Un trabajador quita tinta roja de la mano de la estatua de Colón en Central Park, Nueva York, septiembre de 2017. El cuestionamiento de estatuas del navegante forma parte de un debate más amplio sobre monumentos a figuras históricas polémicas. Foto de Dave Sanders (New York Times) «Suelen calificarse de ‘racistas’ o ‘discriminatorias’ las […]
«Suelen calificarse de ‘racistas’ o ‘discriminatorias’ las políticas y acciones del Gobierno de EE.UU. hacia los indígenas, pero raramente son analizadas como lo que son: casos clásicos de imperialismo y una forma particular de colonialismo… Los cimientos del Estado están formados por la ideología de la supremacía blanca, la práctica de esclavización de africanos junto la política de genocidio y robo de tierras… ¿De qué manera conocer la verdadera historia de EE.UU. puede servir para transformar la sociedad?»
-Roxanne Dunbar-Ortiz, historiadora, docente y activista.
La celebración del segundo lunes de octubre como «Día de Colón» comenzó en 1937 por decreto del presidente Franklin D. Roosevelt, quien elogió al «valiente navegante» y la «contribución que su descubrimiento significó para el mundo». Pero la glorificación de la figura de Colón se remonta al siglo XVIII, cuando se usó por primera vez como figura poética el término «Columbia» (anglicismo del italiano Colombo) para designar a EE.UU. como la «tierra de Colón».
A nivel nacional se continúa celebrando el «Día de Colón», aunque más de 50 ciudades y algunos estados han repudiado la conmemoración del genocidio y, en su lugar, celebran el legado cultural de los pueblos indígenas. La primera ciudad que reconoció oficialmente el «Día de los pueblos originarios» fue Berkeley, California, en 1991. Siguieron su ejemplo Fénix, Salt Lake City, Austin, Denver, Seattle, Los Ángeles y otras.
En ciudades como Nueva York o Chicago donde a pesar de la controversia se continúa celebrando oficialmente a Colón, desde hace años activistas de los pueblos originarios, de centros estudiantiles y otras organizaciones populares protestan contra el genocidio de los pueblos originarios iniciado con los viajes de Colón. Este año las protestas han adquirido una dimensión política global porque se han enmarcado en un movimiento nacional contra monumentos de figuras emblemáticas de la supremacía blanca y la esclavización, opresión y genocidio de los pueblos afroamericanos, indígenas y latinoamericanos. (El punto más álgido de esta polémica ocurrió en Charlottesville, Virginia, donde las autoridades municipales decidieron quitar la estatua del General Lee, máximo referente de los estados confederados del Sur esclavista; en respuesta, activistas de extrema derecha atacaron a manifestantes a favor de los derechos humanos, matando a una joven mujer.)
Tanto en Nueva York, como Chicago, al igual que en New Haven y Middletown (Connecticut) y otras ciudades las autoridades tuvieron que poner vigilancia las 24 horas del día para «proteger» las estatuas de Colón. El bronce centenario del almirante en Central Park (NY) había amanecido ya en septiembre con las manos manchadas de rojo sangre. En octubre, la imponente figura del navegante en Arrigo Park (Chicago) despertó bañada en tinta roja y en la base del monumento se podían leer los grafitis: «Genocida» y «No al colonialismo». En Middletwon reclamaron: «Muerte al colonizador».
Más allá de lo anecdótico y coyuntural, el hecho de que a más de cinco siglos de la llegada de los europeos a América y del saldo de saqueo y aniquilamiento de los pueblos indígenas se siga celebrando al «gran navegante» es ofensivo no solo para los pueblos indígenas sobrevivientes del genocidio sino para toda la sociedad, en particular los jóvenes que tienen el derecho a conocer la verdadera historia, en lugar del mito del descubrimiento.
