En Estados Unidos el poder de los grandes grupos económicos ha estado blindado y se ve secundado por los políticos de profesión, los gobiernos de turno, por el andamiaje militar y de seguridad y por todos los mecanismos ideológico-culturales que le dan robustez, aun en el marco del progresivo proceso de declinación de la nación estadounidense.
De entre el conjunto de factores y rasgos de un país tan complejo que explican su estabilidad bajo un claro control oligárquico, debemos jerarquizar el acople existente entre los sistemas eleccionario, de partidos y mediático, de forma tal que garantizan resultados siempre favorables a los intereses imperiales y de negocios, y con capacidad de manipular los miedos y las expectativas de las masas, crear la ilusión de un desempeño democrático y explotar las múltiples contradicciones y recelos existentes en la sociedad.
Mientras tanto, en un país con una tradición de violencia endémica y generalizada, las abundantes carencias y notorias desigualdades, hasta el momento, no se han desbordado significativamente. El propio Daniel Bell señalaba que “ha habido bastante más violencia en Estados Unidos pero con menos efectos políticos e ideológicos que en Europa”.1
En un orden federalista, con diversos niveles de descentralización, y múltiples intereses sectoriales y regionales, polarizado en colisiones de todo tipo – y con una minoría negra numerosa y relativamente poco asimilada, unido al arribo constante de inmigrantes carentes de derechos legales –, ocurre que la resistencia a nivel político se mantiene subsumida. Las razones de ello son complejas y diversas.
Múltiples consecuencias se derivan de la etapa del boom económico posterior a la Segunda Guerra Mundial cuando el producto bruto nacional crecía más del 9% anual y la economía de Estados Unidos se colocó claramente por sobre los demás países. Internamente, en ese clima de desmovilización militar, crecimiento económico y cambios demográficos, gran importancia social e ideológica tuvo la expansión de los suburbios que condujo a la homogenización de la vida cultural y política, y a la consolidación de la base social del sistema imperante.
Ese proceso tuvo consecuencias tanto positivas como negativas. Entre estas la expansión de la segregación racial cuando los afroamericanos fueron confinados a vivir en zonas con infraestructuras decadentes, mientras que millones de ciudadanos blancos se mudaron a los suburbios, tanto como una manera de evitar convivir en barriadas y escuelas integradas, así como resultado del mejoramiento de sus niveles de vida.
Para muchos también se les hacía posible acceder con una vivienda propia a su parte en el “sueño americano”, gracias a la expansión económica y a a la emisión gubernamental de préstamos con bajos intereses, hipotecas accesibles y otros estímulos. A la vez se multiplicaron los centros comerciales y el consumo masivo.
Como otros muchos, el crítico social John Keats señalaba por esos años de post guerra que la vida suburbana vino a destruir tanto las relaciones interpersonales como comunitarias, y se expandió el individualismo y un comportamiento impulsado por la competencia en la obtención de bienes de consumo.2
Aquel primitivo contrato social de la postguerra se rompió a principios de los 70, cuando se produjo un estancamiento de los ingresos medios reales. Otro tanto le sucedió a ese “contrato social” entre la clase trabajadora norteamericana y sus gobernantes cuando se derrumbó el castillo de naipes de Wall Street en 2008.
Hace unos años, el prestigioso académico Richard Falk señalaba: “Parece extraño que esta combinación de proceso democrático y descontento público no se transforma y se expresa en un movimiento radical de masas de algún tipo. Por el contrario, en general, los sectores desfavorecidos aparecen como desalentados y débiles; incluso las agrupaciones sindicales no han actuado para proteger sus intereses en el plano político y económico. El descontento de derecha, aunque mejor organizado, también ha sido mayormente marginalizado”.3
Ciertamente, la estabilidad del sistema político, digamos durante el último siglo, se debe en primer lugar a su todavía privilegiada posición en lo económico a nivel global, con su moneda como principal instrumento del comercio y de las reservas mundiales, que le permite trasladar muchas de sus contradicciones y tensiones al exterior y tener allí buena parte de sus bases de sustentación. La profusión de riquezas de Estados Unidos es pagada por el resto del mundo. Los capitales estadounidenses que se mueven alrededor del planeta retornan al país.
El marco constitucional
Un elemento notable es la misma estructura constitucional con la que el país fue diseñado de manera consiente hace 230 años por los ‘padres fundadores’ para proteger los intereses de la clase propietaria y para hacer muy difíciles los cambios democráticos. Se establecieron, entre otras, formas indirectas de representación y lograron que el principio de la voluntad de la mayoría quedara trabado de manera firme mediante un sistema que otorga capacidad de veto a las minorías enriquecidas y hace menos probable la ocurrencia de acciones rápidas y sustantivas por parte del pueblo. Para ello son claves los sesgos estructurales en favor del sistema de dos partidos, la separación de poderes y la fuerza de los llamados “derechos de los estados”.
