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Constitutio libertatis… esperemos, y sin más sangre

Fuentes: Rebelión

Millones de egipcios se agolpan hoy, martes 1 de febrero, en las calles de Egipto exigiendo la caída del régimen de Mubarak. En El Cairo -leo en Al-Yazira-, sólo en la plaza de Tahrir y en sus alrededores, cerca de dos millones de personas; en Alejandría, sólo en la plaza del Qaid Ibrahim, cientos de […]

Millones de egipcios se agolpan hoy, martes 1 de febrero, en las calles de Egipto exigiendo la caída del régimen de Mubarak. En El Cairo -leo en Al-Yazira-, sólo en la plaza de Tahrir y en sus alrededores, cerca de dos millones de personas; en Alejandría, sólo en la plaza del Qaid Ibrahim, cientos de miles, y más de un millón en toda la ciudad; medio millón en Al-Mansura; 250.000 en Mahal.la al-Kubra; en Suez, 200.000. Y así, en la mayor parte de las grandes ciudades de Egipto. Centrada la atención del mayor parte de la prensa extranjera en El Cairo, se ha descuidado la participación en la revuelta, en algunas ocasiones mayor en términos relativos que en la capital, en el conjunto de el país.

¿Revuelta? No, revolución, como respondió el duque de La Rochefoucauld-Liancourt a Luis XVI tras comunicarle la toma de la Bastilla . Quizás no aún triunfante, pero sin duda preñada, además de su irresistibilidad, de las dos experiencias que Hanna Arendt señalo como definitorias de ella: la de sentirse libre, y la de la capacidad del hombre para comenzar algo nuevo… si las resistencias a ello no se conjuran para impedirlo.

El régimen de Mubarak ha fracasado hasta ahora en todas sus últimas malas artes -y sigo citando de Al-Yazira-: cortó ayer el tráfico de trenes para impedir el acceso a la capital, ha cortado los principales caminos que llevan a la plaza de Tahrir, tras cortar el suministro de internet, ha cortado -o al menos así lo anunció el nuevo ministro del Interior- las telecomunicaciones restantes; cortó la emisión de Al-Yazira a través del satélite estatal egipcio, Nilesat, y luego propició la deformación de su señal a través de Arabsat. Hoy han abundado las informaciones en el sentido de que turbas compuestas por miembros de las fuerzas policiales, del partido gobernante y matones -a los que ha recurrido abundantemente, por ejemplo, durante las elecciones a lo largo de estos 30 años-, se diseminaban por el centro de El Cairo, pretendiendo constituir manifestaciones de apoyo a Mubarak. Más preocupantemente aún, noticias -amparadas algunas de ellas en un presunto comunicado del ejército- afirmaban que habían sido robados numerosos uniformes militares de los establecimientos que autorizadamente los fabricaban, con el claro objetivo de infundir la desconfianza entre el ejército y los manifestantes. A los egipcios no les cabe duda de que la mayor parte de los actos de saqueo y pillaje de los días pasados fueron organizados por los mismos elementos, y aún están por confirmar y esclarecer las circunstancias en las que miles de presos escaparon de la mayor parte de las prisiones de Egipto, y la muerte de decenas de ellos a manos de la policía.

En el plano político, las propuestas del régimen han sido poco astutas y novedosas como para engañar a uno sólo de sus opositores. Si Mubarak «ha encargado» a Omar Solimán -según las palabras de éste- negociar con la oposición, no hay nada que negociar. Si Fathi Surur, presidente del Parlamento, promete que el Tribunal de Casación será el encargado de «corregir» la membresía de la Cámara nacida de las elecciones de noviembre de 2010, atendiendo a los miles de apelaciones, se roza la carcajada, no porque no se confíe en el Poder Judicial en general, sino porque se conoce el sistema.

El Parlamento ha rechazado en numerosas ocasiones en los años 80 y 90 aplicar las resoluciones del poder judicial en el sentido de que algunos de sus miembros habían sido «elegidos» de manera fraudulenta, implantando la «jurisprudencia» de que el Parlamento era «soberano para decidir acerca de la nulidad de la condición de miembros de sus componentes». Esta jurisprudencia sería incluida en el artículo 93 de la constitución tras su enmienda en 2007. Esta enmienda incluyó también la retirada de la supervisión por los jueces del conjunto del proceso de escrutinio para que no se repitiera la relativa «limpieza» sectorial y parcial de las elecciones de 2000 y 2005. Los jueces que encabezaron la revuelta por la limpieza de las elecciones fueron castigados.

Los egipcios conocen bien al régimen. Las elites políticas y sociales de la oposición (hoy decenas de miles) conocen bien, además, el sistema político. La «transición ordenada» y las «elecciones» que solicitan Estados Unidos y los países europeos no se hará, si pueden impedirlo, dejando un resquicio al régimen, a sus personajes y a sus aliados de ayer y de hoy.

Abdel Halim Qandil, dirigente naserista, y Zakaria Shalesh, magistrado del Tribunal de Apelación, señalaban hoy, de nuevo en al-Yazira, las trampas y el camino: según la constitución vigente, Mubarak no sólo es el presidente de la República, sino también, entre otras cosas, el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y el Presidente del Consejo Supremo del Poder Judicial. Según la constitución vigente, el presidente puede hacer casi cualquier cosa, y casi nada puede hacerse sin él. Él puede nombrar un vicepresidente, puede nombrar al gobierno y puede disolver el Parlamento cuando le parezca. La condición inexcusable de la oposición para negociar es que Mubarak renuncie a su cargo, y que al mismo tiempo se negocien el resto de los pasos mencionados, seguidos por la redacción de una nueva constitución y la convocatoria de elecciones. No es paradójico que sólo Mubarak pueda propiciar estos cambios, incluido el cambio en la presidencia. Formalmente, es lo más sencillo. El principal problema es que, dado que el presidente tiene plenos poderes, hay que garantizar que la presidencia transitoria, caiga en manos de alguien realmente ajeno al régimen. En este caso, lo más neutral y seguro sería que la presidencia recayera en el presidente del Tribunal Constitucional, entidad que ha mantenido una cierta independencia del régimen pese a todos los pesares. Para ello, es necesario que el Parlamento se encuentre disuelto (pues en caso contrario, es su presidente quien asume la presidencia de la República), algo que puede determinar el presidente actual, es decir Mubarak.

Si Mubarak pensara en el bien de su pueblo, aunque fuera sólo una vez, ya sabe lo que tiene que hacer. No obstante, si Mubarak no sigue estos pasos, aunque abandone el poder, el futuro del régimen, y la posibilidad de la revolución, aunque sea blanda, son más inciertos. Si Mubarak no abdica, Dios sabe lo que puede pasar, pero, como dice mi amigo Mahmud, que sufre delante de Al-Yazira en el extranjero, la mayoría de los egipcios no tenían nada que perder antes de la intifada, y en esta han ganado ya demasiado como para perderlo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.