En Lies My Teacher Told Me (Mentiras que mi maestro me contó), James Loewen examina las distorsiones y mentiras incrustadas en la enseñanza estadounidense de un suceso histórico tan importante como este. Señala que los textos escolares lo han reducido al cuento de un gran navegante que al mando de tres endebles carabelas navega por el océano Atlántico dos meses y logra llegar al Nuevo Mundo por su convicción y tenacidad, imponiéndose contra motines de aterrorizados marineros que creían que la Tierra era plana… Entre las principales omisiones del relato oficial, el autor menciona las exploraciones de navegantes africanos, fenicios, vikingos e irlandeses que llegaron a América del Norte mucho antes que las carabelas de Colón. Subraya la carencia de una valoración de los cambios ocurridos en Europa que hicieron posible la «Era de la Exploración», cambios que no solo propiciaron los viajes de Colón y los viajes de navegantes portugueses, sino que también crearon las condiciones para que Europa dominara el mundo durante varios siglos. Loewen sostiene que después de la invención de la agricultura, este sería el hecho de mayor repercusión en la historia de la humanidad, y sin embargo los textos escolares y la educación impartida en las escuelas está dominada por mitos tendientes a glorificar la supremacía europea y a despreciar las culturas originarias.
Loewen insta a que la enseñanza de la historia sea despojada de mitos, que se valore las condiciones socio-económicas y políticas, que se tengan en cuenta las fuentes primarias, como el testimonio de Fray Bartolomé de las Casas. Recordemos que su Breve crónica de la destrucción de las Indias, el obispo en su condición de testigo de los horrores denuncia: » Nuestros españoles por sus crueldades y nefandas obras han despoblado y asolado [estas tierras] que están hoy desiertas, estando llenas de hombres racionales, más de diez reinos mayores que toda España… Daremos por cuenta muy cierta y verdadera que son muertas en los dichos cuarenta años por las dichas tiranías e infernales obras de los cristianos, injusta y tiránicamente, más de doce millones de ánimas, hombres y mujeres y niños; y en verdad que creo, sin pensar engañarme, que son más de quince millones…». Continúa testimoniando que la muerte de los millones de indígenas son causadas por «guerras sangrientas y por la más dura, horrible y áspera servidumbre en que jamás hombres ni bestias pudieron ser puestas… La causa por que han muerto y destruido tantas y tales e tan infinito número de ánimas los cristianos ha sido solamente por tener para su fin último el oro y henchirse de riquezas…»
Doctrina del «descubrimiento»
Roxanne Dunbar-Ortiz señala: «Desde mediados del siglo XV hasta mediados del siglo XX la mayor parte del mundo no-europeo fue colonizado bajo la Doctrina del Descubrimiento, uno de los primeros principios de derecho internacional promulgado por las monarquías cristianas europeas para legitimar la exploración, cartografía y apropiación de tierras fuera de Europa. Se originó con una bula papal de 1455 que le permitió a la monarquía portuguesa apoderarse de África Occidental. Después del primer viaje de Colón de 1492, patrocinado por la monarquía española, una nueva bula papal le otorgó a España un permiso similar. […] Posteriormente otras naciones europeas reclamarían el mismo derecho para sus proyectos colonialistas… Según la Doctrina del Descubrimiento, las naciones europeas adquieren derechos de propiedad de las tierras descubiertas mientras que los pueblos nativos pierden su derecho natural con la llegada de los europeos. [En América del Norte] Bajo esta cobertura legal del saqueo, las guerras europeo-americanas de conquista y los asentamientos colonialistas devastaron a las naciones y comunidades indígenas que perdieron su territorio, que pasó a ser propiedad privada… Podrá parecernos arcaica, pero esta doctrina sigue siendo la base de las leyes federales todavía vigentes en EE.UU. que controlan la vida y el destino de los pueblos indígenas, e incluso su historia, distorsionándola.»
«Esta tierra es nuestra tierra»
En Estados Unidos, más de quinientas naciones indígenas -conformadas por alrededor de tres millones de personas de los quince millones que vivieron en estas tierras antes de la llegada de los europeos- siguen en pie, sobreviviendo el genocidio y el despojo de sus territorios. Siguen luchando por la defensa de su tierra y su cultura. Siguen empecinados en ejercer su derecho a escribir su propia historia -desmontando los mitos del opresor- y su derecho a forjar un presente y un futuro más justo y en armonía con la tierra. «Esta tierra es nuestra tierra, esta tierra no es vuestra tierra, de California a las islas de Nueva York…», grita al viento el rapero Litefoot de la nación Cheroqui.
Bibliografía:
An Indigenous People’s History of the United States, Roxanne Dunbar-Ortiz, Beacon Press, Boston (2014). (Fragmento traducido por Silvia Arana.)
Lies My Teacher Told Me: Everything Your American History Textbook Got Wrong, James Loewen, The New Press (1995).
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