya sido la retórica de la Guerra Fría de USA, por lo menos contaba como referencia con el retrógrado Estado policial soviético. Con el colapso de la Unión Soviética, el imperialismo de USA se queda cada vez más desnudo, revelando su indudable carácter opresivo ante las masas, cuyo sentimiento revolucionario de «otro mundo es posible» constituye un desafío directo al nacionalismo de USA, un requisito indispensable para su régimen. Al mismo tiempo, tampoco sirve de gran cosa que se saque los guantes cuando sus puños están atrapados en Oriente Próximo.

Mientras la creciente falta de escrúpulos de la violencia extra-legal de USA revela y exacerba su posición debilitada, USA sufre simultáneamente como resultado de las contradicciones internas de sus políticas económicas oficiales, e inevitables. El NAFTA fue concebido para aliviar las inevitables crisis de sobreproducción del capitalismo al abrir posibilidades de inversión libres de regulaciones ecológicas, laborales y otras que limitan el comercio exterior y los beneficios. Aunque reaccionarios como Ross Perot tenían razón al predecir que el NAFTA aceleraría la desindustrialización de USA y conduciría a masivas pérdidas de puestos de trabajo, sus defensores también tenían razón al condenar a capitalistas nacionalistas como Perot como aislacionistas ingenuos que ignoran que lo esencial del capitalismo es la expansión perpetua. La adopción del NAFTA reflejó menos una decisión política que una reacción bilateral ante la mayor competencia económica dentro del capitalismo posterior a 1973, es decir, la baja de las tasas de beneficio combinada con menos áreas de inversión.

Una ironía del capitalismo actual es que los nocivos efectos de su rapacidad insaciable tienen un efecto negativo cada vez mayor, de una u otra manera, sobre los poderes imperiales. El NAFTA tuvo, de seguro, un efecto devastador sobre México, condenando a muchos miles de campesinos a la pobreza. Incapaces de competir en un mercado inundado por cereales baratos subvencionados por USA, los campesinos agobiaron a las ciudades. En el norte, las brutales maquiladoras anti-sindicales resultaron en ciudades terriblemente contaminadas, plagadas de delincuentes, dadas por muertas por la desolación causada por capitales partidos a mercados aún más baratos al otro lado del Pacífico. Este descenso del nivel de vida llevó a una cantidad creciente de trabajadores mexicanos a emigrar a USA, junto con refugiados de los antiguos campos de la muerte centroamericanos.

En «Working the Boundaries,» Nicholas De Genova describe cómo el influjo de trabajadores latinos inmigrantes beneficia a la economía de USA, ya que puede atacar a la fuerza laboral en su conjunto al hacer vulnerable a una subclase racializada y malpagada al definirla legalmente como perpetuamente «deportable», en lugar de deportarla. Aunque beneficie a la economía, la base política estable requerida por el capitalismo es socavada por la pérdida de puestos de trabajo en medio de la disminución constante del nivel de vida. Movimientos fascistas de USA como los así llamados Minutemen desvían astutamente la creciente hostilidad asociada con el empeoramiento de las condiciones laborales y de vida, confundiendo las realidades económicas mientras denuncian los efectos de una «cultura» degradada. Compuestos de y ayudados por organizaciones neonazis, se confunden con los liberales al aceptar las fronteras, los estados y el capitalismo como bienes naturales, mientras tratan de «defender» la supremacía blanca contra los «extranjeros» latinos. Vale la pena señalar, que los Minutemen y otras organizaciones fascistas se muestran cada vez más desdeñosas hacia George W. Bush, que es el cautivo impotente de las exigencias corporativas y estatales. Los efectos negativos del fomento del capitalismo dentro de un contexto ideológico que imposibilita la diseminación masiva de la crítica radical del capitalismo han conducido a tendencias con un potencial de poder tan considerable que amenazan con subordinar a los intereses ideológicos, los objetivos económicos materiales del estado.

El que esta amenaza fascista ocurra después del fin de la Guerra Fría indica que a pesar de que el lenguaje de USA de los años de la Guerra Fría a favor de la libertad fue retórico y engañoso, aunque a veces desenmascarado, la desaparición de un enemigo ideológico aparente en el contexto de las crisis capitalistas en progreso, relega las declaraciones actuales de «libertad» al nivel de una locura anacrónica. Aparte de las víctimas interiores presentes y futuras de un USA cada vez más racista y agresivo, el colapso de una ideología «USamericana» basada en fronteras y «libertad» en perpetua expansión, daña la salud a largo plazo de un Estado que necesita la reforma, aunque la evite obstinadamente, como lo predijo Eric Hobsbawm en su «Edad de los extremos.» USA parece haber jugado su última carta, y la fuerza bruta es una receta para una decadencia precipitada e inevitable, si no un colapso total al estilo de la URSS.

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Joshua Sperber vive en Nueva York. Para contactos, escriba a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/sperber11042006.html