La estructura misma de la rama legislativa tiene un efecto moderador sobre lo que los parlamentarios generan, no solo por el hecho de estar separados en dos cámaras, sino porque el intrincado laberinto en que funciona por etapas y compartimentos el Congreso le otorga ventajas a aquellos quienes desean evitar las reformas y los cambios. Con el bipartidismo, con las decenas de subcomités que trabajan los proyectos legislativos y sus prolongadas audiencias, los grupos de presión (abrumadoramente pro empresariales y conservadores), tienen más oportunidades de bloquear, mutilar o moldear a su gusto los proyectos en discusión y los fondos que se autorizan.
El efecto moderador opera incluso sobre congresistas con intenciones progresistas o reformistas cuando comienzan y se ven obligados a moverse en un terreno muy complicado de viejas reglas de juego, procedimientos establecidos, y jerarquías internas de larga data. Un verdadero dédalo de vertientes donde además para lograr algún resultado legislativo hay que entrar en acomodos, complejas relaciones interpersonales, y evitar sucumbir cuando se estará sometido a fuertes presiones institucionales.
Elementos esenciales del statu quo son mantenidos a través del ejercicio de la fuerza en sus diversas formas, así como a través de la hegemonía ideológica y por un constante proceso de cooptación de muchos de los elementos más activos y mejor educados de todos los sectores de la sociedad.
Parte de esa labor se desarrolla a través de una consolidada red de fundaciones filantrópicas y entidades llamadas ‘no lucrativas’, que ejercen un poder e influencia considerable a partir de recursos de los sectores corporativos. Son entidades que sintonizan en mayor o menor medida con los imperativos políticos dominantes y canalizan fondos para instituciones, proyectos y fines que en su casi totalidad coadyuvan a las políticas favorecidas por el sistema. No pocas de ellas patrocinan simultáneamente operaciones o proyectos tanto de los demócratas como de los republicanos.
Es conocido que muchas de las principales fundaciones constituyen la manera más conveniente y creíble de transferir grandes sumas de dinero a los proyectos encubiertos (de la CIA y otros) sin descubrir la fuente a sus receptores, sean estos grupos juveniles, sindicatos, universidades, editoriales, etcétera.
Otro elemento retardatario y contrario a los cambios políticos en el país es cierta sensación de impotencia que genera la apariencia inalterable del sistema político, resistente a la reforma y todavía regido por una venerada Constitución adoptada por una minoría más de dos siglos atrás. Un sistema sumamente indirecto, que tiende a ir en detrimento de la representatividad de las mayorías.
Las cuestiones fundamentales no son discutidas públicamente e incluso no son decididas por los órganos de gobierno electos o sujetos a escrutinio ciudadano. Caso notorio es el Sistema o Junta de la Reserva Federal, entidad autónoma donde se decide el grueso de la política financiera y económica del país, o como ocurre también con todo un grupo de entidades reguladoras y ministeriales cuyo personal permanente ha dominado buena parte de la conducción de los asuntos de gobierno durante décadas.
Son parte de lo que ha sido denominado Estado en las sombras o Estado profundo, es decir, estructuras burocráticas de poder permanentes, no visibles, profundamente arraigadas las cuales, sin constituir un todo coherente, participan con cierta autonomía en la aplicación de las políticas del gobierno de turno y mantienen el control de instituciones esenciales, incluidos los servicios de inteligencia y de seguridad, y buena parte del flujo noticioso de los poderosos multimedia que definen lo correcto y lo incorrecto de las cuestiones en juego.4
Ingeniería del consentimiento
Luego tenemos la alta visibilidad y presencia de los políticos neoliberales y de los expertos conservadores quienes predominan en los medios corporativos de difusión lo cual hace muy difícil que visiones alternativas tengan mucho impacto. Los medios de prensa conservadores, más allá de lo que se piensa, dictan buena parte de la agenda y de los enfoques que adoptan y prevalecen en la mayor parte del resto de los medios de difusión en Estados Unidos.
La mayoría de los titulares son engañosos y confusos, pero esa confusión beneficia a los cabilderos (grupos de presión) corporativos en Washington, los cuales emplean a un ejército de personas para influir en las estructuras legislativas y de toma de decisiones, y no perder oportunidad para evitar se frene el gasto militar o de obstruir la expansión de Medicare, los programas Green New Deal y casi cualquier otro impulso que pueda hacer de aquella una sociedad menos bárbara.
Buena parte de la intelectualidad coopera al clima de desmovilización. Se trata de un sector liberal, supuestamente progresista, generalmente críticos de los excesos del capitalismo pero tolerados por la élite del poder, los cuales en definitiva coadyuvan a desacreditar verdaderas alternativas, a mantener a capas desafectas de la población dentro de los causes del sistema vigente, y a marginar y denunciar aquellos quienes piensan y funcionan de manera independiente.
Resulta habitual que los políticos, los sectores profesionales y de las llamadas clases medias se acomoden a la economía capitalista, a un estado-nación militarizado, se acomoden a una cultura del status impulsada por el mercado.
Los oligopolios mediáticos ejercen una influencia nefasta sobre el conjunto de la vida social. Cuentan tales medios de comunicación con una expandida capacidad de modelar la conducta humana y de generar respuestas emocionales. Manejan el flujo y el contenido de la información en función del statu quo, de apabullar la disidencia, y han hecho de la manipulación sus modus operandi. Más que la mentira utilizan el engaño, las falacias, la patraña oculta entre medias verdades, y sobre todo la supresión de las noticias y otras formas de censura.
Generalmente actúan con eficacia y profesionalismo pero con un sesgo neoliberal muy marcado en función de los grupos de poder y en complicidad con los mismos, dado que tienen con ellos interconexiones económicas y políticas (solo seis corporaciones poseen el 90% de los medios), además de que el gobierno actúa como una maquinaria informativa o desinformativa con capacidad para sentar la pauta.
El ya citado periodista Chris Hedges señala:
“Los medios de comunicación apoyan ciegamente la ideología del capitalismo corporativo. Alaban y promueven el mito de la democracia estadounidense… Prestan deferencia a los líderes de Wall Street y Washington, sin importar cuán pérfidos sean sus crímenes. Veneran servilmente a los militares y las fuerzas del orden en nombre del patriotismo…. Y llenan la mayoría de sus agujeros de noticias con chismes de celebridades, historias de estilo de vida, deportes y trivialidades. El papel de los medios de comunicación es entretener o repetir como loros la propaganda oficial a las masas. Las corporaciones, propietarias de la prensa, contratan periodistas dispuestos a ser cortesanos de las élites y los promueven como celebridades”.5
Esos grandes medios corporativos privados no solo han sido incorporados como parte del aparato ideológico del Estado, sino que también se han integrado a las luchas partidarias de la élite dominante y coadyuvan al habitual quehacer sórdido y envilecido que predomina en la política del país.
Función de primer orden les corresponde, junto a los medios de difusión (en sí mismos, un monopolio corporativo), al sistema educacional y a las universidades que son instituciones básicas del país y esencialmente instrumentos para la reproducción cultural de la sociedad y de las ideas prevalecientes – aunque puedan también servir eventualmente como centros desde donde se genere la crítica radical del sistema. Y por supuesto la llamada industria del entretenimiento que se traduce en un casi total control monopólico de las ideas, las imágenes y la información.
Gran peso tiene en ello ese portentoso sector, simbolizado por Hollywood, pero que abarca un sinnúmero de entidades y vertientes, donde se mezclan – o se deslindan – muchas creaciones artístico-culturales genuinas y valiosas, con la manipulación y la creación de mitos de los cuales está necesitado el sistema político. Es de público conocimiento que el Pentágono tiene capacidad de censura en el sector y financia muchas de sus producciones.
En ese sentido Hollywood es posiblemente el arma de propaganda más poderosa que haya existido, con capacidad de manipulación consciente de los hábitos y las opiniones de las masas, lo que en la actualidad se complementa y se multiplica a través de las vertientes de las super empresas que dominan las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones.
Las llamadas “industrias culturales” de EE.UU. resultan dominantes en el mundo y la C.I.A. ha utilizado el arte como un arma durante la Guerra Fría y hasta la actualidad. Las impresionantes y de por si atractivas y diversas creaciones culturales del más alto nivel que han surgido del pueblo estadounidense, y sus múltiples expresiones (en el campo de la música, la literatura, las artes plásticas, el cine y la televisión) han sido instrumentalizadas por los gobiernos de ese país y sus agencias de inteligencia como basamento para un extenso y costoso despliegue de influencia cultural y política a nivel global. No pocos artistas de categoría fueron utilizados involuntariamente en esa guerra cultural, para vender el ‘American way of life’ y una estrecha visión de la cultura.
La mayoría de los estadounidenses ha considerado a su país como símbolo y encarnación de la libertad. Se crea un clima de opinión favorable al statu quo, al sistema imperante o, mejor dicho: a la representación idealizada del mismo. Junto al dinero, la imagen es parte del poder corporativo.Dos tercios de los 1 700 diarios locales principales (aproximado), que representan el 80% de la circulación total son controlados por cadenas oligárquicas.
Con los métodos más sofisticados se moviliza la opinión ciudadana en favor de conceptos vacíos o se desvía su atención de las cuestiones que realmente tienen significado. Es parte de lo que algunos han llamado la ‘ingeniería del consentimiento’, la cual llega a ser calificada, incluso, como la esencia de la democracia.
(Primera parte de dos)
Notas:
1The cultural contradictions of capitalism, Basic Books, Nueva York 1976, p. 196.
2 John C. Keats: The Crack in the Picture Window, Houghton Mifflin, Co., Nueva York, 1956.
3 Richard Falk: Prefacio al libro “The Carter Presidency and Beyond”, Ramparts Press, California 1980, p. 5 .
4 Es inevitable y normal la existencia de una burocracia que coadyuva a la continuidad de la conformación las políticas independientemente de quien sea el presidente de turno, pero otra cosa es la de un “estado profundo” que de manera manifiesta trabaje con una agenda propia o para socavar la gestión de un presidente electo, como en EE.UU. se evidenció, entre otros, durante el gobierno de Kennedy y más recientemente con respecto a Donald Trump.
5 Chris Hedges: The Myth of the Free Press, https://www.truthdig.com/articles/the-myth-of-the-free-press/ Oct 27, 2014.
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